Cuando aprendemos a amarnos unos a otros y a respetar nuestras diferentes habilidades, nos preparamos para vivir en un orden celestial. Cada persona edifica a la otra, y entonces podemos convertirnos en una sociedad semejante a Sion.
Tenemos la intención de modificar esta traducción cuando sea necesario. Si tiene sugerencias, por favor mándenos un correo a speeches.spa@byu.edu
Estoy muy agradecida por mi afiliación a esta universidad. Cinco de mis hijos también disfrutaron asistir a BYU. Recuerdo que uno de ellos, justo después de su servicio como misionero, de repente se dio cuenta de los cambios en su vida al entrar a BYU. Durante la secundaria, salía con chicas y se lo pasaba bien con ellas. Después de su misión, de nuevo comenzó a salir en citas, esperando la misma diversión casual. Sin embargo, regresó de su primera cita después de la misión un poco pálido y perturbado. Cuando le pregunté sobre la cita, él respondió: “Estos no son los juegos de la secundaria. Estas mujeres van en serio”. Es cierto, ya no están jugando en esta etapa de la vida; esto va en serio.
Sus años como jóvenes adultos establecen los cimientos para su futuro. Los cambios en las relaciones son de los desafíos más grandes. Dejar el hogar y el entorno familiar, vivir con compañeros de cuarto, hacer nuevos amigos y establecer los hábitos relacionales para finalmente casarse y formar una familia propia son desafíos que se vuelven muy reales. Las relaciones forman la base misma del evangelio de Jesucristo. Cristo enseñó que todas las leyes del Evangelio dependen de nuestra capacidad de amar a Dios y a los demás (Mateo 22:37–40). Todas las leyes de Dios son, en esencia, leyes de amor. Cada mandamiento se da por amor a ustedes y preocupación por su felicidad. Al final, todo mandamiento pone a prueba su capacidad de amarle a Él y de amar a los demás.
Así como Dios tiene un Evangelio de relaciones, Satanás propone principios falsos que al final conducen a la destrucción de las relaciones, tanto con Dios como con los demás. Dios nos enseña a amar a los demás y a aprender a vivir en una sociedad de Sion. Satanás fomenta la envidia, la rivalidad y los juicios sin misericordia. Esto les impide sentir cercanía y conexión con los demás. Dios les enseña cuanto al progreso eterno y la fe en la Expiación de Jesucristo, mientras que Satanás enseña su imitación torcida — el perfeccionismo— que destruye su autoconfianza y confianza en los demás. Dios enseña en cuanto al matrimonio eterno, donde el amor perdura para siempre. Satanás fomenta relaciones que son egoístas y terminan cuando se vuelven inconvenientes. Me gustaría analizar estos tres principios y sus imitaciones (falsificaciones) en el contexto de lo que he aprendido acerca de las relaciones del evangelio de Jesucristo, mi trabajo como psicóloga clínica y 34 años de un matrimonio feliz.
Una vez llevé a mi nieto pequeño a un restaurante de mariscos. Tenían un gran tanque lleno de langostas vivas. Mi nieto miró con asombro mientras las langostas se movían en el tanque, aparentemente ajenas al hecho de que pronto serían seleccionadas para la cena de alguien. Mi nieto miró fascinado por un tiempo y luego me preguntó: “No hay tapa en el tanque y no es muy profundo. ¿Por qué las langostas no se escapan y se van a casa? Así nadie se las come”. Miramos unos minutos más, y luego noté un curioso fenómeno. Si una langosta empezaba a intentar salir del tanque, las otras la agarraban, halaban, empujaban o tiraban para que la langosta volviera al fondo del tanque. Ninguna podía escapar y volver a casa porque estaban demasiado ocupadas tirándose unas a otras al tanque. Me preguntaba qué pasaría si alguna vez se dieran cuenta de que, si pudieran levantarse y ayudarse mutuamente, tal vez ya no habría langosta en el menú de ese restaurante.
A veces la gente se comporta como las langostas. Si uno se adelanta un poco o parece haber descubierto un camino a la seguridad, otros claman para tirarlos de vuelta, y al hacerlo, nadie escapa. ¿Por qué hace eso la gente? ¿Es la envidia?
Miren a su alrededor. Observen lo diferente que son las personas. Son diferentes no solo en apariencia, sino también en sus personalidades, experiencias de vida, desafíos mortales y misiones aquí en la tierra. Cuando nos damos cuenta de esas diferencias, podemos sentir envidia de los demás. Sin embargo, las Escrituras enseñan que hay razones para nuestras diferencias. Aprendemos de las Escrituras que “no a todos se da cada uno de los dones” (D. y C. 46:11). A todos nos han dado debilidades para enseñarnos humildad y compasión (1 Corintios 1:27, 2 Corintios 12:10, Éter 12:27). También somos diferentes para que cada uno tenga algo que contribuir y alguna manera de pertenecer (1 Corintios 12:14-22, 25, 26). Cuando aprendemos a amarnos unos a otros y a respetar nuestras diferentes habilidades, nos preparamos para vivir en un orden celestial. Cada persona edifica a la otra, y entonces podemos convertirnos en una sociedad semejante a Sion.
Dios nos enseña a amarnos los unos a los otros. Aún así, puede ser que tengamos sentimientos y pensamientos que no son amorosos. A veces es un desafío dejar de ser envidiosos y juzgar erróneamente a nuestro prójimo. Todos “vemos por [un] espejo, oscuramente” (1 Corintios 13:12). Nuestra experiencia personal es limitada. A menudo es fácil ver la situación de otro y creer que la entendemos claramente cuando, en realidad, no la entendemos para nada. Es fácil entonces llegar a creer que pueden “labrar la salvación de otro” porque saben lo que está mal en su vida. Sin embargo, no siempre conocemos los desafíos privados de los demás, al igual que sus penas y decepciones. Aún más importante, no conocemos el plan único de Dios para la vida de esa persona y podemos correr el riesgo de prescribir las soluciones equivocadas. Cuando juzgamos sin caridad e intentamos prescribir soluciones para la vida de otras personas, corremos el riesgo de hablar en contra de la voluntad del Señor para esa persona.
Permítanme ilustrar con una lección objetiva. Estos son mis anteojos recetados. Después de examinarme los ojos con cuidado, el optometrista descubrió que yo tenía necesidades muy específicas para poder ver con claridad. Estos lentes son bifocales, elaborados especialmente con una graduación de –11 en un ojo y –13 en el otro. Sospecho que hay pocas personas en la audiencia que verían bien con estos anteojos. Piensen cómo sería si los obligara a usar mis anteojos todos los días. A mí me funcionan, pero si supusiera que también les sirven a ustedes y se los impusiera, se sentirían miserables y quizá me resentirían. Más aún, con mi graduación no podrían realizar la obra que solo a ustedes les corresponde. Dios es quien nos da a cada uno la graduación adecuada, porque solo Él tiene la sabiduría para conocer nuestras necesidades individuales.
¿Cómo revela Él Su voluntad a un individuo? Uno de los dones más grandes que tienen con el cual pueden labrar su propia salvación es el don del Espíritu Santo. El Espíritu Santo puede ayudarnos a cada uno a comprender lo que el Señor quiere que hagamos. Sin embargo, el Espíritu Santo es como la Liahona de la antigüedad que funciona con la condición de que obedezcamos los mandamientos. También tienen las palabras de los profetas antiguos y modernos. Podemos confiar en que el Espíritu Santo nos ayude a entender sus palabras en el contexto de nuestras propias vidas. También podemos obtener más instrucción personal al asistir al templo con espíritu de oración, a través de las bendiciones patriarcales y mediante otras bendiciones del sacerdocio.
Debemos tener cuidado de no interferir con estos procesos espirituales en la vida de los demás al chismear, juzgar o dar consejos no inspirados que puedan provenir de nuestras propias inclinaciones, prejuicios y puntos ciegos, por muy buenas que sean nuestras intenciones. Un estudio que hice sobre mujeres Santos de los Últimos Días y la depresión mostró que aquellas que recurrían a un proceso de introspección espiritual personal y luego buscaban respuestas y confirmación espiritual del Señor a través de la oración, tenían mejor salud mental que aquellas que se preocupaban demasiado por los juicios, chismes y evaluación de otros a quienes no se les había dado ninguna autoridad divina para hacerlo.
Otra razón por la que es difícil escapar de la trampa de envidiar y juzgar sin caridad es porque viven en un mundo en que los está evaluando y juzgando constantemente. Demasiadas oportunidades y evaluaciones se basan en “ganarle” a alguien más y el mundo enseña que se respete a los que sean primeros, obtengan la calificación más alta, sean el número uno o ganen una competencia. Solo hay espacio en la cima para unos pocos en este mundo telestial. Sin embargo, están aquí a fin de aprender a prepararse para obtener la gloria celestial, no solo el mundo telestial. En el reino celestial hay espacio para todos los que califican. La entrada no se determina ganando una carrera competitiva (Eclesiastés 9:11). Todos los que entran en los convenios establecidos por Dios y los guardan pueden calificar (Mosíah 5:5–9, D. y C. 25:13–15, D. y C. 66:2, D. y C. 97:8). No es necesario que sean “los ligeros” ni “los fuertes”, los más bellos, los más delgados, los más talentosos ni los más sobresalientes. Lo que Dios requiere de cada uno de nosotros es que cumplamos con cualquiera que sea nuestra misión en esta tierra y que “permanezcamos en la carrera” que finalmente culmina con la exaltación y la vida eterna (1 Nefi 22:31, 2 Nefi 31:15, Omni 1:26).
Cuando nos consume la rivalidad, olvidamos reconocer los dones personales que Dios nos ha dado. Cuando no valoramos nuestros propios dones y en cambio codiciamos los de los demás, corremos el riesgo de perder la oportunidad de magnificar nuestro llamamiento personal en la vida. No podemos alcanzar plenamente la medida de nuestra creación personal si estamos continuamente intentando ser alguien más.
El segundo par de principios opuestos es el ser perfeccionados a través de Cristo y Su Expiación contra la mentira del perfeccionismo de Satanás. La admonición de Cristo de “sed, pues, vosotros perfectos” no es un mandamiento de poseer toda habilidad, conocimiento o buena cualidad de manera inmediata. Es un mandamiento de entrar en un proceso de convenio que implica arrepentimiento, cambio y crecimiento. Este proceso depende de la Expiación, que hace posible el arrepentimiento. El presidente Joseph Fielding Smith aclaró este concepto al decir:
La salvación no viene toda a la vez; se nos manda ser perfectos como nuestro Padre que está en los cielos es perfecto. Nos llevará eternidades lograr este fin, pues habrá mayor progreso más allá de la tumba, y será ahí donde los fieles vencerán todas las cosas, y recobrarán todas las cosas, aun la plenitud de la gloria del Padre. [Joseph Fielding Smith, Doctrina de Salvación, comp. Bruce R. McConkie, 3 vols. II:10.]
El profeta José Smith también describió el camino hacia la perfección como un trayecto más que como un atributo adquirido en la mortalidad. Dijo:
Cuando suben una escalera, tienen que empezar desde abajo y ascender peldaño por peldaño hasta que llegan a la cima; y así es con los principios del Evangelio, deben empezar por el primero y seguir adelante hasta aprender todos los principios de la exaltación. Aunque no los aprenderán sino hasta mucho después que hayan pasado por el velo. No todo se va a entender en este mundo; la obra de aprender acerca de nuestra salvación y exaltación será grande aun más allá de la tumba. [History of the Church, vol. VI, pág. 306-7]
¿Alguna vez se han preguntado cómo el perfeccionismo puede influir en nuestras relaciones? Los perfeccionistas experimentan una vergüenza excesiva por tener debilidades y cometer errores. Ellos creen que su valor depende de hacer todo de manera perfecta. Los perfeccionistas también pueden creer que los demás deben sobresalir y desempeñarse bien en cada aspecto de sus vidas, pues de lo contrario son incapaces e indignos. Las relaciones cercanas nos permiten ver de cerca las luchas, sensibilidades y deficiencias el uno del otro. Si exigen una perfección instantánea de sí mismos o de los demás, se vuelve difícil compartir desafíos y revelar sus debilidades por temor a perder la relación, y entonces no hay forma de apoyarse mutuamente para superar esas debilidades y desafíos. Alma enseñó en las aguas de Mormón que uno de los primeros convenios del bautismo es llevar las cargas los unos de los otros (Mosíah 18:8–10).
Cuando pueden discutir abiertamente debilidades y problemas sin temor al rechazo o a la burla, pueden crear un “lugar seguro” en la relación. Tener la seguridad de explorar problemas en una relación empática y afectuosa facilita el tipo de autoexamen que es necesario para que el cambio y el crecimiento ocurran. Cuando dejan ir el perfeccionismo, es más fácil sentirse emocionalmente cerca de los demás. Irónicamente, a menudo amamos más a aquellas personas cuyas debilidades y luchas conocemos.
Aprender a tener amistades cercanas es una de las mejores maneras de prepararse para el matrimonio. Ya sea que tengan o no la oportunidad de salir, conocer a una pareja romántica y casarse en esta etapa de su vida, todavía pueden progresar hacia esa meta aprendiendo a tener buenas amistades con los demás. Por lo tanto, el tercer principio del que quiero hablar es el plan de Dios de un matrimonio eterno contra el plan de Satanás de destruir las relaciones. Se ha descrito al amor como “amistad en la que se ha encendido la llama”. Aprendan a ser amigos primero, como la base de la relación y añadan el toque final de la atracción romántica a lo último. Es más probable que una relación mantenga la llama viva si pueden ser amigos y compartir pensamientos, sentimientos, creencias, valores, actividades e intereses entre sí que si sólo hay atracción física. Ese toque final de la atracción puede entonces ser un gran regalo de Dios. Cuando usan esa atracción de la manera y dentro de los límites que Dios ha dispuesto, tal atracción tiene la fuerza y el poder para mantener la amistad del matrimonio encendida y forjar un vínculo de amor entre un hombre y una mujer que puede durar por toda la eternidad.
Dios los creó a Su imagen para que llegaran a ser como Él. El Señor enseña en la revelación de los últimos días que uno de los propósitos de la creación de la tierra era proporcionar la oportunidad del matrimonio, lo que nos permite progresar hacia la exaltación. “Y además, de cierto os digo, que quien prohíbe casarse no es ordenado por Dios, porque el matrimonio lo decretó Dios para el hombre. Por tanto, es lícito que tenga una esposa, y los dos serán una sola carne, y todo esto para que la tierra cumpla el objeto de su creación” (D. y C. 49:15–16).
Muchos jóvenes le temen al compromiso del matrimonio porque temen no poder mantener vivo el amor. Otros también pueden creer erróneamente: “Si encuentro a la persona ‘indicada’, entonces mi matrimonio será perfectamente feliz todo el tiempo y nunca tendremos ningún problema”. ¿Cómo se mantienen enamorados de alguien a través de todos los desafíos de la vida real, tales como el criar hijos, las decepciones, las pruebas y el descubrir las debilidades y vulnerabilidades de cada uno?
Heinz Kohut, un psicólogo que estudió relaciones humanas, declaró: “El amor es la muy dolorosa revelación de que otras personas son reales”. Una persona puede contraer matrimonio con la creencia de que “si mi cónyuge realmente me ama, él o ella siempre pensará lo que pienso, querrá lo que quiero, y sentirá lo que siento. Entonces sabré que me he casado con la persona ‘indicada’”. Si creen esto, entonces es fácil creer que cualquier diferencia es una traición a ese amor o un indicio de incompatibilidad. Ustedes pueden incluso creer que deben obligar a su cónyuge a convertirse en una réplica exacta de ustedes con el fin de ser compatibles. En realidad, todos los matrimonios tienen diferencias. Las personas contraen matrimonio con diferentes genéticas, antecedentes, crianzas, dinámicas familiares, tradiciones y perspectivas personales del pasado. El comprender cómo los antecedentes y las experiencias de su cónyuge lo han moldeado puede ayudarles a ustedes a entender más empática y precisamente su comportamiento.
En los matrimonios con problemas, las personas a menudo se apresuran a saltar a las explicaciones más condenatorias y negativas del comportamiento de su cónyuge. La mayoría de los comportamientos pueden tener más de una explicación, y al elegir una con caridad y compasión se fortalecerá la buena voluntad en el matrimonio. Es útil comunicar esta buena voluntad y buenas intenciones el uno al otro.
Permítanme compartir una historia personal de cómo aprendí esta lección. Cuando estaba recién casada, noté que mi esposo y yo teníamos diferencias en nuestras necesidades de orden. Mi esposo era científico y se desempeñaba mejor cuando las cosas a su alrededor estaban bien ordenadas. Yo tengo un temperamento más creativo y me desempeño mejor cuando puedo actuar de manera más espontánea. Empecé a notar que él me seguía mientras yo hacía proyectos creativos y limpiaba todo antes de que yo terminara. Interpreté esto como una crítica a mis hábitos domésticos y me sentí amenazada y herida. Pensé: “Él piensa que soy una mala esposa, porque no soy tan ordenada como él”.
Cuando lo confronté con lágrimas en los ojos por lo que percibía como su descontento conmigo, se sorprendió genuinamente. Me explicó que reconocía que yo no disfrutaba limpiar y que deseaba honestamente hacer algo para aligerar mis responsabilidades y hacer que mis proyectos creativos fueran más divertidos para mí. Explicó además que debido a que disfrutaba organizar cosas, veía esto como una manera de mostrar su amor por mí haciendo lo que mejor le salía. Cuando fuimos capaces de comunicarnos de una manera honesta y no defensiva, los malos sentimientos desaparecieron. A mí me ayudó que él pudiera expresarme verbalmente sus buenas intenciones para que yo pudiera entenderlo con mayor precisión. A él le ayudó el que yo pudiera confiar en esas buenas intenciones en lugar de juzgar su comportamiento erróneamente.
Muchas veces, las diferencias entre los cónyuges son precisamente las cualidades que despertaron la atracción al inicio. Las diferencias pueden ayudar a llenar los vacíos en las habilidades que pueden faltar en nuestra propia personalidad y ayudar a completar la familia. Por ejemplo, cuando un niño se cae de una bicicleta, uno de los padres podría decir: “Estás bien. Ponte de pie y vuelve a intentarlo.” El otro puede responder: “¿Estás bien? ¿Necesitas un curita?” Estas diferencias sutiles entre los dos padres pueden ayudar al niño a tener una experiencia más equilibrada en la familia que si el estilo de uno de los padres siempre prevalece. El niño necesita aprender tanto la valentía como la ternura. Si los padres están atrapados en una discusión sobre quién tiene la razón, el niño puede perder el beneficio de los dones de ambos padres.
Cuando las parejas no están de acuerdo, a menudo pierden tiempo y energía emocional tratando de culpar al otro. Cada uno cree que el otro tiene la culpa y que convencer al cónyuge de que es su culpa resolverá el problema. También pueden creer que nada puede cambiar a menos que su cónyuge cambie primero. El argumento va y viene como una pelota de ping-pong, pero realmente nada cambia. Por ejemplo, uno dice: “Eres malo, y estás enojado todo el tiempo”. El otro responde: “Solo estoy enojado porque siempre me estás diciendo qué hacer”. Luego la pelota vuelve al primero: “Bueno, tengo que decirte qué hacer porque eres egoísta. Nunca puedo conseguir que hagas nada de lo que te pido”. Luego volvemos al segundo: “Solo hago eso porque eres fastidiosa”.
En este diálogo ninguno está dispuesto a aceptar la responsabilidad de su propio crecimiento, porque ninguno de los dos dejará ir lo que no pueden cambiar en el otro. Sigue siendo una batalla sobre quién debe cambiar primero. Ninguno acepta el desafío de crecer y llegar a ser más como Cristo a menos que el otro lo haga primero. Asumir responsabilidades es el comienzo del verdadero poder personal en las relaciones. Si pueden ser valientes y amorosos con ustedes mismos, pueden comenzar a ver esas áreas personales que necesitan cambiar y entonces recibirán poder para tener una experiencia muy diferente. Ya no necesitan considerarse una víctima que no puede crecer debido al comportamiento de otra persona. Incluso cuando no pueden cambiar a la otra persona, todavía pueden elegir continuar su propio crecimiento para convertirse en una persona celestial. Aunque puede que la relación no sea perfecta, todavía puede convertirse en un medio a través del cual pueden crecer.
Asumir la responsabilidad de nuestro propio crecimiento requiere amor y fe. Cuando estamos dispuestos a examinar nuestras vidas, nos damos cuenta de que necesitamos la Expiación para acercarnos más a Cristo. Mientras luchamos con nuestras debilidades, desarrollamos empatía debido a lo difícil que es cambiar y nos enfadamos menos con nuestro cónyuge por no poder cambiar tan rápido como deseamos. Cuando podemos reconocer nuestra dependencia de la Expiación, nos damos cuenta de lo mucho que Cristo nos ama. Cristo no esperó a amarnos hasta que fuéramos perfectos, hubiéramos superado todas nuestras debilidades o hubiéramos desarrollado plenamente nuestra capacidad de amarlo. Él nos amó primero y estuvo dispuesto a mostrar ese amor sufriendo en Getsemaní y muriendo en la cruz por nuestros pecados, enfermedades y debilidades (1 Juan 4:19). Al acercarnos más a Cristo, fortalecemos nuestras reservas espirituales y emocionales, lo que nos permite mostrar mayor amor y paciencia hacia nuestro cónyuge. Irónicamente, a menudo nuestra propia capacidad de amar es lo que nos hace ser más amados por los demás.
Aprender a amar requiere que nos estiremos y extendamos en servicio a otro. Cuando verdaderamente amamos, experimentamos el servicio como un regalo que damos libremente y no una tarea o carga que se nos exige. Cuando estamos dispuestos a sacrificarnos para mostrar una preocupación confiable y consistente por la vida, el bienestar y los sentimientos del otro, el amor puede mantenerse vivo incluso a través de los difíciles desafíos de la vida.
A veces las personas tienen miedo del servicio porque lo confunden con la sumisión, la subyugación o la pérdida de poder. El plan del Señor para las relaciones no incluye ninguna forma de dominio injusto o dictadura. El poder en el matrimonio, como en cualquier otro contexto, debe estar “inseparablemente [unido] a los principios de la rectitud” (véase D. y C. 121:36–42). El verdadero poder proviene de prestar servicio en un espíritu de amor, bondad, benignidad, mansedumbre y amor sincero. Este tipo de servicio puede hacer que alguien tenga una relación con nosotros porque quiere, no porque sea obligado o compelido. En este tipo de relación, nadie necesita temer la sumisión al otro.
La advertencia de Pablo a las esposas de que “estén sujetas a sus propios maridos” (Efesios 5:22) ha sido a veces erróneamente usada como justificación para el dominio injusto en el matrimonio. Una lectura más cuidadosa de los versículos circundantes, sin embargo, deja claro que el mandamiento es estar sujetas al amor en lugar de a la dominación. Los maridos deben amar a sus esposas “como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella” (Efesios 5:25). Sujetarnos al amor significa que permitimos que nuestros corazones sean vulnerables a un cónyuge justo. Nos volvemos más tiernos y amables con nuestro esposo o esposa. Entonces ya no consideramos la bondad y el servicio como una subyugación o una carga. Son regalos de amor. Cuando tanto el marido como la esposa prestan un servicio consistente y confiable el uno al otro para mostrar su amor, nadie necesita temer la vulnerabilidad o la pérdida de poder.
Algunas filosofías mundanas sugieren que el servicio y el sacrificio a otro hará que pierdan su propia identidad. El presidente Spencer W. Kimball aconsejó sabiamente que el servicio puede fortalecer la identidad en lugar de disminuirla. Dijo:
En la espiritualidad hay una gran seguridad, ¡y no podemos tener espiritualidad sin prestar servicio! […] Son muchas las veces en que nuestros actos de servicio consisten simplemente en palabras de aliento, en ofrecer ayuda en tareas cotidianas, ¡pero qué consecuencias gloriosas pueden tener esos actos de ayuda y las acciones sencillas pero deliberadas! […] En medio del milagro de prestar servicio, nos hallaremos a nosotros mismos.
No sólo “nos hallamos” en el sentido de que reconocemos la guía divina en nuestra vida, sino que cuanto más sirvamos a nuestros semejantes [y añadiría a nuestro cónyuge] … más se ennoblecerá nuestra alma … Es mucho más fácil hallarnos, ¡porque hay mucho más de nosotros para hallar! [Spencer W. Kimball, “Small Acts of Service, Ensign, December 1974, 2, 5]
Un matrimonio no necesita ser perfecto y sin desafíos para ser uno de gran alegría y paz. La paz no proviene de la falta de problemas e interrupciones, sino de saber que la vida de uno está en armonía con la voluntad de Dios (Juan 14:27, 16:33). Cuando tenemos desafíos en relaciones importantes y carecemos de la sabiduría que necesitamos, estos problemas nos pueden poner de rodillas en oración. El Señor puede entonces instruirnos en cuanto a cómo aprender a vivir más según el modelo eterno de las relaciones. No tienen que temer los desafíos del matrimonio si tanto ustedes como su cónyuge se comprometen a este proceso de aprender cómo llegar a ser compañeros eternos y celestiales. El élder George Q. Cannon lo dijo muy bien:
Creemos en la naturaleza eterna de la relación matrimonial, que el hombre y la mujer están destinados, como esposo y esposa, a morar juntos eternamente. Creemos que estamos organizados tal como estamos, con todos estos afectos, con todo este amor por los demás, para un propósito definido, algo mucho más duradero que para extinguirse cuando la muerte nos alcance. Creemos que cuando un hombre y una mujer están unidos como esposo y esposa, y se aman el uno al otro, sus corazones y sentimientos son uno, que ese amor es tan duradero como la eternidad misma, y que cuando la muerte los alcance no extinguirá ni enfriará ese amor, sino que lo iluminará y encenderá a una llama más pura, y que perdurará a través de la eternidad. [George Q. Cannon, en Journal of Discourses, 14:320]
Si aún no han encontrado algunas de estas bendiciones en su vida, no se rindan. Dios conoce los deseos justos de su corazón. Él ha prometido a Sus hijos que estas bendiciones al final estarán disponibles para todos los que sean fieles y pongan su confianza en el Señor a lo largo de los dolores, las pruebas y las decepciones de la mortalidad. Doy mi testimonio personal de que el evangelio de Jesucristo, tal como se encuentra en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, es la verdad. Doy mi testimonio de que, en el propio tiempo del Señor y a su manera, las grandes bendiciones del matrimonio eterno pueden pertenecer a cada uno de nosotros a través de nuestra fidelidad. Aunque Dios no nos ha revelado todo en esta vida y debemos andar por fe, Él nos ha prometido que por medio del poder infinito de la Expiación podremos salir en la resurrección de los justos. Entonces estaremos libres de las espinas y aflicciones de la mortalidad y sellados en relaciones familiares amorosas que nadie podrá quitar. Estas relaciones se conservarán para siempre. Estoy agradecida por mi querida familia y amigos que me han ayudado a apreciar estas grandes promesas. Digo esto en el nombre de Jesucristo. Amén.
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Marleen Williams era profesora clínica de psicología de consejería en la Universidad Brigham Young cuando pronunció este discurso el 4 de mayo de 2004.