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Devocional

Seis cosas en las que yo creo

13 de junio de 2023

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Yo creo que los planes de Dios son mejores que mis planes. Creo que Él sabe mejor que yo lo que me hará feliz, lo que me brindará paz y lo que será mejor para mí.


Tenemos la intención de modificar la traducción cuando sea necesario. Si tiene alguna sugerencia, escríbanos a speeches.spa@byu.edu

Gracias Presidente Reese por esa presentación. Aprecio nuestra amistad y los muchos recuerdos divertidos que hemos compartido a lo largo de los años.

Mis jóvenes amigos—y algunos no tan jóvenes—gracias por estar aquí. Ustedes son la razón por la que me encanta trabajar en BYU.

Ahora quiero que extiendan la mano, miren la punta de su dedo e imaginen un solo grano de arena. Mantengan el dedo a un brazo de distancia e imaginen la pequeña porción de cielo que cubriría ese grano de arena. En 1995, los astrónomos apuntaron el telescopio espacial Hubble hacia una zona oscura del cielo de ese tamaño en la que no se veía nada. Pero cuando la imagen se expuso por más de cien horas, se revelaron por primera vez objetos que estaban tan lejos que eran billones de veces más tenues para poder ser vistos con los ojos. Hay más de 3.000 galaxias en esa pequeña porción del cielo. Cada una de esas galaxias contiene miles de millones de estrellas.

En 2012, se creó una imagen similar para una porción distinta del cielo combinando múltiples imágenes tomadas por el Telescopio Espacial Hubble. Al igual que en la imagen original de campo profundo, se descubrieron miles de galaxias nuevas. Sin importar lo más minúscula que sea la porción de cielo a la que apuntemos con un telescopio lo suficientemente potente, veremos miles de galaxias a lo lejos.

Esta última imagen de campo profundo [se mostró una foto] del telescopio espacial James Webb muestra algunas galaxias tan lejanas que su luz tardó más de trece mil millones de años en llegar hasta nosotros. Las vemos tal y como eran hace más de trece mil millones de años, cuando el universo solo tenía el 4 por ciento de su edad actual. Si el universo fuera un joven adulto, algunas de estas galaxias se formaron cuando el universo estaba aprendiendo a caminar.

En nuestra propia galaxia, el sistema solar comenzó a formarse a partir de una gran nube de gas y polvo que colapsó hace 4.600 millones de años. Con el tiempo, el centro de nuestro sistema solar se volvió lo suficientemente denso como para que se formara el sol. También se formaron planetas: gigantes gaseosos como Júpiter, terrestres rocosos como nuestro planeta Tierra y los planetas enanos, que no fueron degradados, sino que se encuentran en una categoría propia, como Plutón, Eris y Haumea.

Nuestro propio planeta comenzó a formarse, y las pruebas sugieren que, en el proceso, fue impactado por un protoplaneta del tamaño de Marte. Esa colisión inclinó la Tierra sobre su eje (dando lugar a las estaciones anuales), y los restos de la colisión formaron la Luna (dando lugar a las mareas y a la hermosa luz de la Luna). Así comenzó la historia de la Tierra.

Me gusta pensar en la historia de la Tierra como un conjunto de cuatro volúmenes con 4.600 páginas, donde cada página narra un millón de años. Me asombro cuando pienso dónde encajarían los distintos acontecimientos históricos en este relato.

La vida unicelular aparecería al final del primer volumen.

¡La vida multicelular no aparecería sino hasta en algún momento del tomo cuatro! ¿No es eso asombroso?

Pangea, ese supercontinente que aprendieron en la clase de ciencias en octavo grado, no se formó hasta aproximadamente unas 250 páginas antes del final del cuarto volumen, alrededor del mismo tiempo en que los dinosaurios estaban surgiendo.

Y luego, unas sesenta y seis páginas al final del último volumen, un asteroide del tamaño del área de Provo-Orem impactó la Tierra. Esa catástrofe y sus consecuencias mataron al 75 por ciento de las especies animales de la Tierra, pero allanaron el camino para que los grandes mamíferos sustituyeran a los dinosaurios como los protagonistas del reino animal. Transformó la tierra para albergar la vida humana.

Al final del tomo cuatro ocurrieron muchas cosas. Sin embargo, todo lo que podríamos pensar como algo reciente ocurrió en la última página. De hecho, toda la civilización humana ocurre en la última línea de la última página del tomo cuatro. ¿No es increíble? Si ustedes estuvieran escribiendo esa última línea, ¿qué dirían?

1. Dios es paciente

Yo creo que Dios es paciente. El tiempo que tomó para preparar el universo y esta tierra—haciendo y organizando todo para la humanidad, Sus hijos—es asombroso. La escritura “Esta es mi obra y mi gloria: Llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre”1 cobra una nueva dimensión desde esta perspectiva. Nuestro Padre Celestial es paciente. Él conoce todas las reglas del juego. Desde este punto de vista, mi impaciencia con Él en las cosas que le pido parece particularmente grave. Él me recuerda lo que leemos en Isaías: “Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos”2. Jacob, el profeta del Libro de Mormón, lo dijo de manera directa: “¡He aquí, grandes y maravillosas son las obras del Señor!”3.

En mi discurso de hoy me gustaría compartirles seis cosas en las que creo. Esa fue la primera: Dios es paciente.

2. Los planes de Dios son mejores que mis planes

Yo creo que los planes de Dios son mejores que mis planes. Creo que Él sabe mejor que yo lo que me hará feliz, lo que me brindará paz y lo que será mejor para mí. Cuando tenía dieciocho años y esperaba mi llamamiento misional, esperaba ir a algún lugar extranjero e interesante, pero de habla inglesa. Una experiencia estudiando español de niño me había convencido de que aprender otro idioma era muy difícil. Mi ética de trabajo no estaba a la altura. Además, yo era muy delicado con la comida y me preocupaban los alimentos de una cultura desconocida.

La gente me preguntaba: “¿A dónde quieres ir?”

Yo decía: “¡A cualquier lugar, excepto Salt Lake City o Japón!”

Se preguntaban: “¿Por qué no Japón?” (Pero nunca preguntaban “¿Por qué no Salt Lake City?”)

Cuando abrí mi llamamiento para ir a la Misión Japón Kobe, me invadió un sentimiento de humildad. Japón era el plan de Dios; no era mi plan. Más adelante me daría cuenta de que ese era un plan mejor. Era un plan mucho mejor. ¡En verdad sí que influyó mi servicio misional en mi futuro!

Mis compañeros y mis amigos misioneros fueron maravillosos. Cuando me asignaron a la oficina de la misión, aprendí directamente de dos presidentes de misión y sus esposas. Pero estas bendiciones eran bendiciones que podría haber obtenido sin importar dónde me hubieran asignado. Otras bendiciones eran específicas de Japón.

Por ejemplo, aprendí a amar muchos tipos de comida diferentes a los que acostumbraba. Sorprendentemente, me encantaba aprender japonés. Y la exposición a una cultura diferente me impactó de muchas maneras. Aumentó mi forma de ver a las personas, especialmente en la Iglesia. Puso en tela de juicio mis opiniones políticas y suposiciones en mi propia cultura. Me ayudó a tener una mente más abierta. Incluso hoy en día sigue influyendo en mi forma de pensar.

Mi amor por aprender japonés—junto con la influencia de uno de mis compañeros, también me hizo cambiar inesperadamente de opinión en cuanto a BYU. Llevar el cabello largo formaba parte de mis planes; pero BYU no. Pero en mi primer semestre aquí, ocurrieron dos cosas cruciales.

Primero, me enteré de una beca financiada por el Ministerio de Educación japonés.

Segundo, y estoy resumiendo mucho esta historia, me presenté a una tal Cynthia en mi complejo de apartamentos. Sin saber que había dos Cynthias viviendo allí, confundí a una con la otra y hablé con la equivocada. Treinta y tres años después, ¡lo considero el mejor error de mi vida! Y de alguna manera una de esas becas japonesas me fue otorgada.

Cynthia y yo decidimos casarnos en espíritu de oración y nos mudamos a Japón por un año para estudiar en la Universidad de Shizuoka. Fue una manera increíble de comenzar nuestro matrimonio. También hubo otra bendición pragmática, una económica. Durante mi beca perfeccioné mis habilidades en el japonés. Esto hizo posible que yo trabajara como traductor independiente y mantuviera a mi joven familia mientras cursaba mis estudios de posgrado.

Mi experiencia misional cambió el curso de mi vida. Pero Dios no había terminado de alterar mis planes. Desde el punto de vista profesional, Él también tenía un desvío en mente para mí.

Después de haberme matriculado en siete carreras diferentes durante mi licenciatura (probablemente sea culpa mía que las normas para matricularse hayan cambiado en estos días), me sentí agradecido de haberme topado con la física y de haberme enamorado de ella. Decidí que quería crecer y convertirme en profesor de física. Esa esperanza creció junto con el deseo de regresar a BYU. Me gustó mucho ese plan y a Cynthia también. Estaríamos cerca de nuestras familias en Idaho y Utah. Pusimos nuestros corazones en ese plan.

Cuando llevaba menos de un año en mi puesto de postdoctorado en un laboratorio nacional, surgió una oportunidad inesperada que sentimos que debíamos aceptar. Después de terminar mi postdoctorado, no nos mudamos a Provo, sino a Flagstaff, Arizona. La Universidad del Norte de Arizona no era BYU, Flagstaff estaba lejos de nuestra familia y mi nuevo departamento no tenía otras personas en el área de investigación con las que pudiera colaborar. Ese no era nuestro plan. Quizás ni siquiera parecía un buen plan, y no era lo que pensábamos que queríamos. ¡Ninguno de nosotros había estado en Arizona! Pero era el plan de Dios para nosotros.

Algunas de nuestras experiencias en Flagstaff fueron de las más dulces que tuve en mi vida. Amábamos a nuestros amigos en la Iglesia. Algunos se convirtieron en amigos para toda la vida. Pero quizás más importante fue el hecho de que tuvimos oportunidades de ser amigos de muchos que no eran miembros de la Iglesia y compartir nuestra fe con algunos de ellos, especialmente nuestros vecinos. Me enteré de que un vecino había sido un Santo de los Últimos Días. Nos hicimos amigos y hablamos abiertamente sobre dónde se hallaba en su camino de fe. Con el tiempo, su esposa y dos de sus hijos se unieron a la Iglesia.

Una noche, mientras caminaba por la calle, lo vi al frente sacando sus botes de basura. El Espíritu me animó a alentarlo nuevamente. Hice un gesto en señal de incredulidad al Espíritu. Mi vecino no necesitaba presión de mi parte; ya lo había alentado anteriormente.

Mi vecino me dijo más tarde que el Espíritu también estaba obrando en él en ese momento, pero en su mente pensó: “No quiero que Gus me hable de eso otra vez en este momento”.

Pero ambos cedimos a la influencia del Espíritu esa noche y hablamos de cómo él podía regresar a la Iglesia. Se puso en contacto con nuestro obispo, comenzó el proceso para regresar y pronto se bautizó. No sé si mi papel fue crucial en esos acontecimientos, pero ¡qué bendición formar parte de ellos!

Otra familia joven del vecindario se hizo amiga de nosotros y de otras familias de nuestra congregación. Nos encantó conocer a esa familia y ver su bondad. Eventualmente, se les invitó a asistir a la Iglesia y al poco tiempo se bautizaron. Se me pidió que efectuara una de las ordenanzas bautismales. Un año después, Cynthia y yo tuvimos la hermosa experiencia de asistir a su sellamiento en el Templo de Mesa, Arizona. La manera en la que asimilaron el Evangelio me fortalece e inspira.

Hubo muchas más bendiciones en Flagstaff. Ojalá tuviera tiempo para compartir más, pero por suerte para ustedes, ¡no lo tengo!

3. Todos tienen algo para contribuir

¿Otra cosa en la que yo creo? Cada uno de ustedes tiene algo que aportar. Sus pasiones, sus habilidades e incluso sus desafíos pueden bendecir al mundo. El mundo es lo suficientemente grande y ustedes tienen una misión única. Crean en eso aunque no se sientan reconocidos.

No todos los cantantes cantarán en Broadway. No todos los escritores escribirán un bestseller o ganarán la Medalla Newbery. No todos los profesores de ciencias publicarán en las revistas Nature o Science. Sus contribuciones siguen siendo importantes. Sin embargo, no solo creo que son únicos y que tienen una misión especial. También creo que pueden ser asombrosos. Tienen un don para llegar a ser destacar en algo que elijan.

Tal vez piensen que no tienen un cerebro para las matemáticas, o crean que son demasiado torpes para un deporte en particular o demasiado viejos para empezar a aprender a tocar la guitarra clásica. Tal vez piensen que deben nacer con una estructura cerebral especial para ser un gran escritor, violonchelista o pintor, o para entender contabilidad, química o diseño de ingeniería. Tal vez no se sientan especialmente talentosos o desearían tener un don diferente al que piensan que recibieron. Pero todos tenemos un don, un don asombroso, un don que hace que todo sea posible. ¡Ese don es nuestro cerebro!

Un cerebro tiene plasticidad. Puede cambiar. Puede crecer. Nadie comienza la vida con un cerebro para el violonchelo, las matemáticas, el ajedrez o el arte de Van Gogh, ¡ni siquiera Van Gogh!4

Hace algunos años atrás disfruté leer el libro de Anders Ericsson, Número uno: Secretos para ser mejor en lo que nos propongamos, el cual explica su investigación sobre el extraordinario desempeño humano y cómo eso se puede lograr mediante lo que él llama “práctica deliberada”. Desmiente el mito del prodigio nato y presenta un argumento convincente de que prácticamente cualquiera puede lograr cosas extraordinarias gracias a su cerebro.5 Hace unos quince años visité a mi hermano y a mi cuñada en Londres. En diferentes ocasiones viajamos en los famosos taxis negros de Londres. Los taxistas no necesitaban GPS ni dirección; con solo una descripción aproximada, podían llevarnos a nuestro destino.

Más tarde aprendí del libro de Ericsson que llegar a ser taxista en Londres es extremadamente difícil. Requiere años de estudio, muchos exámenes y conducir por la ciudad solo, tomando notas. Los taxistas deben conocer a fondo toda la zona en un radio de diez kilómetros desde la estación Charing Cross, que contiene unas veinticinco mil calles. También deben estar familiarizados con museos, hoteles, teatros, escuelas, oficinas gubernamentales, cualquier lugar al que un residente o un turista desee ir. Uno podría suponer que tienes que ser un genio nato para llegar a ser un taxista en Londres. ¡No hay genios natos! Incluso cualquiera de ustedes puede llegar a ser un taxista en Londres porque tienen un cerebro adaptable. Los estudios cerebrales revelaron que parte del cerebro de los taxistas en realidad crecía. En cuanto los taxistas se retiran y dejan de esforzarse, sus cerebros se encogen hasta volver a la normalidad6.

Hasta hace unas dos décadas, los científicos creían que una vez que una persona llegaba a la edad adulta, su cerebro ya no podía cambiar. Pero ahora entendemos que el cerebro es como los pulmones o los músculos. Con el ejercicio y con el entrenamiento adecuado, puede cambiar y crecer. La investigación de Ericsson demuestra que debido a nuestro cerebro, nuestro potencial es casi ilimitado7.

Por favor, no dejen este mundo sin haber experimentado el gozo de llegar a ser asombrosos en algo. Crean en que lo pueden lograr. Crean que nunca es demasiado tarde para aprender algo nuevo. Ustedes no pueden hacer todo. ¡Pero hagan algo!

4. Sukoshi Zutsu No Chikara (El poder del poco a poco)

Creo en sukoshi zutsu no chikara (少しずつの力), que significa “el poder del poco a poco”. Poco a poco es la forma en la que se logra algo asombroso: el poder de la práctica deliberada, aplicada en forma constante. Es decir, pequeños pasos hacia adelante. Con el tiempo, llegué a hablar japonés con fluidez al aprender unas pocas docenas de palabras y uno o dos principios gramaticales cada día.

Hacer pequeños esfuerzos con regularidad puede parecer fácil, pero a mí me cuesta ser constante. Desde que era estudiante en BYU, he querido tocar la guitarra clásica. Había tratado de aprender varias veces durante un período de casi treinta años, pero no era lo suficientemente constante como para progresar. Luego, hace unos años, mientras todavía estaba ocupado siendo obispo, papá, esposo y profesor, sentí el empujón del cielo. Finalmente había llegado el momento de aprender a tocar la guitarra, algo que mi Padre Celestial sabía que me brindaría un sentimiento de realización.

Así que empecé a practicar por mi cuenta al principio. Una vez que tuve un poco de impulso, encontré a un profesor. (¡Gracias, Larry!) Durante los últimos cinco años he tratado de practicar diariamente, por lo menos un poco. A veces extraño mi sesión de práctica. Aún no soy asombroso. Pero soy mucho mejor de lo que era. Estoy cinco años más cerca de lo asombroso. Y lo que es más importante, tocar la guitarra me ha brindado un gozo inmenso. No estoy tocando en una sala de conciertos, pero ese no es el punto. Además, a mi esposa le encanta cuando toco la guitarra junto a ella mientras teje. Dice que soy una gran música de fondo.

El progreso es gradual, “línea por línea, precepto por precepto”8. La constancia da sus frutos. Doctrina y Convenios enseña: “De las cosas pequeñas proceden las grandes”9. El élder Devin G. Durrant enseñó: “Los pequeños esfuerzos realizados de manera continua producen resultados significativos”10.. Alma enseñó: “Por medio de cosas pequeñas y sencillas se realizan grandes cosas”11.

5. Las personas siempre pueden recuperarse

Yo creo que las personas siempre pueden recuperarse espiritualmente. Pueden superar las consecuencias de las malas decisiones. Siempre pueden regresar al gozo de vivir en armonía con la voluntad del Padre Celestial.

Consideren la experiencia de Coriantón en el Libro de Mormón. Él era el hermano menor que estaba en un segundo plano detrás de Shiblón y Helamán. No conocemos sus motivaciones —tal vez quería probarse a sí mismo—, pero se jactó de su propia fuerza y sabiduría12 y pronto cometió un error extremadamente grave con la ramera Isabel, no solo hiriéndose a sí mismo, sino socavando los esfuerzos de su padre por edificar la fe en los demás13. El milagro en la vida de Coriantón fue que esa herida autoinfligida no era una herida espiritualmente fatal.

Puede que haya algo más en esta historia. Coriantón parecía haber estado lidiando con preguntas y dudas. En tres ocasiones diferentes, su padre dijo: “Veo que tu mente está preocupada”14. Muchos de nosotros sentimos preocupaciones similares en cuanto a los problemas sociales actuales y quizás sintamos tensión en nuestros sentimientos contradictorios. Alma tranquilizó a Coriantón, prometiendo que la “misericordia [de Dios] reclama al que se arrepiente”15.

Coriantón cambió de rumbo. Durante la guerra contra Amalickíah, los esfuerzos espirituales de Coriantón y sus hermanos se compararon con los esfuerzos bélicos del capitán Moroni16. Alma dijo: “Hubo… gran prosperidad en la Iglesia a causa de… la palabra de Dios la cual les era declarada por Helamán, Shiblón, Coriantón, y Ammón y sus hermanos”17.

Casi diez años después, Coriantón y sus hermanos persuadieron al pueblo de Ammón a no quebrantar su juramento de paz18. Unos años después, como lo registran las Escrituras, él y sus hermanos “declararon la palabra de Dios con mucho poder”19 y convencieron a muchos de que se arrepintieran.

Un tiempo después, luego de la muerte de Helamán, Shiblón, hermano de Coriantón, se hizo cargo de los registros. Las Escrituras dicen lo siguiente acerca de Shiblón: “Y Shiblón era un hombre justo; y anduvo rectamente ante Dios, y procuró hacer el bien continuamente, y guardar los mandamientos del Señor su Dios; y su hermano también lo hizo”20. Noten la referencia que se hace a Coriantón. Él estaba a la par de Shiblón.

Coriantón se recuperó. Permitió que Cristo lo salvara. La suya es una historia de esperanza, de poner su fe en Cristo y de dejarse tocar, rescatar y transformar por el amor de Dios. El élder Jeffrey R. Holland enseñó:

Por más distancia que piensen que hayan recorrido lejos del hogar, de la familia y de Dios, testifico que no han viajado más allá del alcance del amor divino. No es posible que se hundan tan profundamente que no los alcance el brillo de la infinita luz de la expiación de Cristo21.

¡Así que recupérate tal como lo hizo Coriantón!

6. Una sonrisa es poderosa

Y ahora lo último: Creo en el poder de una sonrisa.

Hace algunos años serví como obispo en mi barrio. Fue muy gratificante, pero también muy desafiante. No podía dejar de preocuparme. Me preguntaba por qué ese llamamiento especial se sentía a veces como una carga, a pesar de que constantemente veía pequeños milagros y sabía, al menos intelectualmente, que el Señor estaba al mando. Sin embargo, emocionalmente, no podía dejarle toda la preocupación al Salvador. No sabía cómo desprenderme de ella.

Ayuné varias veces, pidiéndole al Señor que me quitara la preocupación. Con el tiempo, Él me ayudó a comprender que la preocupación era evidencia de que amaba a las personas a las que servía y que mientras yo me preocupara por ellas, la preocupación no desaparecería por completo. El saber esto me ayudó a convivir con la preocupación y a llevar la carga.

Un frío domingo de invierno por la mañana me dirigía a la Iglesia. Estaba completamente oscuro. La preocupación, la carga y la sensación de injusticia de levantarse tan temprano en una fría y oscura mañana de domingo se sintieron particularmente pesadas. Había estado ayunando para pedir ayuda. Luego, la respuesta llegó. Simple. Mi Padre Celestial me dijo esto: “¡Sonríe!” Y así lo hice. Al instante me sentí mejor. Me sentía más liviano. Me di cuenta de que servir a la familia de mi barrio era un privilegio. En lugar de centrarme en la oscura y fría mañana, podía enfocarme en los rostros brillantes y felices de aquellos que servían conmigo. En lugar de pensar en las dificultades que afrontaban las personas, podía centrarme en sus esfuerzos, sus ejemplos, su fe y su progreso.

Ahora bien, me doy cuenta de que simplemente sonreír puede que no sea una solución universal. Me doy cuenta de que muchas personas enfrentan desafíos mentales y emocionales que requieren ayuda profesional. Pero esa fue una respuesta que llegó después de haber ayunado y orado específicamente acerca de mi situación, y la comparto con la esperanza de que pueda ayudar de alguna manera. Una sonrisa puede cambiar mi perspectiva.

Algunos días me siento como un impostor. Pero cuando sonrío, creo que mi mejor trabajo aún está por venir, y no me avergüenzo de las cosas que aún no sé, ni siquiera de las cosas que sabía y luego olvidé.

Algunos días siento que mi fe es débil. Pero cuando sonrío, sé que lo opuesto a la fe no es la duda, lo opuesto a la fe es la certeza y estoy agradecido por lo que creo.

Algunos días desearía haber sido un mejor padre cuando criaba a mis hijos. Pero cuando sonrío, me doy cuenta de que todavía me escuchan. Y los veo como el Padre Celestial los ve y creo que seguirán creciendo y sorprendiéndome. Los veo, como dice mi bendición patriarcal, como “joyas en mi hogar” y veo a mi familia como mi “mayor gozo”.

Algunos días siento la pérdida —la profunda pérdida— de mis tres hermanas que fueron víctimas de la fibrosis quística antes de que tuvieran la oportunidad de crecer. Siento mucho pesar por mis padres. Pero cuando sonrío, espero volver a encontrarme con mis hermanas y conocerlas mejor. También me deleito con los nueve hermanos locos, interesantes y enriquecedores de la vida que aún están conmigo.

Algunos días vuelvo a reproducir videos en mi cabeza de cosas tontas que hice o cosas poco amables que dije o hice, y me pregunto, “¿Cómo podría alguien escuchar que doy un discurso como este y no pensar, ‘Gus es un hipócrita’?”. Pero cuando sonrío, mis propias debilidades son la lente que necesito para ver a los demás con claridad, para verlos y amarlos como personas como yo, que son una mezcla de rasgos buenos y malos, que todavía están tratando de convertirse en las personas que quieren ser, pero aún no lo han logrado del todo.

Algunos días me siento desanimado porque mi cuerpo está envejeciendo. Todavía quiero mejorar mi manera de jugar al handball y ganar el campeonato estatal de handball de Utah. Quiero batir récords personales en mis paseos en bicicleta de montaña. Me gustaría tener un físico esculpido. Pero cuando sonrío, estoy agradecido de poder jugar al handball, andar en la bicicleta de montaña, usar las manos para escribir, y poder leer.

Cuando sonrío, estoy agradecido de poder saborear la increíble comida de mi esposa y poder ver y oler las hermosas flores que cultiva en su enorme jardín. Estoy agradecido de estar lo suficientemente saludable como para hacer cualquier cosa que hagan mis hijos y nietos.

Volviendo al principio:

  • Creo que el Padre Celestial es paciente.
  • Creo que Sus planes son mejores que mis planes.
  • Creo que cada uno de nosotros tiene un don: un cerebro que puede crecer y adaptarse. Podemos hacer algo asombroso con ese don.
  • Creo que cualquiera puede recuperarse. Siempre hay esperanza.
  • Creo en el poder de una sonrisa.

Por último, creo en el Padre Celestial, que nos ama a ustedes y a mí y nos conoce personalmente. Creo que Jesucristo es el Redentor. Él es el Médico que puede sanar y salvar a cualquier persona. Creo en las doctrinas que se enseñan en la Biblia, en el Libro de Mormón y en las que enseñan los profetas modernos. Creo en ustedes, en su potencial divino y en su misión única de hacer que el mundo sea mejor. ¡Vayan y sean asombrosos!

En el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.

© Brigham Young University. Todos los derechos reservados. 

Notas

  1. Moisés 1:39.
  2. Isaías 55:8.
  3. Jacob 4:8
  4. Véase David Epstein, Amplitud: Por qué los generalistas triunfan en un mundo especializado (New York: Riverhead Books, 2019), págs. 121–128; véase también Steven Naifeh y Gregory White Smith, Van Gogh: La vida, (New York: Random House, 2011).
  5. Véase, Anders Ericsson y Robert Pool, Número uno: Secretos para ser mejor en lo que nos propongamos, Boston (Houghton Mifflin Harcourt, 2016).
  6. Véase Ericsson y Pool, Número uno, págs. 27–33, 46–47; véase también Jody Rosen, “The Knowledge, London’s Legendary Taxi-Driver Test, Puts Up a Fight in the Age of GPS”, New York Times Style Magazine, 10 de noviembre de 2014, pág. nytimes.com/2014/11/10/t-magazine/london-taxi-test-knowledge.html. Véase también Eleanor A. Maguire, David G. Gadian, Ingrid S. Johnsrude, Catriona D. Good, John Ashburner, Richard S. J. Frackowiak y Christopher D. Frith, “Navigation-Related Structural Change in the Hippocampi of Taxi Drivers”, Proceedings of the National Academy of Sciences of the United States of America, tomo IX, nro. 8, 11 de abril de 2000, págs. 4398–4403. http://nytimes.com/2014/11/10/t-magazine/london-taxi-test-knowledge.html
  7. Véase Ericsson y Pool, Número uno, págs. 33–37.
  8. 2 Nefi 28:30; D. y C. 98:12128:21; véase también Isaías 28:10.
  9. D. y C. 64:33.
  10. Devin G. Durrant, “Mi corazón los medita continuamente”, Liahona, noviembre de 2015, pág.
  11. Alma 37:6.
  12. Véase Alma 39:2.
  13. Véase Alma 39:3–13.
  14. Alma 40:1; véase también Alma 41:1; Alma 42:1.
  15. Alma 42:23.
  16. Véase Alma 48:19.
  17. Alma 49:30.
  18. Véase Alma 53:14.
  19. Alma 62:45.
  20. Alma 63:2.
  21. Jeffrey R. Holland, “Los obreros de la viña”, Liahona, mayo de 2012; cursiva en el original.
Gus L. Hart

Gus L. Hart, profesor de física y astronomía de la BYU, pronunció este discurso el 13 de junio de 2023.