Devocional

¿A qué conducirá?

Del Cuórum de los Doce Apóstoles

9 de noviembre de 2004

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Lo que parecen ser solo pequeños desvíos del camino estrecho y angosto pueden cambiar considerablemente donde nos encontremos más adelante en la vida.


Tenemos la intención de modificar esta traducción cuando sea necesario. Si tiene sugerencias, por favor mándenos un correo a speeches.spa@byu.edu

Mis queridos hermanos y hermanas, estudiantes, maestros y amigos, me alegra estar aquí hoy. Me encanta BYU y su gente. Provo es mi ciudad natal. He pasado varios de los mejores años de mi vida en este campus —15 años en total, si contamos los dos años que pasé en la preparatoria de Brigham Young, ubicada en la parte sur del campus. En junio pasado se cumplieron 50 años desde que me gradué de BYU. Es obvio por qué siempre me emociona volver a este campus.

Hoy hablaré de algunas lecciones de vida, con la esperanza de ayudar a cada uno de nosotros, especialmente a los jóvenes, con algunas decisiones que todos tomamos a lo largo del camino de la vida.

Un relato de buenas y malas noticias sirve como introducción a mi tema. Un piloto en el intercomunicador dio a sus pasajeros este mensaje durante el vuelo: «Tengo una buena noticia y una mala. La buena noticia es que vamos según el horario previsto. La mala noticia es que hemos tenido una falla en el equipo, y no estamos seguros de que nos dirigimos en la dirección correcta”.

La dirección en la que nos dirigimos es de importancia crítica, especialmente al comienzo de nuestro viaje. Tengo un amigo que terminó su carrera como piloto volando rutas transpacíficas para una aerolínea importante. Me dijo que un error de solo dos grados en el curso establecido en el vuelo directo de 7.242 kilómetros de Chicago a Hilo, Hawai, provocaría que el avión se desviara de esa isla por más de 233 kilómetros hacia el sur. Si no fuera un día despejado, el piloto ni siquiera podría ver la isla, y no habría nada más que océano hasta llegar a Australia. Pero, por supuesto, no llegaría a Australia, porque no tendría suficiente combustible. Pequeños errores en la dirección pueden causar grandes tragedias en el destino.

Todos nosotros, y especialmente los jóvenes, necesitamos tener mucho cuidado con los caminos que elegimos y hacia dónde orientamos nuestras vidas. Lo que parecen ser solo pequeños desvíos del camino estrecho y angosto pueden cambiar considerablemente donde nos encontremos más adelante en la vida.

En la reunión general del sacerdocio del mes pasado, hablé de una amiga de muchos años que me contó que su esposo, que siempre fue un “buen chico” en la preparatoria, se tomó unas copas pensando que le ayudarían a olvidar algunos problemas. Antes de que se diera cuenta, ya era adicto. Ahora no es capaz de mantener a su familia, y es ineficaz en casi todo lo que trata de hacer. El alcohol gobierna su vida, y parece no poder liberarse de él. La manera de evitar la adicción es abstenerse totalmente de toda sustancia y práctica adictivas.

Las desviaciones potencialmente destructivas a menudo parecen tan pequeñas que a algunos les resulta fácil justificar “solo esta vez”. Cuando surja esa tentación, y sin duda sucederá, les invito a preguntarse: “¿A qué conducirá?” He elegido esa pregunta como el título de mi mensaje de hoy. Voy a dar algunas ilustraciones que enseñan el valor de hacer esa pregunta. También compartiré algunas experiencias personales que ilustran la importancia a largo plazo de diferencias aparentemente pequeñas en nuestras decisiones actuales.

Aquí hay una situación hipotética. Están en casa con sus hijos. Una persona con la que no quieren hablar está llamando por teléfono o llegando a la puerta. Les tienta la idea de hacer que los niños le digan que no están en casa. “¿A qué conducirá?” Si hacen esto, están mostrando a sus hijos que ustedes mienten para sacar ventaja, y les están enseñando a hacer lo mismo. Están debilitando la fe de ellos en que pueden confiar que ustedes dirán la verdad. También están poniendo en duda la validez del mandamiento de no mentir y de los profetas que enseñaron ese mandamiento. Incluso están disminuyendo su fe en la existencia del Dios que dio ese mandamiento. ¿A qué conducirá esto? Pondrá en marcha una sucesión de consecuencias que pueden ser severamente destructivas de esfuerzos para lograr bendiciones eternas.

En nuestra última conferencia general, el Obispo H. David Burton nos recordó que al criar a los niños y proveer para sus necesidades y deseos, darles más no siempre es mejor. Los padres que miman a sus hijos con bienes materiales y privilegios corren el riesgo de no enseñarles “valores importantes, como el trabajar arduamente, el posponer la recompensa, el ser honrados y el tener compasión». ¿A qué conducirá esto? Privará a los niños de importantes oportunidades de aprendizaje y crecimiento. «Los hijos sin responsabilidades corren el riesgo de no aprender que . . . la vida tiene mucho más sentido que el de la propia felicidad de ellos”, dijo el Obispo Burton. Luego concluyó que los padres necesitan ayudar a sus hijos a cultivar “las cualidades que se derivan de saber aguardar, compartir, ahorrar, trabajar arduamente y arreglárselas con lo que se tiene” (“Más santidad, dame”,  Liahona, noviembre de 2004).

El rumbo equivocado también se establece con otro tipo de indulgencia parental. Algunos padres parecen tener la actitud de que sus hijos son incapaces de hacer algo malo. Los defienden de cualquier crítica, corrección o experiencia dolorosa que venga de cualquier persona fuera del círculo familiar. Una baja calificación en la escuela o una corrección de un líder provoca una tormenta de críticas públicas o privadas por parte de un padre que defenderá a un niño a toda costa. ¿A qué conducirá esto? Socavará el respeto de un niño por la autoridad —cualquier autoridad— y disminuirá el respeto necesario para que el estudiante pueda aprender del maestro. Los padres que consideren a qué conducirán tales acciones apoyarán la autoridad y respaldarán a los maestros de sus hijos, salvo en las circunstancias más excepcionales.

Hay ejemplos positivos del mismo principio. Recuerdo una historia que el élder Harold B. Lee contó en un devocional aquí en BYU hace 52 años. (Por cierto, yo era estudiante en BYU ese año—1952.) Su historia me ha impactado por varias razones. Cito al élder Lee:

Tenía unos diez u once años de edad. Estaba con mi padre en una granja alejada de casa, tratando de distraerme un poco durante el día hasta que mi padre estuviese listo para volver a casa. Vi que al otro lado de la cerca había unos cobertizos destartalados, ideales para atraer la atención de un niño curioso y de espíritu aventurero como yo. Comencé a trepar por la cerca para pasar al otro lado cuando oí una voz, tan claramente como ustedes están oyendo la mía, que me llamaba por mi nombre y me decía: ‘¡No vayas!’. Me volví para ver si era mi padre el que me hablaba, pero él se hallaba lejos, en el otro extremo del campo. No había nadie a la vista. Entonces comprendí, siendo niño, que había personas a las que yo no veía y que ciertamente había oído una voz. Desde entonces, cada vez que oigo o leo relatos del profeta José Smith, entiendo lo que significa oír una voz, porque yo también he tenido esa experiencia [Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Harold B. Lee, 2001, capítulo 6, p. 52].

Consideren algunos de los efectos de esa experiencia. Primero, le enseñó la realidad de la revelación a un niño que iba a convertirse en un profeta. Segundo, puede que haya protegido al joven Harold de algún peligro oculto en esos viejos cobertizos. Esa fue la forma en que interpreté la historia durante muchos años, y puede ser cierto. Nunca lo sabremos. Pero tal vez la advertencia que escuchó no fue para protegerlo del peligro. Tal vez fue para probar su disposición a ser obediente a la guía celestial. Ciertamente pasó la prueba, y ¿a qué condujo eso? Tal acción mantuvo el canal de revelación abierto para guía adicional, y fue una experiencia formativa en la vida de uno de nuestros grandes maestros. Seguir una impresión puede parecer algo pequeño ahora, pero a dónde conduce puede ser sumamente importante.

Seguir una impresión me salvó la vida en las montañas a unos 16 kilómetros de aquí. Había estado cazando ciervos para estas fechas hace unos 25 años. Al caer la tarde le disparé a un ciervo grande. Limpié el animal y aseguré el cadáver donde se preservaría hasta que regresara con ayuda para sacarlo al día siguiente. Para entonces ya estaba oscuro, y yo estaba solo en lo alto de las montañas, a varios kilómetros de la carretera más cercana.

Aunque nunca había estado en esta parte exacta de la montaña, no estaba perdido. Sabía la ubicación general y que solo tenía que seguir caminando; con el tiempo, eso me llevaría a un camino familiar. El problema era la oscuridad de la noche sin luna.

Elegí un barranco y empecé a descender a tientas entre la maleza y los árboles muertos. La marcha era lenta, así que me sentí aliviado cuando el barranco se aplanó hasta un fondo arenoso bajo mis pies. Aumenté el ritmo durante unos 10 pasos y de repente tuve una fuerte impresión de detenerme. Me detuve. Me agaché, tomé una piedra y la arrojé a la oscuridad frente a mí. No se oyó nada durante unos segundos, y luego se oyó un estrépito sobre las rocas a lo lejos. Supe que estaba parado en el borde de un acantilado.

Regresé por donde vine y finalmente bajé la montaña por otro barranco. Llamé a mi preocupada familia cerca de la medianoche, justo antes de que llamaran a un equipo de búsqueda. Al día siguiente volví a visitar ese lugar a la luz del día y vi mis huellas, que se detuvieron a solo un metro de una caída de al menos 15 metros. Me alegré de haber escuchado y obedecido una advertencia. ¿A qué condujo eso? Me salvó la vida.

Ahora los invito a pensar en cómo la pregunta “¿A qué conducirá?” podría mejorar las decisiones aparentemente pequeñas que están tomando ahora.

Como ejemplo de cosas a evitar, consideren las terribles consecuencias de participar en cualquier cosa que pueda ser adictiva. Esto incluye no solo el tabaco y el alcohol que esclavizaron al marido de mi amiga, sino también la avalancha de material pornográfico que asalta nuestros sentidos a través del Internet y del entretenimiento popular, como películas y vídeos. ¿A qué conduce probar esta basura? Tanto los líderes de la Iglesia como los profesionales afirman que esto conduce a la destrucción de las relaciones familiares terrenales y eternas, y a veces incluso a penas de prisión por comportamiento abusivo. Si ustedes se mezclan con esta basura, los llevará al vertedero donde se desechan los sueños temporales y los destinos eternos.

Aquí hay algo más que evitar. Dirijo esta sugerencia especialmente a quienes somos casados. Cuando surjan desacuerdos, como ciertamente ocurrirán, y sientan la tentación de alejarse de sus cónyuges por un tiempo, sea corto o largo, pregúntense: “¿A qué conducirá?” Retirarse enojado es el primer paso hacia un camino que no quieren recorrer. Por lo tanto, regresen y sanen las heridas antes de que se infecten y provoquen lesiones graves u otras consecuencias peores.

Consideren los hábitos que fomentamos y a lo que nos llevarán. Por ejemplo, el estudio diario de las Escrituras que nos han enseñado a incorporar en nuestras vidas. ¿A qué conducirá eso? ¿Qué tal las oraciones personales dos veces al día y una oración familiar arrodillada? Hay una enorme protección espiritual y temporal en cada una de estas prácticas porque son esenciales para la compañía del Espíritu Santo, que nos guía y nos fortalece espiritualmente. Puedo asegurarles que la fiel observancia de estas directrices nos acercará al Señor, y su omisión nos alejará de Él.

Lo mismo ocurre al hacer la noche de hogar semanalmente. Esta práctica es vital para los niños que algunos de ustedes tienen ahora y que la mayoría de ustedes tendrán en el futuro. Tales esfuerzos básicos pueden parecer triviales ahora, mas estos siembran las semillas que traerán una buena cosecha en el futuro.

Esto me recuerda de un verso que Douglas MacArthur compuso cuando era superintendente de West Point hace casi un siglo. MacArthur era un gran creyente de la importancia de la competición atlética en la preparación de futuros oficiales militares en sus deberes profesionales; él escribió estas palabras y ordenó que se esculpieran en los portales de piedra de las instalaciones deportivas de la Academia Militar:

En los campos de contienda amistosa

se siembran las semillas

que, en otros campos y en otros días,

darán los frutos de la victoria.

[Citado en William Manchester, American Caesar (Boston: Little, Brown, 1978), 123]

Después de escuchar ese verso, algunos de ustedes probablemente piensen que MacArthur era mejor como general que como poeta. Sí, pero tiene razón en lo que dice. Las mismas cualidades de integridad, entrenamiento, preparación, obediencia y confiabilidad que conducen a la victoria en la competición atlética amistosa nos llevarán a la victoria y al éxito cuando haya más en juego.

Para citar otro ejemplo, ¿qué hay de los efectos de no cumplir con el Código de Honor y las normas de vestimenta y aseo personal de BYU después de prometer observarlas? Romper una promesa, deliberadamente o por descuido, no es poca cosa. ¿Y a qué conducirá? Dañará la apariencia, las normas y la reputación de la universidad de la Iglesia; animará a otros a hacer lo mismo; y debilitará la fuerza moral del propio infractor, la cual necesitará para afrontar desafíos mayores en el futuro.

A menudo escuchamos sobre elegir entre lo bueno y lo malo. Por ejemplo, la mayoría de los estudiantes tendrán que elegir en algún momento entre plagio o trampa para obtener una calificación más alta o confiar en esfuerzos personales y honestos para obtener lo que merecen por su propia preparación y cualificación.

A veces no elegimos entre lo bueno y lo malo. Las decisiones más comunes que enfrentamos yacen entre dos cosas buenas, por lo que también sería conveniente preguntarse a qué conducirá. Muchas de nuestras decisiones cotidianas tales como qué hacer en el día de reposo, qué programas ver, qué trabajo aceptar y qué leer, reflejan, en un sentido muy amplio, cómo utilizamos nuestro tiempo. Sería benéfico que estas decisiones se evaluaran de manera reflexiva y habitual, basándonos en la pregunta: “¿A qué conducirá?”

A veces la decisión no es entre hacer una u otra cosa, sino entre hacer algo o no hacer nada. ¿Debo hablar o permanecer en silencio? ¿Debo permitir que mi ser querido siga un curso que sé que es perjudicial y dejar que aprenda por experiencia o debo intervenir para salvarlo de esa experiencia? De nuevo, es bueno que nos preguntemos: “¿A qué conducirá?”

Recuerdo un evento descrito por un hombre que conocí en una conferencia de estaca en el medio oeste hace más de una década. El escenario era un hermoso campus en el centro de Illinois. Mi informante, un participante en un taller de verano, vio a una multitud de jóvenes estudiantes sentados en la hierba en un gran semicírculo a unos 6 metros de uno de los grandes árboles de madera noble que son tan comunes y tan hermosos allí. Estaban viendo algo al pie del árbol. Se apartó de su caminata para ver lo que era.

Había una adorable ardilla, con su cola grande y tupida, que jugaba al pie del árbol. A veces estaba en el suelo, otras veces subía, bajaba y giraba alrededor del tronco. ¿Pero por qué atraía esa escena hermosa pero común a una multitud de estudiantes?

A poca distancia, extendido boca abajo en el césped, había un setter irlandés. El perro era lo que les llamaba la atención a los alumnos, y este, a su vez, estaba interesado en la ardilla, aunque fingía lo contrario. Cada vez que la ardilla se perdía de vista por un instante mientras daba vueltas alrededor del árbol, el perro se arrastraba sigilosamente unos centímetros y luego adoptaba una postura de apariencia indiferente. Cada minuto o dos se acercaba a la ardilla, y parecía que la ardilla no se daba cuenta. Eso era lo que había captado el interés de los alumnos. Estaban en silencio e inmóviles, la atención se concentraba en el drama, cuyo desenlace era cada vez más evidente.

Al final, el perro estuvo lo suficientemente cerca como para brincar sobre la ardilla y capturarla con la boca. La multitud suspiró con horror, y los alumnos avanzaron a toda velocidad y le arrebataron el pequeño animalito al perro, pero era demasiado tarde; la ardilla estaba muerta.

Cualquier persona de la multitud podría haber advertido a la ardilla en cualquier momento haciendo señas o con un grito, pero nadie lo hizo. Solo observaron mientras poco a poco se acercaba el desenlace inevitable. Nadie preguntó “¿A qué conducirá esto?”, y nadie quiso interferir. Cuando sucedió lo que era predecible, se apresuraron para evitar el resultado, pero era demasiado tarde. Expresiones de tristeza y lamento era todo lo que podían ofrecer.

Esa historia real es como una especie de parábola; tiene una lección de cosas que vemos en nuestra propia vida, en la vida de quienes nos rodean, y en los eventos que ocurren en nuestras ciudades, estados y naciones. En todos estos ámbitos, podemos ver amenazas que acechan las cosas que queremos y no podemos permanecer indiferentes ni quedarnos callados. Debemos estar siempre alertas para preguntar “¿A qué conducirá?”, y hacer advertencias adecuadas o unirnos a esfuerzos preventivos apropiados mientras todavía hay tiempo. A menudo no podemos evitar el resultado, pero podemos alejarnos de la multitud que, al no intentar intervenir, tiene complicidad en el resultado.

Se me han ocurrido otros cuatro temas a medida que he reflexionado sobre cómo aplicar la pregunta “¿A qué conducirá?” Todos estos conciernen al orden público más que a la moralidad privada. Sin embargo, cada tema es uno en el que nuestras decisiones e influencia personales pueden contribuir al bien público. Cada uno es importante para el entorno público en el que vivimos.

En primer lugar, me preocupa el énfasis excesivo que actualmente se le da a los derechos y la falta de énfasis que se le da a las responsabilidades. ¿A qué conducirá esto en nuestra vida pública? Ninguna sociedad es tan fuerte que pueda apoyar el aumento continuo de los derechos de los ciudadanos, mientras descuida fortalecer en igual medida las responsabilidades u obligaciones ciudadanas. Sin embargo, nuestro sistema legal continúa reconociendo nuevos derechos, aun cuando ignoramos cada vez más las responsabilidades de siempre. Por ejemplo, los llamados divorcios sin culpa, que dan a cualquiera de los cónyuges el derecho a disolver un matrimonio a voluntad, han opacado la importancia vital de las responsabilidades en el matrimonio. Del mismo modo, creo que es un engaño pensar que ayudamos a los niños al definir y aplicar sus derechos. Ayudamos más a los niños al tratar de reforzar las responsabilidades de los padres, biológicos y adoptivos, incluso cuando esas responsabilidades no son legalmente exigibles.

Los mismos principios se aplican a la vida pública. Añadir a nuestro inventario de derechos individuales no eleva nuestro bienestar público. Responsabilidades cívicas como la honestidad, la autosuficiencia, la participación en el proceso democrático y el compromiso con el bien común son esenciales para la gobernanza y la preservación de nuestro país. Actualmente, estamos aumentando los derechos y debilitando las responsabilidades, y eso está arrastrando a nuestro país hacia la bancarrota moral y cívica. Si queremos elevar nuestro bienestar general, debemos fortalecer nuestro sentido de responsabilidad individual por el bienestar de los demás y el bien de la sociedad en general. (véase Dallin H. Oaks, “Rights and Responsibilities,” Mercer Law Review, 36 [1984–85], no. 1 [otoño 1984]: 427–42.)

En segundo lugar está la cuestión de la disminución del número de lectores de periódicos y libros. La circulación y el número de lectores de periódicos diarios en los Estados Unidos está disminuyendo significativamente, incluso mientras nuestra población está aumentando. Específicamente, la circulación per cápita de periódicos en los Estados Unidos en los últimos 30 años ha disminuido de 300 a 190 por cada 1.000 habitantes. Para citar otra cifra, en los cuatro años terminados en 2002 el porcentaje de las personas de 25 a 34 años que han leído un periódico durante la última semana (ya sea impreso o digital) cayó en casi 10 puntos porcentuales, de más del 86 por ciento en 1988 a menos del 77 por ciento en 2002 (Oficina del Censo de los Estados Unidos, Statistical Abstract of the United States: 1989 [109a ed.], cuadro No. 901; y  Statistical Abstract of the United States: 2003 [123a ed.], cuadro no. 1127). La proporción de adultos que leen libros también ha disminuido significativamente en los últimos años (véase National Endowment for the Arts, Reading at Risk: A Survey of Literary Reading in America, Research Division Report #46, junio de 2004, Washington, D.C. [www.nea.gov/pub/ReadingAtRisk.pdf]; y Christina McCarroll, “New on the Endangered Species List: The Bookworm,” Christian Science Monitor, 12 de julio de 2004, págs. 1–3).

¿Por qué estas tendencias son motivo de preocupación? Cada vez más personas no están leyendo las noticias del mundo que les rodea o los temas importantes del día. Aparentemente, dependen de lo que otros les dicen o los titulares de las noticias de televisión, donde incluso los temas más significativos rara vez obtienen más de 60 segundos. ¿A qué conducirá esto? Nos está llevando a una ciudadanía menos preocupada, menos reflexiva y menos informada, y eso resulta en un gobierno menos receptivo y menos responsable.

Una tercera preocupación es lo que en las escuelas se está enseñando o no se está enseñando puesto que eso moldea el pensamiento y los valores de aquellos que serán nuestros futuros líderes. Me refiero a las escuelas públicas, las escuelas privadas y las escuelas ministeriales. Me temo que algunos de los valores que se enseñan o no se enseñan a los jóvenes que hablarán por nosotros desde los púlpitos públicos y religiosos de nuestra nación en unos pocos años son significativamente diferentes de los valores que han moldeado esta nación y su gente. Tengo el mismo temor sobre lo que se enseña en los programas de televisión, que dominan gran parte del tiempo de nuestra juventud.

Después de las recientes elecciones, leí que uno de cada cinco electores en las encuestas electorales dijo que las cuestiones morales eran la consideración más importante para emitir sus votos. Muchos de nosotros votamos basándonos en nuestras preocupaciones sobre la postura de los funcionarios públicos respecto a cuestiones morales, pero ¿qué estamos haciendo para manifestar preocupaciones similares sobre los valores de quienes están formando a nuestros futuros líderes? No prestar atención a esta preocupación nos alejará de la virtud y la responsabilidad cívicas y de la prosperidad general.

Mi cuarta preocupación es la destrucción de la confianza en figuras públicas y funcionarios públicos. Esto está fresco en nuestras mentes después de la reciente fealdad de muchas campañas electorales, pero también es una característica familiar de la programación televisiva actual. Gran parte del discurso público, la cobertura mediática y el entretenimiento parecen estar llenos de contenido que destruye la confianza en aquellas personas y cargos que deberían actuar como guías morales para jóvenes y adultos en nuestra sociedad. Muchos de los mensajes de algunos candidatos recientes parecen estar destinados a desacreditar el carácter de otro candidato en lugar de promover un debate serio sobre las cuestiones importantes sobre las que el electorado debe registrar sus elecciones. Del mismo modo, en los llamados espectáculos de entretenimiento a menudo vemos a la figura de autoridad retratada como engañosa, deshonesta e indigna de confianza.

 ¿A qué conducirá desacreditar a las figuras de autoridad, ya sean funcionarios públicos, maestros, ministros u otros? Fomentará dudas sobre las leyes, normas y principios que administran, y conducirá al escepticismo o a la pérdida de los lazos que nos unen como sociedad, familia u organización privada. Ruego para que esto no sea así, y que una vez más exista un discurso público menos divisorio, más solidario y respetuoso con las figuras de autoridad y los valores que han forjado nuestra nación.

¿A qué conducirá? He sugerido esto como una pregunta valiosa con la cual podemos medir muchas decisiones personales y privadas. También es una manera de compartir el testimonio. ¿A qué conduce la fe en el Señor Jesucristo? ¿A qué conduce el Evangelio? Cito de Doctrina y Convenios la palabra del Señor a Su pueblo en esta dispensación:

Procura sacar a luz y establecer mi Sion. Guarda mis mandamientos en todas las cosas.

Y si guardas mis mandamientos y perseveras hasta el fin, tendrás la vida eterna, que es el mayor de todos los dones de Dios [D. y C. 14:6–7].

Testifico de Jesucristo, quien es nuestro Salvador. Testifico de la veracidad del Evangelio de Jesucristo, que nos llevará a la vida eterna. Testifico que somos dirigidos por un profeta de Dios. Esta es la Iglesia del Señor y Su Evangelio, en el cual podemos confiar que nos llevará a la vida eterna. Y lo digo en el nombre de Jesucristo, amén.

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Dallin H. Oaks

Dallin H. Oaks es miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Este discurso se pronunció el 9 de noviembre de 2004.