Devocional

“Viendo la lluvia”

Profesor de música de BYU

16 de septiembre de 1997

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Todas estas acciones les darán la oportunidad de comprender, imaginar e interiorizar más plenamente las lecciones que enseña el Salvador. Verdaderamente estarán “viendo la lluvia”.


Tenemos la intención de modificar la traducción cuando sea necesario. Si tiene alguna sugerencia, escríbanos a speeches.spa@byu.edu

Hace poco oí hablar de una encuesta en la que se le pedía a la gente enumerar sus mayores temores. La mayoría indicó que lo que más temían era dar un discurso. La segunda actividad más temida era morirse. Supongo que se podría deducir del estudio que la mayoría de la gente preferiría morir antes que tener que dar un discurso.

Preparar este devocional ha sido una experiencia muy interesante. Me ha dado la oportunidad de centrarme más en un área que es cada vez más importante para mí. Pido su fe y sus oraciones para poder presentar con claridad lo que he preparado y para que encuentren valor en su contenido.

Durante mis 26 años de trabajo en BYU he descubierto que la edad es un asunto relativo. Si uno continúa trabajando y absorbiendo la belleza del mundo que lo rodea, descubre que la edad no necesariamente significa envejecer. Más bien, se refiere a un proceso continuo de desarrollo y maduración. En mi caso, se refiere a un deseo cada vez mayor que tengo de llenar mi mente con cosas que hagan mi vida más productiva y significativa. La edad me ha enseñado la importancia de usar todo lo que es “virtuoso, o bello, o de buena reputación, o digno de alabanza” (Artículos de Fe 1:13) para crear un escudo en mi mente que repele la tentación y me ayude a acercarme a Dios y a Su Hijo Jesucristo.

Hoy quiero compartir con ustedes cómo y por qué el uso de dos áreas de las bellas artes —la representación visual y la música— puede darnos una mayor capacidad para mejorar nuestras vidas y hacerlas más productivas, especialmente en lo que se refiere a nuestro propósito aquí: llegar a ser como Cristo.

No hay profesión más importante que la de enseñar. Es una gran responsabilidad a cualquier nivel. Los buenos maestros ayudan a darle forma y dirección a las vidas de sus estudiantes.

Un principio importante en el proceso de enseñanza es que hay algunas cosas que los maestros pueden dar a sus estudiantes con bastante facilidad y otras que no pueden darles, a menos que los estudiantes estén dispuestos a extender la mano, agarrar un objeto o pensamiento y apoderarse de él, comenzando así a pagar el precio de convertirlo en una parte integral de sus vidas.

Es maravillosamente gratificante ver cómo a un estudiante “se le enciende la bombilla” después de verlo lidiar con un problema o enfrentar una experiencia nueva. Por otro lado, es una experiencia desalentadora ver a un estudiante que, cuando se expone a aquello que es “de buena reputación o digno de alabanza”, lo rechaza porque, parafraseando al compositor estadounidense Charles Ives, solo busca aquello que les permita a los oídos “recostarse en un sillón cómodo” (Charles Ives, citado por Joseph Machlis en The Enjoy of Music [Nueva York: Norton, 1977], pág. 566).

Pocas cosas que requieren concentración o esfuerzo extra son al mismo tiempo cómodas o convenientes. Aquellas personas que no quieren salir o “aspirar” a lo que es “de buena reputación o digno de alabanza” suelen encontrar una excusa para no participar en la experiencia. La superación personal rara vez se encuentra al alcance de la mano. Aprender requiere un esfuerzo diligente. Buscar lo que es “virtuoso, o bello, o de buena reputación, o digno de alabanza” requiere buscar, indagar, preguntar, tratar de descubrir o tratar de adquirir. Significa estar dispuesto a comprometerse cuidadosa y completamente en el proceso de encontrar y descubrir.

Al describir su sueño, Lehi habló de “un árbol cuyo fruto era deseable para hacer a uno feliz”. El fruto del árbol era “de lo más dulce, superior a todo cuanto [él] había probado antes” y era “blanco, y excedía a toda blancura que [él] jamás hubiera visto”. Después de participar del maravilloso fruto, su alma se llenó “de un gozo inmenso” (1 Nefi 8:10–12).

Lehi también habló de una “barra de hierro” y de un camino que se extendía a lo largo de la orilla de un río. La barra ayudaba a permanecer en el camino. Ambos conducían al árbol con la fruta más blanca, dulce y maravillosa.

Durante el transcurso de la narración de Lehi, se hace obvio que llegar al árbol no es tarea fácil. No es simple ni conveniente. No se puede avanzar por el camino si uno se permite solo “recostarse en un sillón cómodo” (véase 1 Nefi 8:19–33).

En ningún momento del sueño de Lehi se obligó a alguien a tomar la barra y seguir por el camino. Aquellos que deseaban participar del fruto tenían que estar dispuestos a hacerlo por su propia voluntad. Tenían que estar dispuestos a ejercer todo su poder, mente y fuerza en la búsqueda de aquello que les daría mayor poder de agarre.

Ser capaces de aferrarnos continuamente requiere que experimentemos plenamente el evangelio de Jesucristo, y conlleva entender e interiorizar completamente nuestras obligaciones y responsabilidades.

A medida que nos comprometemos a hacer lo que es “virtuoso, o bello, o de buena reputación, o digno de alabanza” una parte de nuestras vidas, nuestro agarre a la barra se vuelve más fuerte. Y al descender los diluvios y vernos rodeados del vapor de tinieblas, somos capaces de resistir la tentación de soltar nuestro agarre y dejar el camino. Podemos aferrarnos hasta llegar a participar de lo que es “el más grande de todos los dones de Dios”: la vida eterna (1 Nefi 15:36, D. y C. 14:7).

Cada miembro de la Iglesia de Cristo tiene la responsabilidad de encontrar aquello que le permita tener un agarre firme a la barra. El élder Dallin H. Oaks advirtió que tenemos la responsabilidad de llenar

nuestras mentes con “las cosas del Espíritu”: cosas que enseñen de Dios o promuevan lo que le agrada, cosas que sean virtuosas, bellas, de buena reputación, dignas de alabanza. [Dallin H. Oaks, Pure in Heart (Salt Lake City: Bookcraft, 1988), pág. 146]

Necesitamos buscar sabiduría y comprensión. Debemos “busca[r] conocimiento, tanto por el estudio como por la fe” (D. y C. 88:118). Necesitamos llenar nuestras mentes con pensamientos y expresiones, con imágenes, música y libros que puedan considerarse dignos de acercarnos al Espíritu de Cristo. “Son el pan diario del alma, los mejores amigos que un hombre puede tener. Nos enseñan la mejor manera de vivir y la forma más noble de pensar” (Henry Fielding, citado por Hugh B. Brown, The Abundant Life [Salt Lake City: Bookcraft, 1965], pág. 112).

Varios individuos nos han dicho desde este y otros púlpitos que llenemos nuestras mentes con buena música. Nos han sugerido tener un himno favorito que cantemos en nuestras mentes cuando el vapor de tinieblas nos rodee. Otros han sugerido que memoricemos poemas o escrituras con el mismo propósito. Algunos han utilizado obras de arte como material reflexivo para ayudar a superar la influencia del mal. Todas estas intervenciones pueden ayudar a combatir la influencia del mal, pues enfocan nuestras mentes y nos enriquecen con sabiduría.

Tenemos que empezar a llenar nuestras mentes con cosas buenas. Como dijo Pablo en su carta a los tesalonicenses, “Retened lo bueno” (1 Tesalonicenses 5:21).

El Dr. Arthur Henry King, miembro emérito de nuestra facultad, dijo en una conferencia de junio de 1970:

Tenemos un mensaje [para] el mundo. Ese mensaje brota de nuestra fe. Para dar ese mensaje, necesitamos seleccionar del mundo los instrumentos que nos ayudarán a transmitir nuestra fe; y al mismo tiempo, necesitamos estudiar el mundo para entender con qué tenemos que lidiar. Pero sería un error estudiar el mundo desde el punto de vista del mundo; debemos estudiarlo desde el punto de vista del centro que tenemos en la Iglesia y en nosotros mismos, lo cual nos permite juzgar con claridad y firmeza. Una de las tareas principales de nuestra educación es, sin duda, aplicar las normas de la Iglesia a las grandes obras artísticas de todos los tiempos, para que podamos juzgar cómo estas caracterizan la relación entre Dios y el hombre.

El Dr. King concluye:

El Espíritu Santo no hace todo por nosotros. Está ahí para guiarnos cuando somos incapaces de hacer lo que es necesario por nosotros mismos. Depende de nosotros en nuestra Iglesia educarnos hasta el punto de poder experimentar lo mejor del arte. [Arthur H. King, “Some Notes on Art and Morality,” BYU Studies 11, no. 1 (autumn 1970):48]

“Experimentar lo mejor del arte”: estar en el mundo, pero no ser del mundo. Somos diferentes. Nuestra visión de la vida debe venir del punto de vista del Evangelio y sus enseñanzas. De hecho, tenemos un mensaje para el mundo, un mensaje que debemos interiorizar. Debe convertirse en parte de nuestro ser. Debemos tener internamente una comprensión de lo que significa tomar sobre nosotros el nombre de Cristo. Debemos estar convencidos y seguros del mensaje dado por el Salvador.

Para “experimentar lo mejor del arte”, debemos entender que “todo lo que es bueno viene de Dios” y que “a todo hombre se da el Espíritu de Cristo para que sepa discernir el bien del mal” (Moroni 7:12, 16).

El élder Richard L. Evans escribió: “Somos la suma de todas nuestras acciones, actitudes y declaraciones, de todas las cosas almacenadas en el cuerpo, la mente y la memoria” (Richard L. Evans, An Open Door,  tomo II [Salt Lake City: Publishers Press, 1967], pág. 100). Por lo tanto, debemos llenar continuamente nuestros cuerpos, mentes y recuerdos con lo que es “virtuoso, o bello, o de buena reputación, o digno de alabanza”.

Hace varios años uno de nuestros hijos mayores, que tenía cinco o seis años en ese momento, estaba sentado en el sofá de nuestra habitación. Era verano, mediodía, y el sol brillaba a través de nuestros grandes ventanales delanteros. Se estaba tomando un descanso de sus juegos para leer y relajarse. Cuando lo miré con el libro abierto sobre su regazo, parecía estar durmiendo. Pensando que le resultaría más cómodo recostarse, me acerqué a él y comencé a poner mis brazos debajo de sus piernas y alrededor de su espalda para moverlo. De repente se movió y dijo: “¿Qué haces, papá?”.

En respuesta dije que simplemente intentaba que estuviera más cómodo. En su forma más directa dijo que no estaba cansado y que no quería tomar una siesta.

“¿De qué estás hablando? Tenías los ojos cerrados y parecías dormido”.

“No estaba dormido, papá”, me respondió. “Solo estaba viendo la lluvia”.

“Viendo la lluvia”. El libro era sobre la lluvia. Este niño había tomado sus experiencias de vida con la lluvia y las combinó con lo que había estado leyendo. Dentro de su mente, a pesar del hecho de que el sol brillaba intensamente a través de las ventanas, él estaba “viendo la lluvia”. Había interiorizado el mensaje. Se había convertido en una parte de él, tanto así que cuando quería podía recordar y visualizar en su mente la experiencia de la lluvia.

En 1991, como parte de un estudio en el extranjero en Londres, visitamos muchos de los grandes museos de arte de Europa. Así comencé mi colección fotográfica de pinturas que representan los acontecimientos de la vida del Salvador. Muchas de estas pinturas me han permitido visualizar la palabra escrita. Han dado a mi imaginación la oportunidad de ver cómo podrían haber sido ciertas escenas. Son imágenes de un momento suspendido para siempre en el tiempo, según lo ve el artista. Estos artistas tienen, en palabras del élder Boyd K. Packer, “un sentido de lo que es apropiado espiritualmente” (Boyd K. Packer, “The Arts and the Spirit of the Lord,” Speeches of the Year, 1976 [Provo: Brigham Young University Press, 1977], pág. 278).

Así como nuestro hijo pequeño estaba “viendo la lluvia” después de leer un libro, las obras de arte pueden darnos la oportunidad de visualizar eventos particulares en la vida del Salvador con mayor profundidad y comprensión. Las obras de arte literalmente pueden hacer que pasajes bíblicos cobren vida.

Las siguientes obras originalmente no se crearon para ser exhibidas en este centro en BYU. Más bien estaban pensadas para entornos en los que quienes las contemplaran pudieran estar cerca de ellas y deleitarse con su exhibición artística. Algunas se crearon para monasterios o capillas, otras para lugares pequeños en los que se reunían individuos para adorar y reflexionar, y otras se crearon para exhibición personal o privada. Todas se pintaron con la idea de atraer al espectador a una escena y darle más empatía. Todas se diseñaron para ayudar al espectador a interiorizar mejor el tema retratado.

[Diapositiva 1] Tomada en adulterio de Bruce Hixon Smith

Temprano una mañana Jesús entró al templo. Juan escribe que

todo el pueblo vino a él; y sentado él, les enseñaba.

Entonces los escribas y los fariseos le llevaron una mujer sorprendida en adulterio; y poniéndola en medio,

le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio;

y en la ley, Moisés nos mandó apedrear a tales mujeres; tú, pues, ¿qué dices? [Juan 8:2–5]

Ese es el momento que Bruce Hixson Smith, miembro de la facultad de BYU, quiso representar en su pintura Tomada en adulterio (en la colección personal de Bruce L. Christensen). El hermano Smith lo describió de esta manera: “La pintura… implícitamente se refiere a la maldad y la insensibilidad de los acusadores; sin embargo, para mí, la pintura reafirma principalmente la fe en el arrepentimiento y fortalece mi voluntad de arrepentirme. Esta obra ilustra la comprensión perfecta de nuestro Salvador y confirma Su magnánima persuasión”.

El Profesor Smith ha hecho un gran esfuerzo a propósito para no pintar esta escena en un estilo realista. Más bien, se requiere que el espectador recurra a la imaginación. La “maldad e insensibilidad de los acusadores” está ahí, pero no está en bandeja de plata. Hay que poner a trabajar la mente. Hay que “extender la mano” como mencionamos antes y descubrir lo que el artista quiso representar pictóricamente.

Durante algún tiempo, Tomada en adulterio colgó en la oficina del director Bruce Christensen. Estaba a plena vista si uno caminaba junto a su puerta abierta. Siempre me resultó difícil pasar por su oficina sin contemplar la pintura y pensar en la respuesta del Salvador a los escribas y fariseos: “El que de entre vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella”. Su amonestación a la mujer, “vete, y no peques más”, y su respuesta de que ella “glorificó a Dios desde aquella hora, y creyó en su nombre”, siempre me han dado motivo de esperanza y me han ayudado a saber la dirección que debo tomar cuando peco y paso por el proceso de arrepentimiento (Juan 8:7, 11; JST Juan 8:11).

Cierren los ojos, reflexionen sobre el pasaje bíblico, visualicen el momento a través de los ojos del artista. Todas estas acciones les darán la oportunidad de comprender, imaginar e interiorizar más plenamente las lecciones que enseña el Salvador. Verdaderamente estarán “viendo la lluvia”.

[Diapositiva 2] Cristo en la Cruz de Francisco de Zurbarán

En 1627, Francisco de Zurbarán pintó Cristo en la Cruz (en colección del Instituto de Arte de Chicago) para el convento de San Pablo el Real en Sevilla, España. No pretendía ser una obra que permite a los ojos recostarse en un sillón cómodo; Cristo en la Cruz da al espectador una interpretación realista del concepto que Zurbarán tenía del horror de la crucifixión, de los clavos enterrados en Sus manos y pies, de la lanza clavada en el costado del Salvador y de la agonía de la muerte. La crucifixión no es una escena agradable, pero debemos permitir que se convierta en parte de nuestro proceso de visualización. Sí sucedió. Cristo colgó en la cruz, pero tuvo un propósito. Eliza R. Snow escribió:

Cristo, el Redentor, murió;
a la justicia Él pagó.
Por los pecados padeció.
Vida eterna Él nos dio.

Él fue clavado en la cruz;
allí sufrió el Rey Jesús.
Injurias mil El aguantó.
Con cardos se le coronó.

En agonía Él colgó
y en silencio padeció.
Su gran misión desempeñó.
Al Padre Él glorificó.

Ante esta escena de dolor
retiró el sol luz y calor.
Tembló la tierra y sollozó
pues ese día un Dios murió.
[“Cristo, el Redentor, murió“, Himnos, nro. 114]

Una imagen de un momento en el tiempo. ¿Pueden ver al sol retirar su luz, a la tierra temblar y sollozar? ¿Pueden “ver la lluvia”, los truenos y los relámpagos mientras el Hijo de Dios es crucificado?

[Diapositiva 3] La incredulidad de santo Tomás de Miguel Ángel da Caravaggio

Tras Su resurrección, Jesucristo se apareció a Sus discípulos. Tomás, uno de ellos, no estaba cuando esto sucedió. Después de la aparición, los discípulos le dijeron a Tomás:

¡Hemos visto al Señor! Y él les dijo: Si no veo en sus manos la señal de los clavos, y meto mi dedo en el lugar de los clavos y meto mi mano en su costado, no creeré. [Juan 20:25]

Ocho días después, encontrándose Tomás y los otros discípulos juntos en una habitación y con las puertas cerradas, Jesús de repente se puso en medio de ellos y dijo: “Paz a vosotros”. Luego se volvió a Tomás y le dijo: “Pon aquí tu dedo y mira mis manos; y acerca acá tu mano y ponla en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente” (Juan 20:26–27).

El pintor italiano Caravaggio pintó La incredulidad de santo Tomás en 1604 (en la colección del Potsdam Neues Palais). La pintura nos permite imaginar la conversación del Salvador con Tomás. Nos permite enfocar nuestras mentes en el evento e interiorizar más plenamente la amonestación del Salvador: “Porque me has visto, Tomás, has creído; bienaventurados los que no vieron y creyeron” (Juan 20:29).

[Diapositiva 4] La incredulidad de santo Tomás de Guercino

Esta misma escena de La incredulidad de santo Tomás fue pintada poco después por otro italiano conocido como Guercino.

No era la intención de ninguno de estos dos artistas representar eventos en otra parte del mundo. Sin embargo, sus pinturas pueden darnos la oportunidad de visualizar mejor e interiorizar la aparición del Salvador resucitado a los nefitas. Ustedes recuerdan el relato de Su aparición, después de que el sol retirara su luz en vergüenza, temblara la tierra, y sollozara la naturaleza. Imaginen en su mente al Salvador diciendo:

Levantaos y venid a mí, para que metáis vuestras manos en mi costado, y para que también palpéis las marcas de los clavos en mis manos y en mis pies. …

Y aconteció que los de la multitud se adelantaron y metieron las manos en su costado, y palparon las marcas de los clavos en sus manos y en sus pies; y esto hicieron, yendo uno por uno, hasta que todos hubieron llegado; y vieron con los ojos y palparon con las manos, y supieron con certeza… que era él, de quien habían escrito los profetas que había de venir. [3 Nefi 11:14–15]

Otra imagen congelada en el tiempo. ¿Pueden imaginarse estar allí? ¿Pueden ver al Salvador pidiéndoles que se levanten? ¿Pueden imaginar poner sus manos en Su costado y sentir las marcas de los clavos en Sus manos? ¿Pueden “ver la lluvia”?

[Diapositiva 5] La Primera Visión de Minerva Teichert.

Minerva Teichert nació en Ogden, Utah, en 1888. Estudió en el Instituto de Arte de Chicago de 1908 a 1912. En la década de 1930, durante su período más productivo, su primera prioridad fue pintar la historia de la Iglesia. Para ella, la pintura era un medio de contarle a la gente acerca de su fe en Cristo y de Su iglesia restaurada en la tierra por el profeta José Smith. Este cuadro de la aparición del Padre y el Hijo a José actualmente cuelga en el edificio José Smith en nuestro campus (La Primera Visión, pintada para el tabernáculo SUD en Montpelier, Idaho). Desafortunadamente, cuelga en un área que no es del todo propicia para la contemplación a nivel personal. Pero al contemplar esta pintura, es necesario visualizar la experiencia que trata de representar.

Esforzándome con todo mi aliento por pedirle a Dios que me librara del poder de este enemigo que se había apoderado de mí, y en el momento en que estaba para hundirme en la desesperación … vi una columna de luz, más brillante que el sol, directamente arriba de mi cabeza; y esta luz gradualmente descendió hasta descansar sobre mí.

… Al reposar sobre mí la luz, vi en el aire arriba de mí a dos Personajes, cuyo fulgor y gloria no admiten descripción. Uno de ellos me habló, llamándome por mi nombre y dijo, señalando al otro: Este es mi Hijo Amado: ¡Escúchalo! [José Smith—Historia 1:16–17; énfasis en el original]

¿En sus momentos tranquilos pueden imaginarse el poder del enemigo? ¿Pueden imaginar el sentimiento de desesperación del Profeta? ¿Pueden ver el pilar de luz descender sobre él? ¿Pueden ver el “fulgor y gloria” de los personajes celestiales tal como se le aparecieron a José? ¿Pueden “ver la lluvia”?

La música es una de las áreas más influyentes y poderosas de las artes. Puede acercarnos más al Espíritu, tanto el de Cristo como el Espíritu Santo. O puede acercarnos a ese espíritu que nos hace decir y hacer esas cosas que no son de Dios. Tiene el poder de persuadir a la humanidad a hacer el mal, o puede ayudarnos a creer más profundamente en Cristo. Verdaderamente, puede ser un gran regalo para el bien. Es nuestra responsabilidad interiorizar el tipo de música que nos ayudará a convertirnos en hijos de Cristo.

La música es el poder de la emoción expresada en el sonido. Puede mejorar nuestro ser interior. Puede ayudarnos a “ver la lluvia” más vívidamente.

Al llegar a la Misión de Canadá, se me asignó trabajar en Ottawa con el élder Gary Heiner. El élder Heiner no perdió tiempo en involucrarme en la obra. La noche de mi primer día allí visitamos a la Sra. Groves. La experiencia de esa noche es tan vívida que la recuerdo como si fuera ayer. Entramos en su casa, el élder Heiner dio la primera lección, y luego dio su testimonio. Entonces se volvió hacia mí y me dijo: “Élder Randall, ¿puede dar su testimonio por favor?” Oh, cómo quería dar mi testimonio tocando el piano. Se me habría hecho mucho más fácil. Había tenido mucha más experiencia tocando música frente a otros que compartiendo mi testimonio, especialmente con extraños. Bueno, no había piano disponible esa noche, y me pareció necesario compartir verbalmente con la Sra. Groves mi testimonio del profeta José Smith y la Restauración.

Ahora, sin embargo, tengo la oportunidad, junto con otro miembro de la facultad, Robin Hancock, de tocarles una expresión de mi testimonio: “Yo sé que vive mi Señor.” El arreglo fue hecho por Larry Beebe. Al escuchar, contemplen las palabras del himno y visualicen al Salvador resucitado en toda Su gloria y majestad.

No se permitan simplemente recostarse en un sillón cómodo, o ser como la vaca que Hugh B. Brown describió: de pie en la ladera, rumiando, “felizmente inconsciente de la hermosa puesta de sol en el oeste” (Hugh B. Brown, The Abundant Life,  pág. 262). Estén dispuestos a buscar lo que es “virtuoso, o bello, o de buena reputación, o digno de alabanza”. Estén dispuestos a llenar continuamente su mente con aquello que los acercará más al Espíritu de Cristo y los ayudará a resistir la tentación a cada paso. Estén dispuestos a llenar su mente con lo que les permitirá más claramente “ver la lluvia”. Al hacerlo, crearán un escudo en su mente que les ayudará a evitar la tentación y a acercarse a Dios y a Su Hijo Jesucristo.

Dios vive y ésta es Su Iglesia. Vivimos en un día en el que tenemos profetas, profetas que representan al Señor Jesucristo. Ruego que continuamente busquemos hacer Su voluntad, para que algún día podamos volver a Su presencia, en el nombre de Jesucristo. Amén.

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David M. Randall

David M. Randall era profesor de música en BYU cuando dio este devocional el 16 de septiembre de 1997.