Si queremos vencer el problema del desprecio, vamos a necesitar algo más radical que la civilidad, algo que hable del verdadero deseo de nuestros corazones. Necesitamos amor.
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Presidente Worthen, distinguidos invitados, padres, amigos y miembros de la clase de la Universidad Brigham Young de 2019: Felicitaciones por este día tan importante, y gracias por este increíble honor. Con este título honorífico, me enorgullece decir que finalmente soy un verdadero miembro de la comunidad de BYU.
Tengo que confesar que, hasta este momento, solo me he hecho pasar por un miembro de la comunidad de BYU. Sé que suena mal, así que permítanme explicar. Hace varios años vine a este hermoso lugar, a BYU, para dar una conferencia. Mis maravillosos anfitriones me enviaron a casa con muchos recuerdos de BYU: camisetas, tazas, entre otros; ustedes son buenos en hacer publicidad.
Un regalo particularmente agradable que recibí ese día fue un maletín que tenía el logotipo de BYU estampado en la parte delantera. La verdad es que necesitaba un maletín nuevo, pero dudaba si usarlo o no por el logotipo. Se sentía un poco raro, como publicidad engañosa. Verán, no soy parte de la facultad de BYU ni soy miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días; soy católico.
Alguien me dijo, por cierto, que soy su católico favorito, pero me imagino que eso les dicen a todos los católicos.
Cuando expresé mi indecisión acerca de usarlo, mi esposa, Esther, dijo: “Eso es ridículo, usa el maletín. ¡Es hermoso!”.
Así que lo preparé y lo llevé conmigo. Viajo constantemente y me encuentro en aeropuertos a menudo. La cosa es esta: noté que la gente miraba mi maletín y luego me miraba. Extrañados, su mirada parecía decir, “Nunca había visto a un viejo hipster mormón” (¡Me disculpo, Santo de los Últimos Días!). Eso me pareció algo entretenido, pero aquí está la parte graciosa: Me di cuenta de que estaba cambiando mi comportamiento. Estaba actuando con más amor y amabilidad de lo habitual. La gente miraba mi maletín, y yo quería ayudarles con su equipaje, cederles mi lugar en la fila y ese tipo de cosas. ¿Por qué? Porque inconscientemente estaba tratando de vivir a la altura de los altos estándares de bondad de su iglesia y su universidad. Por lo menos, estaba tratando de no dañar su bien merecida reputación.
¿Y saben qué más? Incluso dejé de llevar vasos de café conmigo. Miren, me encanta el café, ¡pero no quería que la gente pensara que un miembro de su iglesia era un hipócrita! Tenía una fantasía paranoica de que un hombre le dijera a su esposa: “Vi a un mormón en el aeropuerto de O’Hare ordenando un latte extra grande en Starbucks; sabía que eran unos hipócritas”. Yo no quería eso.
¿Y saben qué pasó? Ese maletín me hizo una persona más feliz, una persona más amorosa, y me volví la persona que quería ser. ¿Por qué? Porque estaba tratando de ser como ustedes. Entonces, ¿cuál es la moraleja? No es que sus maletines con logotipo de BYU tengan propiedades mágicas. Como miembros de esta comunidad, la conducta de sus vidas es su testimonio más grande al mundo. Nuestra nación y nuestro mundo los necesitan junto con su testimonio, hoy más que nunca.
Si prestan atención a la política, la televisión o las redes sociales, ¿qué es lo que ven hoy? Ven recriminación, reproche, insultos y sarcasmo. Ven líderes de alto rango de nuestro país que intimidan y reprenden a aquellos con quienes están en desacuerdo. Ven familias destrozadas por desacuerdos políticos. Ven opositores políticos que se tratan unos a otros como enemigos.
La gente a menudo caracteriza la situación actual en Estados Unidos como de ira, ojalá esto fuera cierto. La ira es una emoción que ocurre cuando queremos cambiar el comportamiento de alguien y creemos que podemos hacerlo. Según investigaciones sobre la ira, aunque ésta suele percibirse como una emoción negativa, tiene un propósito social y no busca alejar a los demás. Más bien, pretende eliminar elementos problemáticos de una relación y volver a unir a las personas. Me crean o no, no hay evidencia de que, en un matrimonio, la ira se correlacione con la separación o el divorcio.
Desde hace veintiocho años estoy casado con una española. El secreto del éxito de mis décadas de matrimonio es la falta de correlación entre la ira y el divorcio.
El problema no es la ira, es el desprecio. En palabras del filósofo del siglo XIX Arthur Schopenhauer, el desprecio “es la convicción inmaculada de la inutilidad de otro”1. El poder destructivo del desprecio está bien documentado en el trabajo del famoso psicólogo social y experto en relaciones John M. Gottman, profesor emérito de la Universidad de Washington en Seattle. En el transcurso de su trabajo, Gottman ha estudiado miles de parejas casadas. Él ha explicado que las mayores señales de advertencia para el divorcio son los indicios de desprecio. Éstos incluyen el sarcasmo, la burla, el humor hostil y, lo peor de todo, el torcer los ojos2.
Tengo hijos adolescentes. Me tuercen los ojos a menudo. Pero si le tuercen los ojos a alguien a quien aman, ¡pobre de ustedes! Ese pequeño gesto le dice, en efecto, “No vales nada” a la única persona —su cónyuge— a quien deberían amar más que a cualquier otra. ¿Quieren ver si una pareja terminará en un proceso de divorcio? Obsérvenlos debatir temas polémicos y vean si alguno de lo dos tuerce los ojos.
Y así como el desprecio arruina un matrimonio, puede destrozar un país. Estados Unidos está desarrollando una “cultura de desprecio”: el hábito de ver a las personas que no están de acuerdo con nosotros no simplemente como incorrectas o mal informadas, sino como inútiles.
Esto está causando un daño increíble en nuestro país. Uno de cada seis estadounidenses ha dejado de hablar de política con amigos cercanos y familiares desde las elecciones de 2016. Millones están organizando sus vidas sociales y seleccionando sus noticias e información para evitar escuchar puntos de vista que difieren de los suyos. La polarización ideológica ha alcanzado niveles que no se habían visto desde la Guerra Civil Estadounidense.
Escuchen las palabras del presidente de la Iglesia Russell M. Nelson: “El odio entre hermanos y vecinos ha llegado en la actualidad a reducir ciudades sagradas a urbes de dolor”3. Él dijo esto en 2002. Hoy es aún más cierto, ¿no es así?
Y esto está perjudicando más que solo a nuestra nación. Recuerden que Estados Unidos es un faro de esperanza para el resto del mundo. Somos un ejemplo del capitalismo democrático que ha sacado a dos mil millones de nuestros hermanos y hermanas de la pobreza extrema solo en los últimos cincuenta años. Esta es una nación que los atrajo a ustedes o a sus antepasados con la promesa de igualdad de oportunidades, libertad religiosa y una buena vida para ustedes y sus familias. A medida que Estados Unidos se desintegra, nos volvemos incapaces de cumplir con el plan —el plan sagrado— de nuestra nación, que es iluminar al resto del mundo.
Entonces, ¿qué necesitamos? Algunos dicen que tenemos que estar más de acuerdo, pero eso es un error. El desacuerdo es bueno, porque la competencia es buena. Nos hace ingeniosos y fuertes, ya sea en el deporte, en la política, en la economía o en el mundo de las ideas. No necesitamos tener menos desacuerdos; necesitamos tener mejores desacuerdos. Otras personas dicen que necesitamos más civilidad. Pero eso también es un error, porque la civilidad es un estándar definitivamente bajo para nosotros como estadounidenses. Imaginen que les dijera que mi esposa, Esther, y yo “mantenemos la civilidad entre nosotros”. ¡Ustedes dirían que necesitamos un poco de terapia!
Si queremos vencer el problema del desprecio, vamos a necesitar algo más radical que la civilidad, algo que hable del verdadero deseo de nuestros corazones. Necesitamos amor, el cual Santo Tomás de Aquino definió como “querer el bien del otro”4. Necesitamos una nueva generación lista para modelar vidas de amor en medio de una cultura de desprecio. Necesitamos jóvenes que puedan vivir en la cultura actual las palabras de Helamán:
Y ocurrió que fueron, y ejercieron su ministerio entre el pueblo. . . .
Y cuantos se convencieron dejaron sus armas de guerra, así como su odio y las tradiciones de sus padres. [Helaman 5:50–51]
Él se refería a ustedes. No se equivoquen, esto no es fácil de hacer; requiere personas que no huyan del problema, que no tengan miedo de infiltrarse en la cultura del desprecio y que sean capaces de modelar un mejor conjunto de valores. Esto requiere la agilidad para estar en la cultura, pero no ser parte de ella. Cuando piensan en ello, es como la obra misional, ¿no es así? Los misioneros tienen la formación y la experiencia para participar en la sociedad sin dejarse arrastrar por sus tendencias nocivas. Tienen el coraje y la fortaleza necesarios para encarar la oposición y salir adelante con la alegría que nace de compartir la verdad.
Solo por curiosidad, ¿conocen a alguien con experiencias misionales? Bueno, ¿saben qué? Es hora de volver a usar esas experiencias de una manera completamente nueva, a partir de hoy.
Cerca de mi casa hay un centro de retiro católico donde mi esposa y yo enseñamos clases de preparación matrimonial para parejas comprometidas. En la capilla hay un letrero colgado en la puerta, no la puerta de la entrada sino la que da al estacionamiento. Está escrito para que la gente lo mire al salir y dice: “Ahora están ingresando a territorio misional”. El mensaje es sencillo, pero muy profundo. Están aquí porque han encontrado lo que es bueno y verdadero, pero van a salir donde la gente aún no ha encontrado lo que ustedes han descubierto. Tienen el privilegio de compartirlo, con alegría y confianza.
Ese debería ser un mensaje para ustedes que quieren hacer que Estados Unidos y el mundo sean mejores. Ustedes saben lo que nuestro mundo necesita: más amor, menos desprecio. Ustedes tienen las habilidades y la capacitación para hacer esto una realidad. La mayoría de ustedes han sido criados toda su vida con los valores que yo, mágicamente, obtuve de mi maletín de BYU por unos minutos. Ustedes han recibido una educación a través del trabajo duro en una de las mejores universidades del mundo. Ustedes se han preparado toda su vida para entrar al mundo y mejorarlo. Esta universidad tiene un lema no oficial: “Entren para aprender; salgan para servir”. Pueden vivir a la altura de ese lema, comenzando hoy; al santificar su aprendizaje y trabajo cotidiano elevando y uniendo a nuestra gran nación.
Así que damas y caballeros de la clase BYU de 2019, ruego que nuestro Padre Celestial bendiga al mundo abundantemente a través de ustedes. Felicitaciones por este logro. Y no lo olviden, ahora están reingresando a territorio misional.
Que Dios les bendiga. Que Dios bendiga a Estados Unidos. Muchas gracias.
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- Arthur Schopenhauer, “On Psychology,” Essays and Aphorisms, trans. R. J. Hollingdale (Londres: Riverhead Books, 2004), 170.
- See John M. Gottman and Nan Silver, The Seven Principles for Making Marriage Work: A Practical Guide from the Country’s Foremost Relationship Expert (New York: Harmony Books, 2015), 34.
- Russell M. Nelson, «Bienaventurados los pacificadores», Liahona, noviembre de 2002, pág. 41.
- Véase Santo Tomás de Aquino, respuesta a la pregunta 59, Artículo 4, “Whether Whoever Does an Injustice Sins Mortally?” (“¿Quien hace una injusticia peca mortalmente?”) en la Segunda Parte de la Segunda Parte, Summa Theologica (1273): “La caridad, que nos mueve a querer el bien del otro”. Véase también Arthur C. Brooks, Love Your Enemies: How Decent People Can Save America from the Culture of Contempt (New York: Broadside Books, 2019), 13; véase también 219, pie de página 10.
Arthur C. Brooks—autor de bestsellers, científico social y presidente de American Enterprise Institute—recibió un doctorado honorífico cuando este discurso de graduación de BYU fue dado el 25 de abril de 2019.