Devocional

Su gracia es suficiente

de la mesa directiva general de la Escuela Dominical

12 de julio de 2011

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La gracia no se logra en algún momento del futuro. Se recibe justo aquí y justo ahora. No es un toque final; es el toque del consumador.

Tenemos la intención de modificar la traducción cuando sea necesario. Si tiene alguna sugerencia, escríbanos a speeches.spa@byu.edu

Estoy agradecido de estar aquí con mi esposa, Debi, y mis dos hijos menores —que actualmente asisten a BYU— y varios otros miembros de la familia que han venido a estar con nosotros.

Es un honor ser invitado para hablarles hoy. Hace varios años recibí una invitación para hablar en la Conferencia de Mujeres de BYU. Cuando se lo dije a mi esposa, me preguntó: «¿De qué te han pedido hablar?».

Me emocioné tanto que me enredé en mis palabras y dije: «Quieren que hable de cómo transformar las fortalezas en debilidades».

Debi pensó por un momento y dijo: «¡Bueno, tienen al hombre indicado para el trabajo!».

Ella tiene razón al respecto. Podría dar un discursote sobre ese tema, pero creo que hoy sería mejor volver al tema original y hablar sobre cómo transformar las debilidades en fortalezas y cómo la gracia de Jesucristo es suficiente (véase Éter 12:27D. y C. 17:82 Corintios 12:9), suficiente para cubrirnos, suficiente para transformarnos, y suficiente para ayudarnos todo el tiempo que dure ese proceso de transformación.

Primero: La gracia de Cristo es suficiente para cubrirnos

Una vez, una alumna de BYU se me acercó y me preguntó si podíamos hablar. Le dije: «Por supuesto. ¿En qué te puedo ayudar?»

«Simplemente, no entiendo la gracia», ella me dijo.

«¿Qué es lo que no entiendes?», le respondí.

Ella dijo: «Sé que tengo que hacer lo mejor que pueda y entonces Jesús hace el resto; pero ni siquiera logro hacer lo mejor que puedo».

Entonces procedió a contarme todas las cosas que debería estar haciendo porque es miembro de la Igleasia, que no estaba haciendo.

Ella continuó: «Sé que tengo que hacer mi parte y entonces Jesús compensa la diferencia y llena la brecha que hay entre mi parte y la perfección. Pero, ¿quién llena la brecha que hay entre donde estoy ahora y mi parte?».

Entonces procedió a contarme todas las cosas que no debería estar haciendo porque es miembro de la Iglesia, pero de todos modos las estaba haciendo.

Finalmente dije: «Jesús no compensa la diferencia. Jesús marca toda la diferencia. La gracia no consiste en llenar espacios vacíos. Se trata de llenarnos a nosotros».

Al ver que todavía estaba confundida, tomé una hoja de papel y dibujé dos puntos: uno en la parte de arriba para representar a Dios y otro en la parte de abajo para representarnos a nosotros. Entonces le dije: «Adelante. Dibuja la línea. ¿Cuánto es nuestra parte? ¿Cuánto es la parte de Cristo?».

Se dirigió directamente al centro de la página y comenzó a trazar una línea. Luego, teniendo en cuenta lo que habíamos estado hablando, ella miró a la parte inferior de la página y dibujó una línea justo arriba del punto inferior.

Le dije: «Incorrecto».

Ella dijo: «Sabía que era más alto. Debería solo haberla dibujado, porque lo sabía».

Le dije: «No. La verdad es que no hay línea. Jesús llenó todo el espacio. Él pagó nuestra deuda en su totalidad. No pagó por todo salvo unas monedas. Él lo pagó todo. Está consumado».

Ella dijo sarcásticamente: «¡Oh sí, claro! ¿O sea, no tengo que hacer nada?».

«Oh no», le dije, «tienes muchas cosas que hacer, pero no son para llenar esa brecha. Todos resucitaremos. Todos regresaremos a la presencia de Dios. Lo que queda por determinar según nuestra obediencia es el tipo de cuerpo con el que planeamos resucitar y cuán cómodos planeamos estar en la presencia de Dios y cuánto tiempo planeamos permanecer allí».

Cristo nos pide que demostremos fe en Él, que nos arrepintamos, que hagamos convenios y los guardemos, que recibamos el Espíritu Santo y que perseveremos hasta el fin. Al obedecer, no estamos pagando las exigencias de la justicia, ni siquiera la más mínima parte. Más bien, estamos demostrando agradecimiento por lo que hizo Jesucristo al utilizar Su sacrificio para vivir una vida como la Suya. La justicia requiere perfección inmediata o un castigo cuando no cumplimos. Debido a que Jesús asumió ese castigo; eventualmente, Él nos puede brindar la oportunidad de lograr la perfección final (véase Mateo 5:483 Nefi 12:48) y ayudarnos a alcanzar esa meta. Él puede perdonar lo que la justicia nunca podría, y ahora puede exigirnos Su propia serie de requisitos (véase 2 Nefi 2:73 Nefi 9:20).

«¿Entonces, cuál es la diferencia?», preguntó la alumna. «Ya sea que nuestros esfuerzos sean requeridos por la justicia o por Jesús, todavía son requeridos».

«Es cierto», dije, «pero se requieren para un propósito diferente. Cumplir con los requisitos de Cristo es como pagar un préstamo hipotecario en vez de un alquiler o como hacer depósitos en una cuenta de ahorros en vez de pagar una deuda. Todavía tienes que entregarlo cada mes, pero es por una razón totalmente diferente».

Segundo: La gracia de Cristo es suficiente para transformarnos

El acuerdo que hace Cristo con nosotros es similar al de una mamá que procura lecciones de música para su hijo. La mamá le paga al maestro de piano. ¿Cuántos saben de lo que hablo? Debido a que la mamá paga la deuda por completo, puede pedirle algo a cambio al hijo. ¿Y eso qué es? ¡Que practique! ¿Paga el niño al maestro de piano al practicar? No. ¿Devuelve el niño a su mamá el dinero que le pagó al maestro de piano al practicar? No. El practicar es la forma en que el niño demuestra agradecimiento por el increíble regalo de su mamá. Es la manera en que aprovecha la increíble oportunidad que le está dando su mamá de vivir su vida a un nivel más elevado. El gozo de la mamá no se encuentra en que se le devuelva el dinero, sino en ver que su regalo se usa: ver a su hijo mejorar. Así que ella sigue pidiendo que practique, practique, y practique.

Si el niño considera que el requisito de la mamá de practicar es demasiado excesivo («Pero, mamá, ¿por qué necesito practicar? ¡Ninguno de los otros niños tienen que practicar! ¡De todos modos voy a ser un jugador de béisbol profesional!»), quizás sea porque aún no ve con los ojos de su mamá. No ve lo mucho mejor que podría ser su vida si decidiera vivir en un plano más alto.

Del mismo modo, debido a que Jesús ha pagado a la justicia, ahora puede dirigirse a nosotros y decir: «Venid en pos de mí» (Mateo 4:19), «… guardad mis mandamientos» (Juan 14:15). Si consideramos que Sus requisitos nos exigen demasiado («Ay, ¡ninguno de los otros cristianos tiene que pagar el diezmo! ¡Ninguno de los otros cristianos tiene que ir a la misión, servir en llamamientos y hacer la obra del templo!»), quizás sea porque todavía no vemos a través de los ojos de Cristo. Todavía no hemos comprendido lo que Él está tratando de hacer de nosotros.

El élder Bruce C. Hafen ha escrito: «El gran Mediador nos pide que nos arrepintamos no porque debamos ‘pagarle’ por haber pagado nuestra deuda con la justicia, sino porque el arrepentimiento inicia un proceso de desarrollo que, con la ayuda del Salvador, nos lleva por el camino hacia un carácter santo» (The Broken Heart[Salt Lake City: Deseret Book, 1989], pág. 149; cursiva en original).

El élder Dallin H. Oaks ha dicho, refiriéndose a la explicación del presidente Spencer W. Kimball: «El pecador que se arrepiente debe sufrir por sus pecados, pero ese sufrimiento tiene un propósito distinto al de ser un castigo o un pago. Su propósito es el cambio» (The Lord’s Way, [Salt Lake City: Deseret Book, 1991], pág. 223; cursiva en el original). Apliquemos eso a nuestra analogía: El niño debe practicar el piano, pero esta práctica tiene un propósito distinto que el de ser un castigo o un pago. Su propósito es el cambio.

Tengo amigos cristianos renacidos que me dicen: «Ustedes, los miembros de la Iglesia, están tratando de ganarse el camino al cielo».

Yo les digo, «No, no nos estamos ganando el cielo. Estamos estudiando para el cielo. Nos estamos preparando para ello (véase D. y C. 78:7). Estamos practicando para ello.»

Me preguntan: «¿Has sido salvo por la gracia?».

Yo respondo: «Si. ¡Absolutamente, totalmente, completamente, afortunadamente, sí!».

Luego les hago una pregunta que tal vez no hayan considerado plenamente: «¿Han sido cambiados por la gracia?» Están tan entusiasmados por ser salvos que tal vez no están pensando lo suficiente en lo que viene después. Están tan felices de que la deuda se ha pagado, que tal vez no hayan considerado por qué existió la deuda en primer lugar. Los Santos de los Últimos Días saben no solo de qué nos ha salvado Jesús, sino también para qué nos ha salvado. Como dice mi amigo Brett Sanders: «Con el tiempo, una vida afectada por la gracia comienza a parecerse a la vida de Cristo». Como dice mi amigo Omar Canals: «Aunque muchos cristianos consideran el sufrimiento de Cristo como solo un gran favor que Él hizo por nosotros, los Santos de los Últimos Días también lo reconocen como una enorme inversión que hizo en nosotros». Como lo dice Moroni, la gracia no se trata solo de ser salvos. También se trata de llegar a ser como el Salvador (véase Moroni 7:48).

El milagro de la Expiación no es solo que podemos vivir después de morir, sino que podemos vivir más abundantemente (véase Juan 10:10). El milagro de la Expiación no es solo que podemos ser purificados y consolados, sino que podemos ser transformados (véase Romanos 8). Las Escrituras dejan en claro que nada impuro puede morar con Dios (véase Alma 40:26), pero, hermanos y hermanas, nada que permanezca sin cambiar realmente querrá hacerlo.

Conozco a un joven que nuevamente acaba de salir de la cárcel. Cada vez que dos caminos bifurcan en un bosque amarillo, él siempre toma el camino incorrecto. Cuando era un adolescente que lidiaba con cada mal hábito que un adolescente puede tener, le dije a su padre: «Tenemos que llevarlo a una conferencia para la juventud». He trabajado con esos programas desde 1985. Sé el bien que pueden hacer.

Su papá dijo: «No tengo lo suficiente para pagar eso».

Le dije: «Yo tampoco, pero tú aporta un poco y yo aportaré otro poco, y luego acudiremos a mi mamá, porque ella es un amor y nos dará el resto».

Finalmente logramos que el chico fuera, pero ¿cuánto tiempo creen que duró? Ni siquiera un día. Al final del primer día, llamó a su madre y dijo: «¡Sácame de aquí!». El cielo no será el cielo para aquellos que no hayan escogido ser celestiales.

En el pasado tenía en mi mente una imagen de cómo sería el juicio final, y fue algo así: Jesús de pie con una tablilla sujetapapeles y Brad al otro lado del salón mirando nerviosamente a Jesús.

Jesús revisa Su tablilla y dice: «Ay, qué lástima Brad. Te lo perdiste por dos puntos».

Brad le ruega a Jesús: «¡Por favor, revisa la pregunta del ensayo una vez más! ¡Tienen que haber dos puntos que puedas sacar de ese ensayo!»; así es como siempre lo vi.

Pero cuanto más años tengo y cuanto más entiendo este maravilloso plan de redención, más me doy cuenta de que, en el juicio final, no será el pecador impenitente suplicando a Jesús: «Déjame quedarme». No, la persona probablemente dirá: «¡Sácame de aquí!». Conociendo el carácter de Cristo, creo que si alguien estará rogando en esa ocasión, probablemente sería Jesús rogando al pecador impenitente: «Por favor, elige quedarte. Por favor, utiliza mi Expiación, no solo para ser purificado, sino para ser transformado para que quieras quedarte».

El milagro de la Expiación no es simplemente que podemos volver a nuestro hogar, sino que, milagrosamente, podemos sentirnos en casa allí. Si Cristo no requiriera la fe y el arrepentimiento, entonces no habría un deseo de cambiar. Piensen en sus amigos y familiares que han elegido vivir sin fe y sin el arrepentimiento. Ellos no quieren cambiar; ellos no están tratando de abandonar el pecado y sentirse cómodos con Dios. Más bien, están tratando de abandonar a Dios y sentirse cómodos con el pecado. Si Jesús no requiriera convenios ni otorgara el don del Espíritu Santo, entonces no habría manera de cambiar. Nos quedaríamos para siempre con sólo la voluntad propia, sin acceso a Su poder. Si Jesús no requiriera perseverancia hasta el fin, entonces no habría un cambio interno al pasar el tiempo. Serían para siempre superficiales y cosméticos en lugar de tener un efecto profundo y llegar a ser parte de nosotros, parte de quiénes somos. En pocas palabras, si Jesús no requiriera práctica, entonces nunca llegaríamos a ser pianistas.

Tercero: La gracia de Cristo es suficiente para ayudarnos

«Pero hermano Wilcox, ¿no se da cuenta de lo difícil que es practicar? Yo no toco bien el piano. Toco muchas notas equivocadas. Me demoro una eternidad en hacerlo bien». Espera un momento, ¿no es todo eso parte del proceso de aprendizaje? Cuando un joven pianista toca una nota equivocada, no decimos que no es digno de seguir practicando; no esperamos que sea perfecto, sólo esperamos que siga intentando. Puede que la perfección sea su meta final, pero por ahora nos alegra que progrese en la dirección correcta. ¿Por qué es tan fácil ver esta perspectiva en el contexto de aprender a tocar el piano, pero tan difícil de ver en el contexto de aprender las cosas del cielo?

Demasiadas personas renuncian a la Iglesia porque están cansados de sentir constantemente que no logran lo que se espera de ellos. Lo han intentado en el pasado, pero siempre sienten que no son lo suficientemente buenos. No entienden la gracia.

Hay mujeres jóvenes que saben que son hijas de un Padre Celestial que las ama y ellas lo aman a Él. Luego se gradúan de la escuela secundaria y los valores que memorizaron se ponen a prueba; se equivocan. Dejan que las cosas vayan demasiado lejos, y de repente piensan que todo se ha acabado. Estas mujeres jóvenes no entienden la gracia.

Hay hombres jóvenes que toda su niñez cantaban: «Espero ser llamado a una misión», y entonces crecen unos centímetros y lo dejan completamente al lado. Obtienen sus medallas de Scout Águila, se gradúan de la escuela secundaria y se van a la universidad. Entonces, de repente, estos hombres jóvenes se dan cuenta de lo fácil que es no ser, como dicen los Boy Scouts, confiable, leal, servicial, amable, cortés, bondadoso, obediente, alegre, ahorrativo, valiente, sano o respetuoso. Se equivocan. Dicen: «Nunca lo volveré a hacer», y luego lo hacen. Dicen: «Nunca lo volveré a hacer», y luego lo hacen. Ellos dicen: «Esto es tonto. Jamás lo volveré a hacer». Y luego lo hacen. La culpa que sienten es casi insoportable. No se atreven a hablar con un obispo. En vez de ello, se esconden. Dicen: «No puedo hacer esto de ser miembro. Lo he intentado y las expectativas son demasiado altas». Así que se rinden. Estos hombres jóvenes no entienden la gracia.

Conozco a exmisioneros que regresan a casa y vuelven a caer en los malos hábitos que pensaban que habían superado. Quebrantan las promesas hechas ante Dios, ángeles y testigos, y están convencidos de que ya no hay esperanza para ellos. Ellos dicen: «Bueno, lo eché todo a perder. Ya no sirve de nada esforzarme más». ¿En serio? Estos jóvenes han pasado misiones enteras enseñando a las personas acerca de Jesucristo y Su expiación; ¿Y ahora piensan que no hay esperanza para ellos? Estos exmisioneros no entienden la gracia.

Conozco a jóvenes recién casados que, después de la ceremonia de sellamiento, descubren que el matrimonio requiere cambios. Las presiones de la vida aumentan y el estrés comienza a afectarlos económicamente, espiritualmente e incluso sexualmente. Se cometen errores. Se cierran. Y muy pronto estos esposos y esposas están hablando con abogados de divorcio en vez de hablar entre ellos. Estas parejas no entienden la gracia.

En todos estos casos nunca debería haber sólo dos opciones: la perfección o darse por vencido. Cuando se aprende a tocar el piano, ¿son las únicas opciones tocar en un teatro famoso o dejar de tocar? No. El progreso y el desarrollo toman tiempo; el aprendizaje toma tiempo. Cuando entendemos la gracia, entendemos que Dios es paciente, que el cambio es un proceso y que el arrepentimiento es un modelo a seguir en nuestra vida.  Cuando entendemos la gracia, entendemos que las bendiciones de la expiación de Cristo son continuas y que Su poder se perfecciona en nuestra debilidad (véase 2 Corintios 12:9). Cuando entendemos la gracia, podemos, como dice en Doctrina y Convenios, «[continuar] con paciencia hasta [perfeccionarnos]» (D. y C. 67:13).

Un hombre joven me escribió el siguiente correo electrónico: «Sé que Dios tiene todo poder, y sé que Él me ayudará si soy digno, pero nunca soy lo suficientemente digno para pedir Su ayuda. Quiero recibir la gracia de Cristo, pero siempre me encuentro estancado en la misma situación autodestructiva e imposible de resolver: sin obras, no hay gracia».

Le escribí y testifiqué de todo corazón que Cristo no está esperando en la línea de meta una vez que hayamos hecho todo «cuanto podamos» (2 Nefi 25:23). Él nos acompaña en cada paso del camino.

El élder Bruce C. Hafen ha escrito: «El don de la gracia del Salvador para nosotros no se limita necesariamente a ‘después’ de hacer cuanto podamos. Podemos recibir Su gracia antes, durante y después del tiempo en que ponemos nuestro propio esfuerzo» (The Broken Heart [Salt Lake City: Deseret Book, 1989, pág. 155). Así que la gracia no es un motor de refuerzo que funciona cuando nuestro suministro de combustible se agota; sino que es nuestra fuente de energía constante. No es la luz al final del túnel, sino la luz que nos lleva a través del túnel. La gracia no se logra en algún momento del futuro. Se recibe justo aquí y justo ahora. No es un toque consumador; es el toque del consumador (véase Hebreos 12:2).

En doce días celebraremos el día feriado en Utah del Día de los Pioneros. La primera compañía de santos entró al valle de Lago Salado el 24 de julio de 1847. Su viaje fue difícil y desafiante; aun así, cantaron:

Santos, venid, sin miedo, sin temor,

mas con gozo andad.

Aunque cruel jornada ésta es,

Dios nos da Su bondad.

[«¡Oh, está todo bien!», Himnos, 2002, nro. 17]

En inglés, la última frase de esta estrofa dice: «La gracia será como vuestro día»; qué frase tan interesante. Se ha cantado cientos de veces, pero ¿hemos parado para considerar qué significa? «La gracia será como vuestro día»; la gracia será como un día. Por muy oscuro que sea la noche, siempre podemos contar con la salida del sol. Por muy oscuros que parezcan nuestras pruebas, pecados y errores, siempre podemos confiar en la gracia de Jesucristo. ¿Podemos ganar un amanecer? No. ¿Tenemos que ser dignos de tener la oportunidad de comenzar de nuevo? No. Solo tenemos que aceptar esas bendiciones y aprovecharlas. Tan garantizado como cada nuevo día, la gracia —el poder habilitador de Jesucristo— es constante. Los fieles pioneros sabían que no estaban solos. La tarea que tenían por delante nunca fue más grande que el poder que los respaldaba.

Conclusión

La gracia de Cristo es suficiente; suficiente para saldar nuestra deuda, suficiente para transformarnos y suficiente para ayudarnos todo el tiempo que dure ese proceso de transformación. El Libro de Mormón nos enseña a confiar únicamente en «los méritos, y misericordia, y gracia del Santo Mesías» (2 Nefi 2:8). Al hacerlo, no descubrimos —como creen algunos cristianos— que Cristo no requiere nada de nosotros. Más bien, descubrimos la razón por la que Él requiere tanto y la fortaleza para hacer todo lo que Él pide (véase Filipenses 4:13). La gracia no es la ausencia de las grandes expectativas de Dios; la gracia es la presencia del poder de Dios (véase Lucas 1:37).

El élder Neal A. Maxwell dijo una vez lo siguiente:

Ahora quiero hablar. . . a los que se sienten azotados por la inseguridad falsa, quienes, aunque trabajan fielmente en el reino de Dios, tienen sentimientos recurrentes de que nunca logran lo que se espera de ellos. . . .

. . . Este sentimiento de insuficiencia es. . . normal. No hay manera de que la Iglesia pueda describir con exactitud a dónde debemos ir y lo que aún debemos hacer sin crear un sentimiento de inmensa distancia. . . .

. . . Este es un evangelio de grandes expectativas, pero la gracia de Dios es suficiente para cada uno de nosotros [CR, octubre de 1976, págs. 14, 16; «Notwithstanding My Weakness», Ensign, noviembre de 1976, págs. 12, 14].

Junto con el élder Maxwell, testifico que la gracia de Dios es suficiente. La gracia de Jesús es suficiente; es todo lo que necesitamos. Jóvenes, no se den por vencidos, sigan intentándolo. No busquen escapatorias ni excusas; busquen al Señor y Su fortaleza perfecta. No busquen a quien culpar; busquen a alguien que los ayude. Busquen a Cristo y, al hacerlo, les prometo que sentirán el poder habilitador que llamamos Su gracia sublime. Dejo este testimonio y todo mi amor, porque realmente los amo. A Dios pongo por testigo que amo a los jóvenes de esta Iglesia. Creo en ustedes. Los estoy apoyando. Y no soy el único. Sus padres los están apoyando, sus líderes los están apoyando y los profetas los están apoyando. Pero lo que más importa es que Jesucristo los está apoyando. Digo esto en el nombre de Jesucristo. Amén.

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Brad Wilcox

Brad Wilcox prestaba servicio como miembro de la Mesa Directiva General de la Escuela Dominical de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, así como profesor de BYU en el Departamento de Educación para Maestros de la Escuela de Educación David O. McKay cuando se dio este discurso el 12 de julio del 2011.