El árbol —que representa el amor de Dios— y su fruto que da gozo se ofrecen como alternativa al orgullo, la vanidad y la sabiduría del mundo.
Tenemos la intención de modificar la traducción cuando sea necesario. Si tiene alguna sugerencia, escríbanos a speeches.spa@byu.edu
Mis hermanos y hermanas, he pensado detenidamente y he orado intensamente para recibir guía a fin de prepararme para esta oportunidad tan inusual. Soy profundamente consciente del acceso privilegiado que se me está dando a su tiempo y atención, y debido a que son preciados para mí, e infinitamente más para su Padre Celestial, he estado ansioso por decir todas las cosas y solo las cosas que les serán más útiles durante los pocos momentos que estamos juntos.
En mi escritura y oratoria profesional, mi objetivo es siempre determinar y transmitir de manera efectiva cosas que sean verdaderas y útiles. Estoy tratando de hacer eso hoy también, pero con una gran diferencia. En mi oratoria profesional trato de centrarme en cosas que son provisionalmente verdaderas y profesionalmente útiles. Hoy mi esperanza es compartir cosas que son completamente verdaderas y eternamente significativas. Al reunirnos, ruego compartir cosas que el testimonio del Espíritu Santo pueda ratificar en el corazón de todos y que, como resultado, todos seamos edificados juntamente1.
Tres símbolos en la visión de Lehi
Como todos sabemos, el libro de 1 Nefi, en el Libro de Mormón, contiene el relato de un sueño visionario que tuvo el profeta Lehi en el cual vio multitudes de personas, un edificio grande y espacioso, un río, un sendero envuelto en un vapor de tinieblas y, a lo largo del sendero, una barra de hierro que conducía a través del vapor a un árbol2.
Recordemos brevemente lo que representan el árbol, el fruto y el edificio en la visión de Lehi. De acuerdo con la interpretación que un guía angelical proporcionó a Nefi, hijo de Lehi, el edificio grande y espacioso representa “el mundo y su sabiduría”3, “el orgullo del mundo”4 y las “vanas ilusiones y el orgullo de los hijos de los hombres”5. Curiosamente, Nefi no necesitó ninguna explicación en cuanto al simbolismo del árbol; inmediatamente entendió que representaba “el amor de Dios que se derrama ampliamente en el corazón de los hijos de los hombres”6. Al representar el amor de Dios, el árbol dio un fruto que “era deseable para hacer a uno feliz”7 y que, cuando Lehi lo comió, era “dulce, superior a todo cuanto [él] había probado antes”8 y “llenó [su] alma de un gozo inmenso”9.
En la visión de Lehi, ¿cuál es la relación entre el edificio grande y espacioso y el árbol y su fruto que da gozo? Es aquel edificio, que representaba el orgullo y la sabiduría del mundo, proporcionando una plataforma para aquellos que elegían entrar en él desde la cual podían burlarse y mofarse de aquellos que “estaban comiendo [del fruto]”10, con el resultado de que muchos de los que participaban “se avergonzaron . . .; y cayeron en senderos prohibidos y se perdieron”11.
Hay un par de cosas importantes para notar aquí sobre el mensaje de la visión de Lehi. Primero, aquellos que abandonaron el árbol y su delicioso fruto no lo hicieron porque se sintieron decepcionados por el fruto. A partir de la información que tenemos, podemos suponer que les pareció delicioso y que les llenó el alma de gran gozo. Parece que dejaron caer el fruto y se alejaron de él porque estaban avergonzados. Estaban avergonzados —y esta es la segunda cosa importante— porque se estaban burlando de ellos por comer del fruto personas que nunca lo habían probado ellos mismos, pero que estaban seguros de una cosa: participar del fruto del amor de Dios era una tontería.
¿Por qué creerían eso? Y pensando eso, ¿por qué les molestaría que otras personas pudieran comer del fruto y disfrutar de las recompensas de hacerlo?
Una posible respuesta a esa pregunta se encuentra en la explicación que dio el ángel de la naturaleza del edificio grande y espacioso. Una vez más, el edificio representa “el mundo y su sabiduría” y las “vanas ilusiones y el orgullo de los hijos de los hombres”. El árbol —que representa el amor de Dios— y su fruto que da gozo se ofrecen como alternativa al orgullo, la vanidad y la sabiduría del mundo. Quienes deciden permanecer fuera del edificio y participar del fruto, al hacerlo, rechazan el orgullo y la vanidad del mundo a favor del Evangelio, el cual, tal como está centrado en la expiación de Cristo, es el fruto del amor de nuestro Padre Celestial por nosotros.
Rechazar el orgullo y la vanidad es una cosa; incluso en el mundo, muchos estarían de acuerdo en que tanto el orgullo como la vanidad son problemáticos. Pero, ¿por qué las personas que comían el fruto del árbol rechazarían la sabiduría del mundo? (Por cierto, creo que vale la pena señalar aquí que no hay nada en las Escrituras que sugiera que el edificio represente el conocimiento del mundo, solo su sabiduría).
La naturaleza bipartita de la realidad
Para responder a esa pregunta, tenemos que dar un paso atrás —un paso muy significativo— y ver un panorama mucho más amplio. Uno de los hechos más fundamentales en los que se basa el Evangelio restaurado es que, a pesar de todas las apariencias de lo contrario, este mundo —de hecho, lo que podemos percibir y medir de nuestro universo físico— no es todo lo que hay. Ni siquiera representa la mayor parte de lo que hay. Resulta que la eternidad no es solo una palabra que denota un período de tiempo interminable e impersonal. Se refiere a un mundo —a un orden de cosas— que existe al otro lado de un velo real pero endeble a través del cual un Dios íntimo, que es nuestro Padre Celestial literal, llega con regularidad para revelar Su voluntad a nosotros individualmente, así como a los profetas y otros mensajeros verdaderos encargados de administrar Su Iglesia y edificar Su reino en la tierra.
Lo hace principalmente mediante la ministración del Espíritu Santo, un miembro de la Trinidad que, a diferencia de Dios el Padre y Jesucristo, no tiene un cuerpo físico, sino que es un personaje de espíritu. Esto permite que el Espíritu Santo obre en nuestro corazón y mente, a veces de manera directa, y proposicional (revelándonos la verdad y dándonos impresiones a actuar de manera específica) y a veces otorgándonos consuelo, paz y confirmación de verdades tanto temporales como eternas.
Esta estructura bipartita de realidad temporal y eterna se opone directamente a la sabiduría del mundo, que niega que exista la eternidad y sostiene que no hay nada más allá de lo físico y lo natural. Afirmar la existencia de un orden eterno es cometer un acto de herejía contra la ortodoxia de la sabiduría del mundo.
Está claro que las religiones cristianas generalmente afirman la existencia de un orden espiritual. Por consiguiente, en 1820, cuando el joven José Smith salió del bosque cercano a su hogar después de haber sido visitado, hablado e instruido por Dios el Padre y Jesucristo, es razonable que esperara el apoyo de los religiosos que compartían su convicción de la realidad de las cosas eternas, una convicción que ahora se ve significativamente fortalecida por la experiencia directa. Desafortunadamente, sin embargo, al compartir su experiencia cometió un tipo diferente de herejía: esta vez contra la ortodoxia sectaria común que sostiene que, si bien existe el orden espiritual, el velo que lo separa del orden natural no es ni endeble ni permeable, sino más bien sólido e inviolable, y que la profecía ha terminado y Dios ya no habla a la humanidad.
En otras palabras, tanto para los secularistas como para los sectarios religiosos, la ofensa doctrinal de José Smith fue que afirmaba, como dijo un comentarista contemporáneo, “comunión con ángeles y con la Divinidad misma” y “visiones en la era de los ferrocarriles”12. Los secularistas estaban horrorizados de que José Smith dijera que Dios era real; los sectarios se ofendieron porque dijo que Dios podía hablar. Como la noche sigue al día, la persecución siguió a esas afirmaciones y, por supuesto, José Smith finalmente pagó el precio que el mundo tantas veces ha exigido de los profetas.
El mensaje de la visión de Lehi para nosotros
Pero volviendo a la visión de Lehi: ¿Cómo podríamos comparar estos pasajes de las Escrituras a nosotros mismos?13 Mucho ha cambiado en los doscientos años que han pasado desde el encuentro de José Smith con Dios el Padre y Jesucristo, y en muchos sentidos los Santos de los Últimos Días han llegado a ser mucho más aceptados, y en algunos círculos incluso admirados. Pero las verdades reales que afirma la Restauración siguen siendo “piedra de tropiezo y roca de escándalo”14 para muchos en el mundo y quizás incluso para unos pocos en la Iglesia. El edificio grande y espacioso de la visión de Lehi es un símbolo, pero la dinámica cultural que representa es muy real, y esa dinámica no debería sorprendernos. ¿Cuán fácil debemos esperar que sea el discipulado por convenio? ¿Cuán amados deben ser los discípulos del mundo? ¿Hasta qué punto debemos esperar que la verdad revelada esté en armonía con las filosofías de los hombres?
Tales preguntas plantean una tensión fundamental en el corazón de la vida académica de los estudiantes y académicos Santos de los Últimos Días. En el mundo académico, defender la Restauración de manera notoria e inequívoca siempre será arriesgado. Corremos el riesgo de parecer tontos, y corremos el riesgo de ser vistos como fuera de sintonía con las mejores ideas actuales. Corremos el riesgo de estar solos; a veces, tal vez, completamente solos. Defender estas verdades particulares en el mundo en general, pero especialmente en un contexto académico, es hacernos contraculturales, y no de una manera genial, vanguardista y punk-rock, sino en lo que parece al mundo como una forma anticuada, seria e ingenua. La desesperación por estar a la moda es y siempre ha sido una de las características definitorias de la cultura académica, y es una fuerza poderosa que, si no somos cuidadosos y fuertes, nos puede empujar gradualmente fuera de la senda de los convenios. Porque, desafortunadamente, la naturaleza y disposición de casi todos nosotros es que tan pronto como obtenemos un poco de aceptación por parte del mundo, lo anhelamos cada vez más y nos sentimos muy tentados a sacrificar cosas que realmente importan para conservarlo.
Piensen en un Esaú hambriento sentado frente a un plato de guisado, contemplando si debería cambiar su primogenitura por este para satisfacer su hambre real15. Ahora imaginen que siempre tiene hambre y que se sienta frente a ese guisado todo el día, todos los días, y que lo sigue a cada salón de clases, cada reunión, cada conferencia y cada plataforma de redes sociales. Esa es nuestra situación. Constantemente nos enfrentamos a la tentación poderosa y corrosiva de renunciar a nuestra primogenitura del convenio a fin de satisfacer nuestro apetito por la deliciosa —pero nunca realmente satisfactoria— aprobación del mundo.
Sin embargo, a diferencia de Esaú, cuando hacemos ese trato, tendemos a hacerlo gradualmente. Si bien Esaú entregó toda su primogenitura en un solo momento de hambre, nuestra tentación suele ser hacerlo de manera más gradual, una pequeña elección a la vez. Podríamos hacerlo guiñando un ojo o poniendo los ojos en blanco con la intención de mostrar a nuestros compañeros escépticos que, aunque estemos en la Iglesia, no somos plenamente de ella. Podríamos hacerlo cuando alguien hace comentarios burlones sobre la proclamación sobre la familia16 y miramos nuestros pies. O cuando recibimos ánimos proféticos de “erradicar el racismo” en la Iglesia17 y murmuramos junto con nuestros amigos afines acerca de que los líderes de la Iglesia se están volviendo demasiado “conscientes socialmente”. O cuando alguien nos pregunta: “Espera. En realidad, usted no cree que el Libro de Mormón sea un registro antiguo de las Escrituras, ¿o sí?”, y murmuramos algo ambiguo sobre las diferentes maneras de definir la palabra escritura y rápidamente tratamos de cambiar de tema.
Ahora permítanme tomarme un momento para decirles, entre paréntesis, que sé lo que están pensando. Están pensando: “Pero Rick, es fácil para ti decir esto, ya eres un nerd. Eres un nerd profesional. Socialmente, ¡no tienes nada que perder al defender el evangelio!”
Y, honestamente, tengo que darles el punto: Soy un bibliotecario de mediana edad, que usa corbatín y toca el banjo; para mí, el Barco de la Genialidad zarpó hace mucho tiempo. Sin una imagen de genialidad para proteger, tal vez tenga menos piel en este juego que la mayoría de ustedes.
Pero aún si soy el mensajero equivocado, el mensaje sigue siendo verdadero. No podemos guardar nuestros convenios con un guiño, y el discipulado genial e irónico simplemente no existe.
Elecciones reales y elecciones falsas
Cuando se trata del Evangelio restaurado, el abismo entre lo que es verdadero y lo que es social y académicamente aceptable creer es demasiado grande para que podamos estar con un pie a cada lado. Sean cuales sean nuestros intentos de gimnasia mental y social, la realidad es intratable, y en última instancia terminaremos siendo incapaces de evitar una elección bilateral entre proposiciones mutuamente excluyentes, una de las cuales es verdadera pero socialmente difícil y la otra es falsa pero socialmente fácil: Cristo resucitó físicamente o no resucitó. El Libro de Mormón no puede ser simultáneamente un registro genuino de los tratos de Dios con personas reales y antiguas y una invención del siglo XIX, por sinceramente fabricada que sea, de José Smith. Russell M. Nelson no puede ser simultáneamente un verdadero profeta llamado por Dios y alguien a quien los miembros de la Iglesia de Jesucristo veneran simplemente como un líder moral y organizativo.
Por favor, no me malinterpreten aquí. No todas las elecciones de la vida son bilaterales: les pueden gustar tanto los perros como los gatos; pueden amar tanto la música clásica como el K-pop. Incluso pueden, lo crean o no, tener una mezcla de puntos de vista sociales conservadores, progresistas y moderados. Otras elecciones falsas incluyen la investigación o la enseñanza, intelectual o espiritual, rigurosa o fiel; estas cosas en realidad no están en conflicto entre sí. De hecho, ¡temporal o eterno es en sí mismo una elección falsa! José Smith entendió mejor que nadie que el reconocimiento de lo eterno eleva y ennoblece lo terrenal y le da un significado santo al ponerlo en su verdadero contexto.
Para los estudiantes y los académicos, reconocer y abrazar lo divino aporta un significado nuevo y más profundo a cada soneto y cántico, a cada demostración y teorema, a cada estructura química, a cada línea de investigación filosófica o social, a cada lenguaje y a cada forma de arte. Nuestro testimonio de lo eterno nos lleva a comprometernos de manera más profunda, más plena y más eficaz con el aprendizaje temporal y la sociedad humana. Pero hacer y guardar convenios sagrados con Dios sí implica reconocer algunas proposiciones como verdaderas y rechazar otras como falsas, y sí implica hacer y guardar compromisos que necesariamente implican el rechazo de otras.
En este contexto, la fidelidad a la Restauración y a nuestros compromisos por convenio actúa, entre otras cosas, como un freno a nuestra vanidad intelectual, porque testificar de la verdad restaurada en un contexto profesional y académico es situarnos fuera de la corriente intelectual dominante, efectivamente fuera del club de la religión secular de la academia. Permítanme decirlo de otra manera: Si quieren vencer la vanidad intelectual, pocas cosas les ayudarán a hacerlo con tanta eficacia como ponerse de pie frente a sus compañeros académicos y decir: “De hecho, creo que se pueden ‘obtener libros de ángeles y traducirlos por medio de milagros’”18.
Si nuestros primeros principios, aquellos que son de mayor importancia para nosotros y que moldean más profundamente nuestra manera de pensar y la forma en que vemos la realidad y nuestro lugar en ella, si nuestros verdaderos primeros principios son las filosofías de los hombres, entonces, como era de esperar, descubriremos que nos sentimos más cómodos con las partes de nuestra religión que se alinean más estrechamente con esas filosofías. Y hay partes importantes del Evangelio restaurado que hacen eso: el servicio a los demás, el cuidado de los pobres, la educación. Ninguna de estas importantes prioridades del Evangelio nos va a meter en problemas con el mundo. Nadie se enoja con nosotros por ir a la universidad y ser amables los unos con los otros.
Los problemas surgen para nosotros socialmente cuando nuestros primeros principios son principios eternos. Ahora bien, además—no en lugar de, sino además de— enseñar que debemos servirnos unos a otros, cuidar de los pobres y obtener una educación, nos encontramos testificando de que Dios es una persona real y físicamente personificada que es nuestro verdadero Padre, que Jesús fue y es el Cristo resucitado, que Él habla a los profetas vivientes en nuestros días, y que la vida eterna requiere entrar en una relación por convenio con Dios. Y lo que es aún más peligroso, nos encontramos testificando no solo que Dios es real, sino que el velo que nos separa de Él es permeable y que Él puede adentrarse a nuestro espacio, y de hecho lo hace. Estas verdades desafían la pretensión furiosa y celosa del mundo de ser todo lo que hay, y cuando defendemos estas verdades, tenemos que esperar resistencia. Debemos estar preparados, si es necesario, para estar solos.
“Becoming BYU” (Cómo llegar a ser BYU)
En su discurso magistral titulado “The Second Century of Brigham Young University “ (El segundo siglo de la Universidad Brigham Young), el presidente Spencer W. Kimball hizo una observación profundamente verdadera: Mientras estamos comprometidos en la obra de la educación superior centrada en el Evangelio, dijo: “La metodología, los conceptos y las perspectivas del Evangelio pueden ayudarnos a hacer lo que el mundo no puede hacer en su propio marco de referencia”19. Aquí en BYU estamos actualmente inmersos en conversaciones de investigación sobre lo que la “metodología del Evangelio” puede y debe significar en los diversos contextos de nuestro trabajo como estudiantes, profesores y personal. Espero que también consideremos las implicaciones de los conceptos y las perspectivas del Evangelio para nuestro trabajo y nuestra vida como discípulos-academicos, un término que, en este contexto, nos caracteriza a todos los que estamos en esta sala, sea cual sea nuestra función en el campus. Todos estamos embarcados en la obra de una universidad cuya misión es “ayudar a las personas en su búsqueda de la perfección y la vida eterna”20.
El presidente Reese tituló su discurso inaugural “Becoming BYU” (Convertirse en BYU) y caracterizó ese esfuerzo como el desafío central de su administración: “convirtirse en la Universidad de Brigham Young de la profecía”21, o lo que el presidente Kimball llamó “la universidad del Señor plenamente ungida”22. Esa clase de fraseología resonará de manera discordante en los oídos de los que operan desde el marco de referencia del mundo, pero cantará a cualquiera cuyos oídos estén sintonizados por el compromiso del convenio y la consagración.
También vale la pena señalar que la frase “becoming BYU” contiene una admonición tan amable en su formación como clara y directa en su implicación: no podemos llegar a ser lo que ya somos. Si hoy necesitamos “convertirnos en BYU”, eso significa que todavía no somos, o al menos no completamente, “la universidad del destino y la promesa centrada en Cristo y dirigida proféticamente”23. Creo que llegaremos a ser esa universidad al defender de manera visible e inequívoca las verdades del Evangelio restaurado y, al hacerlo, ayudarnos mutuamente en nuestra búsqueda común de la perfección y la vida eterna.
Mi testimonio
Y ahora, al llegar al final de nuestro tiempo juntos, permítanme hacer una declaración como testimonio muy importante, una que se relaciona directamente con estas verdades tan fundamentales. Doy a todos y cada uno de ustedes mi testimonio de que Dios el Padre vive y es el Padre de cada uno de nosotros en el sentido más literal y significativo. Testifico que Jesucristo fue y es el Hijo Unigénito de Dios en la carne y que no solo vivió y ministró en la tierra, enseñando Su Evangelio de salvación y redención, sino que también llevó a cabo una Expiación infinita a nuestro favor. Tanto en Getsemaní como en la cruz, al tomar sobre Sí la culpa de todos nuestros pecados y transgresiones, dándonos así la oportunidad, si así lo elegimos, de ser liberados y limpios de esa culpa mediante el arrepentimiento, el bautismo y la fidelidad duradera a los convenios sagrados con Dios. También testifico que tres días después de morir en la cruz, Él resucitó como “primicias de los que durmieron”24 y, al hacerlo, venció de manera vicaria todas nuestras heridas, enfermedades, traumas, penas y pérdidas, asegurando que cada uno de nosotros se levante también en la resurrección, con cuerpos perfeccionados y glorificados unidos de manera permanente e irrevocable a nuestros espíritus. No pretendo comprender ni por un momento el proceso que permitió que Él hiciera estas cosas, pero en las palabras de Pedro, “[creo] y [estoy] seguro que [Él es el] Cristo, el Hijo del Dios viviente”25, y que Su sacrificio expiatorio por nosotros fue y sigue siendo real y eternamente eficaz.
También doy testimonio de que la Iglesia es verdadera, y quiero dejar muy claro lo que quiero decir con eso: Yo “[creo] y [estoy] seguro” que mensajeros celestiales reales, incluso Dios el Padre y Jesucristo, de hecho, se aparecieron a José Smith y que uno de esos mensajeros lo guió a un libro físico hecho de planchas de metal; que el libro contenía un registro real de personas reales que vivieron en las Américas tanto antes como después de Cristo; y que José tradujo ese registro por el don y el poder de Dios. Doy testimonio de la posterior restauración de la autoridad del sacerdocio en los últimos días; autoridad que, cuando se ejerce con rectitud, produce un poder genuino tanto para servir como para liderar de maneras que cambian la vida. Con gozo y sin reservas, sostengo a José Smith como el primer profeta llamado por Dios en la dispensación del cumplimiento de los tiempos y a Russell M. Nelson como profeta, vidente y revelador en la actualidad.
Y lo que es más importante, también puedo dar testimonio del templo y de los convenios que hacemos allí. No puedo explicar completamente por qué puedo hacerlo, porque hay una profundidad y una densidad en la adoración en el templo que desafían mi capacidad para comprenderla completamente. Pero la profundidad y la densidad del templo ejercen una atracción gravitacional tanto en mi alma como en mi intelecto, llevando mi mente a sus enseñanzas y mi corazón a los convenios que allí hacemos. Esa atracción, por sí misma, constituye evidencia de la divinidad del templo; no una prueba, sino una evidencia significativa.
No espero que en algún momento se me proporcione evidencia externa suficiente para liberarme de la responsabilidad de elegir o de la carga de la fe. Y seamos claros: la fe es tanto una carga como un gozo. Es un compromiso continuo que requiere que mantengamos nuestra creencia por encima de las aguas de la duda y la oposición, a medida que avanzamos por la vida y que nos aferremos a la barra de hierro de la palabra de Dios, al abrirnos camino a través de los vapores de tinieblas y confusión de este mundo. También requiere que ignoremos el dedo de escarnio y las burlas de quienes, sin haber probado nunca del fruto del árbol, piensan que somos necios por participar de él.
Permítanme testificar de una última cosa: el Evangelio restaurado de Jesucristo recompensará cada esfuerzo intelectual que ustedes inviertan en él. A medida que se adentran en ello con la mente, se darán cuenta de que son incapaces de llegar al fondo o trazar sus bordes; a medida que se acerquen a sus límites, se encontrarán con que se aleja de ustedes de manera constante y emocionante. Sin embargo, a pesar de lo gratificante que es el compromiso intelectual con el Evangelio, el comprometerse con el Evangelio en un nivel de experiencia mayor mediante un compromiso consagrado produce algo aún mejor: indicios tenues pero claros de lo que realmente significa la eternidad y de su potencial de crecimiento, desarrollo y profundización eternos. Estoy agradecido de poder testificar que la elección entre el compromiso intelectual o por convenio es falsa; en realidad, podemos y debemos participar en ambos sentidos.
En este contexto, puedo dar testimonio de que el Libro de Mormón no es solo un documento literario extraño y hermoso que premia la lectura atenta y crítica, aunque lo es, y que no es solo un contenedor de doctrina verdadera y salvadora, aunque también es eso. Quizás lo más importante es que el Libro de Mormón es evidencia directa de la realidad de un orden eterno y del hecho de que la Deidad puede traspasar, y de hecho lo hace, el velo que separa ese orden del temporal. Las planchas de metal reales en las que se grabó el registro y que varios testigos palparon y atestiguaron fueron y siguen siendo un desafío lanzado a la cara de un mundo secular orgulloso, cuya sabiduría es demasiado delgada, demasiado frágil y demasiado superficial para acomodar la realidad de la eternidad y la profecía. Testifico que a medida que pongamos nuestra mente y nuestro corazón a trabajar en el estudio y la aplicación de las verdades de la eternidad, ocurrirán milagros para nosotros y, por medio de nosotros, para los demás.
Si están en dificultades, si están desesperados o confundidos, por favor vuélvanse a Aquel que ha prometido no dejarlos sin consuelo26. Los invito también a que se vuelvan hacia los muchos de nosotros que estamos aquí a su alrededor y que estamos listos para ayudar en todo lo que podamos. Por favor, comprendan que nuestra misión en BYU no es venderles conocimiento. Descubrir, compartir, sintetizar y crear conocimiento con ustedes son los medios principales que utilizamos al ayudarnos unos a otros en nuestra búsqueda común de la perfección y la vida eterna.
El Evangelio es verdadero. La Restauración está en curso. La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es el reino de Dios en la tierra. Nosotros, cada uno de nosotros, somos Sus hijos, y nuestra exaltación es Su obra y Su gloria27.
Al comprender de manera imperfecta la profundidad de lo que significa hacerlo, sin embargo, doy este testimonio en el nombre de Jesucristo. Amén.
© Brigham Young University. Todos los derechos reservados.
Notas
1 Véanse. (D. y C. 50:22; 88:122).
2. Véase 1 Nefi 8.
3. 1 Nefi 11:35.
4. 1 Nefi 11:36.
5. 1 Nefi 12:18.
6. 1 Nefi 11:22.
7. 1 Nefi 8:10.
8. 1 Nefi 8:11.
9. 1 Nefi 8:12.
10. 1 Nefi 8:27.
11. 1 Nefi 8:28.
12. James Hannay and William Henry Wills, “In the Name of the Prophet—Smith!” Household Words: A Weekly Journal 3, no. 69, ed. Charles Dickens (19 July 1851): 385.
13. 1 Nefi 19:23.
14. 1 Pedro 2:5–8.
15. Véase Génesis 25:29.
16. Véase “La Familia: Una proclamación para el mundo” (23 de septiembre de 1995).
17. Dallin H. Oaks, “Amad a vuestros enemigos”, Liahona, noviembre de 2020; véase también Dallin H. Oaks, “Racism and Other Challenges”, discurso pronunciado en un devocional de BYU, 27 de octubre de 2020; Russell M. Nelson, “Que Dios prevalezca”, Liahona, noviembre de 2020.
18. Sterling M. McMurrin, en Blake T. Ostler, “7EP Interviews: Sterling M. McMurrin,” Seventh East Press: An Independent Student Newspaper, 11 de enero 1983, 6; véase también Ostler, “An Interview with Sterling M. McMurrin,” Dialogue: A Journal of Mormon Thought 17, no. 1 (Spring 1984): 25.
19. Spencer W. Kimball, “The Second Century of Brigham Young University”, discurso pronunciado en un devocional de BYU, 10 de octubre de 1975.
20. The Mission of Brigham Young University, 4 de noviembre de 1981.
21. C. Shane Reese, “Becoming BYU: An Inaugural Response,” discurso pronunciado en su inauguración como presidente de BYU, 19 de septiembre 2023.
22. Kimball, “Second Century”.
23. C. Shane Reese, “Perspective: Becoming BYU”, Opinion, Deseret News, 11 de diciembre de 2023, pág. deseret.com/opinion/2023/12/11/23997519/c-shane-reese-what-byu-must-become.
24. 1 Corintios 15:20.
25. Juan 6:69.
26. Véase Juan 14:18
27. Véase Moisés 1:39.
Rick Anderson, bibliotecario universitario de BYU, pronunció este discurso devocional el 2 de abril de 2024.