Saber cuándo perseverar y cuándo cambiar de dirección
Esposa de Rex E. Lee
14 de enero de 1992
Esposa de Rex E. Lee
14 de enero de 1992
Pero si pudiera retroceder en el tiempo, ¿tendría entonces que cambiar lo que he aprendido? No me gustaría deshacer esa parte. Al siempre tener disponible nuestra opción preferida, puede que renunciemos a beneficios desconocidos.
Tenemos la intención de modificar esta traducción cuando sea necesario. Si tiene sugerencias, por favor mándenos un correo a speeches.spa@byu.edu
Cuando mi hija Stephanie tenía cinco años, fuimos juntas a matricularla para el kínder. Cuando llegamos, la invitaron a ir a un salón para “jugar” con los maestros y otros niños. Como ex maestra de primaria, yo estaba segura de que los “juegos” eran en realidad un método para saber adónde asignarla.
Había una maestra sentada afuera del salón con una caja de crayones y varias hojas de papel en blanco. Yo sonreí confiadamente desde el otro lado del pasillo mientras le pedía a Stephanie que eligiera su color favorito y escribiera su nombre. “Ella sabe escribir todos los nombres de nuestra familia”, pensé. “¡Está tan bien preparada que puede enfrentar cualquier cosa en ese salón!” Pero Stephanie solo se quedó allí. La maestra repitió las instrucciones y de nuevo mi hija se quedó quieta, mirando en blanco la caja de crayones, apretando las rodillas y con las manos detrás de la espalda.
Con la voz dulce y paciente que usan los maestros cuando comienzan a sentirse un poco impacientes, la maestra le pidió una vez más: “Stephanie, querida, elige tu color favorito y escribe tu nombre en esta hoja de papel”. Yo estaba a punto de ir a ayudar a mi hija cuando la maestra dijo amablemente: “Está bien. No te preocupes. Te enseñaremos a escribir tu nombre cuando vengas a la escuela en otoño”. Tratando de controlar mi reacción, vi a Stephanie entrar al salón de clases con una maestra que estaba convencida de que mi hija no sabía cómo escribir su nombre.
De camino a casa, traté de sonar despreocupada al preguntarle por qué no había escrito su nombre. “No pude”, respondió ella. “La maestra me dijo que eligiera mi color favorito, ¡y no había crayones color rosa en la caja!”.
Al ver crecer a mis hijos y observar la vida en general, reflexiono a menudo sobre este incidente. ¿Cuántas veces, como hijos del Padre Celestial, nos paralizamos simplemente porque no tenemos disponible la opción que teníamos en mente, al menos no en el momento en que la queremos?
¿Dejamos de progresar cuando no nos aceptan en la carrera que queríamos, cuando no logramos inscribirnos para una clase obligatoria, cuando no conseguimos el trabajo deseado, cuando esa cita soñada no progresa más allá de la amistad, o cuando no obtenemos el dinero esperado? ¿A veces, por razones difíciles de entender o que están fuera de nuestro control, nos enfrentamos a una serie de circunstancias que no teníamos en mente? En otras palabras, ¿qué sucede cuando miramos en la caja y el crayón rosa simplemente no está allí? Es tan fácil sentirnos paralizados, poner las manos detrás de la espalda y no hacer nada cuando las cosas deseadas y soñadas están fuera de nuestro alcance. Pero hacer esto desafía la razón misma por la que estamos en esta tierra. Aunque a veces sea difícil de entender, las piedras de tropiezo son absolutamente esenciales para nuestro progreso.
Recuerden lo que dijo el Salvador: “Si te es requerido pasar tribulaciones… entiende, hijo mío, que todas estas cosas te servirán de experiencia, y serán para tu bien” (D. y C. 122:5–7).
A menudo me he preguntado cómo se habrá sentido José cuando sus hermanos lo vendieron a Egipto. ¿Habrá pensado que la buena vida había terminado para él, que nunca volvería a experimentar la alegría? ¿Y qué hay de Abraham e Isaac? ¿Se habrán preguntado por qué había recaído en ellos ese horrible mandamiento de sacrificio? ¿Cómo se habrán sentido Sara, Rebeca, Raquel y Ana al cargar con el estigma de ser estériles, cuando en aquellos días se interpretaba como una señal del desagrado de Dios? ¿Cómo se habrán sentido Lehi y Saríah cuando se les mandó huir de su hogar y de sus amigos en Jerusalén para vivir en el desierto? Y en esta dispensación, ¿hubiesen elegido Hyrum y José vivir las dificultades que afrontaron?
En cada uno de esos casos, al observar la vida de varios hombres y mujeres de las Escrituras, es fácil ver cómo las personas pueden triunfar sobre la adversidad. Pero en nuestra vida cotidiana, a menudo es difícil permanecer enfocados, ver más allá de nuestras propias frustraciones y ver el final desde el principio.
El élder Richard G. Scott sabiamente instruyó durante la Conferencia General de octubre de 1991:
El camino que debes recorrer en la vida puede ser muy diferente que el de otras personas. Quizá no siempre sabrás por qué Él hace lo que hace, pero puedes saber que Él es perfecto en su justicia y misericordia.
Aunque te duela, confía en [el Señor] con Su perspectiva eterna. Ten paciencia cuando se te pida que esperes cuando quieres una solución inmediata. [“Cómo obtener ayuda del Señor”, Liahona, enero de 1992, pág. 96; cursiva agregada]
Cuando mi hijo Tom tenía doce años, su sueño era ser jugador profesional de baloncesto. A pesar de que practicaba hasta altas horas de la noche, le preocupaba mucho no ser el mejor de su equipo y le preocupaba aún más ser demasiado bajo para jugar bien. Recuerdo una noche que me preguntó: “¿Qué voy a hacer si no logro mi meta?”. Nos quedamos hablando durante mucho tiempo sobre las decisiones y las diferencias individuales, sobre los desafíos y cómo saber cuándo perseverar y cuándo cambiar de dirección.
Al final, a Tom sí lo aceptaron en el equipo de su escuela secundaria, pero cuando se hizo evidente que había otras cosas que podía hacer mejor, cambió de rumbo. El crayón que habría elegido cuando era adolescente simplemente no estaba allí para él. Tuvo que colorear su vida con otras decisiones. A los doce años, pensaba que su vida no valdría nada si no podía jugar profesionalmente. A los veintisiete años, se siente exitoso en lo que está haciendo y es feliz en su profesión.
Por mucho que nos pese, la vida es así, y lo que hubiésemos deseado a los doce, a los veinte, a los cuarenta y dos o incluso a los setenta y dos años, tal vez tenga que adaptarse a las oportunidades y opciones que están disponibles para nosotros en ese momento.
Hace unos años, mi hermana y yo íbamos caminando por la playa cuando comenzamos a conversar muy seriamente sobre la vida, los desafíos y la capacidad cada vez mayor que teníamos las dos para manejar cualquier cosa que se nos presentara. “Creo que he vivido lo suficiente como para poder afrontar cualquier desafío que se me presente”, dije yo inocentemente.
“Creo que yo también podría”, fue la rápida respuesta de mi hermana.
Entonces, la pregunta que recordaré para siempre salió de ella: “Janet, ¿qué desafío sería el más difícil para ti?”
Ni siquiera tuve que pensarlo dos veces. Ya lo sabía. “Lo que más me costaría”, comencé, “sería afrontar la muerte de mi esposo. No me imagino la vida sin Rex”.
“Eso sería difícil”, respondió, “pero creo que pasar por un divorcio sería aún más difícil para mí”.
Era interesante lo absurdo que parecían esos temores en aquel entonces. Rex corría maratones y era la viva imagen de la salud; el matrimonio de mi hermana se encontraba intacto. Nos reímos de esos miedos, que seguramente no se convertirían en realidad.
Solo ocho meses después, Rex yacía al borde de la muerte en un hospital y el proceso de divorcio de mi hermana había comenzado. Recordar ese día y el año que siguió siempre me traerá recuerdos agridulces. En definitiva, mi hermana y yo jamás hubiéramos elegido esos colores de nuestra caja de opciones, pero tuvimos que rehacer nuestras vidas con los colores que había. Hoy ella es feliz en un nuevo matrimonio con un hombre maravilloso, y mi vida con Rex es próspera y plena. Mi elección no habría sido experimentar lo que me tocó vivir; sin embargo, como resultado, puedo decir que cada día está lleno de un significado más profundo, una mayor comprensión y nuevas percepciones. Si pudiera cambiarlo todo y deshacerme de los desafíos, lo haría en un instante. No me gusta el hecho de que mi esposo tenga cáncer. Definitivamente, difiere de la vida que yo tenía en mente para nosotros. Pero si pudiera retroceder en el tiempo, ¿tendría entonces que cambiar lo que he aprendido? No me gustaría deshacer esa parte. Al siempre tener disponible nuestra opción preferida, puede que renunciemos a beneficios desconocidos. Como dijo Emerson: “Por todo lo que has perdido, has ganado algo más” (Essays: First Series [1841], “Compensation”).
Permítanme compartir con ustedes parte de una carta que alguien escribió después de escuchar la historia de Stephanie y sus crayones. Dice así:
No tengo todos los colores que quiero, pero tengo todos los colores que necesito. Cuando necesite colores nuevos o diferentes en mi vida, el Padre Celestial se asegurará de que los tenga. Sé que nunca me dará un reto más allá de mi alcance o más allá de las herramientas que me ha dado para trabajar. También sé que los desafíos y las pruebas que tengo son, en realidad, bendiciones, y que seré mejor y más fuerte por haberlos superado.
Doy mi testimonio de que Dios vive, que Él escucha y contesta nuestras oraciones, que nos ayudará a superar los desafíos de la vida porque nos ama y desea que regresemos a Él. Es mi oración que coloreemos nuestra vida de una manera hermosa con cualquier color que esté disponible para nosotros, en el nombre de Jesucristo. Amén.
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Janet G. Lee, esposa de Rex E. Lee, pronunció este devocional en la Universidad Brigham Young el 14 de enero de 1992.