El don de la incertidumbre
Coordinadora de Licenciatura del Departamento de Educación Matemática
9 de julio de 2019
Coordinadora de Licenciatura del Departamento de Educación Matemática
9 de julio de 2019
Tenemos la intención de modificar esta traducción cuando sea necesario. Si tiene sugerencias, por favor mándenos un correo a speeches.spa@byu.edu
Me tomó mucho tiempo escribir este discurso. A veces, cuando tengo la oportunidad de discursar o enseñar una lección, sé de inmediato de qué quiero hablar. Esto sucedió hace unos meses en mi barrio. El obispo tocó a mi puerta y me preguntó si estaría dispuesta a hablar el domingo siguiente, y al instante supe qué quería compartir. Cuando me senté a escribir, sentí que el discurso se escribía solo.
Este devocional fue muy diferente. Desde el momento en que se me pidió discursar, me invadió la incertidumbre sobre qué decir. Dos meses después, había escrito y desechado páginas y páginas de borradores y pensamientos a medio formar. No sabía lo que el Señor quería que les comunicara hoy. No sabía lo que yo quería comunicarles hoy.
Y es así que, una semana antes de tener que enviar el texto de mi discurso, acepté que tal vez hoy necesitaba hablar de no saber.
Tal vez sea extraño decirlo, ya que he crecido en una iglesia que anima a los miembros desde muy pequeños a decir las palabras “Yo sé que…”, pero de lo que estoy más segura en esta vida es que no sabemos todas las cosas. De hecho, en la gran escala de toda verdad, es muy posible que, estadísticamente hablando, no sepamos nada. Y con esto quiero decir que, debido a que Dios y la verdad son tan vastos y tan grandes, las cosas que conocemos son tan pequeñas en comparación que vuelven nuestro conocimiento esencialmente inexistente. Así que hoy quiero hablar sobre esta idea de no saber y de encontrar a Dios en nuestra incertidumbre.
Quiero agregar esta advertencia: Hablo desde mi propia percepción y experiencia. Pablo, en su epístola a los corintios, habló acerca de los dones espirituales: los dones de sabiduría, de conocimiento, de fe y de sanidad1. Confesaré abiertamente que probablemente no se me haya dado el don del conocimiento. A veces en mi vida he tenido fe y esperanza, pero, en general, mi conocimiento a menudo se ha sentido un poco débil. Sin embargo, he llegado a creer que la incertidumbre puede ser un regalo tanto como lo es el conocimiento, así que me dirigiré a ustedes hoy con este espíritu de incertidumbre.
Me gustaría analizar varios aspectos de no saber. Mi esperanza es que, al menos en uno de ellos, encuentren algo útil o de valor para poder vivir su vida, asistir a la escuela, desarrollar su testimonio, establecer relaciones interpersonales y salir al mundo a hacer lo que sea que hagan en esta tierra.
En primer lugar, creo que es útil hablar un poco sobre el conocimiento en sí. Utilizamos la frase “yo sé que…” de muchas maneras, pero no todas son iguales. Consideren la siguiente declaración:
1. Yo sé que 2 + 3 = 5.
2. Yo sé que, en un día despejado, el cielo es azul.
3. Yo sé que amo a mis padres.
Todas estas declaraciones usan la frase “yo sé que…”, pero la manera en que sé cada una de estas cosas no es la misma. Tomemos la primera afirmación. Esta es fácil para mí como profesora de matemáticas. Si tomo dos objetos distintos, digamos chocolates, y los combino con tres chocolates más, tendré cinco chocolates. Aunque he llegado a reconocer que la verdad en matemáticas es mucho más compleja de lo que solemos imaginar, es sin embargo muy difícil disputar la afirmación de que 2 + 3 = 5.
Pero ahora consideren la segunda afirmación: el cielo es azul. A primera vista, parece igualmente indiscutible. Creo que todos ustedes estarán de acuerdo conmigo en que, en un día despejado, el cielo es azul. Pero no sé si cuando miramos al cielo todos vemos lo mismo. Y si una persona no puede ver el cielo en absoluto, ¿qué significa decir que el cielo es azul? Científicamente, podemos hablar de la luz y longitudes de onda, pero esto no refleja mi experiencia de ver el color azul. De hecho, recientemente aprendí que las lenguas antiguas no tenían una palabra para el azul y que las personas que hablaban esas lenguas podrían haber sido incapaces incluso de ver este color. Para explorar esta posibilidad, el investigador Guy Deutscher decidió hacer lo que innumerables investigadores han hecho: experimentar con sus propios hijos. Cuando su hija era muy pequeña, se aseguró de nunca describirle el color del cielo. Finalmente, un día le pidió que levantara la vista y describiera el color, pero ella no tenía idea de cómo describirlo. Para ella, el cielo al principio no encajaba con ninguna idea de color2.
Esto complica la verdad de mi afirmación de que el cielo es azul.
Cuando considero la tercera afirmación, que yo sé que amo a mis padres, tengo que admitir que no hay forma objetiva de medir esto. De hecho, he fracasado vergonzosamente en unas cuantas formas simples que usamos para medir el amor. El año pasado, cuando mi papá me llamó el día de su cumpleaños, ¡ni siquiera le dije feliz cumpleaños! Aun así, puedo decir que sé con un cien por ciento de certeza que amo a mis padres, y realmente creo que ellos saben lo mismo. Es solo un tipo de conocimiento diferente al conocimiento de que 2 + 3 = 5.
Cuando se trata de asuntos del Espíritu, con frecuencia escuchamos las palabras “Yo sé que…”:
A veces asumimos que cada “yo sé” tiene que ser igual conocimiento de que 2 + 3 = 5. Pero no podemos saber estas cosas de la misma manera, porque son diferentes tipos de verdad y están a nuestro alcance de diferentes maneras. Lo que creo que generalmente queremos decir es que estamos igualmente seguros de estas cosas. Aun así, algunos de nosotros tenemos esa confianza y otros no. No a todos se nos ha dado el don del conocimiento.
Creo que es importante comprender el tipo de conocimiento que debemos buscar. El conocimiento de que 2 + 3 = 5 está bastante establecido, pero el conocimiento sobre el color del cielo nace de nuestra experiencia con el cielo. El cielo no solo cambia constantemente de color, sino que, a medida que adquirimos experiencia, nuestra capacidad para describir lo que vemos, e incluso nuestra capacidad misma de ver, puede cambiar y crecer, así como nuestra capacidad de conocer a Dios puede cambiar y crecer a lo largo de nuestra vida. Si asumo que conocer a Dios es como saber que 2 + 3 = 5 y luego experimento algo que entra en conflicto con mi comprensión, tengo que empezar de cero con toda la aritmética. Pero si conocer a Dios se parece más a saber de qué color es el cielo, los aparentes conflictos con mi comprensión actual tienen el potencial de expandir mi vista en lugar de destrozarla.
El conocimiento de las cosas espirituales también se manifiesta en la forma en que este conocimiento impulsa nuestras acciones. Saber que amo a mis padres importa menos que mostrarles ese amor y seguir intentándolo aun cuando mis expresiones sean imperfectas. El conocimiento de que la Iglesia es verdadera, de que Dios vive o de que Jesús nos ama, es menos importante que lo que nuestra fe y esperanza nos impulsan a hacer. El conocimiento del amor de Dios es importante, pero cómo recibo ese amor y permito que me cambie a mí y al mundo que me rodea, incluso cuando mis esfuerzos sean imperfectos, es mucho más importante.
El conocimiento que es completo y certero también puede ser limitante y, honestamente, no tan interesante. Un conocimiento vivo que cambia, crece, se adapta y nos motiva a la acción es un conocimiento que abarca momentos de incertidumbre y de no saber. Estos momentos nos conducen hacia el cambio y el crecimiento. De hecho, como humanos, rápidamente pasamos de verdades simples como que 2 + 3 = 5 a preguntas complejas sobre lo que podemos hacer con estas verdades y luego a preguntas que expanden nuestra comprensión más allá de sus límites aparentes. Las matemáticas sobrepasan la simplicidad de que 2 + 3 = 5, al igual que Dios sobrepasa cualquier cosa que podemos imaginarnos sobre Él.
Ahora quiero cambiar de dirección y hablar del otro lado del no saber. Me gustaría comenzar con una historia.
Un día, mientras intentaba escribir este discurso en casa, mi hija de cuatro años estaba jugando en el sofá junto a mí. Nuestro perro Jin ladró desde la puerta trasera, queriendo que lo dejaran entrar a la casa.
“¿Puedes dejar entrar a Jin?” Le pregunté a mi hija. Porque, ¿para qué sirven los niños, sino para hacer las pequeñas tareas que no te dan ganas de hacer a ti?
Pero en lugar de saltar alegremente para ayudar, mi hija me informó: “Jin no ladró”.
“Bueno, lo acabo de escuchar”, le dije.
“Jin no está afuera”, respondió.
“Bueno”, dije, “estoy viendo hacia la puerta y ahí lo veo parado afuera”.
“No está afuera”, insistió.
Debido a que estaba trabajando en un discurso sobre el conocimiento, decidí hacer eso de “experimentar con tus propios hijos” y pregunté: “¿Tú sabes que Jin no está afuera?”
Con gran confianza, me miró y dijo: “Sé que Jin no está afuera”.
En ese momento, me levanté y dejé entrar a nuestro perro, y mi hija exclamó: “¡Oh, mami, Jin sí estabaafuera!”.
Su aparente sorpresa genuina me convenció de que no había estado mintiendo cuando, frente a la evidencia visual y auditiva, me había informado que nuestro perro no estaba realmente ladrando para que lo dejaran entrar. Creo que ella realmente sabía que el perro no estaba afuera porque no quería que fuera así. Habría sido un inconveniente para ella que él estuviera afuera porque habría tenido que dejar de jugar e ir a abrirle la puerta.
Esta es una pequeña anécdota divertida cuando se trata de mi pequeña hija decidida y testaruda, pero nosotros hacemos esto todo el tiempo. Cuando sabemos algo, es probable que nos aferremos a ese conocimiento con todas nuestras fuerzas, incluso cuando estemos equivocados. Por lo general, no nos damos cuenta de que estamos haciendo esto. ¡Por supuesto que no, porque creemos que sabemos!
Nuestra mente humana está hecha para dar sentido al mundo que nos rodea, para categorizar, evaluar y poner nuestras experiencias y observaciones en simples cajas. La capacidad de ordenar y organizar el caos que nos rodea es increíblemente importante para nuestra supervivencia y bienestar. Pero una consecuencia de esa capacidad humana bien desarrollada es que todos pensamos que sabemos y entendemos mucho más de lo que realmente sabemos.
Una de mis historias favoritas de la historia de las matemáticas es la historia del postulado paralelo. Alrededor del año 300 a.C., Euclides de Alejandría escribió un libro llamado Elementos en el que esencialmente estableció la geometría sobre cinco postulados o enunciados que se aceptan como verdaderos sin necesidad de razonamiento o argumento adicional. Cuatro de sus cinco postulados son bastante sencillos. El primero, por ejemplo, es que entre dos puntos distintos podemos trazar una línea recta que los conecte. Pero el quinto postulado ha sido un inconveniente para los matemáticos durante los últimos dos milenios. Este postulado dice:
Si una recta al incidir sobre dos rectas hace los ángulos internos del mismo lado menores que dos ángulos rectos, las dos rectas prolongadas indefinidamente se encontrarán en el lado en el que están los ángulos menores que dos rectos3.
Parece trabalenguas, pero esencialmente este postulado nos permite creer algunas cosas sobre las líneas paralelas, o las líneas que nunca se cruzan, que intuitivamente parecen ser ciertas.
El problema es que los matemáticos no estaban convencidos de que este concepto fuera concluyente. El quinto postulado parecía una idea sobre el espacio geométrico que necesitaba ser desarrollada, más que una conclusión que pudiera presentarse sin discusión. Durante siglos, los matemáticos intentaron encontrar una manera de presentar este argumento utilizando solo los primeros cuatro postulados y tal vez un postulado nuevo y más evidente.
Una persona que trabajó en este problema a principios del siglo XVIII fue Giovanni Girolamo Saccheri. Atacó el problema utilizando cuadriláteros y pensó que lo había logrado. En su Proposición XXXIII declaró que un resultado contrario en particular sería “repugnante a la naturaleza de la línea recta”4. Básicamente, Saccheri sabía lo que debía hacer una línea recta y sabía lo que debían hacer las líneas paralelas. En última instancia, su argumento a favor de la verdad del postulado paralelo se basaba en el hecho de que, sin él, las líneas rectas terminaban comportándose de maneras que eran “repugnantes” a su naturaleza.
Pero un siglo más tarde, y más de dos mil años después de que Euclides escribiera su libro Elementos, un puñado de matemáticos finalmente preguntó: “¿Qué pasa si estamos equivocados acerca de la naturaleza de las líneas rectas? ¿Qué pasa si en algunos espacios las líneas se comportan de una manera, pero en otros espacios se comportan de una forma completamente diferente?”
Al desprenderse de su conocimiento, descubrieron algo fascinante: si reconsideraban la forma en que funcionan las líneas paralelas, la geometría no se desmoronaba. De hecho, al modificar esta condición, lograron crear o tal vez descubrir una geometría extraña, nueva y maravillosa que ahora llamamos geometría hiperbólica, que es tan matemáticamente válida como la geometría euclidiana que aprendieron ustedes en la escuela secundaria, aunque es mucho más difícil para los humanos entenderla.
Las matemáticas, cuando pasas tiempo con ellas, tienen un tipo particular de belleza que no siempre se transmite bien en nuestras experiencias escolares. La geometría hiperbólica tiene su propia belleza, tanto matemática como visualmente. Pero abrir la puerta a esta belleza requirió que los humanos admitieran que lo que creían saber en realidad podría ser incorrecto.
Creo que es importante que cuestionemos lo que creemos saber y que nos abramos a la idea de que podría no ser verdad, incluso (y quizás especialmente) cuando estar equivocados resulta inconveniente o incómodo para nosotros. Podría hacerme algunas de las siguientes preguntas:
Aceptar que tal vez no sepamos lo que creemos saber no significa que debamos despojarnos de toda certeza o convicción. Más bien, estar abiertos a equivocarnos puede ser una humilde posición de fe en la que puede florecer la “esperanza en cosas que no se ven”5 a medida que nos permitimos aceptar que hay cosas que no se ven para nosotros.
Finalmente, sería fácil para mí enmarcar el tema de la incertidumbre bajo el lema “incertidumbre temporal”, con la expectativa de que el no saber es solo un paso en el proceso hacia el conocimiento. Sin embargo, si bien es posible que adquiramos una mayor comprensión a lo largo de nuestra vida, el no saber tampoco llega a su fin en la vida terrenal. De hecho, habrá muchas ocasiones en nuestra vida en las que las respuestas no lleguen y en las que el no saber parezca ser un estado permanente.
Una de las cosas que siempre me ha gustado del Evangelio es la promesa de recibir respuestas y certeza para quienes buscan diligentemente. Se podría decir que la historia de nuestra Iglesia en los últimos días comienza con Santiago 1:5: “Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, quien da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada”. Yo misma he experimentado momentos en mi vida en los que he sentido la guía y las respuestas fluir hacia mí desde el cielo. Al tener hambre y sed de respuestas, puede que lleguemos a pensar que el propósito entero del Evangelio es solo proporcionar soluciones, y así pasemos por alto el misterio de Dios y la importancia de las preguntas.
Cuando era joven, creía en el Dios de las cosas perdidas. Recuerdo varias veces en las que oré frenéticamente al Padre Celestial para poder encontrar el último libro de la biblioteca, que debíamos entregar ese día, porque no podíamos ir a la biblioteca hasta que hubiéramos encontrado todos los libros, y estaba segura de que literalmente había buscado por todas partes. En retrospectiva, es fácil ver lo poco que estaba en juego en esa situación y pensar que mis súplicas frenéticas eran un poco tontas. Es fácil minimizar el hecho de que siempre encontrábamos el libro eventualmente. Aun así, he tenido un pequeño puñado de experiencias específicas en las que sentí que recibía la respuesta a una oración intrascendente de una forma que me resultaba difícil de explicar. No hace mucho, vi a mi hijo experimentar esto por primera vez cuando, después de su sencilla oración, encontramos de inmediato las llaves que habíamos buscado durante días. No sé si estas son respuestas a oraciones, pero cuando ocurrieron, sentí como si Dios me estuviera tendiendo la mano con amor.
Una dificultad que la mayoría de nosotros afrontamos al pasar de la fe infantil a la fe adulta es la pregunta de por qué Dios contesta una oración sobre llaves perdidas, pero no contesta oraciones que son mucho más trascendentales: oraciones sobre decisiones importantes de la vida, oraciones sobre preguntas desconcertantes, oraciones para recibir sanación y recuperación de una terrible enfermedad, u oraciones que piden paz en un mundo acosado por la tragedia.
A pesar de esto, personalmente sigo creyendo en un Dios de las cosas perdidas. Creo que Dios a veces contesta esas oraciones, no a pesar de su poca importancia, sino debido a ella. Creo que una respuesta a una oración sobre las llaves perdidas puede ser un mensaje de amor de nuestros Padres Celestiales, quienes saben que cuando se trata de asuntos de mayor trascendencia, nos costará ver Sus manos en nuestras vidas. Esta vida no es el momento para recibir todas las respuestas, ni es el momento para que todo se arregle. A veces Dios nos revelará Su voluntad, pero muchas veces se nos requiere avanzar con incertidumbre.
Este momento de su vida es un momento de tomar decisiones. Sé por experiencia y por mi trabajo como asesora académica que a veces puede resultar abrumador. Cuando tenía veintitantos años, recuerdo que reflexioné sobre la década anterior y me di cuenta de que cada año de esa década había tomado una decisión importante que me había cambiado la vida. Había sido agotador. El ritmo de la toma de decisiones importantes se ha ralentizado para mí, pero no se ha detenido. Resulta que tomar decisiones que pueden cambiar la vida es solo una parte de la etapa adulta.
Sin embargo, el papel que desempeña Dios en la toma de esas decisiones no siempre es constante. A veces simplemente sabrán lo que quieren hacer, y Dios estará allí para apoyarlos. Así es como me sentí acerca de mi decisión de estudiar en BYU. No recibí una gran revelación; simplemente era a donde quería ir. En otras ocasiones, tal vez sientan que Dios los guía en una dirección muy específica, tal vez incluso en una dirección que no habrían elegido para ustedes mismos. Cuando estaba decidiendo a dónde ir para mi programa de doctorado, sabía a dónde quería ir, pero tuve varias experiencias espirituales poderosas que me enviaron en otra dirección. Hasta el día de hoy tengo la gran certeza de que, a pesar de los desafíos, fue exactamente donde necesitaba estar durante esos cinco años.
Pero en otras ocasiones no sentirán esa certeza. No estarán seguros de lo que Dios quiere que hagan y no estarán seguros de lo que quieren hacer. Cuando terminé mi programa de doctorado, me sentí perdida en ambas áreas. Pensé que once años de educación superior deberían haberme dejado una idea clara de lo que quería ser cuando creciera, pero en lugar de eso, esas aguas se sentían más turbias que nunca. Pensé que, a esas alturas de mi vida, debería haberme sentido más segura de que podía escuchar y conocer la voluntad del Señor, pero en ese momento parecía que los cielos estaban en silencio.
Durante ese tiempo, solo podía seguir adelante. Quería avanzar por el camino correcto, pero lo único que podía hacer en ese entonces era avanzar por un camino. Quería saber si todo iba a salir bien, pero no tenía forma de eso saber con certitud. Aceptar la incertidumbre es difícil, pero en algunos momentos de nuestras vidas es lo único que podemos hacer.
Desde hace mucho tiempo, me encanta la historia del hermano de Jared. Él recibió abundante guía del Señor mientras él y su familia y amigos eran conducidos hacia la tierra prometida. Pero la parte de la historia que más me gusta es cuando el Señor le hizo responder su propia pregunta. El hermano de Jared había seguido las instrucciones del Señor de construir barcos, pero había un problema. Los barcos estaban sellados y no tenían ventanas; como resultado, no había luz dentro de ellos. Cuando el hermano de Jared se acercó al Señor, parecía esperar una respuesta:
He aquí, oh Señor, he obrado según me lo has mandado; y he preparado los barcos para mi pueblo, y he aquí, no hay luz en ellos. ¿Vas a permitir, oh Señor, que crucemos estas grandes aguas en la obscuridad?6
Pero en lugar de darle una solución al hermano de Jared, el Señor le dijo lo que probablemente ya sabía: No pueden hacer ventanas y no pueden llevar fuego7. Entonces el Señor se volvió a dirigir al hermano de Jared y básicamente le preguntó: “¿Y tú qué piensas?”8.
La mayoría de las veces, cuando realmente no sé qué hacer, prefiero que Dios me lo diga, porque estoy bastante segura de que yo sola estropearía las cosas y que Dios podría impedir que yo lo estropeara todo. Cuando tenemos que arreglárnoslas solos —como ocurre a menudo— y cuando debemos seguir adelante ante la incertidumbre —como también ocurre a menudo—, con el tiempo todos tomaremos una decisión que lamentaremos, heriremos a alguien a quien teníamos la intención de ayudar, seguiremos un camino hacia un callejón sin salida o nos encontraremos en el lugar equivocado en el momento equivocado.
El hermano de Jared pensó en la pregunta del Señor y decidió producir dieciséis piedras de roca fundida para que el Señor las tocara a fin de que brillaran:
No te enojes con tu siervo a causa de su debilidad… no obstante, oh Señor, tú nos has dado el mandamiento de invocarte, para que recibamos de ti según nuestros deseos9.
Y el Señor le concedió al hermano de Jared su deseo y extendió Su mano para tocar las piedras y hacerlas brillar10.
Al aceptar las incertidumbres de la vida y seguir adelante, a pesar de saber que tal vez no todo resulte como esperábamos o como nos gustaría, creamos nuestras propias piedras para que el Señor las toque y las convierta en luz. Tal vez algo bueno suceda cuando avancemos en la oscuridad. Tal vez suceda algo malo. Probablemente será un poco de ambos, pero Dios puede tocar todas esas piedras. Si tomamos nuestra decisión y la ofrecemos al Señor, Él puede convertir todas nuestras piedras en luz. Él puede darnos oportunidades de hacer el bien, establecer relaciones, encontrar fe, cambiar y crecer, incluso con las piedras más pedregosas que le ofrezcamos.
Como maestra, he pasado mucho tiempo planeando lecciones cuidadosamente. Planteo metas de aprendizaje y luego creo asignaciones, actividades y preguntas de análisis con el objetivo de alcanzar esas metas. Trato de anticiparme al pensamiento de los estudiantes y descubrir cómo responder a sus preguntas. Pero mis mejores lecciones son a menudo aquellas que invitan un elemento de incertidumbre, lecciones en las que yo no sé exactamente lo que los alumnos dirán o cómo abordarán un problema en particular, y ellos tampoco. Y las lecciones verdaderamente trascendentales —después de las cuales llego a casa y no puedo parar de contarle a mi esposo las cosas asombrosas que sucedieron en clase— son siempre aquellas en las que sucedió algo que yo no habría podido predecir o planificar. Es en la cúspide de la incertidumbre donde ocurre la verdadera magia. Como el Maestro de maestros, Dios definitivamente permite esa incertidumbre en Sus planes de lecciones para nuestra vida. Y es cuando dejamos de lado nuestra necesidad de saber y estar seguros que Dios puede entrar en nuestras vidas en Su amplitud y obrar verdaderos milagros.
Hace unas semanas, mi esposo y yo viajamos a Boston. Hay muchas iglesias hermosas y antiguas en Boston, y el domingo por la mañana decidimos aprovechar la oportunidad y asistir a un servicio religioso en la iglesia Old South Church en el centro de la ciudad.
El servicio, los rituales y la música me resultaron desconocidos. Experimentar algo más allá de lo familiar me ayudó a prestar un tipo de atención diferente a la que suelo prestar los domingos en mis cómodas y típicas experiencias de la Iglesia. Un himno me impresionó particularmente por su similitud con los salmos. Comienza con una expresión de incertidumbre: “Oh Dios, Dios mío, oh Dios misericordioso, ¿por qué pareces estar tan lejos de mí?”11 Y mientras cantábamos las cuatro estrofas, me encontré esperando un punto de inflexión que nunca llegó, esperando que el himno concluyera con algo así como: “Dios, tal vez te sientas lejos de mí, pero sé que estás allí”. En cambio, cada estrofa continuaba con su cuestionamiento. ¿Por qué hay dolor y sufrimiento en el mundo? ¿Está Dios ahí y le importa lo que pasa? No hubo resolución, solo preguntas, y durante días no pude dejar de pensar en el himno.
A pesar de todos los pasajes de las Escrituras y las conversaciones que existen sobre la certeza y el conocimiento, podemos pasar por alto el misterio y la maravilla que se encuentran en los bordes de nuestra certeza, los momentos en los que no sabemos. Nefi confesó: “Sé que [Dios] ama a sus hijos; sin embargo, no sé el significado de todas las cosas”12. En Alma se nos recuerda que “la fe no es tener un conocimiento perfecto de las cosas”13 y que “hay muchos misterios que permanecen ocultos, que nadie los conoce sino Dios mismo”14. Jacob expresó este asombro ante el misterio de Dios:
¡He aquí, grandes y maravillosas son las obras del Señor! ¡Cuán inescrutables son las profundidades de sus misterios; y es imposible que el hombre descubra todos sus caminos!15.
Para mí, el no poder comprender completamente a Dios y, sin embargo, poder sentir en mi propia incomprensión que conozco el infinito amor de Dios por mí es un misterio hermoso. No siempre me siento cómoda ante la incertidumbre, pero ahora reconozco que la certeza puede ser una limitación. Cuando somos capaces de hacer espacio para la incertidumbre en nuestras vidas y para la posibilidad de que existan cosas más allá de nuestra comprensión, podemos acercarnos a nuestro Dios, que nos conoce íntimamente, incluso si nuestra condición humana nos impide conocerlo plenamente a Él. Como expresó Pablo tan maravillosamente: “Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido”16.
En esta vida conocemos solo en parte y, de hecho, entre más aprendo, más me doy cuenta de cuánto no sé. Pero también creo que Dios nos conoce completamente y que en nuestra incertidumbre podemos aceptar el amor de Dios por nosotros como algo cierto y constante. Tal vez no sepamos cómo convertirá Dios nuestras piedras en luz, pero podemos tener la esperanza de que sí convertirá nuestras piedras en luz.
Digo estas cosas en el nombre de Jesucristo. Amén.
© Brigham Young University. Todos los derechos reservados.
1. Véase 1 Corintios 12:8–10.
2. Véase Jad Abumrad, Robert Krulwich y Tim Howard, “Why Isn’t the Sky Blue?”, Radiolab, 21 de mayo de 2012, producido por Tim Howard y WNYC Studios, 14:23–17:10, wnycstudios.org/story/211213-sky-isn’t-blue.
3. Euclides, Elementos (c. 300 a. C.); citado en Victor J. Katz, A History of Mathematics: An Introduction, 3ra.ed. (Boston: Addison-Wesley, 2009), pág. 53.
4. Giovanni Girolamo Saccheri, Euclid Freed of Every Flaw (1733); citado en Katz, History of Mathematics,pág. 693.
5. Alma 32:21.
6. Éter 2:22.
7. Véase Éter 2:23.
8. Véase Éter 2:25.
9. Éter 3:2.
10. Véase Éter 3:6; véase también Éter 6:2–3.
11. John Bell, “O God, My God”, himno de la comunidad de Iona, 1988, en Arthur G. Clyde, ed., The New Century Hymnal (Cleveland: Pilgrim Press, 1995), núm. 515.
12. 1 Nefi 11:17.
13. Alma 32:21.
14. Alma 40:3.
15. Jacob 4:8.
16. 1 Corintios 13:12.
Amy Tanner, Coordinadora de Licenciatura del Departamento de Educación Matemática de BYU, pronunció este discurso devocional el 9 de julio de 2019.