A medida que ustedes y yo lleguemos a comprender y a emplear el poder habilitador de la Expiación en nuestra vida, oraremos para tener fuerza y la buscaremos a fin de cambiar nuestras circunstancias en lugar de pedir que nuestras circunstancias cambien.
Tenemos la intención de modificar esta traducción cuando sea necesario. Si tiene sugerencias, por favor mándenos un correo a speeches.spa@byu.edu
Buenos días, hermanos y hermanas. Es para mí una bendición y una gran responsabilidad estar ante ustedes hoy. Agradezco la invitación del élder Bateman de dirigirme a ustedes.
Cuando entré al Marriott Center esta mañana, mi mente se llenó de recuerdos maravillosos. He estado en este lugar muchas veces. Fui estudiante de primer año en BYU en 1970, cuando se iniciaron los trabajos de construcción de este edificio. Recuerdo vívidamente sentarme allá arriba el 11 de septiembre de 1973, y escuchar las enseñanzas y el testimonio del Presidente Harold B. Lee. Yo había regresado de mi misión en el sur de Alemania apenas tres semanas antes, y el mensaje que él dio ese día se titulaba “Sean leales a su realeza interior”. Espero nunca olvidar lo que sentí, escuché y aprendí ese día. Sus enseñanzas han tenido una influencia positiva en mí durante los últimos 28 años.
Recuerdo estar sentado allá en 1973 cuando el presidente Spencer W. Kimball, como presidente del Quórum de los Doce Apóstoles, pronunció un mensaje poderoso y extremadamente directo sobre la importancia del matrimonio eterno (“El matrimonio es honorable”, 30 de septiembre de 1973). También recuerdo cuán inquietos nos sentimos yo y la joven con quien asistí a esa charla—en nuestra primera cita. (Para aquellos de ustedes que pueden estar preguntándose, la joven con quien asistí a esa charla no es la Hermana Bednar.) Y recuerdo estar sentado allá mismo en 1977 como un estudiante casado, caminando y luchando con mi hijo pequeño. Me senté allí mismo en el 2000 cuando mi hijo se graduó de BYU. Recuerdo con gran cariño muchas otras ocasiones en este edificio en las que he escuchado a líderes inspirados y aprendido de grandes maestros.
El trayecto de la vida
Francamente, nunca se me ocurrió que algún día se me invitara a pararme en este púlpito y dirigirme a un grupo como este. Es claro para mí que probablemente nunca se me pida que lo haga de nuevo. Por lo tanto, he orado y meditado mucho al preparar mi presentación de hoy. Asumiendo que nunca más me pararé en este púlpito para enseñar y testificar, he considerado cuál podría ser el mensaje más importante que podría compartirles. Mi objetivo esta mañana es describir y hablar sobre los poderes redentores y habilitadores de la expiación de Jesucristo. Y espero hacer hincapié específicamente en el poder habilitador de la Expiación. Anhelo e invito la compañía del Espíritu Santo en este momento, y ruego que esté conmigo y con ustedes mientras hablamos sobre este tema sagrado por unos minutos.
El marco para mi mensaje de hoy es una declaración del presidente David O. McKay. Él resumió el propósito general del evangelio del Salvador en estos términos: “El propósito del evangelio es… hacer buenos a los hombres malos y a los hombres buenos hacerlos mejores, y cambiar la naturaleza humana” (de la película Every Member a Missionary, según Franklin D. Richards, CR, octubre de 1965, págs. 136–37; véase también Brigham Young, JD 8:130 [22 de julio de 1860]).
Por lo tanto, el viaje de toda una vida es pasar de mal a bien y de bien a mejor, experimentar un poderoso cambio de corazón y hacer que nuestra naturaleza caída cambie.
Permítanme sugerir que el Libro de Mormón es nuestro manual de instrucciones a medida que recorremos el sendero hacia un cambio de corazón, al ir de lo malo a lo bueno hasta lo mejor. Si tienen sus Escrituras consigo en este momento, por favor, abran conmigo Mosíah 3:19. En este versículo, el rey Benjamín enseña sobre el trayecto de la vida terrenal y el papel que juega la Expiación en conducirnos exitosamente por ese trayecto: “Porque el hombre natural es enemigo de Dios, y lo ha sido desde la caída de Adán, y lo será para siempre jamás, a menos que se someta al influjo del Santo Espíritu, y se despoje del hombre natural, y se haga santo por la Expiación de Cristo el Señor” (cursiva agregada).
Quiero detenerme acá y dirigir nuestra atención a dos frases específicas. Primero, consideren “y se despoje del hombre natural”. Permítanme sugerirles que el presidente McKay estaba hablando fundamentalmente de despojarse del hombre natural cuando dijo: “El propósito del evangelio es… hacer buenos a los hombres malos.” Ahora bien, no creo que al decir malo en esta declaración, el presidente McKay se refiera solo a ser inicuo, horrible, o intrínsecamente malvado. Más bien, creo que él estaba sugiriendo que pasar de malo a bueno es el proceso de despojarse del hombre o la mujer natural en cada uno de nosotros. En la mortalidad todos somos tentados por la carne. Los elementos mismos con los que fue creado nuestro cuerpo son, por naturaleza, caídos y están siempre sujetos a la influencia del pecado, la corrupción y la muerte. Podemos aumentar nuestra capacidad de vencer los deseos de la carne y las tentaciones, como se describe en este versículo, “por la expiación de Cristo”. Cuando cometemos errores —al transgredir y pecar— somos capaces de superar esa debilidad mediante el poder redentor y purificador de la expiación de Jesucristo. Como cantamos frecuentemente en preparación para participar de los emblemas de la Santa Cena, “Su vida libremente dio; Su sangre derramó. Su sacrificio de amor al mundo rescató” (“Jesús, en la corte celestial”, Himnos, 1985, no. 116).
Ahora, por favor, pongan atención a la siguiente frase en Mosíah 3:19: “y se haga santo”. Permítanme sugerir que esta frase describe la continuación y la segunda fase del trayecto de la vida, tal como lo ha descrito el presidente McKay. “El propósito del evangelio es… hacer buenos a los hombres malos” —o, en otras palabras, despojarse del hombre natural— “y mejores a los hombres buenos”— o, en otras palabras, hacerlos más santos. Hermanos y hermanas, creo que esta segunda parte del viaje —este proceso de pasar de bueno a mejor— es un tema sobre el que no estudiamos ni enseñamos con la suficiente frecuencia, ni entendemos adecuadamente.
Si tuviera que hacer hincapié en un punto fundamental esta mañana, sería este: Sospecho que ustedes y yo estamos mucho más familiarizados con la naturaleza redentora de la Expiación que con su poder habilitador. Una cosa es saber que Jesucristo vino a la tierra para morir por nosotros, lo cual es básico y fundamental en la doctrina de Cristo; pero también es necesario que reconozcamos que el Señor desea, mediante Su Expiación y por medio del poder del Espíritu Santo, vivir en nosotros, no sólo para guiarnos, sino también para darnos poder. Creo que la mayoría de nosotros sabe que, cuando nos equivocamos y necesitamos ayuda para vencer los efectos del pecado en nuestra vida, el Salvador ya pagó el precio y hace posible que lleguemos a ser limpios mediante Su poder redentor. La mayoría de nosotros entiende claramente que la Expiación es para los pecadores; sin embargo, no estoy seguro de que sepamos y comprendamos que la Expiación también es para los santos, para los hombres y mujeres buenos que son obedientes, dignos y dedicados, y que están esforzándose por llegar a ser mejores y servir más fielmente. Francamente, no creo que muchos de nosotros “comprendemos” este aspecto habilitador y fortalecedor de la Expiación, y me pregunto si creemos erróneamente que debemos emprender el trayecto de buenos a mejores y convertirnos en santos solos, a pura fuerza de voluntad y disciplina, y con nuestras capacidades obviamente limitadas.
Hermanos y hermanas, el evangelio del Salvador no se trata simplemente de evitar hacer lo malo en la vida; tiene que ver fundamentalmente con hacer el bien y llegar a ser buenos. La Expiación nos proporciona ayuda para superar y evitar lo malo, para hacer el bien y llegar a ser buenos. La ayuda del Salvador está disponible a lo largo de todo el trayecto entero de la vida terrenal: para pasar de malos a buenos, y de buenos a mejores, y para cambiar nuestra naturaleza misma.
No estoy diciendo que los poderes redentores y habilitadores de la Expiación sean separados y distintos; más bien, estas dos dimensiones de la Expiación están relacionadas y se complementan; es necesario que ambas funcionen en todas las fases del trayecto de la vida; y es eternamente importante que todos reconozcamos que estos dos elementos esenciales del trayecto de la vida —tanto despojarnos del hombre natural y llegar a ser santos como superar lo malo y llegar a ser buenos— se logran mediante el poder de la Expiación. La fuerza de voluntad individual, la determinación y motivación personales, la planificación eficaz y el fijar metas son necesarios, pero al final son insuficientes para que llevemos a cabo con éxito este recorrido terrenal. Verdaderamente, debemos llegar a confiar en “los méritos, y misericordia, y gracia del Santo Mesías” (2 Nefi 2:8).
La gracia y el poder habilitador de la Expiación
Ahora quiero describir con mayor detalle el poder habilitador de la Expiación. Hermanos y hermanas, por favor, noten el uso de la palabra gracia en el versículo de 2 Nefi al que acabamos de referirnos. Del diccionario bíblico en inglés aprendemos que la palabra gracia a menudo se usa en las Escrituras para hacer referencia a un poder que fortalece o habilita. Bajo la palabra gracia, leemos:
“Una palabra que figura con frecuencia en el Nuevo Testamento, especialmente en los escritos de Pablo. La idea principal de la palabra es: un medio de ayuda o fortaleza divina que se dan a través de la abundante misericordia y amor de Jesucristo (cursiva agregada).
“Es por medio de la gracia del Señor Jesucristo, hecha posible por Su sacrificio expiatorio, que la humanidad será levantada en inmortalidad y cada persona recibirá su cuerpo de la tumba en un estado de vida eterna”.
Por favor, consideren las siguientes frases:
“Asimismo, mediante la gracia del Señor que las personas, por medio de la fe en la Expiación de Jesucristo y el arrepentimiento de sus pecados, reciben fortaleza y ayuda para realizar buenas obras que de otro modo no podrían mantener si contaran solo con sus propios medios. Esta gracia es un poder habilitador que permite a los hombres y a las mujeres aferrarse a la vida eterna y a la exaltación después de haber hecho su mejor esfuerzo” (cursiva agregada).
Es decir, la gracia es la ayuda divina o la ayuda celestial que cada uno de nosotros necesita desesperadamente para hacerse merecedor del reino celestial. Por consiguiente, el poder habilitador de la Expiación nos fortalece para hacer el bien y ser buenos, y para servir más allá de nuestro propio deseo personal y de nuestra capacidad natural.
En mi estudio personal de las Escrituras, con frecuencia añado el término poder habilitador cada vez que encuentro la palabra gracia. Consideren, por ejemplo, este versículo con el que todos estamos familiarizados: “pues sabemos que es por la gracia por la que nos salvamos, después de hacer cuanto podamos” (2 Nefi 25: 23).
Repasemos este versículo una vez más. “Porque sabemos que es por la gracia [el poder habilitador y fortalecedor de la expiación de Cristo] por la que nos salvamos, después de hacer cuanto podamos”.
Creo que podemos aprender mucho en cuanto a este importante aspecto de la Expiación si cada vez que encontremos la palabra gracia en las Escrituras, insertamos poder habilitador y fortalecedor.
Ilustraciones y consecuencias
El trayecto de toda la vida, como lo describe el presidente McKay, es pasar de malos a buenos y de buenos a mejores, y cambiar nuestra naturaleza misma. El Libro de Mormón está repleto de ejemplos de discípulos y profetas que conocieron, comprendieron y fueron transformados por el poder habilitador de la Expiación al realizar ese trayecto. Permítanme sugerir, hermanos y hermanas, que a medida que lleguemos a entender mejor este poder sagrado, nuestra perspectiva del Evangelio se ensanchará y crecido considerablemente, y esa perspectiva nos cambiará de maneras extraordinarias.
Nefi es un ejemplo de alguien que conocía, comprendía y confiaba en el poder habilitador del Salvador. En 1 Nefi 7 recordamos que los hijos de Lehi habían regresado a Jerusalén para conseguir el apoyo de Ismael y de los de su casa. Lamán y otros del grupo que viajaban con Nefi desde Jerusalén de regreso al desierto se rebelaron, y Nefi exhortó a sus hermanos para que tuvieran fe en el Señor. Fue en este punto de su viaje que los hermanos de Nefi lo ataron con cuerdas y planearon su destrucción. Ahora, por favor, presten atención a la oración de Nefi en el versículo 17: “¡Oh Señor, según mi fe en ti, líbrame de las manos de mis hermanos; sí, dame fuerzas para romper estas ligaduras que me sujetan!” (cursiva agregada).
¿Saben lo que probablemente hubiese pedido yo si mis hermanos me hubieran atado? En mi oración hubiera pedido que algo malo le pasara a mis hermanos, y hubiera concluido diciendo: ‘líbrame de las manos de mis hermanos’, o en otras palabras: “Por favor, sácame de este enredo ¡ahora mismo!”. Me parece muy interesante que Nefi no oró para que sus circunstancias cambiaran, como probablemente hubiera orado yo. Más bien, oró para tener la fortaleza de cambiar sus circunstancias. Creo que él oró de esa manera precisamente porque conocía, comprendía y había experimentado el poder habilitador de la Expiación del Salvador.
Personalmente, no creo que las ligaduras con las que Nefi estaba atado se cayeran por arte de magia de sus manos y muñecas; más bien, sospecho que fue bendecido con perseverancia así como con fortaleza personal más allá de su capacidad natural y que después, “con la fuerza del Señor” (Mosíah 9:17) luchó y tiró de las cuerdas hasta que al fin, y de forma literal, pudo romper las ligaduras.
Hermanos y hermanas, el mensaje de este pasaje es bastante claro. A medida que ustedes y yo lleguemos a comprender y a emplear el poder habilitador de la Expiación en nuestra vida, oraremos para tener fuerza y la buscaremos a fin de cambiar nuestras circunstancias en lugar de pedir que nuestras circunstancias cambien. Llegaremos a ser agentes que actúan, en vez de objetos sobre los que se actúa (véase 2 Nefi 2:14).
Consideren el ejemplo en Mosíah 24 cuando Alma y su pueblo son perseguidos por Amulón. Como se registra en el versículo 14, la voz del Señor vino a estas buenas personas en su aflicción e indicó: “Y también aliviaré las cargas que pongan sobre vuestros hombros, de manera que no podréis sentirlas sobre vuestras espaldas”.
Ahora bien, si yo hubiera sido parte del pueblo de Alma y hubiera recibido esa seguridad en particular, mi respuesta probablemente habría sido: “¡Te doy las gracias, pero, por favor, date prisa!” Pero observen en el versículo 15 el proceso que el Señor usó para aligerar la carga: “Y aconteció que las cargas que se imponían sobre Alma y sus hermanos fueron aliviadas; sí, el Señor los fortaleció de modo que pudieron soportar sus cargas con facilidad, y se sometieron alegre y pacientemente a toda la voluntad del Señor” (cursiva agregada).
Hermanos y hermanas, ¿qué cambió en este episodio? La carga no fue lo que cambió; los desafíos y las dificultades de la persecución no les fueron quitados de inmediato, sino que Alma y sus seguidores fueron fortalecidos; y el aumento de su capacidad y fortaleza aligeraron las cargas que llevaban. La Expiación le dio poder a estas buenas personas para actuar como agentes e influir en sus circunstancias “con la fuerza del Señor”. Alma y su pueblo fueron guiados a un lugar seguro en la tierra de Zarahemla.
Ahora bien, algunos de ustedes pueden de verdad estar preguntándose legítimamente: “Hermano Bednar, ¿qué le hace pensar que el episodio con Alma y su pueblo es un ejemplo del poder habilitador de la Expiación?” Creo que la respuesta a su pregunta se encuentra al comparar Mosíah 3:19 y Mosíah 24:15. Vamos a reanudar la lectura en Mosíah 3:19 donde previamente nos habíamos detenido: “y se despoje del hombre natural, y se haga santo por la expiación de Cristo el Señor, y se vuelva como un niño: sumiso, manso, humilde, paciente, lleno de amor y dispuesto a someterse a cuanto el Señor juzgue conveniente imponer sobre él, tal como un niño se somete a su padre” (cursiva agregada).
A medida que progresamos en el viaje de la vida terrenal de malos a buenos y de buenos a mejores, a medida que nos despojamos del hombre o la mujer natural en cada uno de nosotros, y a medida que nos esforzamos por convertirnos en santos y cambiar nuestra naturaleza misma, entonces los atributos detallados en este versículo deben describir cada vez más el tipo de persona en el que ustedes y yo nos estamos convirtiendo. Nos volveremos más como niños, más sumisos, más pacientes y más dispuestos a someternos. Ahora comparen estas características en Mosíah 3:19 con las que se usan para describir a Alma y a su pueblo en la última parte del versículo 15 de Mosíah 24: “y se sometieron alegre y pacientemente a toda la voluntad del Señor” (cursiva agregada).
Creo que el paralelismo que existe entre los atributos que se describen en esos versículos es asombroso, y parece indicar que el buen pueblo de Alma se estaba convirtiendo en un pueblo mejor mediante el poder habilitador de la Expiación de Cristo el Señor.
Todos conocemos la historia de Alma y Amulek en Alma 14. En este pasaje muchos santos fieles fueron echados al fuego, y estos dos siervos del Señor habían sido encarcelados y golpeados. Por favor, consideren esta petición contenida en el versículo 26 que ofrece Alma mientras oraba en prisión: “¡Oh Señor!, fortalécenos según nuestra fe que está en Cristo hasta tener el poder para librarnos” (cursiva agregada).
Una vez más la petición de Alma refleja su entendimiento y confianza en el poder habilitador de la Expiación. Ahora noten el resultado de esta oración, como se describe en la última parte del versículo 26 y en el versículo 28:
“Y [Alma y Amulek] rompieron las cuerdas con las que estaban atados; y cuando los del pueblo vieron esto, empezaron a huir, porque el temor a la destrucción cayó sobre ellos. …
“Y Alma y Amulek salieron de la prisión, y no sufrieron daño, porque el Señor les había concedido poder según su fe que estaba en Cristo” (cursiva agregada).
Una vez más se manifiesta el poder habilitador cuando las personas buenas luchan contra la maldad y se esfuerzan para llegar a ser aún mejores y servir más eficazmente “con la fuerza del Señor” (Mosíah 9:17).
Permítanme presentarles un último ejemplo en el Libro de Mormón. En Alma 31, Alma está dirigiendo una misión para recuperar a los zoramitas apóstatas. Recordarán que en este capítulo aprendemos acerca del Rameúmptom y la oración prescrita y orgullosa ofrecida por los zoramitas. Observen la súplica de fortaleza en la oración personal de Alma, como se describe en el versículo 31: “Oh Señor, concédeme que tenga fuerzas para sufrir con paciencia estas aflicciones que vendrán sobre mí, a causa de la iniquidad de este pueblo” (cursiva agregada).
En el versículo 33 Alma también ora para que sus compañeros misionales reciban una bendición similar: “¡Concédeles que tengan fuerza para poder sobrellevar las aflicciones que les sobrevendrán por motivo de las iniquidades de este pueblo!” (cursiva agregada).
Una vez más observamos que Alma no pidió que les fueran quitadas sus aflicciones. Sabía que era un agente del Señor y oró para tener el poder de actuar e influir en su situación.
El punto clave de este ejemplo está en el versículo final, Alma 31:38: “sí, y también les dio fuerza para que no padeciesen ningún género de aflicciones que no fuesen consumidas en el gozo de Cristo. Y esto aconteció según la oración de Alma; y esto porque oró con fe” (cursiva agregada).
No, las aflicciones no desaparecieron. Pero Alma y sus compañeros fueron fortalecidos y bendecidos mediante el poder habilitador de la Expiación para “no [padecer] ningún género de aflicciones que no fuesen consumidas en el gozo de Cristo”. ¡Qué lección tan maravillosa cada uno de nosotros debería aprender!
Ejemplos del poder habilitador se encuentran no solo en las escrituras. Daniel W. Jones nació en 1830, en Misuri [Estados Unidos], y se unió a la Iglesia en California en 1851. En 1856 participó en el rescate de las compañías de carros de manos que se encontraban varadas en Wyoming debido a fuertes nevadas. Después de que el grupo de rescate encontrara a los afligidos santos, les proporcionara el auxilio inmediato que les fue posible e hiciera los arreglos para transportar a los enfermos y a los débiles a Salt Lake City, Daniel y varios jóvenes ofrecieron quedarse con la compañía y proteger sus posesiones. Los alimentos y víveres que quedaron al cuidado de Daniel y sus compañeros eran escasos y se acababan rápidamente. Ahora cito las palabras y descripción que Daniel Jones escribió en su diario de los acontecimientos subsiguientes:
“La caza pronto empezó a escasear tanto que no podíamos matar nada. Comimos carne de mala calidad y quedábamos con hambre después de comerla. Finalmente ya no quedaba nada, excepto las pieles de los animales. Las aprovechamos tanto como pudimos. Cocinamos y comimos mucho sin condimentos, lo que enfermó a toda la compañía. Muchos estaban tan disgustados que solo pensar en ello los enfermaba. …
“Las cosas parecían oscuras, pues no quedaba nada más que las pobres pieles crudas tomadas del ganado malnutrido. Le pedimos al Señor que nos dijera qué hacer; los hermanos no murmuraron, sino que sintieron confiar en Dios. Habíamos cocinado la piel, después de remojar y raspar el pelo hasta que estuviera suave y luego lo comimos, con pegamento y todo. Esto hizo que la comida se quedara en nuestro estómago más tiempo del que deseábamos. Finalmente recibí una impresión de cómo arreglar las cosas y le di consejos a la compañía, diciéndoles cómo cocinarlas: que quemaran y rascaran el cabello; esto tendía a matar y purificar el mal sabor que le daba el escaldado. Después de raspar, debían hervirlas una hora en abundante agua, tirar el agua que había extraído todo el pegamento, luego lavar y raspar bien la piel, lavar en agua fría, luego hervir hasta que pareciera gelatina y dejar que se enfriara, y luego comer con un poco de azúcar espolvoreado sobre ella. Esto era una molestia considerable, pero teníamos poco más que hacer y era mejor que morir de hambre” (Daniel W. Jones, Forty Years Among the Indians [Salt Lake City: Juvenile Instructor Office, 1890], 81).
Todo lo que he leído hasta ahora es en preparación para la siguiente línea del diario de Daniel W. Jones. Ilustra cómo esos santos pioneros pueden haber sabido algo acerca del poder habilitador de la Expiación que nosotros, en nuestra prosperidad y facilidad, no somos tan rápidos en entender: “Le pedimos al Señor que bendijera nuestros estómagos y los adaptara a este alimento” (Jones, Forty Years, 81; énfasis añadido). Mis queridos hermanos y hermanas, sé por lo que yo habría orado en esas circunstancias. Habría orado por algo diferente para comer. “Padre Celestial, por favor, envíame una codorniz o un búfalo.” Nunca se me habría ocurrido orar para que mi estómago se fortaleciera y se adaptara a lo que ya teníamos. ¿Qué sabía Daniel W. Jones? Sabía en cuanto al poder habilitador de la Expiación de Jesucristo. Él no oró para que sus circunstancias cambiaran; oró para ser fortalecido a fin de hacer frente a sus circunstancias. Así como Nefi, Amulek y Alma y su pueblo fueron fortalecidos, Daniel W. Jones tuvo la comprensión espiritual para saber lo que debía pedir en esa oración. “No teníamos la fe para pedirle que bendijera la piel cruda, porque era un material duro. Al comer, todos parecieron disfrutar el festín. Pasamos tres días sin comer antes de volver a intentarlo. Disfrutamos de esta suntuosa comida durante unas seis semanas” (Jones, Forty Years, 81-82).
El poder habilitador de la Expiación de Cristo nos fortalece para hacer aquello que nunca podríamos hacer por nosotros mismos. A veces me pregunto si en nuestro mundo moderno de comodidades, de hornos microondas, de teléfonos celulares, automóviles con aire acondicionado y casas cómodas, en verdad aprendemos a reconocer nuestra dependencia diaria del poder habilitador de la Expiación.
Las lecciones más grandes que he aprendido sobre el poder habilitador han venido del ejemplo discreto de mi esposa en nuestra propia casa. La vi perseverar a través de intensas y continuas náuseas matutinas y vómitos durante cada uno de sus tres embarazos. Literalmente estuvo enferma todo el día todos los días durante ocho meses con cada embarazo. Ese desafío nunca le fue quitado. Pero juntos oramos para que fuera fortalecida, y de hecho fue bendecida por el poder habilitador de la Expiación para hacer lo que físicamente no estaba en su poder. La hermana Bednar es una mujer extraordinariamente capaz y competente, y a lo largo de los años he visto cómo ha sido magnificada para manejar las burlas y el desprecio que provienen de una sociedad secular cuando una mujer de los Santos de los Últimos Días escucha el consejo profético y hace de la familia, del hogar y del cuidado de los hijos sus prioridades más importantes. En el mundo de hoy, una mujer justa y una madre en Sion necesitarán tanto el apoyo del sacerdocio como el poder habilitador de la Expiación. Agradezco y rindo homenaje a Susan por ayudarme a aprender lecciones tan valiosas.
En el capítulo 7 de Alma aprendemos cómo y por qué el Salvador puede proporcionar el poder habilitador, empezando en el versículo 11: “Y él saldrá, sufriendo dolores, aflicciones y tentaciones de todas clases; y esto para que se cumpla la palabra que dice: Tomará sobre sí los dolores y las enfermedades de su pueblo” (cursiva agregada).
El Salvador no sólo ha sufrido por nuestras iniquidades, sino también por la desigualdad, la injusticia, el dolor, la angustia y la aflicción emocional que con tanta frecuencia nos acosan. Se describe otro detalle en el versículo 12:
“Y tomará sobre sí la muerte, para soltar las ligaduras de la muerte que sujetan a su pueblo; y sus enfermedades tomará él sobre sí, para que sus entrañas sean llenas de misericordia, según la carne, a fin de que según la carne sepa cómo socorrer a los de su pueblo, de acuerdo con las enfermedades de ellos” (cursiva agregada).
No hay ningún dolor físico, ni angustia del alma, ni sufrimiento del espíritu, ni enfermedad o debilidad que ustedes o yo experimentemos durante esta travesía mortal que el Salvador no haya experimentado primero. Es posible que, en un momento de debilidad, ustedes y yo exclamemos: “Nadie entiende; Nadie sabe cómo se siente”. Tal vez ningún ser humano lo sepa, pero el Hijo de Dios sabe y entiende perfectamente, porque Él sintió y llevó nuestras cargas antes que nosotros; y, debido a que Él pagó el precio máximo y llevó esa carga, entiende perfectamente y puede extendernos Su brazo de misericordia en muchas etapas de la vida. Él puede extender la mano, tocarnos, socorrernos, literalmente correr hacia nosotros, y fortalecernos para que seamos más de lo que jamás podríamos ser, y para ayudarnos a hacer lo que nunca podríamos lograr si dependiéramos únicamente de nuestro propio poder.
Tal vez ahora podamos entender y apreciar más plenamente la lección de Mateo 11:28-30:
Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.
Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas.
Porque mi yugo es fácil y ligera mi carga.
Declaro mi agradecimiento por el sacrificio infinito y eterno del Señor Jesucristo. La Expiación no es solo para las personas que han hecho cosas malas y están tratando de ser buenas. Es para las buenas personas que están tratando de ser mejores y servir fielmente y que anhelan un cambio continuo y poderoso de corazón. Verdaderamente, “en la fuerza del Señor” (Mosíah 9:17) podemos hacer y vencer todas las cosas.
Hermanos y hermanas, yo sé que Dios vive; He experimentado Su poder redentor, así como Su poder habilitador, y testifico que esos poderes son reales y que están al alcance de cada uno de nosotros. Sé que Él dirige los asuntos de esta Iglesia. Sé que los apóstoles y profetas actúan con autoridad a favor y en nombre del Señor Jesucristo. Ésas son las cosas que sé y de ellas ofrezco mi testimonio, en el nombre de Jesucristo. Amén.
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David A. Bednar fue el presidente de BYU-Idaho cuando dio este devocional en la Universidad Brigham Young el 23 de octubre de 2001.