Dones del Espíritu para tiempos difíciles
Del Cuórum de los doce apóstoles
10 de septiembre de 2006
Del Cuórum de los doce apóstoles
10 de septiembre de 2006
La influencia del Espíritu Santo funciona en dos sentidos: el Espíritu Santo solo mora en templos puros, pero también nos purifica mediante la expiación de Jesucristo. Oren con fe para saber qué deben hacer para purificarse y ser dignos de la compañía del Espíritu Santo y el servicio del Señor.
Tenemos la intención de modificar esta traducción cuando sea necesario. Si tiene sugerencias, por favor mándenos un correo a speeches.spa@byu.edu
Estoy agradecido por la hermosa música, el Espíritu que ha traído y por la oportunidad de estar aquí esta noche. Muchos se encuentran aquí en el Marriott Center de la Universidad Brigham Young y hay otros miles escuchando y viendo en lugares alrededor del mundo. No puedo verlos a todos, pero su Padre Celestial sí; Él conoce sus nombres, sus necesidades, sus corazones y sus desafíos únicos. Oro para poder ser inspirado y poder expresar las palabras que Él desea que escuchen.
A pesar de nuestra singularidad, todos tenemos algunas cosas en común. Todos nos encontramos en el estado de probación de la mortalidad, y dondequiera que vivamos, esa prueba se volverá cada vez más difícil. Estamos en la última dispensación de los tiempos; los profetas de Dios han visto estos tiempos durante milenios y las cosas maravillosas que iban a suceder. Habría una restauración del evangelio de Jesucristo y la Iglesia verdadera se restablecería con profetas y apóstoles. El Evangelio debía ser predicado a toda nación, tribu, lengua y pueblo. Lo más maravilloso de todo es que la Iglesia verdadera junto con sus miembros tienen la responsabilidad de prepararse para ser dignos de la venida del Salvador a Su Iglesia y a Sus discípulos purificados.
Pero los profetas verdaderos también vieron que en los últimos días Satanás se enfurecería. Habría guerras y rumores de guerras que inspirarían temor. La valentía de muchos fracasaría, habría gran maldad y Satanás engañaría a muchos.
Sin embargo, afortunadamente, muchos no se dejarán vencer ni se dejarán engañar. El hecho de que estén aquí escuchando esta noche es prueba de que quieren estar entre aquellos que no se dejarán vencer ni engañar. Mi propósito es enseñarles cómo pueden alcanzar esa meta feliz y gloriosa.
La clave para cada uno de nosotros será aceptar y mantener el don que Dios nos ha prometido. Los que son miembros de la Iglesia verdadera de Jesucristo recordarán que, después de ser bautizados, siervos autorizados por Dios les prometieron que podrían recibir el Espíritu Santo. Al llevarse a cabo esa ordenanza algunos pudieron sentir algo especial y la mayoría han sentido los efectos de esa promesa cumplida en sus vidas. Esta noche les diré cómo reconocer ese don, cómo recibirlo diariamente en sus vidas y cómo les bendecirá en los días venideros.
Han sentido la apacible confirmación en su corazón y en su mente de esa veracidad, y supieron que fue inspiración de Dios. Para algunos, pudo haber sucedido mientras los misioneros les enseñaban antes de su bautismo, durante un discurso o una lección en la Iglesia, o incluso esta noche cuando se dijo o se cantó algo verdadero, como yo lo sentí al oír cantar. El Espíritu Santo es el Espíritu verdadero; se siente paz, esperanza y gozo cuando testifica al corazón y a la mente. Casi siempre siento una sensación de luz que disipa toda oscuridad y despierta en mí el deseo de hacer lo correcto.
El Señor prometió que esas experiencias serían una realidad para ustedes. Estas son Sus palabras, que se encuentran en Doctrina y Convenios:
Y ahora, de cierto, de cierto te digo: Pon tu confianza en ese Espíritu que induce a hacer lo bueno, sí, a obrar justamente, a andar humildemente, a juzgar con rectitud; y este es mi Espíritu.
De cierto, de cierto te digo: Te daré de mi Espíritu, el cual iluminará tu mente y llenará tu alma de gozo. [D. y C. 11: 12-13]
El Señor también prometió que aquellos que han aceptado el don del Espíritu Santo en sus vidas no serán engañados. Él nos habló de manera reconfortante a quienes vivimos en esta época en la que la Iglesia se está preparando para Su regreso. Esta es la promesa que figura en Doctrina y Convenios:
Y en aquel día, cuando yo venga en mi gloria, se cumplirá la parábola que hablé acerca de las diez vírgenes.
Porque aquellos que son prudentes y han recibido la verdad, y han tomado al Santo Espíritu por guía, y no han sido engañados, de cierto os digo que estos no serán talados ni echados al fuego, sino que aguantarán el día.
Y les será dada la tierra por herencia; y se multiplicarán y se harán fuertes, y sus hijos crecerán sin pecado hasta salvarse.
Porque el Señor estará en medio de ellos y su gloria estará sobre ellos, y él será su rey y su legislador. [D. y C. 45:56-59]
Al escuchar estas palabras, es posible que hayan sentido otra manifestación del Espíritu que se les ha prometido. Esas palabras describen el día en que estaremos con el Salvador, quien habló de las diez vírgenes y de Su Segunda Venida, solo que esta vez vendrá en gloria y podremos tener Su gloria sobre nosotros. De todas las verdades de las que testifica el Espíritu Santo, y que quizás acaban de sentir, ninguna es más preciosa para nosotros que el hecho de que Jesús es el Cristo, el Hijo viviente de Dios, y nada es más probable que nos llene de luz, esperanza y gozo. Por lo tanto, no debe sorprendernos que, cuando sentimos la influencia del Espíritu Santo, también sentimos que, por medio de la expiación de Jesucristo, nuestra naturaleza cambia. Sentimos un mayor deseo de guardar Sus mandamientos, de hacer el bien y de ser justos.
Muchos han sentido ese efecto como resultado de sus experiencias frecuentes con el Espíritu Santo. Por ejemplo, en el campo misional, algunos tuvieron que confiar en el Espíritu para obtener las palabras adecuadas para enseñar lo que las personas necesitaban. Más de una vez, y quizás a diario, recibieron la bendición que Nefi y Lehi experimentaron entre el pueblo durante su misión, descrita en Helamán:
Y acaeció que Nefi y Lehi predicaron a los lamanitas con tan gran poder y autoridad, porque se les había dado poder y autoridad para hablar, y también les había sido indicado lo que debían hablar—
Por lo tanto, hablaron, para el gran asombro de los lamanitas, hasta convencerlos, a tal grado que ocho mil de los lamanitas que se hallaban en la tierra de Zarahemla y sus alrededores fueron bautizados para arrepentimiento, y se convencieron de la iniquidad de las tradiciones de sus padres. [Helamán 5:18-19]
Aunque quizás no hayan tenido la bendición de una cosecha tan milagrosa, el Espíritu Santo les dio palabras cuando entregaron su corazón al servicio del Señor. En ciertos períodos de su misión, esa experiencia se repitió con frecuencia. Si recuerdan esos momentos y reflexionan sobre ellos, también recordarán que su deseo de obedecer los mandamientos aumentó gradualmente. Sintieron menos y menos el tirón de la tentación y cada vez más el deseo de ser obedientes y de servir a los demás, sintiendo un mayor amor por las personas.
El cambio en su naturaleza es uno de los efectos de recibir manifestaciones frecuentes del Espíritu Santo. Y así, por medio de ese servicio fiel al Maestro, no solo obtuvieron el testimonio del Espíritu Santo de que Jesús es el Cristo, sino que también recibieron evidencia personal de que la Expiación es real. Ese servicio, que trae la influencia del Espíritu Santo, es un ejemplo de cómo sembrar la semilla que Alma describió:
Y he aquí, por haber probado el experimento y sembrado la semilla, y porque esta se hincha, y brota, y empieza a crecer, sabéis por fuerza que la semilla es buena.
Y ahora bien, he aquí, ¿es perfecto vuestro entendimiento? Sí, vuestro conocimiento es perfecto en esta cosa, y vuestra fe queda inactiva; y esto porque sabéis, pues sabéis que la palabra ha henchido vuestras almas, y también sabéis que ha brotado, que vuestro entendimiento empieza a iluminarse y vuestra mente comienza a ensancharse.
Luego, ¿no es esto verdadero? Os digo que sí, porque es luz; y lo que es luz, es bueno, porque se puede discernir; por tanto, debéis saber que es bueno; y ahora bien, he aquí, ¿es perfecto vuestro conocimiento después de haber gustado esta luz?
He aquí, os digo que no; ni tampoco debéis dejar a un lado vuestra fe, porque tan solo habéis ejercitado vuestra fe para sembrar la semilla, a fin de llevar a cabo el experimento para saber si la semilla era buena.
Y he aquí, a medida que el árbol empiece a crecer, diréis: Nutrámoslo con gran cuidado para que eche raíz, crezca y nos produzca fruto. Y he aquí, si lo cultiváis con mucho cuidado, echará raíz, y crecerá, y dará fruto. [Alma 32:33-37]
Ahora, si estuviéramos conversando a solas (como desearía que pudiéramos), donde se sintieran en confianza de preguntar lo que quisieran, me imagino que dirían algo así: “Oh, hermano Eyring, he sentido algunas de las cosas que ha descrito; el Espíritu Santo ha inspirado mi corazón y mi mente de vez en cuando, pero lo necesitaré constantemente si no quiero ser vencido ni engañado. ¿Es posible eso? Si lo es, ¿qué se necesita para recibir esa bendición?”.
Bueno, comencemos con la primera parte de su pregunta: sí, es posible. Cuando necesito esa confirmación reiterada, que también necesito de vez en cuando, recuerdo a los hermanos Nefi y Lehi. Trabajando juntos con los otros siervos del Señor, enfrentaron una feroz oposición, sirvieron en un mundo cada vez más inicuo y lucharon contra terribles decepciones. Así que me armo de valor con las palabras de este versículo de Helamán, y ustedes también pueden hacerlo. Esta reafirmación se encuentra en el registro de todo lo que sucedió en un año entero, casi como si al escritor no le sorprendiera. Escuchen:
Y en el año setenta y nueve empezó a haber muchas contenciones. Pero sucedió que Nefi, Lehi y muchos de sus hermanos que sabían concerniente a los verdaderos puntos de la doctrina, pues recibían muchas revelaciones diariamente; por lo tanto, predicaron al pueblo, de modo que hicieron cesar sus contenciones ese mismo año. [Helamán 11:23]
Recibían “muchas revelaciones diariamente”, y para ustedes y para mí, eso responde a la primera pregunta. Sí, sí es posible tener la compañía del Espíritu Santo con suficiente frecuencia como para recibir muchas revelaciones a diario; no será fácil, pero es posible. Lo que se requiere varía para cada persona, ya que comenzamos desde nuestro propio conjunto único de experiencias en la vida. Pero para todos, hay al menos tres requisitos, ninguno de los cuales puede obtenerse o conservarse en una sola experiencia; todos deben renovarse constantemente.
Primero, recibir el Espíritu Santo requiere fe en nuestro Padre Celestial y en Su amado Hijo, Jesucristo. No será suficiente recordar grandes experiencias espirituales del pasado en las que se les haya confirmado esa veracidad. Necesitarán tener certeza de su fe en momentos de crisis, que pueden llegar en cualquier momento ya sea de día o de noche, cuando supliquen por la influencia del Espíritu. En ese momento deberán tener la firme convicción de que Dios vive, que Él escucha sus súplicas, y que el Salvador resucitado hará lo que Él prometió hacer por Sus siervos durante Su ministerio mortal. Ustedes recuerdan:
Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el que procede del Padre, él dará testimonio de mí. [Juan 15:26]
Los hermanos Nefi y Lehi recibían diariamente muchas revelaciones; el registro muestra que ellos conocían los puntos verdaderos de doctrina. De toda la doctrina verdadera, no existe nada más importante para nosotros que la verdadera naturaleza de Dios el Padre y de Su Hijo, Jesucristo. Por esta razón, regreso a estudiar las Escrituras, a orar y a participar de la Santa Cena una y otra vez. Sobre todo, llego a conocer mejor a Dios y a Jesucristo al guardar los mandamientos y al servir en la Iglesia. A través de este servicio, no solo llegamos a conocer la personalidad de Dios, sino también a amarlo. Si guardamos Sus mandamientos, nuestra fe en Él crecerá y podremos ser dignos de tener Su espíritu.
La fe vibrante en Dios se obtiene mejor al servirle regularmente. Aunque no todos tengamos un llamamiento formal en la Iglesia, cada miembro tiene innumerables oportunidades de servir. Desde hace años escuchamos la frase “cada miembro un misionero”, que no es una sugerencia, sino una realidad de ser miembros. Nuestra decisión será si compartiremos el Evangelio con los demás o no. De igual manera, cada miembro debe cuidar de los pobres, tanto dentro como fuera de la Iglesia. Algunos actos de servicio son silenciosos y personales; otros los realizamos juntos como comunidad, mediante las ofrendas de ayuno y los proyectos de servicio. En última instancia, nuestra decisión será si nos uniremos al Señor y a Sus discípulos en nuestros días, tal como ellos sirvieron junto a Él durante Su ministerio mortal.
La mayoría de nosotros tenemos, o podemos tener, llamamientos como maestros orientadores o maestras visitantes, lo cual fortalece nuestra fe en que el Señor envía al Espíritu Santo a Sus humildes siervos. He visto, al igual que muchos de ustedes, cómo este proceso fortalece y renueva nuestra fe en Él. Recibí una llamada telefónica de una madre angustiada que vivía en un estado muy lejano al mío. Me contó que su hija soltera se había mudado a una ciudad distante de su hogar, y debido al poco contacto que tenía con ella, intuía que algo estaba muy mal. La madre temía por la seguridad moral de su hija y me suplicó que la ayudara.
Averigüé quién era el maestro orientador de la hija y lo llamé. Era joven, pero tanto él como su compañero se habían despertado durante la noche, preocupados por la joven y con la impresión de que estaba a punto de tomar decisiones que le causarían tristeza y miseria. Inspirados por el Espíritu, fueron a visitarla, pero al principio, ella no quiso contarles nada sobre su situación. Le rogaron que se arrepintiera y que eligiera el camino que el Señor había preparado para ella y que sus padres le habían enseñado. Mientras los escuchaba, se dio cuenta de que la única manera en que ellos podrían saber acerca de su vida era a través de Dios. La oración de una madre había llegado al Padre Celestial, y el Espíritu Santo había inspirado a los maestros orientadores con un encargo.
En más de una ocasión, he escuchado a líderes del sacerdocio decir que habían sido inspirados a visitar a alguien que necesita ayuda, solo para descubrir que la maestra visitante o el maestro orientador ya habían estado allí. Mi esposa, que se encuentra conmigo esta noche, es un ejemplo de esto. Una vez, un obispo me dijo, “Sabes, me molesta que cuando recibo inspiración para visitar a alguien, tu esposa ya ha estado allí”. Su fe crecerá al servir a Dios, cuidando de Sus hijos como maestros asignados a sus hogares; al hacerlo, sus oraciones serán contestadas, y llegarán a saber por sí mismos que Él vive, que nos ama y que envía inspiración a todos los que comienzan a ejercer su fe en Él y desean servirle en Su Iglesia. Permanezcan cerca de la Iglesia si desean que su fe en Dios aumente, porque a medida que esa fe crezca, también lo hará su capacidad para reclamar la promesa de recibir los dones del Espíritu.
El primer requisito para recibir la compañía y la guía frecuente del Espíritu Santo es tener fe en el Señor Jesucristo y en nuestro Padre Celestial. El segundo requisito es ser puros, porque el Espíritu se retira de aquellos que son impuros, como se ilustra tristemente en la historia del pueblo del Libro de Mormón:
Y por motivo de su iniquidad, la iglesia había empezado a decaer; y comenzaron a dejar de creer en el espíritu de profecía y en el espíritu de revelación; y los juicios de Dios se cernían sobre ellos.
Y vieron que se habían vuelto débiles como sus hermanos los lamanitas, y que el Espíritu del Señor no los preservaba más; sí, se había apartado de ellos, porque el Espíritu del Señor no habita en templos impuros. [Helamán 4:23-24]
La senda para recibir al Espíritu Santo es ejercer la fe en Cristo hasta llegar al arrepentimiento. Podemos purificarnos al hacernos merecedores de las bendiciones de la expiación del Salvador. Los convenios que hacemos en el bautismo, administrado por siervos autorizados de Dios, nos otorgan esa purificación. Cada vez que participamos de la Santa Cena, renovamos nuestro compromiso de guardar esos convenios. La paz que todos anhelamos proviene de saber que hemos recibido el perdón por nuestros pecados, sean de omisión o de comisión.
Es al Salvador a quien se le ha dado el derecho de conceder ese perdón y dar esa certeza. He aprendido que el Señor da esa certeza en el momento que Él escoge y a Su propia manera, especialmente cuando lo pido en oración. Una forma en que Él concede esa certeza es a través del Espíritu Santo. Si están teniendo dificultad para sentir el Espíritu Santo, sería prudente que reflexionaran si hay algo por lo cual deben arrepentirse y ser perdonados.
Si han sentido la influencia del Espíritu Santo durante el día, o incluso esta noche, pueden tomarlo como evidencia de que la Expiación está obrando en su vida. Por esa razón, y muchas otras, deben colocarse en lugares y participar en actividades que inviten al Espíritu Santo. La influencia del Espíritu Santo funciona en dos sentidos: el Espíritu Santo solo mora en templos puros, pero también nos purifica mediante la expiación de Jesucristo. Oren con fe para saber qué deben hacer para purificarse y ser dignos de la compañía del Espíritu Santo y el servicio del Señor. Esa compañía los fortalecerá contra la tentación y les dará poder para detectar el engaño.
Un tercer requisito para tener la compañía del Espíritu Santo es tener motivos puros. Si desean recibir los dones del Espíritu, deben desearlos por las razones correctas. Sus propósitos deben ser los propósitos del Señor. En la medida en que sus motivos sean egoístas, les resultará difícil recibir los dones del Espíritu que se les han prometido.
Este hecho sirve tanto como advertencia como enseñanza. Primero, la advertencia: Dios se ofende cuando buscamos los dones del Espíritu para nuestros propios fines en lugar de los Suyos. Puede que nuestros motivos egoístas no nos resulten evidentes, pero pocos de nosotros seríamos tan ciegos como el hombre que intentó comprar el derecho a los dones del Espíritu. Recuerden la triste historia del hombre llamado Simón y la reprimenda de Pedro:
Y cuando vio Simón que por la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu Santo, les ofreció dinero,
Diciendo: Dadme también a mí este poder, para que cualquiera a quien yo imponga las manos reciba el Espíritu Santo.
Entonces Pedro le dijo: Tu dinero perezca contigo, porque has pensado que el don de Dios se obtiene con dinero.
No tienes tú parte ni suerte en este asunto, porque tu corazón no es recto delante de Dios.
Arrepiéntete, pues, de esta tu maldad y ruega a Dios, y quizá te sea perdonado el pensamiento de tu corazón;
Porque en hiel de amargura y en cadenas de iniquidad veo que estás.
Respondiendo entonces Simón, dijo: Rogad vosotros por mí al Señor, para que ninguna cosa de estas que habéis dicho venga sobre mí. [Hechos 8:18-24]
Al parecer, Simón reconoció sus propios motivos corruptos. Para nosotros, la situación puede ser más complicada. Casi siempre tenemos más de un motivo a la vez, y a menudo estos motivos son una mezcla de lo que Dios quiere y lo que nosotros queremos. Separarlos no es tarea fácil.
Por ejemplo, imagínense en vísperas de un examen universitario o de una entrevista para un nuevo trabajo, sabiendo que la guía del Espíritu Santo podría ser de gran ayuda. Sé por experiencia propia que el Espíritu Santo conoce algunas de las ecuaciones matemáticas que se utilizan para resolver problemas de termodinámica, una rama de las ciencias.
Yo tenía dificultades con la física, y estudiaba un libro que aún conservo por razones históricas y espirituales. En medio de unos cálculos matemáticos a mitad de la página (incluso podría mostrarles dónde está), tuve una clara confirmación de que lo que estaba leyendo era verdadero. Era exactamente la misma sensación que había experimentado anteriormente al meditar las Escrituras y que he sentido muchas veces desde entonces. Sabía que el Espíritu Santo comprendía todo lo que era verdadero acerca de cualquier cosa que pudieran preguntarme en un examen de termodinámica.
Como pueden imaginar, estuve tentado a pedirle a Dios que me enviara al Espíritu Santo durante el examen para no tener que estudiar más. Sabía que Él podía hacerlo, pero no se lo pedí; sentí que Él preferiría que aprendiera a esforzarme. Es posible que me hubiera podido ayudar en el examen, pero temía que mi motivo no fuera el mismo que el Suyo. Han tenido que tomar esa misma decisión en más de una ocasión, quizás cuando tuvieron una entrevista de trabajo o cuando se preparaban para dar un discurso o enseñar una lección misional. Siempre existe la posibilidad de que tengamos un motivo egoísta que sea menos importante para el Señor.
Por ejemplo, puede que yo quiera sacar una buena calificación en una asignatura, mientras que Él prefiere que aprenda a trabajar arduamente al servicio de los demás. Puede que yo quiera un trabajo por el salario o el prestigio, mientras que Él quiere que trabaje en otro lugar para bendecir la vida de alguien a quien aún no conozco. Sin duda, Él tiene un propósito para que me escuchen hablar esta noche; Él los conoce. Puede que yo tenga el deseo de divertirlos o impresionarlos, pero he tratado de suprimir mi deseo y rendirme al Suyo.
Una vez vi a un hombre hacer eso y cambió mi vida. Una de las Autoridades Generales vino a hablar a una conferencia en la que yo estaba sentado en el estrado. Yo formaba parte de la presidencia del sacerdocio local y conocía personalmente las dificultades de las familias y los miembros locales. Él, la Autoridad General, acababa de llegar en avión tras una larga asignación en Europa, y obviamente estaba cansado. Se puso de pie para hablar en la reunión, y me pareció que divagaba de un tema a otro. Al principio sentí lástima por él y pensé que no estaba logrando dar un buen sermón como los que sabía que había dado muchas veces.
Al cabo de un rato, me emocioné al darme cuenta de que, al pasar de un tema aparentemente sin relación con otro, estaba abordando las necesidades de cada uno de los miembros y familias pobres y con dificultades a los que intentábamos ayudar. Él no los conocía ni sabía cuáles eran sus necesidades, pero Dios sí.
Cuán agradecido estoy de que su motivo no fuera dar un gran sermón ni ser visto como un poderoso profeta. Él habrá hecho lo que espero que hagamos siempre, y habrá orado de esta manera: “Padre, necesito Tu ayuda, y estoy cansado; por favor, guíame con el Espíritu Santo y bendice a estas personas, porque las amo, y solo te pido poder hacer Tu voluntad para ayudarlas.”
El Espíritu Santo se manifestó esa noche, y se cumplió la voluntad del Señor. La Autoridad General había pasado toda su vida alimentando su espíritu y el de los demás con la buena palabra de Dios. Había servido fielmente al Maestro y era un testigo especial de Jesucristo porque había pagado el precio para serlo. Todo esto fue posible porque mantuvo sus motivos estrechamente alineados con la voluntad del Señor. Eso permitió que el Señor enviara los susurros del Espíritu Santo a Su siervo y bendijera a las personas.
No comprendo por completo todo lo que significan las palabras de las Escrituras “el amor puro de Cristo”. Pero lo que sí sé es esto: es un don que se nos promete cuando la expiación de Jesucristo ha obrado en nosotros. El don consiste en desear lo que Él desea. Cuando nuestro amor es el amor que Él siente, es puro porque Él es puro, y cuando nuestras esperanzas para los demás se alinean más estrechamente con las Suyas, podemos saber que estamos siendo purificados. Debemos orar por los dones del Espíritu; uno por el que yo oro es que pueda tener motivos puros. Oro para desear lo que Él desea para mí y para el resto de Sus hijos, y también para sentir, no solo decir, que deseo que se haga Su voluntad.
Esto es lo que las palabras de Moroni significan para mi:
Por tanto, amados hermanos míos, si no tenéis caridad, no sois nada, porque la caridad nunca deja de ser. Allegados, pues, a la caridad, que es mayor que todo, porque todas las cosas han de perecer;
Pero la caridad es el amor puro de Cristo, y permanece para siempre; y a quien la posea en el postrer día, le irá bien.
Por consiguiente, amados hermanos míos, pedid al Padre con toda la energía de vuestros corazones, que seáis llenos de este amor que él ha otorgado a todos los que son discípulos verdaderos de su Hijo Jesucristo; para que lleguéis a ser hijos de Dios; para que cuando él aparezca, seamos semejantes a él, porque lo veremos tal como es; para que tengamos esta esperanza; para que seamos purificados así como él es puro. Amén. [Moroni 7: 46-48]
Les doy mi testimonio de que Dios el Padre vive y es un Hombre glorificado y exaltado. Él es el Padre de nuestro espíritu. Él y Su Hijo Amado, ambos resucitados y glorificados, se aparecieron al joven José Smith en una arboleda en Nueva York. Estando allí, el Padre habló a José, primero llamándolo por su nombre y luego presentando a Su Hijo. Mensajeros celestiales vinieron a restaurar todas las llaves de autoridad del sacerdocio. José tradujo el Libro de Mormón por el don y el poder de Dios. Había sido escrito en planchas por profetas antiguos, uno de los cuales se las entregó a José y las retiró cuando se completó la traducción. Las llaves del sacerdocio se encuentran hoy en la tierra. Como testigo de Jesucristo, les testifico que sé que Él vive y que dirige Su Iglesia.
Ruego con toda la energía de mi corazón que sus oraciones sean respondidas y que puedan cumplir con los requisitos para recibir el Espíritu Santo. También ruego que perseveren fielmente hasta el fin y que ese fin sea glorioso para ustedes.
Les dejo mi bendición para que sus súplicas por los dones del Espíritu, a fin de poder servir al Señor, sean concedidas, y les dejo mi amor. En el nombre de Jesucristo. Amén.
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1] Presidente Henry B. Eyring, “Montañas que ascender” Conferencia General, abril de 2012.
[2] Elder Robert D. Hales, “Presidente Henry B. Eyring: Llamado por Dios,” Liahona, Julio 2008.
[3] Presidente Henry B. Eyring, “O Recordad, recordad!,” Liahona, November 2007

Henry B. Eyring era miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días cuando pronunció este discurso durante una charla fogonera el 10 de septiembre de 2006.