El cambio: ¡Siempre es una posibilidad!
Profesora de Terapia Matrimonial y Familiar
7 de abril de 1998
Profesora de Terapia Matrimonial y Familiar
7 de abril de 1998
Su deseo es que cambien, que con el tiempo desechen completamente al hombre natural, que tengan un cambio de corazón, un cambio de naturaleza.
Tenemos la intención de modificar la traducción cuando sea necesario. Si tiene alguna sugerencia, escríbanos a speeches.spa@byu.edu
Durante la sesión de la conferencia general del sábado por la tarde, me emocioné mientras observaba al Presidente Gordon B. Hinckley mientras la congregación entonaba uno de los himnos. Se dio la vuelta y miró a nuestro coro combinado de BYU durante mucho tiempo. No fue solo un breve vistazo. Él se quedó allí observando. Parecía que él estaba inspeccionando y estudiando a cada alumno. El presidente Hinckley es el profeta del Señor. Él sabe quiénes son ustedes como alumnos de BYU. Él conoce su bondad. Él conoce su potencial para la grandeza. Repentinamente me llegó el pensamiento que el profeta del Señor cuenta con ustedes.
El enseñar es un privilegio en cualquier lugar, pero enseñar en BYU con alumnos como ustedes que están llenos de luz y de amor por aprender y por sus semejantes, bueno, no hay algo mucho mejor que eso para mí como profesora. Así que, aunque quiero ofrecerles algunas ideas sobre el cambio hoy, hay muchas cosas que espero que ustedes nunca cambien. Permítanme mencionarles algunas:
Hablemos del cambio. ¡Me encanta el cambio! Me encanta. Lo admitiré. Me apasiona. En realidad, ¡estoy enloquecida por el cambio! Estoy comprometida profesionalmente con ello, y personalmente enamorada de ello. Profesionalmente, trato de facilitarlo, estudiarlo. Y me encanta participar en ello. Personalmente, lo defiendo, lo busco y, básicamente, me asombra.
Personal y profesionalmente, soy una detective del cambio. Quiero descubrir el cambio cuando todos los demás dicen que no está presente ni es posible. Supongo que es lo más cerca que estoy de mi nombre de Sherlock Holmes: “Dra. Watson”.
Durante 25 años he tenido el privilegio de trabajar con otras personas que buscan el cambio; se conocen por el título de “clientes”: individuos, matrimonios y familias que desean un cambio. Ellos quieren que algo sea diferente en su vida.
No estoy segura de cuándo comenzó mi amor por el cambio, pero todavía recuerdo la emoción que sentí con uno de los primeros grandes cambios en mi vida: el cambio de pasar de andar en triciclo a andar en bicicleta. El breve sentimiento de terror al darme cuenta de que mi papá había soltado la parte trasera de mi bicicleta y que ya no estaba sosteniéndome o corriendo junto a mi, rápidamente fue reemplazado por la emoción. ¡Estaba andando en bicicleta yo solita! Unas pocas sacudidas en la carretera de grava y ya estaba en marcha. Podía ir más lejos, más rápido. De repente, mi mundo se hizo más grande.
Me encantó ese cambio. Y me encantó la emoción que vino con ese cambio. Un cambio en el número de ruedas de mi vehículo cambió mi velocidad, cambió lo que podía explorar e incluso cambió mi perspectiva de mí misma. Ya era todo un adulto, o por lo menos lo pensaba. Y me encantaban esos cambios.
Mi progreso hacia una bicicleta fue un cambio que implicaba mucho más que una reducción de las ruedas. Implicaba seguir adelante en mi vida, y darme cuenta de que mi papá creía que yo podía seguir adelante aún más rápido de lo que yo pensaba que podía. Yo estaba aceptando algo nuevo que nunca había intentado antes. Andar en bicicleta no se sentía nada como andar en un triciclo. ¡Se sentía más como volar!
Cuando avancé de dos ruedas en una bicicleta a dos ruedas en un nuevo Honda 50 azul, estaba eufórica. Al pagar por la mitad de esta maravillosa máquina voladora, este cambio en el modo de transporte trajo una mayor responsabilidad a mi vida. Ese cambio también trajo mayor confianza, mayor vulnerabilidad y mayores posibilidades, todo es parte del maravilloso mundo del cambio.
Mi Honda 50 azul me introdujo en otro mundo: el mundo de los hombres. Conocí a un joven con una Suzuki roja. Piensen en eso: una Suzuki roja y una Honda azul, eso sí que era amor verdadero y eterno. Bueno, al menos durante un verano… y luego todo cambió.
Ha habido momentos en los que el cambio parecía introducirse en mi vida sin invitación. Cuando tenía nueve años, mi hermanito, David, nació el primer día del semestre de otoño, el 1º de septiembre. Al salir del colegio, recorrí la ciudad con una foto Polaroid de David entre las manos, tocando puertas y preguntando a los vecinos si querían ver a mi hermanito recién nacido. Cuando volví a casa, descubrí lo rápido que pueden cambiar las cosas. David había muerto, habiendo vivido solo 8,5 horas. Era un cambio que nunca había imaginado. Pero con ese cambio, mi comprensión de la vida y la muerte cambió cuando mi abuela me habló en mi habitación esa tarde acerca de la realidad de la vida después de la muerte. Esta nueva comprensión de la vida, situada ahora en la realidad de la muerte de mi hermanito y en la creciente realidad de la vida eterna, aligeró poco a poco el dolor que sentía en mi corazón de nueve años que vino de ese cambio imprevisto.
Ha habido ocasiones en las que me anticipé al cambio y éste no se produjo, como cuando estaba tan segura de que un cambio en mi apellido coincidiría con un cambio en mi estado civil. Le dije “sí” a varios jóvenes que plantearon la pregunta: “¿Te quieres…?”. ¡Y sí quería! Lamentablemente, en esas ocasiones le respondí a esos jóvenes antes de buscar la opinión del Señor. Sin embargo, al escuchar la voz del Señor, seguí Su consejo y terminé esas relaciones. Desde entonces he aprendido a buscar la voz del Señor un poco antes.
¿Cuáles son los cambios que han experimentado en sus vidas? ¿Cuáles eran deseados y esperados? ¿Cuáles se esperaban, pero nunca se materializaron? ¿Cuáles no eran bienvenidos, pero resultaron ser maravillosos? ¿Cuáles no eran bienvenidos y resultaron ser desgarradores?
Siempre hay cambios. El cambio exige mucho de nosotros, y el cambio nos cambia a nosotros. ¿Cómo han respondido ustedes a los cambios en sus vidas? Piensen en un cambio que llegó a sus vidas, sin ser invitado, que ustedes no querían y que les desgarró el alma. ¿Cómo respondieron a ello: volviéndose hacia el Señor y acercándose a Él o alejándose?
He tenido el privilegio de observar las respuestas de muchas personas ante estas situaciones difíciles. Consideremos sólo algunas:
¿Cuáles son los cambios que han influido en sus vidas? Seguro que conocen el viejo refrán: “Lo único constante es el cambio”. Puede que algunos de ustedes digan que ahora mismo no pueden soportar un cambio más en sus vidas. Tal vez hayan experimentado demasiados cambios en un periodo de tiempo muy breve. Tal vez sean como el joven que regresó a casa de su misión y descubrió que sus padres se estaban divorciando, que su padre había sido excomulgado, que su prometida le había dado la bienvenida con la carta “Querido Juan” en la mano, que todas las clases de su carrera estaban llenas, que sus futuros compañeros de cuarto se estaban mudando y que la empresa en la que iba a trabajar había quebrado. (Una historia real). Cuando cambios así suceden todos a la vez, puede ser muy difícil aguantar, seguir adelante, sin la ayuda sustentadora del Señor y de aquellos que el Señor levanta para ayudarles. Tales cambios pueden incluso amenazar su estabilidad espiritual y su sentido de paz.
Puede que otros de ustedes digan:
“Me vendría bien más ‘cambio’ en mi vida: empecemos por añadir unos pocos centavos a los que me quedan en mi cuenta bancaria a estas alturas del semestre”.
“También me vendría bien un cambio de ambiente. Estoy listo para disfrutar estar en las montañas y no solo mirarlas desde lejos”.
“Necesito un cambio de actividades, estoy cansado de estudiar”.
Y tal vez algunos de ustedes estén orando para que haya un cambio de corazón, no en el de ustedes sino en el de sus profesores al calcular sus notas durante las próximas semanas.
¿Qué cambio marcaría la mayor diferencia en sus vidas en este momento? ¿Un cambio en cómo piensan, cómo se comportan, o cómo se sienten? ¿Querrían un cambio en una relación o un cambio que les permitiera tener una relación? ¿Un cambio en la forma en que se ven a sí mismos o en la forma en que creen que les ven los demás? ¿Un cambio en sus capacidades, en sus cualidades? ¿O desean más un cambio en su naturaleza, o un cambio de corazón?
El cambio —y las creencias sobre el cambio— nos rodean. Algunas personas creen que el cambio no es deseable en absoluto o que es una búsqueda totalmente desesperada: “Sólo a un bebé mojado le gustan los cambios”, bromea la calcomanía para autos. “Cuánto más cambian las cosas más idénticas permanecen”, protesta un proverbio francés (Jean-Baptiste Alphonse Karr, Les Guêpes, julio de 1848, pág. 278, también enero de 1849 ,pág. 305).
Cuando descubrimos que nos quejamos a un amigo de lo mismo año tras año; cuando nos proponemos lo mismo cada Fin de Año; cuando la pesa del baño nos dice que seguimos pesando 5 kilos de más, tal vez nos preguntemos si existe el cambio. O si el cambio real es verdaderamente posible. Sin embargo, mi experiencia docente, clínica y de investigación me dice que las personas desean cambiar y que de hecho cambian. Y lo que es más importante, el cambio siempre se está realizando.
¿Y cómo se produce el cambio?
A través de mi investigación con familias, he llegado a creer que el cambio terapéutico se produce cuando la creencia que está en el corazón del asunto se identifica, desafía o solidifica (véase Lorraine M. Wright, Wendy L. Watson y Janice M. Bell, Beliefs: The Heart of Healing in Families and Illness [Nueva York: Basic Books, 1996]).
La antigua tradición hebrea sostenía que el corazón podía pensar. Lo que me interesa distinguir, cuestionar o reforzar son los pensamientos generados y sentidos por el corazón, las cogniciones saturadas afectivamente que influyen en los pensamientos, los sentimientos y las acciones, e incluso las creencias más profundas del corazón.
Éstas son las creencias que importan: Las creencias del corazón que están en el centro del asunto. Éstas son las creencias que proporcionan el mayor impulso para el cambio. Son creencias fundamentales y pueden limitar o facilitar el cambio. Las creencias facilitadoras aumentan las opciones para encontrar soluciones a los problemas. Las creencias restrictivas reducen las opciones para encontrar soluciones.
Permítanme compartir con ustedes algunas creencias restrictivas que impidieron el cambio:
En cada caso, estas creencias restrictivas impidieron que se encontraran soluciones y, en la mayoría de los casos, invitaron la sumamente restrictiva creencia de que era imposible encontrarlas. ¿Qué creencias sobre sí mismos, otras personas o la vida les han impedido dar el paso para hacer los cambios que desean en sus vidas?
Una creencia que limita sistemáticamente el cambio es la de que “sólo hay un punto de vista correcto, ¡y es el mío!”. Es normal sentir pasión por las propias ideas — hasta puede que sea algo estupendo. Ofrecer nuestras ideas a otra persona y comprender que quizá tenga ideas diferentes a las nuestras puede ser la esencia de una discusión cordial, que incluso puede convertirse en un agradable debate. Sin embargo, exigir que alguien debe cambiar sus ideas para ajustarse a las nuestras es más que solo exigir: ¡es diabólico!
El presidente Howard W. Hunter, en la conferencia general de octubre de 1989, destacó el modo como el Señor influye en los demás:
Dios actúa principalmente mediante la persuasión, la paciencia y la longanimidad, no mediante la coerción y la confrontación brusca. Actúa por medio de una delicada y dulce invitación. Actúa siempre con respeto absoluto por la libertad y la independencia que poseemos. [“El hilo de oro de las decisiones”, Ensign, noviembre de 1989, pág. 18]
Uno de nuestros himnos en inglés pone música a esta misma verdad:
Llamará, persuadirá, dirigirá,
Con sabiduría, amor y luz bendecirá,
De maneras infinitas bueno y amable será,
Pero forzar a la mente humana nunca lo hará.
[“Know This, That Every Soul Is Free”, Hymns, 1985, nro. 240]
No se puede hacer que alguien cambie de opinión. Pero sí se puede invitar, ofrecer y persuadir, y luego respetar lo que decidan hacer.
A través de la investigación clínica he descubierto que es más probable que se produzca un cambio cuando se nos invita a la reflexión. A través del proceso de reflexión podemos tomar conciencia de nosotros mismos y de los demás de una forma totalmente nueva.
Cuando leo Alma, lo percibo como un hombre apasionado por el cambio y como un experto en el arte de invitar a los demás a reflexionar — reflexiones que aumentan la probabilidad de que las personas cambien.
¿Cómo invita Alma a estas reflexiones que inducen al cambio? Una forma es mediante el uso de preguntas. Tan sólo en Alma 5 se ofrecen más de 40 preguntas tales como:
¿Habéis recibido su imagen en vuestros rostros? ¿Habéis experimentado este potente cambio en vuestros corazones? …
… Si habéis experimentado un cambio en el corazón, y si habéis sentido el deseo de cantar la canción del amor que redime, quisiera preguntaros: ¿Podéis sentir esto ahora? [Alma 5:14, 26]
Mediante el proceso de preguntar persistentemente, Alma nos invita a reflexionar una y otra vez sobre nuestra situación con el Señor, nuestro crecimiento y desarrollo espiritual, las cosas que deben cambiar o que han cambiado… y, antes de que nos demos cuenta, nuestro deseo de cambiar aumentará.
La próxima vez que quieran tener una experiencia increíble con la reflexión — para ver lo que se siente al ser invitados y motivados a cambiar, para ver cómo se cincela su postura de “Oh, estoy bien” o “No puedo cambiar” — lean el capítulo 5 de Alma — tal vez varias veces. Observen cómo sus pensamientos sobre sí mismos y sus posibilidades de cambio se ven alterados por el implacable cuestionamiento de Alma. Amo a Alma. Me encanta su devoción al cambio y me encanta su uso de preguntas, las cuales invitan a la reflexión.
Tal vez se hayan invitado últimamente a una reflexión mediante la multitud de preguntas que les rondan por la cabeza estos días. ¿Cuáles son las preguntas que se hacen?
Me impresiona que las preguntas que mis clientes se hacen a menudo sean variaciones de:
Saben que ningún otro cambio puede compensar el fracaso en este aspecto.
¿Qué reflexión les permitiría verse a sí mismos y quizás a otra persona de una manera diferente, una manera que aumentaría su deseo de cambiar?
Un esposo fue invitado a reflexionar y experimentó una gran sacudida cuando escuchó parte de una grabación de audio de mi sesión de terapia con su esposa. Ella le había ofrecido el casete porque en la sesión pudo expresar algunas de sus creencias fundamentales: La creencia de que él no la veía como alguien a su altura. La creencia de que nada de lo que ella había aportado a su matrimonio había marcado la diferencia para él.
Me llamó por teléfono profundamente apenado, un profundo pesar que nació de una comprensión aún más profunda del dolor de su esposa.
“Nunca lo supe”, dijo. “Nunca supe que le causaba tanto dolor”.
La voz de él es una voz de autoridad en la vida de ella. Sus palabras pueden sanar su dolor o inducir más dolor.
¿Quiénes son las voces de autoridad en su vida? ¿Qué voces le importan realmente? ¿Qué voces limitan el cambio en su vida? ¿Qué voces apoyan y sostienen los cambios que tanto desea? ¿Las voces de autoridad presentes en su vida son voces que le ayudan a ser quien realmente es? ¿Son voces que le ayudan a dar un paso adelante y hablar directamente al micrófono sobre lo que realmente hay en su corazón? ¿Las actuales voces de autoridad tienen oídos que realmente escuchan su voz, sus ideas, y le animan a escuchar la voz del Señor en su vida?
¿O son voces que reprenden, voces que se burlan, voces estridentes? ¿Voces que hábilmente llaman a la “obediencia” un enfoque demasiado simplista de la vida? ¿Voces que son tan sofisticadas en su menosprecio de los demás que empiezan a creer que les falta algo en sus propias evaluaciones? ¿Voces que le alejan de lo que realmente es? ¿Voces que silencian su voz interior, convirtiéndola en una voz apagada y pequeña?
¿Y si usted es la voz de la autoridad en la vida de otra persona? Si es así, a esa persona le importa lo que piensan de ella y lo que le dicen. ¿Es usted el poseedor de las palabras que marcarán la diferencia en la vida de otra persona? ¿Están dispuestos a decir palabras de sanación, consuelo y alegría? ¿Ya disponen de las pistas sobre lo que alguien está anhelando recibir de ustedes? ¿Qué tendría que ser diferente para que pudieran ofrecer esas palabras de forma honesta y de corazón?
Como voz de autoridad en la vida de otra persona, sin querer, ¿Han estado silenciando su voz a través de sus sermones, a través de sus sobre-explicaciones y defensas de sus acciones, a través de invitarles a defenderse preguntando: “¿Por qué hiciste eso?” y, sin embargo, nunca aceptando sus explicaciones o disculpas? Si son ustedes la voz de autoridad en la vida de otra persona, también son los oídos de autoridad. Tienen que escuchar.
Escuchen y pregunten: “Háblame del dolor que sentiste por lo que yo hice — o alguien más hizo. Cuéntame. Cuéntame más”.
Pregunten y escuchen: “Háblame de la alegría que estás sintiendo últimamente por la decisión que tomaste. Cuéntame. Cuéntame más”.
Hay un nivel adicional de sanación que se produce cuando los oídos de autoridad son capaces de escuchar la singularidad del dolor y la alegría de un ser querido. ¡El cambio se acelera!
Por muy útiles que sean las voces humanas de autoridad, nadie puede o debe reemplazar la voz suprema de autoridad, la Palabra misma: el Salvador Jesucristo. ¿Qué están haciendo para escuchar Su voz en sus vidas? ¿Qué están haciendo para establecer Su voz como la voz de autoridad para ustedes? Su voz fortalecerá las suyas y les proporcionará dirección y valor, especialmente para aquellos momentos en los que necesiten decir lo indecible. Para algunos de nosotros, «lo indecible» que hemos necesitado decir a los demás ha sido algo como «te amo», «realmente te necesito en mi vida» o «lo siento mucho». A medida que aprendan a escuchar la voz del Señor en sus vidas, se sentirán cada vez más inclinados a escuchar quiénes realmente son.
Un cuento infantil habla de una oruga llamada Amarilla que intenta averiguar qué debería hacer con su vida. En su paseo, descubre a otra oruga atrapada en un velo peludo. Preocupada, le pregunta si puede ayudarla. Le explica que todo esto forma parte del proceso de convertirse en mariposa.
Cuando escucha la palabra mariposa, salta todo su interior. “Pero ¿qué es una mariposa?”, pregunta.
La oruga en el capullo explica: “Es lo que se supone que debes llegar a ser”.
Amarilla se muestra intrigada pero un poco desafiante. “¿Cómo puedo creer que hay una mariposa dentro de ti o de mí cuando todo lo que veo es un gusano peludo?”.
Reflexionando un poco más, pregunta pensativamente: “¿Cómo se llega a ser una mariposa?”.
¿Y la respuesta? “Debes querer volar tanto que estás dispuesta a dejar de ser una oruga” (De Trina Paulus, Hope for the Flowers [New York: Paulist Press, 1972], págs. 67–75; cursiva agregada).
Me encanta eso.
“¿Cómo se llega a ser una mariposa?”.
“Debes querer volar tanto que estás dispuesta a dejar de ser una oruga”.
Entonces, ¿qué están ustedes dispuestos a dejar de ser para que ustedes puedan volar? ¡Su espíritu quiere volar! Su espíritu recuerda sus asignaciones y aspiraciones preterrenales. ¿Qué están dispuestos a dejar de creer para poder ser todo lo que realmente son, todo lo que se comprometieron, incluso prometieron, que serían?
Tal vez las palabras de Lorenzo Snow ayuden. Dijo:
Jesús era un dios antes de venir al mundo y, no obstante, le fue quitado su conocimiento. No conocía su grandeza previa, ni nosotros sabemos a qué grandeza habíamos llegado antes de venir aquí, pero tuvo que pasar por una prueba, como tenemos que hacerlo nosotros, sin saber ni darse cuenta en ese momento de la grandeza y la importancia de su misión y sus obras. [Lorenzo Snow, en First Presidency, President’s Office Journals, 1899–1901, 8 de octubre de 1900, págs. 181–182, Division de Archivos, Departamento Histórico de la Iglesia, Salt Lake City; citado en Truman G. Madsen, The Highest in Us, Salt Lake City: Bookcraft, 1978, pág. 9]
Como la oruga Amarilla, cuyo interior saltaba con sólo oír la palabra mariposa, ¿qué palabras maravillosas, frases recurrentes, pensamientos elevados, conceptos grandiosos, personajes memorables y lugares inolvidables les han provocado un salto interior recientemente? ¿Podrían ser estos saltos internos sacudidas preterrenales? ¿Breves vislumbres de sus vidas preterrenales?
¿Qué viene a sus corazones y a sus mentes, qué ocurre en sus células y en su alma cuando se preguntan: “Si recordara que fui valiente antes de venir aquí —que tengo que pasar por una prueba aquí en la tierra sin recordar cómo era preterrenalmente, y sin conocer ni darme cuenta de la grandeza e importancia de mi misión y mis obras ahora— ¿qué renunciaría a ser, a hacer, a sentir y a creer para ser todo lo que realmente soy?”.
¿Les parece una creencia demasiado grandiosa? ¿O sienten la verdad contenida en esas palabras? ¿A qué están dispuestos a renunciar para poder levantarse y brillar como la valiente hija o hijo de Dios que realmente son?
¿Ha llegado el momento de dejar de vivir como una oruga? ¿Es hora de dejar de vivir por debajo de si mismos? ¿Es hora de abandonar los pensamientos, sentimientos o comportamientos que los mantienen arrastrándose por el suelo cuando podrían estar volando? ¿Ha llegado el momento de levantar la vista y alejarse del viejo estilo de vida de oruga para que pueda emerger su verdadero yo?
¿A qué están ustedes dispuestos a renunciar para que ustedes puedan volar? ¿Están dispuestos a renunciar a sus pecados, incluso a sus pecados favoritos, para conocerse realmente a sí mismos y —lo que es más importante— para conocer realmente al Señor? ¿Para acercarse realmente a Él? ¿A rasgar el velo de la incredulidad? ¿A acceder al poder sanador de la Expiación que está ahí para ustedes; el poder que puede aplicarse a sus decepciones, tentaciones, penas y sufrimientos?
¿Y qué les ayudaría? ¿Qué les proporcionará un capullo? ¿Recuerdan a Alma y su proceso de capullo que le cambió la vida? Su capullo incluyó reflexiones desgarradoras sobre sus muchos pecados y recuerdos reconfortantes sobre la instrucción de su padre sobre la expiación del Salvador.
“Y al concentrarse mi mente en este pensamiento, clamé dentro de mi corazón: ¡Oh Jesús, Hijo de Dios, ten misericordia de mí que estoy en la hiel de amargura, y ceñido con las eternas cadenas de la muerte!” (Alma 36:18).
Muchos de nosotros aquí hoy valoramos la angustia que provocó la súplica de Alma. Y felizmente muchos de nosotros ya no somos ajenos al gozo que Alma experimentó y expresó: “Y, ¡oh qué gozo, y qué luz tan maravillosa fue la que vi! Sí, mi alma se llenó de un gozo tan profundo como lo había sido mi dolor” (Alma 36:20).
¿Conocen ese gozo? ¿Les ayuda a recordar quiénes realmente son? ¡Ustedes son un dios o diosa en embrión!
¿En presencia de quién pueden ser ustedes mismos? ¿Quién es su compañero más cercano? ¿Con quién pasan más tiempo? Y el tiempo que pasan con su compañero más cercano, ¿mejora o disminuye su capacidad de tener al Espíritu Santo como compañero constante? ¿Quién ha influido más en ustedes últimamente? A través de repetidas interacciones, ¿qué imagen están recibiendo en su semblante?
El acoplamiento estructural es un término biológico que describe un proceso mediante el cual se producen cambios en los sistemas vivos (véanse Humberto R. Maturana y Francisco Varela, The Tree of Knowledge: The Biological Roots of Human Understanding, edición rev. [Boston: Shambhala, 1992]). El acoplamiento estructural implica que dos entidades interactúan entre sí durante un periodo de tiempo. Cada interacción entre ellas provoca cambios. A lo largo de este historial de interacciones, las dos entidades distintas se vuelven menos diferentes entre sí, se parecen más y, con el tiempo, se produce un “ajuste” cada vez mejor. Como los pies y los zapatos, como dos piedras que se frotan, cambian de forma conjunta.
Cuando interactúan con alguien o algo repetidamente a lo largo del tiempo, eso les cambia. Incluso las interacciones con una idea o una imagen les cambian. Por eso su entorno es tan importante. Por eso es tan importante lo que ven en la televisión, leen o ven en las revistas. ¡Así que fíjense en lo que ven! Tengan cuidado con quién o con qué interactúan. Esas interacciones recurrentes cambian sus células. Cambian su alma. Cambian su semblante.
¿Podría ser que los cambios concordantes derivados de interacciones recurrentes expliquen por qué los amigos empiezan a vestirse y hablar igual? ¿Podría explicar el acoplamiento estructural por qué las parejas, con el paso del tiempo, suelen parecerse? ¿Crecemos para parecernos y actuar como aquellos a los que queremos, aquellos con los que interactuamos mucho? ¿Es el acoplamiento estructural la forma en que nos parecemos cada vez más a quienes admiramos y honramos? ¿Podríamos, de hecho, a través de nuestras repetidas interacciones con alguien, no sólo empezar a parecernos a ellos, sino también empezar a percibir como ellos?
Nuestras cambiantes estructuras biopsicosociales-espirituales influyen en lo que vemos y en lo que es real para nosotros. Como dijo Robert L. Millet, rector de la Educación Religiosa de BYU, “No vemos las cosas como realmente son; vemos las cosas como realmente somos” (Alive in Christ: The Miracle of Spiritual Rebirth [Salt Lake City: Deseret Book Company, 1997], pág. 28; cursiva en el original).
Nuestras interacciones con los demás provocan cambios en nuestras estructuras biológicas, en nuestras estructuras psicosociales y en nuestras estructuras espirituales. Los ojos cambian, el corazón cambia, las células cambian y las almas cambian por medio del acoplamiento estructural.
Entonces, ¿Cómo quién les gustaría ser? ¿Cómo quién les gustaría ver? ¿Cómo quién les gustaría pensar? ¿La imagen de quién les gustaría tener grabada en su semblante?
Un principio sociológico afirma: A mayor interacción, mayores sentimientos. Cuanto más interactuamos con alguien, más sentimientos tenemos hacia esa persona. El principio biológico del acoplamiento estructural indica que el aumento de la interacción lleva a parecerse cada vez más a la persona o la cosa con la que tenemos interacciones repetidas.
El Salvador nos insta a venir a Él. Él desea que nos acerquemos a Él. Él desea que tengamos interacciones cada vez más repetidas con Él y que realmente lleguemos a conocerlo.
Según el principio sociológico, el aumento de nuestras interacciones con el Señor conduciría a un aumento de nuestros sentimientos hacia Él, lo que nos llevaría a querer tener más interacciones con Él (¡Qué hermoso y virtuoso ciclo!). Y, según el principio biológico del acoplamiento estructural, el aumento de nuestras interacciones con el Salvador nos llevaría a parecernos cada vez más a Él.
Y debido a que Él nunca cambia, los cambios que podrían ocurrir por medio de nuestras interacciones con el Salvador ocurrirían todos en nosotros.
A medida que aumentamos nuestras interacciones con el Salvador —al realmente venir a Él— podemos llegar a ser como Él. Pero ¿qué significa realmente venir a Él? ¿Cómo podemos hacerlo? Mi interacción con una niña de tres años hace varios años fue un gran modelo para mí del esfuerzo implacable e incansable que se puede hacer cuando realmente queremos estar cerca de alguien, cuando realmente queremos llegar a conocerlos.
Mi experiencia con esta niña de tres años me dio nuevas ideas sobre cómo venir a Cristo. Yo estaba en la reunión sacramental en Raymond, Alberta, Canadá, en el barrio en el que crecí. Fue hace unos pocos años en verano. En cuanto me senté en la fila detrás de esta niña de tres años y su familia, ella se me quedó viendo. (Creo que fueron mis aretes lo que al principio le llamó la atención). Le pregunté cómo se llamaba. Era el mismo que el mío: Wendy. Cuando le dije que ése era mi nombre, ¡ella estaba encantada! Y yo también.
El Salvador desea que tomemos Su nombre sobre nosotros. Que tengamos Su nombre.
No había himnario cerca de mí, así que le pedí a la hermana mayor de Wendy que me entregara uno de la fila frente a su familia. La pequeña Wendy, de tres años, escuchó mi pedido y se acercó hasta el final de su fila, pasando las rodillas de sus cuatro hermanos y padres, y luego hasta la siguiente fila, donde aseguró el libro y me lo trajo con gozo.
Ahora bien, no digo que los esfuerzos de Wendy por recuperar ese himnario sean comparables a los que hizo Nefi para conseguir las planchas, pero tal vez su disposición a “ir y hacer” sí lo fue (Véase 1 Nefi 3:7).
Cuando escuchamos lo que el Señor necesita que hagamos, ¿respondemos de forma dispuesta y rápida? ¿Es esa una manera de acercarnos a Él: hacer lo que Él quiere que hagamos y hacerlo rápidamente? La pequeña Wendy había escuchado mi pedido y realizó este acto amoroso.
El deseo de Wendy de estar cerca de mí se hizo evidente cuando, mientras mi padre y yo cantábamos el himno de apertura, ella se inclinó sobre el respaldo de su banco y puso su cara justo sobre nuestro himnario abierto y nos sonrió con sus grandes ojos marrones llenos de luz y amor.
Mientras continuaba la reunión sacramental, Wendy encontró todas las formas posibles de relacionarse conmigo: pidiéndome que le hablara (y yo accedía susurrando suavemente al oído) y estudiando cada aspecto de mi cara y mis manos tanto como podía desde su posición inclinada sobre el respaldo de su banco. Finalmente, no pudo soportarlo más. Se deslizó por debajo de su banco y se subió a mi regazo, donde permaneció feliz, pacífica y alegremente durante el resto de la reunión.
¿Sentimos esa misma inquietud y urgencia de acercarnos aún más al Salvador?
(Debo añadir que la pequeña Wendy en realidad hizo felices a varias personas con ese gesto: yo, por supuesto; sus padres, que estaban felices, ya no tenían que decirle que se diera la vuelta; y las personas que rodeaban a la congregación, que no tenían que escuchar a sus padres diciéndole que se diera vuelta).
Ahora que Wendy me conocía de cerca, sentía curiosidad por los demás miembros de mi familia. Señalando a mi padre, dijo: “¿Cómo se llama?”.
Le dije: “Él se llama Papi”.
Y con una mezcla de gozo, asombro y admiración, dijo: “¡Yo también tengo alguien llamado Papi!”.
Cuando estamos cerca del Salvador, cuando venimos a Él, llegamos a comprender que Él no sólo tiene un Padre Celestial como nosotros, sino que Su Padre también es nuestro Padre.
Y sabemos que hubo un momento en el Jardín de Getsemaní en el que el Salvador, de la profundidad y amplitud de Su sufrimiento por nosotros, clamó a nuestro Padre Celestial con el nombre más conocido de “Papi” cuando clamó: “¡Abba!”.
Con la pequeña Wendy en mi regazo, le susurré al oído diciéndole lo maravillosa niña que era, lo mucho que la querían su madre y su padre y lo que podía hacer para demostrarles lo mucho que los quería. Se quedó totalmente embelesada al oír estas cosas: totalmente callada y muy pensativa.
Creo que en los momentos de reflexión y, en particular, cuando escuchamos la vocecita del Espíritu Santo, oiremos que somos maravillosos y que somos amados. Sabremos cómo mostrar nuestro amor al Señor, cómo acercarnos aún más a Él y cómo tener más interacciones con Él. Y aumentaremos nuestra capacidad de ver más como Él, de amar más como Él, y de ser más como Él.
El Salvador es el único agente de cambio verdadero y viviente. Él es la fuente de todo cambio. Él cambió el agua a vino —llevando el mejor refrigerio líquido a la celebración— y Él sacará lo mejor de ustedes cuando se dirijan a Él. Él rescatará lo mejor que está en lo más profundo de su ser.
Pídanle a su Padre Celestial, en el nombre de Jesucristo, la ayuda del Salvador. Pedir Su ayuda es otra manera de acercarnos más a Él.
Jesucristo cambió ojos. Él puede darles los ojos para ver lo que necesitan ver a fin de cambiar sus vidas. Él abrirá los ojos de su entendimiento. Simplemente pídanle.
Él cambió oídos. Y Él puede ayudarles a oír Su voz, tal como se la trae el Espíritu Santo. Ser capaz de escuchar Su voz añadirá fuerza a sus propias voces. Pídanle.
El Salvador cambió extremidades que eran débiles. Y Él puede cambiar su movilidad y dirección a fin de ayudarles a pasar al siguiente nivel de sus vidas y ayudarles en sus esfuerzos por fortalecer las rodillas débiles que les rodean. Pídanle.
Él cambió unos pocos peces y un par de panes en lo suficiente para alimentar a 5.000. Y Él tomará sus blancas de viuda de tiempo, energía, y habilidad y las magnificará. Él las multiplicará para que haya suficiente y de sobra para todo lo que necesiten hacer. Pídanle.
Él cambió nombres: Convirtió a Saulo en Pablo. Él puede ayudarles a llegar a ser Su hijo o hija, y así pueden tomar Su nombre sobre sí de una manera totalmente nueva.
Aunque Jesucristo mismo nunca cambia, Él es el agente de cambio supremo, el único agente de cambio verdadero. ¿No les encanta esa aparente ironía: el único y verdadero agente de cambio nunca cambia? Sólo hay un agente de cambio verdadero y viviente, y Él no cambia. Y Él los ama. Ama sus esfuerzos por cambiar.
Su deseo es que cambien, que con el tiempo desechen completamente al hombre natural, que tengan un cambio de corazón, un cambio de naturaleza. Jesús el Cristo hizo todo lo que hizo para que ustedes pudieran cambiar! ¡Él es su Salvador y mi Salvador!
Y al suplicar activa y persistentemente que el poder de Su infinito sacrificio expiatorio se aplique a nuestras vidas, Su sanación final traerá a cada una de nuestras vidas el supremo cambio que buscamos desesperadamente. En el nombre de Jesucristo. Amén.
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Wendy L. Watson era profesora de terapia matrimonial y familiar en BYU cuando pronunció este discurso el 7 de abril de 1998.