José Smith—Disertación 2: La personalidad y el carácter de José
Presidente de la Cátedra Richard L. Evans y profesor de Filosofía de BYU
22 de agosto de 1978
Presidente de la Cátedra Richard L. Evans y profesor de Filosofía de BYU
22 de agosto de 1978
No quiero enfocarme tanto en sus dones y carácter como profeta, sino en las características observadas por quienes lo rodeaban: en José Smith, el hombre.
Tenemos la intención de modificar esta traducción cuando sea necesario. Si tiene sugerencias, por favor mándenos un correo a speeches.spa@byu.edu
Profundicemos de manera detallada en la personalidad y el carácter del profeta José Smith.
Permítanme comenzar con el comentario del fallecido Sidney B. Sperry, quien fue quizás el hebraísta con más conocimiento de la Iglesia. Estudió hace años con algunos de los académicos de renombre mundial en la Universidad de Chicago y luego llegó a la Universidad de Brigham Young, donde permaneció durante toda su carrera. Una de las razones por las que estudió lenguas antiguas fue para obtener la ventaja de leer los materiales originales más antiguos. Debido a sus logros académicos, algunos de sus colegas se referían a él como “el prominente SBS”1. Manifestó que, en los primeros años de su vida, aspiraba a conocer más acerca de las Escrituras que cualquier otro hombre viviente. Me comentó, y este es el punto clave, que se había dado cuenta de que ningún hombre en esta generación podría saber tanto acerca de las Escrituras como el profeta José Smith.
Comienzo con esto porque una sensación recurrente emerge cuando uno estudia la vida de José Smith. Nunca se logra descubrir todo. Siempre hay algo más. Uno puede sentirse tan impresionado y abrumado por lo que se sabe de él que llega a decir: “Nada bueno de lo que pudiera aprender de él me sorprendería”. Y entonces algo te toma por sorpresa. Siempre hay más. Se necesita profundidad para comprender la profundidad, y a menudo me pregunto si alguno de nosotros tiene la profundidad necesaria para comprender plenamente a este hombre2.
No quiero enfocarme tanto en sus dones y carácter como profeta, sino en las características observadas por quienes lo rodeaban: en José Smith, el hombre.
Consideremos por un momento su apariencia. Sabemos gracias a la historia que él, en su mejor momento, medía poco más de metro ochenta y pesaba más de noventa kilos3. Una de sus ventajas a lo largo de su vida fue contar con una constitución física extremadamente vigorosa y dinámica. Sin eso, quizá no hubiera sobrevivido a la primera gran crisis de su vida: una infección ósea a los siete u ocho años de edad que, en la mayoría de los casos, requería amputación. El médico, ante las súplicas de la madre de José, consintió finalmente en realizar una cirugía menos drástica, por supuesto sin anestesia. Si pueden imaginar que alguien les perfora una sección del hueso de la pierna y se las rompe en pedazos con fórceps mientras están completamente conscientes, entenderán lo que el niño soportó. El doctor Wirthlin, de nuestra generación, reveló que este médico de la Facultad de Medicina de Dartmouth, en Nuevo Hampshire, era el único hombre en los Estados Unidos que entendía cómo realizar esa operación y que tenía la compasión y la habilidad para llevarla a cabo4. Esto es solo un atisbo de la robusta y resistente constitución física de José. Incluso en esa condición, soportó todo lo que pudo y envejeció prematuramente a los treinta y ocho años5.
La máscara mortuoria que George Cannon, un converso de Inglaterra, aplicó al rostro de José (como también a Hyrum) después del asesinato en Carthage nos da el contorno exacto de la frente del Profeta, específicamente su línea del cabello, que en 1844 estaba retrocediendo un poco, en parte como resultado de envenenamiento6. Su nariz era, como lo muestra la estatua en la Manzana del Templo de Salt Lake City, inusualmente grande. Y, sin embargo, los que lo visitan desde el este y sus propios amigos conversos comentan que era un hombre magnífico. La palabra atractivo se repite, y hay referencias, al menos en los primeros años, al color y a la abundancia de su cabello. Era un castaño rojizo7. Había algo de franqueza en su semblante. Era imberbe: se afeitaba, pero no tenía una barba densa o espesa. De la forma de su cuerpo, un escritor dice que no había “ninguna fragilidad” en él. Tenía unos hombros fuertes y robustos, y se iban estrechando hacia abajo8. Se había vuelto un poco corpulento en los últimos años en Nauvoo.
Hubo pocos deportes varoniles en los que no participara, y muchos en los que se destacó. Por ejemplo, practicaba luchas y lo hacía con eficacia9. También saltaba a la marca. En esta actividad, simplemente se saltaba desde una línea trazada en el suelo, se marcaba el lugar donde se había aterrizado, y luego se desafiaba a otra persona a igualar o superar el salto10. Además, tiraba de estacas: aquí dos hombres se sentaban uno frente al otro, colocaban los pies contra los de su oponente, y luego tiraban; el más fuerte permanecía en el suelo, el otro subía. Hay otra versión de este juego en el que, cara a cara, se sostiene un palo, como un palo de escoba, y luego se hace fuerza hacia abajo. El más fuerte de los dos aguanta, y sus manos no resbalan. Las manos del más débil resbalan11.
Con los chicos, José jugaba a menudo al béisbol y a variaciones del quoits. Era conocido por crear juegos con premios, incluidos premios de broma para los perdedores. De vez en cuando, especialmente cuando había vencido a un retador, decía algo como: “No debe darle importancia a esto. Cuando estoy con los chicos, intento divertirlos lo más que puedo”12.
Hasta aquí la parte atlética.
Volvamos por un momento a su mente. Tenía una mente brillante. La madre de José registra que él era “mucho menos propenso a leer libros que cualquiera de nuestros hijos, pero mucho más dado a la meditación y al estudio profundo”13. Sin embargo, a medida que maduraba y el peso de su llamamiento recaía sobre él, se convirtió en un estudiante asiduo y diligente que estudiaba minuciosamente las Escrituras, e incluso fue designado para repasarlas palabra por palabra, línea por línea, y hacer cambios inspirados. Además de eso, aspiraba a las lenguas antiguas14. En Kirtland estableció una escuela de hebreo con Joshua Seixas como maestro. Seis de los alumnos ni siquiera dominaban los fundamentos del inglés. Las minutas dicen que los dos alumnos sobresalientes de esa escuela fueron José Smith y Orson Pratt, en ese orden15. El peor fue Heber C. Kimball16.
Los dones intelectuales se dividen en muchas categorías. Para mayor comodidad, consideremos cuatro. En primer lugar, está la imaginación, la capacidad de visualizar lo concreto de manera pictórica, vívida, en sus posibilidades y variaciones. Este es el origen de la creatividad. José Smith tenía una vívida habilidad para imaginar y, algunos agregarían, una tendencia hacia lo dramático. Aconsejó que debíamos evitar, como él mismo dijo, “una imaginación fantasiosa, florida y acalorada”17. Él tenía ese don, pero no abusó de él.
Lo siguiente es la capacidad de conceptualizar: comprender los principios, la información, la verdad y luego (que no es exactamente lo mismo) expresarlos con precisión, claridad y, según sea necesario, brevedad. José Smith, cualesquiera que fueran sus tendencias en su juventud y su desempeño escolar, tenía una brillante capacidad conceptual tanto para ver como para comprender, para llegar a la esencia del asunto y luego expresarlo de modo que otros lo entendieran. La admonición que escribió mientras estuvo aislado en Liberty durante muchos meses se relaciona con eso. Escribió una carta, partes de las cuales se encuentran en nuestro libro de Doctrina y Convenios (pero la parte que no se incluye es igualmente profunda)18. Dice: “Las cosas de Dios son de profunda importancia, y solo se pueden descubrir con el tiempo, la experiencia y los pensamientos cuidadosos, reflexivos y solemnes. Tu mente, ¡oh hombre!, si quieres llevar un alma a la salvación, debe elevarse a lo más alto del cielo, y escudriñar y contemplar el abismo más oscuro y la ancha expansión de la eternidad; debes tener comunión con Dios”19.
Este extraordinario pasaje se encuentra en el contexto de cuando dijo que a menudo, en nuestras reuniones de consejo, clases y reuniones más importantes, hemos sido frívolos, “vanos y triviales”, y con demasiada frecuencia no nos hemos enfocado en nuestra visión20.
Lo tercero es la memoria, la capacidad de retener lo que uno aprende y recordarlo para su posterior uso, implicación o aplicación. Aparentemente José tuvo que aprender por repetición, al igual que todos nosotros, ya que en 1823 Moroni vino y repitió el mismo mensaje cuatro veces, incluyendo citas de las Escrituras. Por lo tanto, el Profeta los escuchó con la suficiente frecuencia y claridad como para reconocer diferencias con la versión de la Biblia que su familia leía21. Al menos cuatro veces tuvo que escuchar el mensaje. Muchos podrían suponer que bastaría con una visita celestial de este tipo para recordar todo. Al contrario, la dificultad para poder concentrarse sería inmensa. En ocasiones hay una expresión inicial de temor tal como las escrituras registran; una sensación de querer alejarse. Existe la dificultad de apartarse lo suficiente de uno mismo para escuchar. José escuchó. Él lo recordó22.
Encontramos evidencia de su notable memoria cerca del otro extremo de su vida, cuando se sentó con William Clayton y su hermano Hyrum y dictó la revelación que ahora llamamos la sección 132 de Doctrina y Convenios. Es una revelación larga: sesenta y seis versículos, muchos de los cuales son largos. El versículo 19, por ejemplo, tiene casi doscientas palabras. Algunos de los versículos describen las condiciones del convenio sempiterno en los términos que utilizaría un abogado que hubiera pasado días pensando en todos los sinónimos, matices y contingencias posibles para que no quedara ningún vacío. Por ejemplo: “Todos los convenios, contratos, vínculos, compromisos, juramentos, votos, prácticas, uniones, asociaciones o aspiraciones que no son hechos, ni concertados…”. Ese es el sujeto de la oración. Luego viene el verbo. Después, un predicado muy largo23. Haber escrito eso tras una paciente investigación del diccionario sería todo un logro. José Smith lo dictó directamente y, aparentemente, sin modificaciones. Eso es bastante sorprendente. Pero entonces aprendemos de William Clayton que el Profeta declaró que “conocía la revelación perfectamente, y podría reescribirla en cualquier momento si fuera necesario”24. ¡Eso sí que es asombroso! Tenía tan claro el núcleo esencial de esa revelación que confiaba plenamente en poder volver a enunciarla. Es posible que haya querido decir que podía dictarla con las palabras exactas, y si esto es así, en realidad estaba dotado en ese sentido más allá de la capacidad mortal normal. Pero creo que solo quería decir que el contenido le quedaba claro y que no se perdería si se extraviara la versión escrita. Eso demuestra una memoria extraordinaria.
El cuarto es la capacidad de pensar con sencillez, y eso es un don. No “una mente simple”, sino “una mentalidad de simplicidad”, la habilidad de reducir ideas elaboradas a su núcleo esencial. Al mismo tiempo, es un don poder ver lo que otras mentes no ven; reconocer implicaciones, matices, extensiones de una idea que van más allá de la percepción ordinaria. Aquí nuevamente José Smith fue muy innovador, pues, por un lado, en los asuntos administrativos y de toma de decisiones, iba rápidamente al núcleo del asunto con ingenio y habilidad. Pero, por otro lado, si se le pedía o requería que profundizara en una doctrina o enseñanza específica, lo hacía, y entonces ensanchaba las mentes de todos los presentes25.
En cuanto a la calidad general de la obra escrita de José Smith, Arthur Henry King, un converso a la Iglesia y un reconocido profesor de inglés, ha dicho que a su juicio el relato del Profeta en José Smith—Historia (véase la Perla de Gran Precio), que incluye su relato de la Primera Visión y las visitas de Moroni, es una de las prosas más sublimes de la literatura universal. El mismo erudito también ha dicho que se puede contrastar favorablemente esa redacción con la redacción más elaborada, pero en muchos aspectos más superficial, de Oliver Cowdery, cuya descripción de sus sentimientos durante el proceso de traducción y durante la aparición de Juan el Bautista se da al final del relato de José en la Perla de Gran Precio. Comparen los dos estilos de prosa. Arthur Henry King observa que, en todos los sentidos, el de José Smith es superior26.
No necesitamos disculparnos en absoluto por el lenguaje o la estructura o la forma del Libro de Mormón. Se encuentra entre los más grandes libros del mundo. Debe colocarse lado a lado con aquellos libros que son llamados canónicos. Hay una transparencia, una brillantez, una luz clara en sus elementos más espirituales que no encuentro en ninguna otra parte. Es una obra maestra. José Smith no la produjo y no podría haberla producido.
Por años se ha dicho que cualquiera que hubiera vivido en el oeste de Nueva York o cualquiera que se tomara su tiempo podía elaborar por sí mismo esa “imitación de las Escrituras”. Hugh Nibley, que empezaba a impacientarse un poco con ese tipo de insensateces, impartió una clase una vez a estudiantes de Oriente Medio, todos ellos procedentes de la zona de Palestina o de más al este. Al comienzo de su clase, dijo: “Voy a asignarles un trabajo final para esta clase. Al terminar el semestre, quiero que cada uno de ustedes haya escrito 546 páginas con las siguientes características”. Luego describió lo que el Libro de Mormón tiene y es. Hasta el momento no ha recibido de vuelta la asignación. Ningún hombre ni combinación de hombres podría haber escrito ese libro si no fuera por inspiración divina.
Ofrezco otro punto, desde mi propia perspectiva. Tomemos la sección 93 de Doctrina y Convenios; voy a dejar de lado muchas otras secciones de las que se podría decir lo mismo. A mi juicio ponderado (y he leído un poco acerca de las filosofías del mundo) esta sección es superior en contenido al Timeo de Platón. Platón puede o no merecer la reputación de ser el mejor filósofo del mundo occidental, lo cual se ha reiterado a través de muchas generaciones, pero yo digo que José Smith, como instrumento para recibir y transmitir la palabra de Dios, fue más profundo que Platón27. Tenía la ventaja adicional del Espíritu Santo.
Pasemos ahora a su temperamento, a su constitución emocional, a sus disposiciones. Al principio de su relato de vida, afirmó que tenía un “jovial temperamento natural”28. Gracias a Dios que así era. Le fue de gran ayuda. Muchos se unieron a la Iglesia, algunos de tierras extranjeras y otros de los Estados Unidos, muchos del noreste del país con sus tradiciones puritanas conservadoras y a veces rígidas; otros de movimientos como los cuáqueros y los bautistas. Estos compararon a José Smith con su hermano Hyrum y comentaron que Hyrum se parecía más a la imagen que ellos tenían de cómo debía verse y comportarse un profeta. Se referían a él como más sosegado, sobrio y serio29. El Profeta, a pesar de toda su sobriedad en las circunstancias adecuadas, era un hombre muy amigable, que reía fácilmente, sociable, animado, el alma de la fiesta, y colorido en su uso del lenguaje. Eso fue lo suficientemente inquietante para que algunos dejaran la Iglesia. Por ejemplo, una familia visitó al Profeta cuando él se encontraba traduciendo en el piso de arriba; un trabajo serio y tedioso. Luego bajó las escaleras y comenzó a revolcarse por el suelo y a juguetear con sus hijitos. La familia se indignó y abandonó la Iglesia30.
No solo tenía José Smith ese temperamento, sino que le resultaba difícil soportar actitudes opuestas, especialmente cuando surgían de falsas tradiciones. En una ocasión, unos ministros acudieron a él con la intención de enredarlo en el análisis de las Escrituras, como habían alardeado que harían. Siguieron tratando de arrinconarlo, pero en cada ocasión él no solo tenía respuestas, sino también preguntas para ellos que no podían resolver. Finalmente, se convencieron de que sería mejor que se fueran. Cuando se dirigieron a la puerta, el Profeta los siguió. Salió, trazó una línea en el suelo y saltó. “Ahora, caballeros”, dijo, “no me han superado en las Escrituras. A ver si pueden superarme en esto”. Ellos se fueron muy enojados31.
Un hombre que había desarrollado cierto falsete se acercó a José. En nuestra generación no estamos familiarizados con este fenómeno, pero al predicar sin sistemas de altavoces en esos días, algunos metodistas, como en el caso de los exhortadores, elevaban la voz y gritaban tan fuerte que se podía escuchar a más de un kilómetro y medio de distancia. A veces oraban de esa manera. Un hombre con exactamente ese tono vino y dijo, con una especie de reverencia altanera: “¿Es posible que ahora pose mis ojos sobre un Profeta?”. “Sí”, respondió el profeta. “Y me parece que usted ya lo sabe. ¿No le gustaría luchar conmigo?”. El hombre se quedó estupefacto32.
En una ocasión, Joshua Holman, un hombre de esa misma estirpe pues había sido exhortador metodista, estaba con otros hombres cortando leña para el Profeta cuando todos fueron invitados a almorzar en casa de José. Cuando el Profeta le pidió a Joshua que bendijera los alimentos, comenzó a orar larga y ruidosamente, incorporando expresiones inapropiadas. El Profeta no lo interrumpió, pero cuando el hombre terminó le dijo simplemente: “Hermano Joshua, no permita que yo lo escuche pedir otra bendición semejante”. Luego explicó las inconsistencias33.
“Hago muchas cosas para acabar con la superstición”, dijo34. En otra ocasión, dijo: “Aunque me equivoco, no hago los males de los que se me acusa”.
José tenía sentido del humor. A veces bromeaba con los hermanos, incluso en circunstancias graves. Un ejemplo es el momento en que se difundió la noticia de que un hombre había vendido a su esposa y el precio era un reloj de Ojo de Buey. Montado en su caballo, José Smith se encontró con Daniel McArthur cortando leña. El Profeta lo saludó y luego le dijo: “Usted no es el joven que vendió a su esposa por un reloj de Ojo de Buey, ¿verdad?”36.
En otra ocasión, con intenciones serias, pero con matices humorísticos, el Profeta se vistió con ropas ásperas, montó a caballo y cabalgó para encontrarse con un grupo de conversos que acababan de llegar de Inglaterra. Detuvo a uno de ellos que se dirigía hacia el pueblo.
“¿Es usted mormón?”, preguntó el Profeta.
“Sí, señor”, dijo Edwin Rushton.
“¿Qué sabe del viejo Joe Smith?”.
“Yo sé que José Smith es un profeta de Dios”.
“Supongo que está buscando a un anciano con una barba larga y gris. ¿Qué pensaría si le dijera que yo soy José Smith?”.
“Si usted es José Smith, sé que es un profeta de Dios”.
“Yo soy José Smith”, dijo el Profeta, esta vez en tono suave. “Vine a encontrarme con estas personas, vestido como estoy con ropas ásperas y hablando de esta manera, para ver si su fe es lo suficientemente fuerte como para soportar las cosas que deben afrontar. Si no, deberían regresar ahora mismo”37.
Parecería que el Profeta pasaba la mitad de su tiempo tratando de convencer a las personas lentas y torpes que tenían poca fe de que Dios estaba realmente con él y con ellos38; y que pasaba la otra mitad advirtiendo a los Santos que un profeta es un profeta solo cuando actúa como tal, cuando está inspirado por Dios39. El resto del tiempo, es un mero mortal: tiene opiniones, comete errores y, en términos generales, es como cualquier otro hombre. Era difícil encontrar ese equilibrio. Algunos pensaban que era demasiado humano, otros pensaban que era demasiado profético. Ambos estaban equivocados.
George A. Smith, un primo del profeta José Smith, era más grande en tamaño, al menos en circunferencia. Pesaba casi ciento treinta y seis kilos. Un día estaban hablando del tipo de editor que era William W. Phelps, quien tenía tanto un don como una maldición para usar el lenguaje de manera brusca, y en sus editoriales lograba ofender a casi todo el mundo. En su conversación con el Profeta, la conclusión de George A. Smith fue que Phelps tenía cierto fervor literario y que, en lo que a él respectaba, estaría dispuesto a pagarle a Phelps por editar un periódico, siempre y cuando no permitieran que nadie más que él lo leyera. Al oír esto, está registrado, “José se rio con gusto y dijo que había acertado perfectamente”. Luego lo abrazó y le dijo: “George A., te amo como amo mi propia vida”. Esto lo conmovió casi hasta las lágrimas. De hecho, George A. dijo: “Me sentí tan afectado que apenas podía hablar”. En unos momentos, después de recobrar la compostura, respondió solemnemente: “Espero, José, que toda mi vida y mis acciones sean una prueba de mis sentimientos y de la profundidad del afecto que siento por ti”40. En otra ocasión le dio a George A. este consejo un poco serio: “Nunca te desanimes. Si estuviera hundido en el pozo más profundo de Nueva Escocia, con las Montañas Rocosas apiladas sobre mí, resistiría, ejercería la fe, mantendría el valor y saldría triunfante”41.
Luego está la pregunta de si en todas sus actitudes el Profeta demostró la humildad apropiada y la compasión, paciencia y perdón que predicaba. Se dice que dijo que tenía “un diablo sutil con el que lidiar, y que solo podía frenarlo siendo humilde”42. Sin jactancia, sin amenazas, sin vanagloria. No tenemos poder sobre el adversario y sus huestes excepto por medio del poder de Cristo, y no tenemos tal poder a menos que seamos humildes y receptivos. ¿Qué es la humildad? Hay mil definiciones, pero significa al menos reconocer la dependencia que uno tiene del Señor, reconocer cuándo y dónde no somos autosuficientes. José, según quienes mejor lo conocían, era humilde en ese sentido.
Aquí no estamos hablando de audacia; sí la tenía, y no es lo opuesto a la humildad. No estamos hablando de estar dispuestos a perseverar con fortaleza; él tenía eso, y eso tampoco es lo opuesto a la humildad. Lo que decimos es que José no manifestó el orgullo debilitante que destruye la humildad. Ese es el testimonio que dejaron varios que lo conocieron bien.
Eliza R. Snow, que había oído hablar del Profeta y de algunas cosas muy feas sobre él, se encontraba un día en su casa cuando el Profeta llegó y visitó a su familia. “En el invierno de 1830 y 1831, José Smith visitó la casa de mi padre”, ella escribió sobre esa visita, “y mientras se estaba calentando, escudriñé su rostro tan de cerca como pude sin llamar su atención, y llegué a la conclusión de que el suyo era un rostro honesto”43. Más adelante, después de unirse a la Iglesia, estuvo a menudo en la casa de él como una especie de niñera y ayudante durante un tiempo en Kirtland. Ella primero lo admiró en su ministerio público, lo veía como un profeta, pero no fue sino hasta que lo vio en su propia casa, de rodillas en oración y relacionándose con sus hijos, que todo su corazón se volcó en admiración hacia él44. Era, dijo ella, tan humilde como un niño pequeño45.
¿Era el Profeta un hombre sensible? En todos los sentidos dignos de la palabra, la respuesta es sí. Las lágrimas brotaban fácilmente de sus ojos, y esto sucedió en diversas situaciones. Por ejemplo, está la ocasión en que Parley P. Pratt regresó a Nauvoo en barco, después de haber estado en una larga misión, y el Profeta bajó a saludarlo y se puso a llorar. Cuando Parley logró soltarse de su abrazo, dijo: “Hermano José, si se siente tan mal por nuestra llegada, supongo que tendremos que irnos otra vez”46. Él también lloraba al despedirse: las lágrimas fluían rápidamente el día en que se despidió de su familia antes de partir hacia la cárcel de Richmond. El Señor mismo reconoció ese corazón compasivo cuando dijo en una revelación, refiriéndose a José: “He oído sus oraciones. Sí, he visto su llanto por Sion, y haré que no llore más por ella”47.
Se definía a sí mismo “como una piedra enorme y áspera que desciende rodando desde lo alto de una montaña; y solo puede pulirse cuando se frota alguna esquina al entrar en contacto con otra cosa”48. También se refería a sí mismo como un “árbol solitario”49. Había aprendido en Vermont que los arces que estaban solos tenían que desarrollar raíces profundas pronto; si no lo hacían, la inevitable ráfaga de tormentas invernales los derribaría. A pesar de toda su sociabilidad, hubo momentos en los que se sintió profundamente solo. “¡Ah, si pudiese hablar como un arcángel para expresar una vez a mis amigos lo que siento!”, dijo. “Pero no espero lograrlo en esta vida”50.
“Ustedes no me conocen”, dijo en el discurso del funeral de King Follett. “Ustedes jamás conocieron mi corazón”. Y luego esta notable frase, “No culpo a nadie por no creer mi historia. De no haber pasado lo que experimenté, ni yo mismo lo hubiera creído”51.
En esa soledad, tuvo que guardar en su propio pecho (esas fueron sus palabras)52 ciertos conocimientos profundos que el Señor le había concedido con la instrucción de que no los compartiera. “La razón”, dijo una vez, “por la que no se nos revelan los secretos del Señor es porque no los guardamos, sino que los revelamos […] incluso a nuestros enemigos”. Luego agregó: “Puedo guardar un secreto hasta el día del juicio final”53. Y así lo hizo.
Al ser un hombre sensible y amoroso, ¿qué tipo de vida hogareña tenía el Profeta? Bajo los golpes que implacablemente comenzaron cuando el Profeta anunció su primera visión y continuaron hasta su muerte, es milagroso que estuviera tanto tiempo en su casa. Él y Emma tuvieron nueve hijos, de los cuales cuatro murieron al nacer y uno a los catorce meses. Por el dolor que Emma sufrió debido a la pérdida de gemelos, ella motivó al Profeta a que fuera y trajera a casa gemelos, un niño y una niña, cuya madre había muerto esa misma semana. Emma crió a esos niños. El pequeño murió a los once meses por el frío que sufrió la noche en que el Profeta fue atacado en Hiram, Ohio: golpeado, cubierto de brea y plumas, y abandonado. La niña vivió hasta la madurez, pero nunca respondió al mensaje del Evangelio. En solo una ocasión Emma dio a luz en un hogar propio, y fue a David Hyrum, nacido después de la muerte del Profeta.
Y en cuanto a Emma en general, la certeza de la historia es esta: José Smith la amaba con toda su alma. Y el corolario es que Emma lo amaba con toda su alma. Ella era “una dama elegida”54. No solo fue una mujer extraordinaria, sino que, salvo por las dificultades que conllevaba el matrimonio plural, también fue una noble y gloriosa defensora de todo lo que hizo el Profeta, tal como lo indicó la madre de José en su tributo personal55.
La vida hogareña del Profeta con Emma incluía oraciones tres veces al día, por la mañana, al mediodía y por la noche56. También ella dirigía a la familia cuando cantaban. La “familia” siempre no se limitaba a los parientes de sangre de José: incluía visitantes de diferentes lugares, inmigrantes que necesitaban alojamiento temporal, etc. Algunos se quedaban por una semana más o menos, y otros, como John Bernhisel, por tres años. Como “dama elegida”, a Emma se le mandó compilar un himnario. Así lo hizo, y parte de su contenido se encuentra en nuestro himnario actual.
El profeta José ayudó a Emma cuidando de los niños y ayudando con las tareas domésticas: encender fogatas, sacar cenizas, traer leña y agua, etc. Fue criticado más de una vez por eso; algunos hombres pensaban que eso era deshonroso. Con una amable reprimenda, el Profeta los corrigió y les aconsejó que fueran e hicieran lo mismo. El Profeta también era pulcro. Su hacha siempre estaba cuidadosamente afilada y colocada correctamente después de haberla usado. Su reserva de leña siempre estaba apilada ordenadamente, su jardín estaba bien cuidado y, hasta su muerte, fue un granjero que obtenía gran parte de lo que podía comer arando, plantando, desyerbando y cosechando57.
Tenemos un indicio de su capacidad para dormir gracias a Lorin Farr, quien observó que incluso en los días de persecución en Misuri, y bajo presión, por supuesto, una presión que llevaba a una fatiga extrema, él podía sentarse en la base de un árbol y dormirse casi instantáneamente, pero de la misma forma volver a una actividad plena y alerta. Eso puede tener algo que ver con tener una conciencia tranquila y sentirse seguro de que Dios está con uno58.
Hacía lo posible por evitar las tediosas trivialidades de la vida, pero no podía librarse por completo de ellas.. No le gustaban las funciones administrativas. No le entusiasmaba el mandamiento que se recibió el mismo día en que se organizó la Iglesia de que se debía llevar un registro día a día y que en él se anotaran todos los acontecimientos importantes59. Pero él obedeció. Tenía escribas de gran ayuda. Era paciente con ellos, y ellos con él.
Un día, en un momento de relajación, el Profeta se acercó a su secretario, Howard Coray, y le dijo: “Hermano Coray, desearía que fuera un poco más grande. Me gustaría divertirme un poco con usted”, refiriéndose a las luchas. El hermano Coray dijo: “Tal vez pueda hacerlo tal como soy”. El Profeta lo agarró, lo volcó y le rompió la pierna. Compadecido, lo llevó a casa, lo acostó, y le entablilló y vendó la pierna. El hermano Coray dijo más tarde: “Hermano José, cuando Jacob luchó con el ángel y quedó cojo por él, el ángel lo bendijo. Ahora creo que también tengo derecho a una bendición”. José hizo que su padre le diera la bendición y su pierna sanó con notable rapidez60.
A Robert B. Thompson, su secretario, el Profeta le dijo: “Robert, ha sido tan fiel e implacable en esta obra que necesita relajarse”. Le dijo que saliera y disfrutara, que se relajara. Pero Thompson era un hombre serio. Dijo: “No puedo hacerlo”. José respondió: “Debe hacerlo; si no lo hace, morirá”. Uno de los pesares de la vida de José fue que Robert B. Thompson tuvo una muerte prematura y tuvo que hablar en su funeral61.
El Profeta aprendió a relajarse, y cuando fue reprendido por ello, comentó que, si un hombre tiene un arco y lo mantiene constantemente tenso, pronto perderá su elasticidad. Hay que destensar el arco62. Alguien que lo vio con su cabeza agachada, meditabundo y sumido en sus pensamientos, le dijo: “Hermano José, ¿por qué no levanta la cabeza y nos habla como un hombre?”. La respuesta del Profeta fue: “Miren esas espigas”. El hombre miró hacia el campo de trigo maduro y vio que las gavillas más pesadas, las que estaban llenas de grano, estaban dobladas. El Profeta estaba insinuando que su mente estaba pesada y cargada63. Pero afortunadamente podía liberarse.
Otros dos aspectos de su vida familiar: cuando lo maltrataban, se sentía inclinado a “ajustar cuentas” ofreciendo la hospitalidad de su hogar. Eso involucraba a Emma y su talento en la cocina. A menudo invitaba a las personas sin previo aviso: “Si no quieren abrazar nuestra religión, acepten nuestra hospitalidad”64. Hubo momentos en que la despensa estaba vacía. Un día no tenían nada para comer más que un poco de harina de maíz. Hicieron con él un pan de maíz, y el Profeta ofreció la bendición de la siguiente manera: “Señor, te damos las gracias por este pan de maíz y te pedimos que nos envíes algo mejor. Amén”. Antes de que terminara la comida, alguien llamó a la puerta, y allí estaba un hombre con un jamón y un poco de harina. El Profeta se puso de pie de un salto y le dijo a Emma: “Sabía que el Señor contestaría mi oración”65. Compartió y compartió hasta empobrecerse por completo.
Ahora, algunas comparaciones: tenemos el testimonio de Peter Burnett, quien fue gobernador de California y había conocido a José Smith en el período de Misuri. Burnett lo consideraba un hombre con grandes dotes de liderazgo, un hombre que instintivamente inspiraba admiración y respeto66. Stephen A. Douglas, llamado “Pequeño gigante”, recibió este título de José Smith, según una fuente. Douglas debatió con Lincoln y aspiraba, como el Profeta predijo que lo haría, a la presidencia de los Estados Unidos, y tuvo muchas cosas admirables que decir sobre José durante el período en Illinois. Dijo que tenía independencia de criterio67.
Alexander Doniphan fue el general que se negó a disparar contra los hermanos Smith en la plaza de Far West como se le había ordenado, y quien escribió al general Lucas: “Yo lo haré responsable del hecho ante un tribunal terrenal, Dios mediante”68.
James W. Woods, el último abogado del Profeta, estaba con él la mañana del 27 de junio de 1844. Aunque nunca fue Santo de los Últimos Días, aun así señaló que se podía ver la fortaleza de José Smith en su forma de ser y dignidad, pero añadió que solo por su rostro se podía ver que no era un mal hombre69.
Daniel H. Wells, “Squire Wells”, que escuchó a José hablar dos veces en Nauvoo, fue una especie de magistrado local del siglo diecinueve. Lo oyó hablar sobre el principio de que todo hijo e hija de Adán, tarde o temprano, ya sea en esta vida o en la venidera, escuchará el Evangelio de Jesucristo en su pureza y en su plenitud, y tendrá la opción adecuada de elegirlo; y que quienes lo acepten y lo vivan, incluso los espíritus incorpóreos que lo habrían hecho si hubieran tenido la oportunidad en la vida terrenal, tendrán el derecho y el acceso a todas las ordenanzas que se efectúan solo en esta vida. ¿Cómo? Por representación. Ese hombre, formado en leyes e impresionado por la justicia de las enseñanzas del Profeta, dijo: “He conocido a hombres de la ley toda mi vida. José Smith fue el mejor abogado que he conocido en toda mi vida”70.
Tenemos un comentario de Brigham Young sobre el hecho de que José era diferente de Hyrum, y más allá de los comentarios obvios hay uno en el sentido de que la habilidad de José, incluida su amplitud de visión, era superior a la de Hyrum71. Una implicación de esto es que José era más susceptible a las continuas impresiones y revelaciones de Dios. Es decir, no llegó a estar tan rígidamente atado a lo que se le había dado que fuera insensible a lo que aún tenía que recibir. Sin embargo, eso es lo que pasa comúnmente. Al reclamar integridad, uno puede endurecerse en las tradiciones pasadas y, por lo tanto, puede volverse inmune a la revelación viviente. Y el Profeta tendía a juzgar a los hombres con la misma consideración: es decir, no todos los casos son idénticos; cada persona tiene sus propias diferencias y se debe ayudarlas a estar en armonía con el Señor de maneras que respeten esas diferencias. Una vez más, esto muestra una mente que no solo es abierta sino también receptiva; y no solo receptiva, sino también obediente, incluso cuando la respuesta requerida parecía ir en contra de las suposiciones y tradiciones anteriores72. Este fue un elemento esencial para el revelador de nuestra dispensación.
En resumen, José Smith era un hombre que abarcaba en su ser una infinidad de dimensiones físicas, intelectuales, emocionales y espirituales. Era como si fuera muchos hombres en uno. Muchos de sus dones estaban equilibrados con otros, y en conjunto era un instrumento magnífico con el que el Señor pudo trabajar en la dispensación de la plenitud de los tiempos.
© 1989 Truman G. Madsen. ℗ 2003 Deseret Book Company. Todos los derechos reservados.
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Notas
Y cuando vi tu alma imponente
Levantarse en alas de devoción:
Y vi en medio de tus pulsos, rodar,
Un desprecio por las cosas triviales,
Te amé por causa de tu bondad
Y alegremente puedo apartarme
Del hogar y los amigos, confiando en
Tu corazón noble y generoso.
(De “Narcissa to Narcissus” en Snow, Poems: Religious, Historical, and Political 2:47–48).
Para leer las citas completas, véase “Nota del autor sobre fuentes, abreviaturas y bibliografía” en la serie de disertaciones sobre José Smith.
Truman G. Madsen, Richard L. Evans Presidente de la Cátedra Richard y profesor de filosofía de la BYU, pronunció ocho conferencias sobre el profeta José Smith en la Semana de la Educación de la BYU en agosto de 1978.