Devocional

«Danos hoy el pan nuestro de cada día»

del Cuórum de los Doce Apóstoles

9 de enero de 2011

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La invitación del Señor de buscar el pan de cada día de la mano de nuestro Padre Celestial es evidencia de un Dios amoroso, consciente aun de las pequeñas necesidades diarias de Sus hijos, y deseoso de ayudarlos, uno a uno.

Tenemos la intención de modificar la traducción cuando sea necesario. Si tiene alguna sugerencia, escríbanos a speeches.spa@byu.edu

Nosotros, los adultos mayores, tales como sus padres, líderes de la iglesia, profesores y amigos, a menudo les exhortamos a planear para el futuro. Los alentamos a seguir estudiando y capacitándose como preparación para el resto de sus vidas. Los instamos a establecer los cimientos para un matrimonio y una familia, y a actuar de acuerdo con esos planes. Les recomendamos que al tomar decisiones sobre lo que hacen hoy, tal como lo que ponen en internet, piensen en las posibles consecuencias de esas decisiones. Les aconsejamos a que piensen en la forma en que medirán el éxito en sus vidas y que luego establezcan los modelos y las prácticas que los conducirán a ese éxito.

Todo esto expresa un curso sabio y prudente en la vida, y en lo que digo esta noche, no minimizo en absoluto la importancia de pensar y planear con anticipación. La planeación y la preparación cuidadosa son clave para un futuro gratificante, pero no vivimos en el futuro, vivimos en el presente. Es día a día que elaboramos nuestros planes para el futuro; es día tras día que logramos nuestras metas. Es un día a la vez que criamos y cuidamos a nuestra familia. Es un día a la vez que superamos nuestras imperfecciones. Perseveramos con fe hasta el fin un día a la vez. Es la acumulación de muchos días bien vividos lo que resulta en una vida plena y una persona santa. Así que me gustaría hablarles de vivir bien día tras día.

Acuda a Dios para lo que se necesita cada día

En el Evangelio de Lucas se registra que uno de Sus discípulos le preguntó a Jesús: «Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos» (Lucas 11:1). Jesús entonces dio un modelo de la oración que se ha conocido como el Padre Nuestro. Lo mismo se encuentra en Mateo como parte del Sermón del Monte (véase Mateo 6:9–13).

En el Padre Nuestro está la petición: «Danos hoy el pan nuestro de cada día» (Mateo 6:11) o «El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy» (Lucas 11:3). Pienso que todos admitiríamos sin reparos que tenemos necesidades diarias en las que queremos la ayuda de nuestro Padre Celestial para solucionarlas. Para algunos, ciertos días, es literalmente el pan, es decir, el alimento necesario para mantenerse con vida ese día. También podría ser fuerza espiritual y física para enfrentar un día más con una enfermedad crónica o una lenta y dolorosa rehabilitación. En otros casos, puede tratarse de necesidades menos tangibles, como lo relacionado con las obligaciones o actividades propias de ese día: enseñar una lección o presentar un examen, por ejemplo.

Jesús nos enseña a nosotros, Sus discípulos, que debemos acudir a Dios cada día por el pan —la ayuda y el sustento— que necesitemos ese día en particular. Esto concuerda con el consejo de

orar siempre, y no desmayar; que nada debéis hacer ante el Señor, sin que primero oréis al Padre en el nombre de Cristo, para que él os consagre vuestra acción, a fin de que vuestra obra sea para el beneficio de vuestras almas [2 Nefi 32:9].

La invitación del Señor de buscar el pan de cada día de la mano de nuestro Padre Celestial es evidencia de un Dios amoroso, consciente aun de las pequeñas necesidades diarias de Sus hijos, y deseoso de ayudarlos, uno a uno. Él dice que podemos pedir con fe a ese Ser «quien da a todos abundantemente y sin reproche, y [nos] será [dado]» (Santiago 1:5). Eso, por supuesto, es sumamente reconfortante; pero aquí está en juego algo que es más importante que tan sólo la ayuda para salir adelante día a día. Al procurar y recibir diariamente el pan divino, aumenta nuestra fe y nuestra confianza en Dios y en Su Hijo.

Acudir diariamente a Dios por nuestras necesidades nutre la fe

Recordarán el gran éxodo de las tribus de Israel desde Egipto y los cuarenta años que pasaron en el desierto antes de entrar en su tierra prometida. Esa masiva hueste de más de un millón de personas tenía que ser alimentada. Sin duda, esa cantidad de personas en un lugar no podría subsistir por mucho tiempo solo de la caza de animales; y su estilo de vida seminómada no era propicio para sembrar ni criar ganado en cantidad suficiente. Jehová resolvió el problema brindando milagrosamente Su pan diario desde el cielo: el maná. Esa pequeña sustancia comestible que aparecía en el suelo cada mañana era algo bastante nuevo y desconocido. El nombre maná, de hecho, se derivó de palabras que significan «¿Qué es?». Por medio de Moisés, el Señor instruyó al pueblo a recoger a diario lo suficiente para ese día, salvo en la víspera del día de reposo, cuando debían recoger suficiente para dos días.

Al principio, a pesar de las instrucciones específicas de Moisés, algunos trataron de recoger más de lo que necesitaban para un día y guardar el resto:

Y les dijo Moisés: Ninguno deje nada de ello para mañana.

Mas ellos no obedecieron a Moisés, sino que algunos dejaron de ello para el otro día, y crió gusanos y hedió [Éxodo 16:19–20].

Sin embargo, como se prometió, cuando recogían el doble de la cantidad normal de maná en el sexto día, no se echaba a perder:

Y ellos lo guardaron hasta la mañana, según lo que Moisés había mandado, y no se pudrió ni hubo en él gusano.

Y dijo Moisés: Comedlo hoy; porque hoy es día de reposo para Jehová; hoy no lo hallaréis en el campo.

En los seis días lo recogeréis; pero el séptimo día es día de reposo, en el cual no se hallará [Éxodo 16:24–26].

Sin embargo, una vez más, algunos no podían creer sin ver, y fueron a buscar maná en el día de reposo.

Y Jehová dijo a Moisés: ¿Hasta cuándo rehusaréis guardar mis mandamientos y mis leyes?

Mirad que Jehová os dio el día de reposo, y por eso os da en el sexto día pan para dos días. Quédese, pues, cada uno en su lugar, y nadie salga de su lugar en el séptimo día [Éxodo 16:28–29].

Parece que incluso en la antigüedad, como en la actualidad, había algunas personas que no podían resistirse a ir de compras en el día de reposo.

Al brindar sustento diario, un día a la vez, Jehová estaba tratando de enseñar la fe a una nación que en un período de unos 400 años había perdido gran parte de la fe de sus padres; estaba enseñándoles a confiar en Él, a «[Mirar] hacia [Él] en todo pensamiento; no [dudar]; no [temer]» (D. y C. 6:36). Él proporcionaba lo suficiente para un día a la vez; salvo en el sexto día, no podían guardar maná para usarlo al día siguiente ni en los días sucesivos. En esencia, los hijos de Israel tuvieron que caminar con Él ese día y confiar en que Él les otorgaría una cantidad suficiente de alimentos para el próximo día al día siguiente y así sucesivamente. De esa forma, Él nunca estaría muy lejos de sus pensamientos ni de su corazón.

Debemos tener en cuenta que los 40 años de recibir el maná no fueron diseñados para convertirlos en un pueblo que no trabajara para su sostén. Una vez que las tribus de Israel estaban en condiciones de proveer para sí mismas, se les requirió hacerlo. Después de cruzar el río Jordán y estar preparados para comenzar su conquista de Canaán, comenzando en Jericó, las Escrituras registran lo siguiente:

Y al otro día de la Pascua comieron del fruto de la tierra [o sea, la cosecha del año anterior] …

Y el maná cesó al día siguiente, desde que comenzaron a comer del fruto de la tierra, y los hijos de Israel nunca más tuvieron maná, sino que comieron de los frutos de la tierra de Canaán aquel año [Josué 5:11–12].

Del mismo modo, al suplicar a Dios por nuestro pan de cada día —para recibir ayuda en el momento que no podamos proveer— debemos seguir siendo activos en hacer y proveer lo que sí esté a nuestro alcance.

Confiar en el Señor: las soluciones pueden llegar con el tiempo

Un tiempo antes de que se me llamara como Autoridad General, me enfrenté a una dificultad económica personal que duró varios años. No surgió como consecuencia de la mala acción o voluntad de nadie; solo fue una de esas cosas que a veces llegan a nuestra vida. La gravedad y la urgencia de la situación empeoraban y mejoraban, pero el desafío nunca desapareció completamente. En ocasiones, ese desafío llegó a amenazar el bienestar de mi familia y el mío, y pensé que iríamos a la ruina financiera. Oré para que alguna intervención milagrosa nos librara. Aunque ofrecí esa oración muchas veces con gran sinceridad y el más fervoroso deseo, al final la respuesta fue: «No». Finalmente aprendí a orar como lo hizo el Salvador: «Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lucas 22:42). Busqué la ayuda del Señor en cada pequeño paso del camino hacia una solución final.

Hubo momentos en que había agotado todos mis recursos, y no tenía a dónde ir ni a quién recurrir; momentos en que simplemente no había ningún otro ser humano al que pudiera acudir para ayudarme a enfrentar la crisis que tenía ante mí. Sin ningún otro recurso, más de una vez caí ante mi Padre Celestial rogando Su ayuda con lágrimas; y Él sí me ayudó. A veces no era más que una sensación de paz, un sentimiento de seguridad de que las cosas se resolverían. Tal vez no podía ver cómo o cuál sería el camino, pero Él hizo que yo supiera que directa o indirectamente Él abriría un camino. Las circunstancias podrían cambiar, una idea nueva y útil podría venirme a la mente, algunos ingresos u otros recursos imprevistos podrían aparecer en el momento justo. Sin saber cómo, habría una solución.

A pesar de que sufrí en ese entonces, ahora, al mirar hacia atrás, estoy agradecido de que no se me presentó una solución rápida al problema. El hecho de verme obligado a recurrir a la ayuda de Dios casi a diario durante un período de muchos años me enseñó realmente a orar y recibir respuestas a la oración; también me enseñó de una manera muy práctica a tener fe en Dios. Llegué a conocer a mi Salvador y a mi Padre Celestial de una forma y a tal grado que tal vez  no habría ocurrido de otra manera, o me hubiera llevado mucho más tiempo lograrlo. Aprendí que el pan de cada día es un bien muy preciado; que el maná de hoy en día puede ser tan real como el maná tangible del relato bíblico. Aprendí a confiar en el Señor con todo mi corazón. Aprendí a caminar con Él día a día.

Solucionar los grandes problemas con pequeños bocados diarios

Pedir a Dios nuestro pan de cada día, en lugar del pan semanal, mensual o anual, es también una manera de centrarse en las partes más pequeñas y manejables de un problema. Para resolver algo muy grande, quizás tengamos que tomarlo en pequeños bocados diarios. A veces, todo lo que podemos manejar es un día (o parte de un día) a la vez. Les daré un ejemplo que no se halla en las Escrituras.

Un libro que leí hace poco, titulado Lone Survivor, relata la trágica historia de un equipo de cuatro hombres de los U.S. Navy SEALs (un batallón de las fuerzas especiales de la marina de los Estados Unidos), en una misión encubierta en un sector remoto de Afganistán hace cinco años y medio. Cuando el equipo fue descubierto sin querer por unos pastores —dos hombres y un niño—, estos soldados de la Marina, especialmente capacitados, tuvieron la opción de matar a los tres o dejarlos ir, sabiendo que si los dejaban vivir, revelarían la ubicación del equipo y serían atacados inmediatamente por las fuerzas de Al Qaeda y los talibanes. Sin embargo, dejaron ir a los pastores inocentes, y en el tiroteo que siguió, solo el autor, Marcus Luttrell, sobrevivió contra más de cien atacantes.

En su libro, Luttrell relata la capacitación y la perseverancia extrema que se requiere para que uno forme parte de los U. S. Navy SEALs. En el grupo de capacitación de Luttrell, por ejemplo, de los 164 hombres que empezaron, solo 32 lograron completar el curso. Soportaron semanas de esfuerzo físico constante, dentro y fuera del agua fría del océano, nadando, remando y llevando botes inflables, corriendo en arena, haciendo cientos de flexiones al día, llevando troncos a través de pistas de obstáculos, etcétera. Se encontraban en un estado de agotamiento casi perpetuo.

Me impresionó algo que un oficial superior le dijo al grupo al comenzar la fase final y la más exigente de su capacitación. Él dijo:

Primero, no quiero que cedan ante la presión del momento. Cuando les duela mucho, sólo aguanten. Terminen el día. Luego, si todavía se sienten mal, piénsenlo bien antes de darse por vencidos. Segundo, tómenlo un día a la vez. Una [fase] a la vez.

«No se dejen llevar por sus pensamientos, no empiecen a planear a tirar la toalla porque les preocupa el futuro y cuánto pueden soportar. No piensen en el dolor que está por venir. Simplemente terminen el día, y les espera una carrera maravillosa»1.

Por lo general, es bueno tratar de anticipar lo que está por venir y prepararse para afrontarlo. En ocasiones, sin embargo, el consejo de este capitán es sabio: «Tómenlo un día a la vez. … No piensen en el dolor que está por venir. Solo terminen el día». Preocuparse por lo que viene o por lo que podría venir puede ser debilitante. Puede paralizarnos y hacer que nos rindamos.

En los años cincuenta, mi madre sobrevivió a una cirugía radical contra el cáncer; y aunque esto de por sí ya era bastante difícil, siguieron a la cirugía docenas de dolorosos tratamientos de radiación, en lo que ahora se considerarían condiciones médicas primitivas. Ella recuerda que su madre le enseñó algo en ese tiempo que la ha ayudado desde entonces:

Yo estaba tan enferma y débil, que le dije un día: «Oh madre, no puedo soportar 16 tratamientos más de esos».

Ella me preguntó: «¿Puedes ir hoy?».

«Sí».

«Bueno, cariño, eso es todo lo que tienes que hacer hoy».

Eso me ha ayudado muchas veces al recordar que debo tomar un día o una cosa a la vez.

El Espíritu puede guiarnos a saber cuándo hay que mirar hacia adelante y cuándo debemos ocuparnos solo de este día, de este momento. Si pedimos, el Señor nos hará saber por medio del Espíritu Santo cuándo puede ser apropiado que apliquemos en nuestra vida el mandamiento que Él les dio a Sus apóstoles de la antigüedad: «Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán por sus propias cosas. Basta el día para su propio mal» (3 Nefi 13:34; véase también Mateo 6:34).

El «pan de cada día» de Dios es necesario para alcanzar nuestro potencial

He sugerido que pedir y recibir el pan de cada día de la mano de Dios desempeña un papel vital para aprender a confiar en Dios y en sobrellevar los desafíos de la vida. También necesitamos una porción diaria de pan divino para llegar a ser lo que debemos llegar a ser. Arrepentirse, mejorar, y con el tiempo alcanzar «la medida de la estatura de la plenitud de Cristo» (Efesios 4:13), como lo expresó Pablo, es un proceso de paso a paso. Incorporar hábitos nuevos e íntegros a nuestro carácter o superar malos hábitos o adicciones, con frecuencia significa un esfuerzo hoy seguido de otro mañana, y luego otro, quizás por muchos días, incluso meses y años, hasta que se logre la victoria. Pero podemos hacerlo porque podemos apelar a Dios por nuestro pan de cada día, por la ayuda que necesitamos cada día.

Esta es la temporada de las metas de Año Nuevo, y me gustaría citar las palabras del presidente N. Eldon Tanner, quien anteriormente era consejero de la Primera Presidencia:

Al reflexionar en el valor de esforzarnos por ser mejores, propongámonos disciplinarnos a fin de seleccionar detenidamente las resoluciones que tomemos, de considerar el propósito que nos haya llevado a hacerlo y, por último, asegurarnos de que nos mantendremos firmes, sin permitir que ningún obstáculo se interponga. Al comenzar cada día, recordemos que es posible mantenernos fieles a un propósito solo por ese día. Al hacerlo, será cada vez más fácil hasta convertirse en un hábito2.

Hace poco más de un año, el élder David A. Bednar habló acerca de la constancia en sencillas  prácticas diarias tales como la oración familiar, el estudio de las Escrituras y las noches de hogar como actividades cruciales para edificar familias exitosas. El esfuerzo constante en pequeños pasos diarios es un principio clave para lograr cualquier gran obra, incluso el progreso en el sendero del discipulado. Como ejemplo, el élder Bednar comparó los actos diarios con las pinceladas individuales de una pintura que juntos, con el tiempo, producen una obra de arte. Él dijo:

En mi oficina tengo un hermoso cuadro de un campo de trigo. La pintura se compone de una vasta colección de pinceladas, ninguna de las cuales sería interesante o impresionante si estuviera aislada. De hecho, si uno se acerca al lienzo, todo lo que se aprecia es una masa de pinceladas de pintura amarilla, dorada y marrón que aparentemente no tienen relación ni atractivo alguno. Sin embargo, al alejarse gradualmente del cuadro, todas esas pinceladas se combinan, y juntas producen un magnífico paisaje de un campo de trigo. . . .

. . .  Así como las pinceladas amarillas, doradas y marrones se complementan entre sí y producen una obra maestra impresionante, de la misma manera nuestra constancia en acciones aparentemente pequeñas puede llevarnos a alcanzar resultados espirituales significativos. «Por tanto, no os canséis de hacer lo bueno, porque estáis poniendo los cimientos de una gran obra. Y de las cosas pequeñas proceden las grandes» (D. y C. 64:33)3.

El presidente Ezra Taft Benson, refiriéndose al arrepentimiento, dio este consejo:

En nuestros esfuerzos por asemejarnos más a [Cristo], debemos tener cuidado de no  desanimarnos ni perder la esperanza. El llegar a ser como Cristo es un proceso de toda la vida y, con frecuencia, requiere un progreso y un cambio lento, casi imperceptible. En las Escrituras encontramos ejemplos notables de hombres en cuya vida se produjeron cambios drásticos, en forma instantánea, como en los casos de Alma hijo; Pablo en el camino hacia Damasco; Enós, que oró hasta bien entrada la noche; el rey Lamoni. Estos ejemplos asombrosos acerca del poder de cambiar aun a grandes pecadores nos dan la seguridad de que los efectos del sacrificio expiatorio pueden alcanzar incluso a los que están sumidos en la más profunda desesperanza.

Pero debemos tener cuidado al analizar estos ejemplos extraordinarios, porque aunque son reales y poderosos, son la excepción más que la regla. Por cada Pablo, por cada Enós y por cada rey Lamoni, hay cientos y miles de hombres y mujeres cuyo proceso de arrepentimiento es mucho más sutil e imperceptible. Día a día se van acercando más al Señor, sin siquiera darse cuenta de que están forjándose una vida divina. Esas personas viven vidas tranquilas de bondad, servicio y determinación. . . .

No debemos perder la esperanza. La esperanza es un ancla para las almas de los hombres. Satanás quiere que nos despojemos de esa ancla. De esa manera, él puede provocar el desánimo y la rendición. Pero no debemos perder la esperanza. El Señor se complace en todos los esfuerzos, incluso en los más pequeños y cotidianos, en los que nos esforzamos a parecernos más a Él4.

Buscar la ayuda del Señor al servir a los demás

Recuerden que no solo debemos mirar hacia adentro cuando buscamos nuestra ración  diaria del pan divino. Si hemos de llegar a ser más como el Maestro, Aquel que «[no] vino para ser servido, sino para servir» (Marcos 10:45), procuraremos Su ayuda para servir a nuestro prójimo día tras día.

El presidente Thomas S. Monson vive este principio mejor que nadie a quien conozco. Siempre hay en su corazón una oración para que Dios revele las necesidades y los medios para que él ayude a quienes le rodean en cualquier día o momento del día. Un ejemplo de su tiempo como obispo ilustra el hecho de que a veces incluso un pequeño esfuerzo, con la obra del Espíritu, puede producir un fruto extraordinario. Cito de la biografía de Heidi Swinton del presidente Monson, Al rescate:

Una de las personas a quienes [el presidente Monson] extendió su ayuda fue Harold Gallacher. Su esposa e hijos eran activos en la iglesia, pero no Harold. Su hija Sharon le había pedido al obispo Monson si él podía «hacer algo» para que su padre volviera a la actividad. Como obispo, se sintió inspirado a visitar a Harold, y un caluroso día de verano llamó a su puerta, desde donde podía verlo sentado en una silla, fumando un cigarrillo y leyendo el periódico. «¿Quién llama?», preguntó Harold hoscamente, sin siquiera levantar la vista.

«Su obispo», respondió Tom. «He venido a presentarme y a invitarlo  a asistir con su familia a nuestras reuniones».

«No, estoy muy ocupado», fue la despectiva respuesta que le dio sin quitar la vista del periódico. Tom le agradeció el haberlo escuchado y se marchó. La familia se mudó sin que Harold jamás asistiera a los servicios.

Años después, un tal hermano Gallacher llamó por teléfono a la oficina del élder Thomas S. Monson para concertar una cita con él.

«Pregúntele si su nombre es Harold G. Gallacher», le pidió el élder Monson a su secretaria, «y si acaso vivía en la calle  Vissing y si tenía una hija llamada Sharon». Cuando la secretaria le hizo esas preguntas, Harold se sorprendió de que el élder Monson recordara tantos detalles. Cuando los dos se encontraron poco después, se abrazaron, y Harold le dijo: «He venido a disculparme por no levantarme de la silla para atenderlo aquel verano hace tantos años». El élder Monson le preguntó si era activo en la Iglesia, a lo que Harold respondió sonriendo: «Soy el segundo consejero del obispado. Su invitación de ir a la iglesia y mi respuesta negativa me angustiaron tanto que decidí hacer algo al respecto5.

Las decisiones diarias tienen consecuencias eternas

El pensar en nuestro pan de cada día nos mantiene al tanto de los detalles de nuestra vida, de la importancia de las cosas pequeñas que ocupan nuestros días. La experiencia enseña que en un matrimonio, por ejemplo, un flujo constante de bondad, ayuda y atención sencillas hace mucho más por mantener vivo el amor y nutrir la relación que un gesto ocasional grandioso o costoso. Eso no quiere decir, hermanos, ustedes que están casados, que su esposa no apreciaría algo nuevo y realmente agradable de vestir o de vez en cuando algún otro regalo que exprese, con un signo de exclamación, lo que sienten por ella (claro siempre y cuando este dentro de los parámetros de su tanto amado presupuesto estudiantil). Es que una expresión constante y diaria de afecto, tanto en palabras como en acciones, es mucho más significativa a largo plazo.

Del mismo modo, en las decisiones diarias podemos evitar que ciertas influencias insidiosas entren en nuestra vida y lleguen a ser parte de lo que somos. En una conversación informal que el élder Neal A. Maxwell y yo tuvimos hace algunos años con un líder del sacerdocio en un entorno de conferencia de estaca, observamos que uno puede evitar la mayoría de la pornografía y las imágenes pornográficas simplemente al tomar buenas decisiones. En su mayor parte, es simplemente una cuestión de autodisciplina no ir donde es probable que se encuentre pornografía, ya sea físicamente o en el ciberespacio. Sin embargo, reconocimos que debido a que es tan trágicamente generalizada, la pornografía podría agredir a una persona, metida en su propio mundo,  por sorpresa. «Sí», observó el élder Maxwell, «pero puede rechazarlo de inmediato. No tiene que invitarlo a entrar y ofrecerle una silla para sentarse. Al igual que con otras influencias y hábitos —la apariencia desaliñada, el descuido en la conducta, el lenguaje abusivo y profano, la crítica descortés, la postergación, etcétera— nuestra atención diaria para evitar los inicios  de ellas  puede protegernos de despertar algún día en el futuro y darnos cuenta de que debido a la falta de atención, alguna maldad o debilidad ha arraigado nuestra alma.

En realidad, no hay muchas cosas en un día que sean totalmente sin importancia. Incluso lo mundano y repetitivo pueden ser pequeños pero significativos componentes que, con el tiempo, establecen la disciplina, el carácter y el orden necesario para realizar  nuestros planes y sueños. Por lo tanto, al pedir en oración su pan de cada día, consideren atentamente sus necesidades; tanto lo que les haga falta como aquello contra lo que deban protegerse. Al irse a dormir, piensen en los éxitos y fracasos del día y en lo que hará que el día siguiente sea un poco mejor, y agradezcan a su Padre Celestial el maná que Él ha puesto en su camino que los ha sostenido durante el día. Al reflexionar en ello, su fe en Él aumentará cuando vean Su mano ayudándolos a sobrellevar algunas cosas y a cambiar otras. Podrán regocijarse en un nuevo día, un paso más hacia la vida eterna.

Jesucristo es el Pan de Vida

Sobre todo, recuerden que tenemos a Aquel de quien el maná fue una señal y un símbolo, el mismo Pan de Vida, el Redentor.

Y Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene nunca tendrá hambre; y el que en mí cree no tendrá sed jamás. . . .

De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí tiene vida eterna.

Yo soy el pan de vida.

Vuestros padres comieron el maná en el desierto y están muertos.

Este es el pan que desciende del cielo, para que el que de él coma no muera.

Yo soy el pan vivo que ha descendido del cielo; si alguno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo [Juan 6:35, 47–51].

Les testifico de la realidad viviente del Pan de Vida, Jesucristo, y del infinito poder y alcance de Su expiación. A final de cuentas, es Su expiación, Su gracia, lo que es nuestro pan de cada día. Debemos acudir a Él diariamente, para hacer Su voluntad cada día, para llegar a ser uno con Él, así como Él es uno con el Padre (véase Juan 17:20–23). Los bendigo para que, a medida que se lo pidan, su Padre Celestial les dé el pan de cada día; en el nombre de Jesucristo. Amén.

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Referencias

  1. Marcus Luttrell con Patrick Robinson, Lone Survivor: The Eyewitness Account of Operation Redwing and the Lost Heroes of SEAL Team 10(New York: Little, Brown, 2007), pág. 124.
  2. N. Eldon Tanner, “Lo hare hoy”, Liahona, marzo de 2003, págs. 27-28.
  3. David A. Bednar, Conferencia General,octubre de 2009; o “Más diligentes y atentos en el hogar”, Liahona,noviembre de 2009.
  4. Ezra Taft Benson, “Un poderoso cambio en el corazón”, Liahona,marzo de 1990, pág. 7.
  5. Heidi S. Swinton, Al rescate: la biografía de Thomas S. Monson(Salt Lake City: Deseret Book, 2012), págs. 174-175.
D. Todd Christofferson

D. Todd Christofferson era miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días cuando se dio este discurso el 9 de enero de 2011.