Devocional

Quinoa y olivos: fortalecer la viña del Señor

Decano Asociado de la Facultad de Ciencias Biológicas

11 de mayo de 2021

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Creo que nuestro Padre Celestial espera que desarrollemos esta unidad y cultivemos nuestros diversos talentos y habilidades para que podamos ser contados entre los pocos siervos en la alegoría de los olivos encargados de podar y edificar Su viña (Jacob 5:70). Él ha perdonado a la viña, así como a todos nosotros, para este sagrado propósito.


Tenemos la intención de modificar esta traducción cuando sea necesario. Si tiene sugerencias, por favor mándenos un correo a speeches.spa@byu.edu

Me siento honrado de poder hablar a la comunidad de BYU en el devocional de hoy. Espero y oro que el Espíritu me acompañe a fin de que puedan ser edificados y elevados.

Para dar algo de contexto, me uní a la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días cuando tenía quince años, en mayo de 1978. Mi hermano y yo fuimos criados por nuestro padre, un judío secular, en el sur de California. Nos reuníamos para los días sagrados judíos con nuestros tíos, y de muchas maneras nuestra formación cultural nos influenció profundamente. Aunque el adoctrinamiento en la religión cristiana no fue parte de mi crianza, había leído mucho del Antiguo y el Nuevo Testamento en mi propia búsqueda de la verdad en mi adolescencia, y gradualmente fui atraído hacia Jesucristo y sus enseñanzas.

El pueblo de Dios de talento y bondad

Enfocaré mi discurso en dos experiencias que han tenido un impacto duradero en mi vida que sucedieron cuando era un converso reciente de la Iglesia.

La primera experiencia sucedió aproximadamente una semana después de mi bautismo. Un amigo de mi hermano me invitó a participar en un servicio de adoración con una comunidad evangélica. Después de la reunión, el pastor me invitó a conversar sobre mi nueva religión. A pesar de compartir una creencia de la misión divina de Jesucristo, enseguida el atacó despiadadamente el carácter de José Smith, y como un converso de quince años, no estaba preparado para defender la Iglesia. Esa noche descubrí que no estábamos de acuerdo en dos puntos: el testimonio personal que recibí del Espíritu sobre la veracidad del Libro de Mormón y la creencia fundamental de que no somos creaturas, sino realmente hijos espirituales de Dios.

Como el apóstol Pablo enseñó a los Ateneos ignorantes en Areópago, “[Dios] de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres” quienes son el “linaje de Dios” (Hechos 17:26, 29). Creo que esta doctrina resonó tan profundamente dentro de mí porque había sido criado por un padre soltero. Tenía una comprensión emocional arraigada del amor que mi padre nos tenía y gradualmente llegué a comprender y apreciar intelectualmente lo mucho que había sacrificado como padre soltero para criarnos a mi hermano y a mí. A pesar de que mi padre no era perfecto, para mí fue natural y fácil aceptar el concepto de un amoroso Padre Celestial como el gran Dios universal.

La segunda experiencia ocurrió algunas semanas o meses después de haberme unido a la Iglesia. Mi padre era un músico destacado, un chelista en la Filarmónica de Los Ángeles. Él también podía tocar otra media docena de instrumentos y era un pintor muy talentoso. Un día estábamos hablando, y mi padre, siendo agnóstico, hizo una pregunta que fue mas o menos así: “Los judíos afirman ser el pueblo elegido de Dios, y cuando considero su tremenda influencia histórica en las artes, la filosofía, la ciencia y los negocios —especialmente tomando en cuenta lo reducido de su población— tengo que admitir que no es una afirmación exagerada. Si los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días también son el pueblo elegido de Dios, ¿por qué no veo logros e influencia similares por parte de los miembros de tu iglesia?”

La suposición de mi padre, una expectativa común, es que la verdadera religión de Dios debería tener el poder de transformar a sus creyentes no sólo en personas amorosas, compasivas, industriosas y generosas —en otras palabras, personas buenas— sino también en personas que son capaces de logros extraordinarios en las artes, las ciencias, los deportes, los negocios, el gobierno y la religión. Por ejemplo, el pueblo judío puede contar más de doscientos ganadores del premio Nobel, lo que representa alrededor del 20 por ciento del total de galardonados. Creo que el presidente Spencer W. Kimball también creía esto, al haber emitido una declaración audaz y desafiante en su discurso histórico de 1975 titulado “El segundo siglo de la Universidad Brigham Young”:

Tengo la esperanza y la expectativa que de esta universidad y del Sistema Educativo de la Iglesia surgirán estrellas brillantes en el drama, la literatura, la música, la escultura, la pintura, la ciencia y en todas las disciplinas del saber. Esta universidad puede ser el anfitrión refinador de muchos de esos individuos que impactarán a hombres y mujeres en todo el mundo aún después de haber dejado este campus1.

El amor de un padre

Al reflexionar sobre estas dos experiencias, creo que nuestro amoroso Padre Celestial nos ha concedido gracia adicional por medio de los convenios que hemos hecho. Un posible propósito de esos convenios es permitirnos llegar a ser “estrellas brillantes” y agentes “refinadores”, si lo escogemos. El Evangelio también debería generar en nosotros una mayor conciencia y empatía por el sufrimiento de nuestro prójimo. Lo he notado en mis casi cuarenta y tres años de ser discípulo, mientras he buscado conocer a Dios mediante el estudio de las Escrituras, el servicio en llamamientos de la Iglesia y el servicio a la humanidad de otras maneras. Soy padre de cuatro hijos y ahora también abuelo de tres adorables niños pequeños. Naturalmente, espero que emulen las decisiones de vida que me han traído una gran felicidad. Si Dios también es mi Padre, ¿no debería lógicamente tener la misma esperanza y expectativas para todos Sus hijos?

En su discurso de conferencia general titulado “La grandiosidad de Dios” el élder Jeffrey R. Holland nos enseñó una verdad clave sobre cómo podemos llegar a conocer a Dios:

“Entre los muchos propósitos magníficos de la vida y del ministerio del Señor Jesucristo, a menudo se pasa por alto un aspecto grandioso de esa misión. Sus seguidores no lo comprendieron plenamente en esa época, y muchos de la cristiandad moderna tampoco lo comprenden, pero el Salvador mismo lo mencionó repetida y enfáticamente. La gran verdad es que en todo lo que Jesús vino a hacer y a decir, incluso Su sufrimiento y sacrificio expiatorio, y en eso especialmente, Él nos estaba enseñando quién es y cómo es Dios nuestro Padre Eterno… Con palabras y con hechos, Jesús intentaba revelarnos y darnos a conocer la verdadera naturaleza de Su Padre, nuestro Padre Celestial.

En parte, hizo eso porque en aquel entonces, como ahora, todos debemos conocer a Dios más a fondo para amarle con más fuerza y obedecerle más completamente”2.

Por cierto, hice un recuento de palabras y descubrí que Jesús se refirió a Dios con el título de Padre 180 veces en 3 Nefi y 113 veces en el Evangelio de Juan, con mucha más frecuencia que cualquier otro título de Deidad3.

Después de citar los Discursos sobre la fe del profeta José Smith y también la gran oración intercesora del Salvador en Juan 17, el élder Holland enfatizó que tener un conocimiento correcto del carácter y los atributos de Dios es esencial para que podamos ejercer el tipo de fe que nos conduce a la vida eterna. Por lo tanto, el Salvador enseñó en la gran oración intercesora que “esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17:3). El élder Holland también destacó dos ejemplos de las Escrituras: Moisés 7 y la alegoría de los olivos de Zenós en Jacob 5. Ambos relatos muestran a un Padre Celestial abatido llorando por Sus hijos violentos y corruptos4. Qué maravilloso es pensar en Dios como nuestro Padre, dotado de un cuerpo glorificado y emociones, entre ellas el amor y la empatía—¡y que todos somos Sus hijos!

La empatía del Padre se refleja en la empatía del Hijo. Me encanta cómo Alma enseñó a la gente de Gedeón que Jesús deliberadamente “[tomaría] sobre sí los dolores y las enfermedades. . . y [las] debilidades” de la humanidad para que “según la carne [supiera] cómo socorrer a los de su pueblo” (Alma 7: 11–12) y llegar a ser un “varón de dolores y experimentado en quebranto” (Isaías 53: 3) por nuestro bien. Me pregunto qué implican estas Escrituras sobre la necesidad de que nosotros como discípulos emulemos al Salvador y nos familiaricemos con el sufrimiento de nuestros semejantes.

Curiosamente, el dueño de la viña en Jacob 5:49 pareció poner a prueba la paciencia del siervo cuando propuso: “Vayamos y cortemos los árboles de la viña y echémoslos al fuego para que no obstruyan el terreno de mi viña, porque he hecho todo”. A esto le siguió una pregunta que el maestro había hecho dos veces previamente: “¿Qué más pude yo haber hecho por mi viña?”

El siervo luego hizo esta súplica: “Déjala un poco más” (Jacob 5:50).

El cultivado y el silvestre

La alegoría de los olivos me resulta especialmente interesante ya que soy genetista de cultivos. Mis maravillosos colegas, estudiantes y yo estudiamos dos cultivos y sus relaciones con parientes silvestres: quinoa y avena. Estos cultivos no tienen ninguna relación con los olivos y los tres se originaron en hemisferios distintos, pero la quinoa, la avena y los olivos comparten dos características: en primer lugar, fueron domesticados a partir de malezas invasoras; y, en segundo lugar, tienden a volver a su forma ancestral de maleza.

Es interesante para mí que los olivos “cultivados” o domesticados que producen frutos grandes y comestibles se producen con frecuencia mediante el injerto de ramas de olivos domesticados (el término hortícola es vástagos) en portainjertos de olivos silvestres. La diversa genética del portainjerto de olivos silvestres proporciona a toda la planta, incluido el vástago cultivado, resistencia natural a plagas, enfermedades y factores de estrés ambiental como la sequía y el calor extremo. Debido a que el portainjerto silvestre está tan bien adaptado y es tan vigoroso, si no se atiende cuidadosamente con una poda regular, los brotes que emergen del portainjerto pueden crecer y estrangular las ramas superiores del vástago, y estas últimas eventualmente se marchitarán y morirán. Del mismo modo, si el vástago superior no se poda con cuidado, esta parte del árbol puede volverse demasiado productiva y pesada, ejerciendo una carga letal sobre el portainjerto.

No es difícil ver que los olivos, la avena y la quinoa pueden servir como metáforas maravillosas que representan a las personas y la importancia de la diversidad humana. En el cultivo de plantas, solemos referirnos a las plantas domesticadas como de “élite”, y aunque a menudo hablamos de plantas “silvestres”, el término preferido es “exótico” cuando hablamos del germoplasma (o material vegetal) que usamos en el cultivo de plantas.

Por supuesto, en esta metáfora, el germoplasma cultivado (o de élite) representa a los verdaderos creyentes que, siguiendo los pasos del Maestro, producen los “buenos frutos” (3 Nefi 14:17) del Evangelio: actuar con bondad y compasión; participar en la obra misional y del templo; crear hogares llenos de amor en los que el Espíritu enseñe a las familias; y llevar a cabo muchas otras buenas obras que bendicen a la humanidad de muchas maneras. ¿Pero no podría el buen fruto representar también obras maestras artísticas y descubrimientos científicos revolucionarios?

En contraste, el germoplasma silvestre (o exótico) representa vidas dedicadas a la irresponsabilidad, la violencia, la autocomplacencia descuidada y la desobediencia a la conciencia que “ilumina a todo hombre que viene al mundo” (D. y C. 93:2). Sin embargo, tanto el señor de la viña como el siervo ven que hay valor en los olivos silvestres; tienen el potencial de ser domesticados a través del valor refinador de las experiencias de la vida porque, después de todo, también son hijos de Dios.

El riesgo de sacrificar la diversidad

Al principio de mi carrera, recibí una excelente lección del mundo real sobre la importancia de la diversidad genética en el cultivo de plantas. En el semestre de otoño de 1985, durante mi último año en BYU, me sorprendió un día recibir una llamada de reclutamiento del Doctor Don Rasmussen, director de estudios de posgrado en el programa de cultivo de plantas de la Universidad de Minnesota Twin Cities. Él era un graduado de la Universidad Estatal de Utah, un nativo de Ephraim, Utah, y posiblemente el cultivador de cebada cervecera más exitoso de los Estados Unidos. Al final, decidí asistir a la Universidad de Minnesota, y el otoño siguiente me encontré en la clase del Doctor Rasmussen sobre el cultivo de plantas autopolinizadas.

Los principales objetivos de cultivo del Doctor Rasmussen eran producir cebada cervecera de calidad excepcional que tuviese altos rendimientos y una gran resistencia genética a las dos enfermedades de la cebada más graves en ese momento. Para mejorar los rasgos del malteado complejo y el alto rendimiento, su programa sacrificó la diversidad genética; todas sus mejores variedades, que todavía se consideran el modelo para la calidad del malteado, estaban estrechamente relacionadas entre sí en un esfuerzo por concentrar los genes (o alelos) para estos dos rasgos. En consecuencia, él y sus colegas prestaron poca atención a las enfermedades menores que aparecerían ocasionalmente y causarían pérdidas menores de rendimiento.

En la primavera de 1993, un año después de graduarme con mi doctorado, la parte superior del Medio Oeste experimentó la primavera más lluviosa en siglos. La alta humedad y las temperaturas frescas crearon las condiciones perfectas para una de esas enfermedades menores de la cebada: Fusariosis de la espiga o golpe blanco del trigo. El hongo Fusarium no solo reduce la producción de grano, sino que también produce una toxina, deoxinivalenol (DON), comúnmente llamada vomitoxina, debido a su efecto en los cerdos que se alimentan con granos infestados. Ese fue el primero de varios años húmedos consecutivos en los que la Fusariosis de la espiga se convirtió en la principal enfermedad de la cebada y el trigo en el Valle del Río Rojo, la región de mayor producción de cereales en la primavera. Las estadísticas de producción de cebada del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos (USDA) de 1987 a 2002 muestran una disminución dramática en la producción de cebada en esta área que incluye el este de Dakota del Norte, así como partes de Minnesota y Dakota del Sur y se extiende hasta la provincia canadiense de Manitoba. Al mismo tiempo, muchos cultivadores en otros estados occidentales más secos como Montana, Idaho y Washington pasaron de producir alimento a producir cebada cervecera. Casi treinta años después, los cultivadores de trigo y cebada todavía están buscando desesperadamente fuentes exóticas y genéticamente diversas que resistan esta enfermedad, y gran parte de la producción de cebada cervecera en los Estados Unidos parece haberse trasladado permanentemente a los estados occidentales.

La región de la quinoa recuperada

Nuestro grupo de investigación en BYU, que está dirigido por mí y los Doctores Jeff Maughan y David Jarvis, forma parte de un esfuerzo internacional para producir quinoa que esté mejor adaptada para crecer en todo el mundo, incluidos los trópicos de las tierras bajas. A los agricultores de África, el sur de Asia y las regiones bajas de América Latina les gustaría poder cultivar quinoa y alimentar a sus hijos con ella debido a su excelente contenido de proteínas y minerales. Esto ha sido especialmente cierto desde que comenzó el despegue de la quinoa alrededor del año 2005.

Los tipos de quinoa de élite fueron criadas por las antiguas civilizaciones de la alta Cordillera de los Andes para ser productivas en ambientes muy fríos y de gran altitud. (¡El área de producción principal se encuentra en los valles y mesetas andinos a más de doce mil pies sobre el nivel del mar, cientos de pies más alto que la cima del monte Timpanogos que se asoma sobre el campus de BYU!) Sin embargo, otras variedades de quinoa cultivadas están presentes a lo largo de la estrecha franja costera del sur-centro de Chile, y los tipos de malezas (comúnmente conocidos como “pata de ganso”, debido a la forma peculiar de la hoja) se pueden encontrar en las regiones de las tierras bajas de Chile, Argentina y Estados Unidos. Antes de que empezáramos a trabajar en el problema, los diferentes tipos de pata de ganso norteamericanos no eran reconocidos como germoplasma exótico valioso para el cultivo de quinoa de tierras bajas.

A principios de 2003, apenas dos años después de nuestro proyecto de investigación de quinoa, visité los campos tradicionales de producción de quinoa en el Altiplano boliviano. Allí, campos de quinoa muy diversos estaban parcialmente infestados con la pata de ganso local, y a menudo se producía polinización cruzada entre ambas. Los empobrecidos agricultores de subsistencia, que carecían de mecanización, caminaban por los campos y recolectaban individualmente la quinoa negra, que a menudo consumían como cereales inflados. Más tarde, a principios de noviembre de 2003, me aparté por un día de una conferencia científica en Denver para ver cómo era la producción de quinoa en los Estados Unidos, visitando la región principal de cultivo alrededor de Alamosa en el sur de Colorado. El desanimado productor de Colorado con el que me reuní se quejó de que cada tres años habían sufrido pérdidas de rendimiento casi totales debido a la presión de las plagas de insectos y el calor excesivo. A partir de esas dos experiencias, mis colegas y yo comenzamos a pensar que tal vez la solución a la producción fallida de quinoa en los Estados Unidos era cruzarla con variedades de pata de ganso adaptadas a las tierras bajas.

Al año siguiente, en 2004, comenzamos a recolectar semillas de poblaciones de quinoa invasora, principalmente en Utah y Arizona. Desde entonces, nuestra colección se ha expandido para incluir muestras de cientos de poblaciones de pata de ganso que crecen en entornos tan diversos como los desiertos de Sonora y Mojave, la costa del Golfo de México, las Grandes Llanuras, California, e incluso tan al este como la costa de Nueva Inglaterra. Ahora estamos cruzando quinoa de élite con estos tipos exóticos de pata de ganso y produciendo poblaciones reproductoras que compartimos con los agricultores de quinoa en una docena de países en cuatro continentes.

Hace dos años, mientras volvíamos a visitar la región de la quinoa de Colorado, esta vez durante la temporada de cultivo, notamos que los campos de producción tenían plantas nativas de pata de ganso creciendo alrededor de sus márgenes. Además, los campos de quinoa contenían muchas plantas que mostraban características intermedias entre la quinoa y su forma invasora, tal como estábamos acostumbrados a ver en los campos de quinoa andina en Bolivia y Perú. Al año siguiente, tomamos muestras de quince plantas que mostraban diversos grados de características de pata de ganso, y después del análisis de la secuencia de ADN realizado por uno de mis estudiantes, Jake Taylor, y los Doctores Maughan y Jarvis, confirmamos la extensa introgresión de genes de pata de ganso en esta población. Curiosamente, muchos años después del desastre de la quinoa de 2003, el problema ya no era la falta de semillas; ahora era un problema de heterogeneidad debido al proceso de cruzamiento natural, que estaba convirtiendo la quinoa en un cultivo adaptado a través de la mezcla genética con su prima invasora nativa. En otras palabras, los genes de pata de ganso literalmente salvaron la industria de la quinoa de Colorado.

Aunque la quinoa andina ha sido criada para un ambiente muy específico, dentro del ADN de las células de la quinoa hay diversidad genética adicional porque es un poliploide, una planta que antiguamente combinaba los cromosomas de dos especies distintas de dieciocho cromosomas en una sola planta de treinta y seis cromosomas. Debido a esta diversidad mejorada, ese antepasado de treinta y seis cromosomas era más vigoroso que sus parientes diploides de dieciocho cromosomas y, por lo tanto, pudo invadir y colonizar una gama mucho más amplia de hábitats, de ahí su dispersión a lo largo en los entornos de las tierras bajas y altas de Norte y Sudamérica como pata de ganso invasora. A medida que los humanos emigraron al hemisferio occidental, la pata de ganso ya estaba adaptada a los disturbios que los humanos hacían cuando desmontaban la tierra para campamentos de caza, jardines y aldeas. Los seres humanos comenzaron a consumir hojas de pata de ganso, cuyo sabor es parecido al de su prima espinaca, y finalmente comenzaron a consumir las pequeñas pero nutritivas semillas negras. Con el tiempo, los primeros agricultores indígenas seleccionaron plantas que tenían semillas más grandes y no negras, y las sembraban, por lo que la domesticación de la quinoa comenzó en los Andes y en al menos otros dos lugares de la antigua América del Norte.

La cultura de Cristo

Si la diversidad genética es tan importante para la supervivencia de los cultivos, ¿qué pasa en los seres humanos? Si bien la respuesta genética a esta pregunta es un rotundo sí, creo que la respuesta cultural a esta pregunta también es sí. Junto al Doctor Len Novilla, profesor de salud pública de BYU, dirigimos el Comité de Diversidad e Inclusión de nuestra universidad. Hemos revisado la literatura sobre organización y liderazgo cuidadosamente ejecutada en todo el país. La información encontrada de fuentes reconocidas como Harvard Business Review, indica que las empresas y otras organizaciones que tienen estructuras de liderazgo con diversidad étnica y de género tienden a producir mejores resultados que las organizaciones homogéneas. Me dio mucho placer observar la diversidad cultural y étnica que se presenció en la sesión del domingo en la mañana de la conferencia general de abril de 2021. Claramente, el liderazgo de nuestra Iglesia reconoce el valor de nuestras diversas experiencias y antecedentes étnicos y culturales. Seremos aún más exitosos a medida que nuestro liderazgo refleje el panorama cada vez más diversificado de la población internacional de la Iglesia.

Volviendo a la pregunta de mi padre sobre los logros de los judíos en relación con los miembros de nuestra Iglesia, ¿es posible que la diferencia en la producción entre nuestros dos grupos de creyentes se deba a la diversidad? Al observar la historia de los judíos, vemos un grupo de personas religiosas con similitudes étnicas que inicialmente emigraron o fueron expulsadas de su tierra natal en el Cercano Oriente a entornos multiculturales tumultuosos y a menudo peligrosos como Europa central y oriental, Iberia, Marruecos, el Mediterráneo oriental, el sur de Arabia y Etiopía. A esto lo llamamos la diáspora judía; apropiadamente, esta palabra proviene de un término botánico, “diáspora”, que se refiere a la semilla y todo el tejido vegetal asociado que es necesario para una separación exitosa de la planta madre. Dentro de estos diversos entornos surgieron distintas culturas judías Ashkenazi, Sefardí, Mizrachi, Temani y Falasha.

Comparen esa experiencia histórica con la Iglesia primitiva de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Por medio de revelación, básicamente hicimos exactamente lo contrario. Huimos de la persecución en el este de Estados Unidos para trasladarnos al desierto occidental, terminando en un estado de aislamiento. Aunque la Iglesia envió misioneros a muchas partes del mundo, durante las primeras décadas, trajimos a los conversos para asimilarlos aquí en Sion. Por tanto, la Iglesia reunió a decenas de miles de conversos escandinavos aquí en Utah, que formaban el 16 por ciento de la población de Utah en el censo de 19045. Sin embargo, los descendientes de suecos y noruegos con los que viví durante seis años en Minnesota parecían tener una mayor afinidad por sus raíces multiculturales que sus primos aquí en Utah, a pesar de nuestra gran dedicación a la obra del templo y de historia familiar en la Iglesia.

Me pregunto si un resultado de la reunión física en Sion es que a veces combinamos la cultura predominante de la región de las Montañas Rocosas en la que vivimos aquí en Utah y el sureste de Idaho con una “cultura de la Iglesia” oficial, esperando que nuestros conversos de diferentes orígenes multiculturales e internacionales adopten las costumbres culturales aquí como evidencia de su conversión completa. En la conferencia general de octubre pasado, el élder William K. Jackson, de los Setenta, habló de una “cultura de Cristo” universal. Él escribió:

“[La cultura de Cristo] proviene del evangelio de Jesucristo, que es eterno, y explica el por qué, el qué y el dónde de nuestra existencia (es inclusivo, no exclusivo). . . .

La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días no es una sociedad occidental o un fenómeno cultural de Estados Unidos. Es una Iglesia internacional, tal como siempre se dispuso. . . . Los nuevos miembros de todo el mundo aportan riqueza, diversidad y entusiasmo a nuestra siempre creciente familia”6.

Para que BYU cumpla con la esperanza y la expectativa del profeta y se convierta por completo en un “anfitrión refinador” de “estrellas brillantes”, creo que debemos dar la bienvenida y nutrir a la diversidad de nuestros hermanos y hermanas multiculturales estadounidenses e internacionales en todas sus etnias, culturas, idiomas y experiencias de vida. El mismo Salvador que nos llamó a “conocer. . . el único Dios verdadero, y Jesucristo, a quien [Él] ha enviado”, casi en el mismo aliento, oró a nuestro Padre “para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros” (Juan 17: 3, 21). Además, creo que nuestro Padre Celestial espera que desarrollemos esta unidad y cultivemos nuestros diversos talentos y habilidades para que podamos ser contados entre los “pocos” siervos en la alegoría de los olivos encargados de podar y edificar Su viña (Jacob 5:70). Él ha perdonado a la viña, así como a todos nosotros, para este sagrado propósito.

Estoy profundamente agradecido por los dos jóvenes misioneros que tocaron mi puerta hace tantos años, los élderes Leavitt y Jenkins. Testifico que el evangelio de Jesucristo que me enseñaron es verdadero. Creo que Jesucristo es nuestro Salvador y Redentor, quien ejemplificó perfectamente las cualidades de nuestro amoroso Padre Celestial. Y dejo esto en el nombre de Jesucristo. Amén.

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  1. Spencer W. Kimball, “The Second Century of Brigham Young University,” BYU devotional address, 10 October 1975.
  2. Jeffrey R. Holland, “La grandiosidad de Dios,” Ensign, November 2003.
  3. Jesús se refirió a Dios con el título de Padre 113 veces en el Evangelio de Juan según la King James Version (KJV) publicada en 1979 en inglés. Se refirió a Dios con el título de Padre 180 veces en 3 Nefi según la traducción en inglés.
  4. See Holland, “Grandeur”; see Moses 7:29–33, 37, and Jacob 5:41, 47, 49.
  5. See William Mulder, “Scandinavian Saga,” in The Peoples of Utah, ed. Helen Z. Papanikolas (Salt Lake City: Utah State Historical Society, 1976), 142.
  6. William K. Jackson, “The Culture of Christ,” Ensign, November 2020.
Eric “Rick” N. Jellen

Eric N. Jellen, decano asociado de la Facultad de Ciencias Biológicas de BYU y profesor de ciencias de las plantas y la vida silvestre, pronunció este discurso el 11 de mayo de 2021.