Por muy largo y duro que sea el camino
Presidente de Brigham Young University y esposa
18 de enero de 1983
Presidente de Brigham Young University y esposa
18 de enero de 1983
Tal vez no vean el significado completo de su esfuerzo en su propia vida. Pero sus hijos lo harán, o los hijos de sus hijos lo harán, hasta que finalmente ustedes, con todos ellos, puedan dar la Exclamación de Hosanna.
Tenemos la intención de modificar la traducción cuando sea necesario. Si tiene alguna sugerencia, escríbanos a speeches.spa@byu.edu
Patricia T. Holland
Justo antes de la ceremonia de graduación la primavera pasada, mi esposo recibió una carta de un estudiante que decía algo así:
Estimado presidente Holland:
Este mes termino mis estudios universitarios en BYU y me graduaré en nuestro próximo servicio de graduación. Mis padres se sienten aliviados, mis profesores están sorprendidos y yo estoy conteniendo la respiración. Las cosas podrían salir mal, sabe, incluso a última hora.
Y eso me lleva a mi única queja; es esto de “a última hora”. Mis citas han llegado tan tarde que la mayoría de ellas nunca aparecieron. Pensé que el contrato con BYU suponía que me casaría antes de graduarme. Bueno, tiene poco menos de tres semanas para encontrar a alguien o quiero que me devuelvan la matrícula.
Atentamente,
Obviamente, esta carta fue escrita en tono de broma, pero me preocupa que algunos de ustedes, especialmente las mujeres del campus, están atravesando dificultades con su vida social más de lo que desearían. Supongo que habrá muchas personas a las que les gustaría salir con jóvenes del sexo opuesto y que desearían tener una oferta garantizada de matrimonio antes de la graduación. A medida que llegue el frío del invierno, pueda que se sientan tan especiales como un helado.
Si están decepcionados por el romance —o por la falta de él— en su vida, les pido que hagan exactamente lo que hizo este alumno: ¡mantengan el sentido del humor, mantengan su meta matrimonial como el importante mandamiento que es, y pongan sus energías en llegar a ser! No pierdan el tiempo lamentándose por lo que no es. Eso solo agrava la espera. Siéntanse entusiasmados por sus oportunidades de crecer, desarrollarse y llegar a ser.
Ustedes tienen mucho potencial personal, y este es el mejor lugar del mundo para desarrollarlo. ¡Este es el momento y este es el lugar!
Es interesante para mí que el resto del mundo finalmente descubre lo que se dio hace mucho tiempo en las Escrituras. Hace poco leí esto: “Sólo una pequeña porción de lo que somos [está desarrollada] y existe un enorme potencial en el ser humano” (Leo Buscaglia, Love [Nueva York: Fawcett, 1982], p. 19).
En su libro, The Politics of Experience (La política de la experiencia), R. D. Laing dijo: “Lo que pensamos es menos de lo que sabemos: Lo que sabemos es menos que lo que amamos: Lo que amamos es mucho menos de lo que hay, y en esta … medida, somos mucho menos de lo que realmente somos” (R.D. Laing in Love, p. 19). Sin ser engreídos, lo hemos sabido desde los albores de la Restauración. Sin duda, ése debería ser nuestro propio y apasionante desafío hacia llegar a ser: crecer, ver, sentir, tocar, oler, oír, creer. No hay tiempo para un romance de libro o para lamentarse por lo que no es.
Marilyn Funt, quien escribió el libro Are You Anybody? (¿Eres alguien?), lo hizo en respuesta a las preguntas de la gente en el torbellino de Hollywood si ella “era alguien”. En respuesta, ella dijo:
Solía pensar que ser alguien significaba el reconocimiento público de los esfuerzos propios. Incorrecto. Ahora sé que el sentimiento de ser alguien proviene del trabajo arduo y el crecimiento personal. Tener el control de mi vida me hace responder a esa pregunta con un contundente “¡Sí!”. [New York: Pinnacle Books, 1981]
Si no pareciera impropio de la esposa del presidente a la vista de la audiencia televisiva, me gustaría gritarles que vean en ustedes mismos lo que yo veo en ustedes. Las únicas limitaciones que tienen son las que se imponen a ustedes mismos. Todas las herramientas y textos están aquí, justo al alcance de su mano. Pero a veces no podemos reconocer el verdadero propósito y significado del momento que nos toca vivir. ¡Eso es porque muchos de nosotros aprendemos sólo a través de nuestras mentes y no a través de nuestros corazones!
Un hombre o una mujer común oirá sólo lo común, pero un hombre o una mujer conectado a los poderes del cielo aprenderá a ser heredero de esos poderes.
Cuando Cristo se dirigía hacia su crucifixión, dijo: “Padre, glorifica tu nombre. Entonces vino una voz del cielo: Ya lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez” (Juan 12:28). Algunas de las personas que estaban allí no escucharon nada más que un ruido (pensaron que era un trueno); otros solo escucharon palabras y pensaron que un ángel les había hablado. Solo unos pocos oyeron las palabras tal como eran, ¡y supieron que Dios las había pronunciado!
“Respondió Jesús y dijo: No ha venido esta voz por causa mía, sino por causa de vosotros” (Juan 12:30). Es posible que haya estado diciendo: “Ya sé estas cosas, pero ¿escuchaste que tú también (si te mantienes en compañía de él) tienes el potencial de glorificar su nombre?”.
¡Sean todo lo que puedan ser! Si tienen aceite en sus lámparas, descubrirán con qué frecuencia tienen la oportunidad de encenderlas. Si se han preocupado lo suficiente para prepararse, su luz atraerá a muchos, tanto hombres como mujeres, que buscarán y apreciarán su compañía.
Para terminar, permítanme compartir con ustedes una cita directa de mi hermanita que se graduó de BYU en 1980, regresó de una misión en mayo de 1982 y aún está soltera:
Solía desanimarme el hecho de que las chicas más jóvenes que yo se casaran, pero ahora, después de haber aprendido lo que he aprendido de mi educación y especialmente de mi misión, estoy encantada con la dirección, las oportunidades y los privilegios que el Señor me ha dado para crecer. Tendré mucho más que aportar a mi matrimonio cuando llegue ese momento. ¡Y ahora sé, después de conocer mejor al Señor, que vendrá a Su debido tiempo!
Yo también lo creo, y comparto con ustedes mi testimonio de que el Señor vive y los ama y que dirigirá el crecimiento de cada uno de ustedes, para siempre. Y digo esto en el nombre de Jesucristo. Amén.
Jeffrey R. Holland
Bueno, esto ciertamente no es como acurrucarse frente al fuego con un tazón de palomitas de maíz. Ni siquiera es tan acogedor como estar en el Cougareat con un plato de nachos. Pero es un gran privilegio conversar con ustedes en cualquier lugar, y nos sentimos honrados de tener la oportunidad esta mañana. La naturaleza misma de nuestra asamblea inaugural en septiembre requiere que haga hincapié en las políticas universitarias y las expectativas generales para un nuevo año escolar. He sido bastante franco, incluso un poco severo, con la esperanza de que todos entiendan las firmes expectativas académicas y morales que tenemos para cada estudiante de BYU. El pasado septiembre fui bastante directo sobre algunos problemas que tuvimos la primavera pasada, y al hacerlo probablemente disparé al aire hacia una audiencia muy amplia que realmente no lo merecía. Supongo que está bien si, a través del boca a boca, lograron llevarlo a esa audiencia muy reducida que realmente lo merecía.
Por esas razones he querido hacer esta visita –en la cual están convocados esta misma mañana mientras la niebla, la lluvia y el invierno se ciernen sobre ustedes– deseando que este mensaje sea lo más personal y esperanzador posible. Muy a menudo tendré que hablar de la universidad y de sus obligaciones para con ella. Esta mañana, sin embargo, solo quiero hablar de ustedes. Mientras oraba y me preparaba para esta hora, he querido ayudarles, hacerles sentir que les comprendemos. Ruego incluso ahora que sientan nuestro amor, admiración y aprecio por ustedes.
Hoy en día, en BYU hablamos mucho de la excelencia y, por definición, la excelencia no llega fácil ni rápidamente: una excelente educación no lo hace, una misión exitosa tampoco lo hace, ni un matrimonio fuerte y amoroso, ni las relaciones personales gratificantes lo hacen. Es simplemente una verdad absoluta que nada valioso puede llegar sin un sacrificio, esfuerzo y paciencia significativos por nuestra parte. Tal vez lo descubrieron cuando obtuvieron sus calificaciones el mes pasado. Tal vez de otras maneras están descubriendo que muchas de las recompensas más esperadas en la vida pueden parecer tardar muchísimo en llegar.
Mi preocupación esta mañana es que enfrentaran algunos retrasos y decepciones en esta época formativa de su vida y sientan que nadie más en la historia de la humanidad ha tenido sus problemas ni enfrentado esas dificultades. Y cuando lleguen algunos de esos desafíos, tendrán la tentación común de todos nosotros de decir: “Esta tarea es demasiado difícil. La carga es demasiado pesada. El camino es demasiado largo”. Y entonces deciden renunciar, simplemente rendirse. Ahora bien, poner fin a cierto tipo de cometidos no solo es aceptable, sino que a menudo es muy sabio. Si fuera algo que no vale la pena, les dejaría rendirse. Pero en los cometidos más cruciales y decisivos de la vida, mi súplica es que se mantengan firmes, que perseveren, que aguanten y resistan, y que recojan su recompensa. O usando las escrituras:
Por tanto, no os canséis de hacer lo bueno, porque estáis poniendo los cimientos de una gran obra. Y de las cosas pequeñas proceden las grandes.
He aquí, el Señor requiere el corazón y una mente bien dispuesta; y los de buena voluntad y los obedientes comerán de la abundancia de la tierra de Sión en estos postreros días. [D. y C. 64:33–34]
Esta mañana les pido que no se den por vencidos “porque estáis poniendo los cimientos de una gran obra”. Esa “gran obra” son ustedes: su vida, su futuro, el cumplimiento mismo de sus sueños. Esa “gran obra” es lo que, con esfuerzo, paciencia y la ayuda de Dios, pueden llegar a ser. Cuando los días sean difíciles o los problemas parezcan interminables, les suplico que permanezcan en el yugo y sigan tirando. Tienen derecho a “[comer] de la abundancia de la tierra de Sión en estos postreros días”, pero eso requerirá su corazón y una mente bien dispuesta. Requerirá que permanezcan en su puesto y sigan intentándolo.
El 10 de mayo de 1940, mientras el fantasma de la infamia nazi avanzaba implacablemente hacia el Canal de la Mancha, Winston Leonard Spencer Churchill fue llamado al cargo de primer ministro de Inglaterra. Se apresuró a formar un gobierno y el 13 de mayo se presentó ante la Cámara de los Comunes con su discurso inaugural.
Quisiera decir a la Asamblea, como dije a los que se han incorporado a este Gobierno: “No tengo nada que ofrecer más que sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”.
Tenemos ante nosotros una prueba de la clase más penosa. Tenemos por delante muchos, muchos meses de lucha y sufrimiento. Se preguntan ¿Cuál es nuestra política? Yo diré: Es hacer la guerra, por mar, tierra y aire, con todas nuestro poderío y con todas nuestras fuerzas que Dios puede darnos. . . Esa es nuestra política. Se preguntan: ¿Cuál es nuestro objetivo? Se lo diré en una palabra: La victoria, victoria a toda costa, victoria a pesar de todo terror; victoria, por muy largo y duro que sea el camino. [Churchill: The Life Triumphant, American Heritage, 1965, p. 90]
Seis días más tarde, se dirigió por radio al mundo entero. Él dijo:
Este es uno de los períodos más impresionantes de la larga historia de Francia y Gran Bretaña. . . Detrás de nosotros. . . [se reúne] un grupo de Estados destrozados y razas apaleadas: los checos, los polacos, los noruegos, los daneses, los holandeses, los belgas, sobre todos los cuales descenderá la larga noche de barbarie, ininterrumpida ni siquiera por una estrella de esperanza, a menos que venzamos, como debemos vencer; como venceremos. [Churchill, pág. 91]
Luego, dos semanas más tarde volvió a comparecer ante el Parlamento. “No flaquearemos ni fracasaremos”, prometió.
Seguiremos hasta el final, lucharemos en Francia, lucharemos en los mares y océanos, lucharemos con creciente confianza y creciente fuerza en el aire, defenderemos nuestra isla, cueste lo que cueste, lucharemos en las playas, lucharemos en los campos de desembarco, lucharemos en los campos y en las calles, pelearemos en los collados; nunca nos rendiremos. [Churchill, pág. 91]
Comparto estas palabras con ustedes no solo porque se encuentran entre los llamados más conmovedores al patriotismo y al valor jamás pronunciados en la lengua inglesa, sino también porque me basé en ellos personalmente una vez, cuando tenía justamente su edad.
Hace exactamente veinte años, el otoño pasado, me encontraba en los famosos acantilados blancos de Dover, con vistas al Canal de la Mancha, el mismo canal que veinte años antes era la única barrera entre Hitler y la caída de Inglaterra. En 1962, mi misión estaba llegando a su fin y estaba preocupado. Mi futuro parecía muy sombrío y difícil. Mis padres también estaban de misión, lo que significaba que yo me iba a casa a vivir a no sé dónde y a costearme no sé cómo. Sólo había cursado un año de universidad y no tenía ni idea en qué especializarme ni de dónde elegir mi carrera. Sabía que necesitaba tres años más para obtener una licenciatura y tenía la vaga conciencia de que, inevitablemente, detrás de eso se avecinaban estudios de posgrado de algún tipo.
Sabía que las matrículas eran altas y que los empleos eran escasos. Y sabía que había una guerra alarmantemente más amplia que se extendía por el sudeste asiático, que podría requerir mi servicio militar. Esperaba casarme, pero me preguntaba cuándo -o si- podría ser posible, al menos en estas circunstancias. Mis esperanzas educativas parecían un camino interminable hacia lo desconocido, y apenas había comenzado.
Así que antes de volver a casa me paré por última vez en los acantilados del país que tanto había llegado a amar,
Este trono real de reyes, esta isla con cetro. . .
Esta fortaleza construida por la Naturaleza para sí misma
Contra la infección y la mano de la guerra. [Ricardo II, acto segundo, escena primera, líneas 40, 43–44]
Y allí volví a leer:
Tenemos por delante muchos, muchos meses de lucha y sufrimiento. ¿Cuál es nuestro objetivo? . . . La victoria, victoria a toda costa, victoria a pesar de todo terror; victoria, por muy largo y duro que sea el camino. . .
Debemos vencer; como venceremos. . . Nunca nos rendiremos.
¿Sangre? ¿Esfuerzo? ¿Lágrimas? ¿Sudor? Bueno, pensé que tenía tanto de eso como cualquiera, así que me dirigí a casa para intentarlo. En la jerga de la época, iba a “luchar con todas mis fuerzas”, por muy débil que pudiera resultar. Ahora, en la misma época de su vida, les pido que hagan lo mismo.
Al librar tales guerras personales, obviamente parte de la fuerza para “aguantar” proviene de algún destello, aunque sea débil y fugaz, de lo que puede ser la victoria. Es tan cierto ahora como cuando Salomón dijo que “sin profecía el pueblo se desenfrena” (Proverbios 29:18). Si sus ojos siempre están en la punta de sus pies, si todo lo que pueden ver es esta clase o ese examen, esta cita o aquel compañero de cuarto, esta decepción o ese dilema, entonces realmente es bastante fácil tirar la toalla y detener la pelea. Pero, ¿y si es la pelea de su vida? ¿O más precisamente, si es la lucha por su vida, su vida eterna? ¿Qué pasaría si más allá de esta clase o de ese examen, de esta cita o de aquel compañero de cuarto, de esta desilusión o de ese dilema, realmente pudieran ver y esperar todas las cosas maravillosas y buenas que Dios tiene para ofrecerles? Oh, puede estar un poco borroso por el sudor que entra en sus ojos, y en una pelea realmente difícil uno de los ojos puede incluso cerrarse un poco, pero débilmente, tenuemente y muy lejos pueden ver el motivo detrás de todo. Y dirán que vale la pena, que sí lo quieren, que seguirán luchando. Al igual que Coriántumr, se apoyarán en su espada para descansar un rato y luego se levantarán para luchar de nuevo (véase Éter 15:24–30).
Pero, se preguntarán, ¿cómo se consigue esa visión del futuro que les ayuda a aferrarse? Bueno, para mí ese es uno de los grandes dones del evangelio restaurado de Jesucristo. No es insignificante que a principios de su vida a José Smith se le enseñara esta lección tres veces en la misma noche y una vez más a la mañana siguiente. Moroni dijo, citando textualmente al Señor como lo registró el profeta Joel:
Y acontecerá que después de esto, derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones.
Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días. [Joel 2:28–29]
Soñar sueños y ver visiones. El Espíritu del Señor está sobre toda carne: hijos e hijas, ancianos y jóvenes, siervos y siervas. Puede que me equivoque, pero no puedo imaginar un versículo del Antiguo Testamento de ningún tipo que pudiera haber ayudado más a ese joven profeta. Está siendo llamado a la batalla de su vida, por la vida misma, o al menos por su verdadero significado y propósito. Será expulsado, perseguido y acosado. Sus enemigos se burlarán y lo ridiculizarán. Verá morir a sus hijos, perder su tierra y temblar su matrimonio. Languidecerá en la prisión durante un invierno en Misuri, y clamará hacia el firmamento: “Oh Dios, ¿en dónde estás? . . . Hasta cuándo . . . Oh Señor, ¿hasta cuándo? (D. y C. 121:1–3). Y finalmente caminaría por las calles de su propia ciudad, sin saber quién, a excepción de unos pocos, eran realmente amigos o enemigos. Y todo el esfuerzo y problemas, dolor y sudor terminaría maliciosamente en Carthage, cuando simplemente había más enemigos que amigos. Abatido por las balas disparadas desde la puerta de la cárcel por dentro y una que entró por la ventana desde fuera, cayó muerto en manos de sus asesinos, a los treinta y ocho años de edad.
Si todo esto y mucho más debía afrontar el Profeta en una vida tan agitada, y si sabía definitivamente qué destino le aguardaba en Carthage, como sin duda era el caso, ¿por qué no renunció en algún punto del camino? ¿Quién necesita eso? ¿Quién necesita el abuso, la persecución, la desesperación y la muerte? A mí no me parece divertido, así que ¿por qué no cerrar la tapa de las Escrituras, entregar las tarjetas de Artículos de Fe e irse a casa?
¿Por qué no? Por la sencilla razón de que había soñado sueños y visto visiones. A través de la sangre, el esfuerzo, las lágrimas y el sudor, él había visto la redención de Israel. Estaba en alguna parte, vagamente, a lo lejos, pero estaba allí. Así que mantuvo su hombro a la lid hasta que Dios dijo que su obra estaba terminada.
¿Y qué hay de los otros santos? ¿Qué iban a hacer con un profeta martirizado, un pasado de persecución y un futuro sin esperanza? Con José y Hyrum fuera, ¿no deberían también escabullirse silenciosamente, en algún lugar, en cualquier lugar? ¿De qué serviría? No han parado de huir. Han llorado y enterrado a sus muertos. Han empezado de nuevo tantas veces que tienen las manos ensangrentadas y el corazón herido. En nombre de la cordura, la seguridad y la paz, ¿por qué no se dan por vencidos?
Bueno, eran esos sueños recurrentes y visiones convincentes. Era la fortaleza espiritual. Era la plenitud que sabían que estaba por delante, sin importar cuán débil o lejana fuera.
En su primera conferencia general, convocada tres meses después de organizada la Iglesia, los Santos registraron lo siguiente:
Se nos dio mucha exhortación e instrucción, y el Espíritu Santo se derramó sobre nosotros de manera milagrosa; muchos de nuestros miembros profetizaron, mientras que a otros se les abrieron los cielos. La bondad y la condescendencia de un Dios misericordioso . . . creó dentro de nosotros una sensación de arrebatada gratitud, y nos inspiró con nuevo celo y energía, en la causa de la verdad. [Times and Seasons 4:23]
Allí estaban, aproximadamente treinta miembros de la Iglesia reunidos en ese pequeño hogar de Peter Whitmer en Fayette, planeando derrocar al príncipe de las tinieblas y establecer el reino de Dios en todo el mundo. ¿Todo el mundo? ¡Qué presunción! ¿Estaban dementes? ¿Habían perdido todo poder de raciocinio? ¿Treinta Santos de los Últimos Días comunes y corrientes dispuestos a trabajar el resto de sus vidas? ¿Con qué fin? Persecución, dolor y tal vez treinta miembros más, ¿para un total de sesenta? Tal vez vieron cuán limitado sería su éxito personal inmediato, y tal vez incluso vieron los problemas que se avecinaban, pero vieron algo más. Todo estaba en ese asunto de la influencia del Espíritu Santo y de que los cielos se abrieran a su vista. El presidente John Taylor dijo más tarde sobre esa experiencia:
Unos pocos hombres se reunieron en una cabaña de troncos; vieron visiones del cielo y contemplaron el mundo eterno; miraron a través del rasgado panorama del futuro, y contemplaron las glorias de la eternidad; . . . estaban poniendo los cimientos de la salvación de este mundo. [HC 6:295]
Ahora bien, entre aquella primera conferencia de treinta personas y una Iglesia que un día tendría naciones acudiendo a ella iba a haber un duro camino. Y, a menos que me equivoque, todavía quedaban varios kilómetros de duro camino por delante de esa Iglesia. Pero el haberlo visto, sentido y creído evitó que se cansaran “de hacer lo bueno”, les ayudó a creer, incluso en los tiempos más difíciles, que “de las cosas pequeñas proceden las grandes”. En batallas mucho más importantes que la Segunda Guerra Mundial, esos santos también juraron victoria, por muy largo y duro que fuera el camino.
Aunque nada en nuestra vida parece requerir el valor y la paciente longanimidad de aquellos primeros Santos de los Últimos Días, aún así, puedo imaginar que casi todo esfuerzo digno requiere algo de esa misma determinación. Ciertamente, una educación lo hace, incluido el pago de sus préstamos estudiantiles, pero se puede lograr. Yo lo pude hacer. Sólo requiere tiempo. Incluso el amor a primera vista, si es que existe tal cosa, no se parece en nada al amor después de diecinueve años, siete meses y once días, si mi matrimonio con la hermana Holland sirve de ejemplo. De hecho, “lo mejor [siempre] está por venir” (Robert Browning, “Rabbi Ben Ezra”).
En ese sentido, Troilo, cuyo amor impaciente por Crésida lo convierte en una especie de caso perdido, nos enseña una valiosa lección. “El que quiera tener una torta de trigo debe esperar la molienda”, le dice Pándaro a Troilo. “¿No he esperado ya suficiente?” Troilo pone mala cara.
Pándaro: Sí, la molienda; pero hay que esperar el cernido.
Troilo: ¿No he esperado ya suficiente?
Pándaro: Sí, el cernido; pero debes esperar la levadura.
Troilo: ¿Aun ahora no he esperado ya suficiente?
Pándaro: ¡Sí, a la levadura! pero aquí falta esperar. . . el amasado, la elaboración de la torta, el calentamiento del horno y la cocción; es más, debes prolongar el enfriado también, o podrías quemarte los labios.
[Troilus and Cressida, act 1, scene 1, lines 14ff]
Hornear los mejores pasteles de la vida lleva tiempo. No se desesperen por esperar y probar. Y no se “quemen los labios” con impaciencia. Permítanme decir un poco más sobre la tragedia moderna de los novios que no esperan. Esto me alarma cada vez más.
Incluso al mencionar esto, deseo sinceramente no ofender. He visto el divorcio en mi propia familia, así que sé algo de la complejidad, el dolor, las acusaciones y la inocencia que inevitablemente lo acompañan. No hablo aquí de vidas específicas ni de problemas personales de los que no sé nada y sobre los que no emitiría un juicio si lo supiera. Pero el asunto general del divorcio, el asunto abstracto del divorcio, no es sólo un problema social importante, sino también un problema simbólico importante en nuestra sociedad.
Con la tasa de divorcio alcanzando el 50 por ciento y subiendo, más de un millón de niños estadounidenses viven el trauma de una ruptura matrimonial cada año. Andrew Cherlin, de la Universidad Johns Hopkins, dice que “[Los estadounidenses] . . . de los años 70 y 80 son la primera generación en la historia del país que piensa que el divorcio y la separación son una parte normal de la vida familiar” (“Who’s Minding the Children”, Allan C. Brownfeld, de Divorce and Single-Parent Family Statistics, pág. 24). A esta percepción contribuyen los nuevos y atractivos títulos de libros como Divorce, the New Freedom (El divorcio, la nueva libertad) y Creative Divorce: A new Opportunity for Personal Growth (El divorcio creativo: Una nueva oportunidad de crecimiento personal).
Nadie le desearía un mal matrimonio a nadie. Pero, ¿de dónde creemos que vienen los “buenos matrimonios”? No nacen de la nada, al igual que una buena educación, una buena enseñanza en el hogar o una buena sinfonía. ¿Por qué un matrimonio debería requerir menos lágrimas, menos esfuerzo y un compromiso menor que su trabajo, su ropa o su automóvil?
Sin embargo, algunos de ustedes dedicarán menos tiempo a la calidad, la sustancia y el propósito de su matrimonio —el convenio culminante más elevado y santo que hagan en este mundo— que al mantenimiento de su automóvil Datsun del 72. Y romperán el corazón de muchas personas inocentes, incluso quizás el suyo, si ese matrimonio se disuelve.
“No [deben] [cumplir] [con el matrimonio] a medias” —dijo el presidente Kimball—. “[Requiere] toda [nuestra] consagración” (Spencer W. Kimball, “An Apostle Speaks about Marriage to John and Mary”, Improvement Era, febrero de 1949, pág. 74). De modo que toda tarea digna requerirá todo lo que podamos dar a ella. El Señor requiere el corazón y una mente bien dispuesta si deseamos comer de la abundancia de la tierra de Sión en estos postreros días.
Permítanme concluir con una última y larga lección sobre la perseverancia.
El 28 de julio de 1847, cuatro días después de su llegada a ese valle, Brigham Young se paró en el lugar donde ahora se levanta el magnífico Templo de Salt Lake y exclamó a sus compañeros: “¡Aquí [edificaremos] el templo de nuestro Dios!” (James H. Anderson, «The Salt Lake Temple», Contributor [The Young Men’s Mutual Improvement Associations of Zion], nro. 6, abril de 1893, pág. 243).
Sus terrenos cubrirían una superficie de cincuenta hectáreas y estaría construido para durar por toda la eternidad ¿A quién le importa el dinero, la piedra, la madera, el vidrio o el oro que no tienen? ¿Y qué si las semillas ni siquiera se han plantado y los santos aún no tienen un hogar? ¿Por qué preocuparse de que pronto llegarán saltamontes, y también lo hará el ejército de los Estados Unidos?
Simplemente marcharon y dieron la palada inicial para el edificio más masivo, permanente e inspirador que pudieron concebir. Y pasarían cuarenta años de sus vidas tratando de completarlo.
La obra parecía estar destinada al fracaso desde el principio. La excavación del subterráneo requirió zanjas de seis metros de ancho y seis metros de profundidad, gran parte de ellas a través de grava sólida. Solo cavar para los cimientos requirió nueve mil días-hombre de trabajo. Seguramente alguien debe haber dicho: “Un templo estaría bien, pero ¿realmente necesitamos uno tan grande?”. Pero siguieron cavando. Tal vez creían que estaban “poniendo los cimientos de una gran obra”. En cualquier caso, siguieron trabajando, sin “cansarse de hacer lo bueno”.
Y durante todo ese tiempo, Brigham Young había estado soñando el sueño y viendo la visión. Una vez terminada la excavación y concluida la ceremonia de la piedra angular, dijo a los santos reunidos:
No me gusta mucho profetizar, . . . Pero me atreveré a suponer que este día, y la obra que hemos realizado en él, serán recordados por mucho tiempo por este pueblo, y resonarán como con voz de trompeta en todo el mundo. . . . Hace cinco años, el pasado mes de julio, estuve aquí y vi en el espíritu el Templo. [Me puse de pie] a menos de tres metros de donde hemos colocado la principal piedra angular. No he preguntado qué clase de templo debemos construir. ¿Por qué? Porque estaba [plenamente] representado ante mí. [Anderson, Colaborador, p. 257-58]
Pero como también dijo Brigham Young: “Nunca comenzamos a construir [ningún] templo sin que las campanas del infierno comenzaran a sonar” (J.A. Widtsoe [editor], Discourses of Brigham Young [Salt Lake City: Deseret Book, 1973], p. 410). Tan pronto como terminaron los cimientos, Albert Sidney Johnston y sus tropas de los Estados Unidos partieron hacia el valle de Lago Salado con la intención de entrar en guerra contra “los mormones”. En respuesta, el presidente Young hizo planes detallados para evacuar y, si era necesario, destruir toda la ciudad que se encontraba tras ellos. Pero, ¿qué hacer con el templo cuya excavación masiva ya estaba terminada y sus muros fundacionales de 20 x 25 metros firmemente asentados? Hicieron lo único que podían hacer: taparlo todo de nuevo. Cada palada. Toda la tierra y la grava que tan laboriosamente se habían removido con esos nueve mil días-hombre de trabajo se taparon. Cuando terminaron, esos acres no parecían nada más interesante que un campo que habían arado y dejado sin plantar.
Cuando la amenaza de la guerra de Utah había desaparecido, los santos regresaron a sus hogares y trabajaron arduamente de nuevo para desenterrar los cimientos y retirar el material de la estructura excavada del subterráneo.
Pero entonces el aparente masoquismo de todo esto parecía más evidente cuando no se eligieron adobes o arenisca, sino enormes rocas de granito como material de construcción básico. Y estaban a treinta kilómetros de distancia en Little Cottonwood Canyon. Además, el diseño preciso y las dimensiones de cada un de los miles de piedras que se utilizarían en esa estructura masiva tenían que ser marcados individualmente en la oficina del arquitecto y moldeadas como correspondía. Fue un proceso sofocantemente lento. Sólo colocar una capa de las seiscientas piedras esculpidas a mano, cortadas con precisión y colocadas individualmente alrededor del edificio llevó casi tres años. Ese progreso fue tan lento que prácticamente nadie que pasara por la manzana del templo podía ver ningún progreso.
Y, por supuesto, llevar las piedras desde la montaña hasta el centro de la ciudad fue una pesadilla. Se comenzó a construir un canal por el que transportar las piedras y se gastó una gran cantidad de trabajo y dinero en él, pero finalmente fue descartado. Se intentaron otros medios, pero los bueyes demostraron ser el único medio viable de transporte. En las décadas de 1860 y 1870, casi todos los días laborables del año se podían ver cuatro y a menudo seis bueyes en yunta, esforzándose, tirando y luchando por sacar de la cantera un bloque monstruoso de granito, o como mucho dos de tamaño mediano.
Durante ese tiempo, como si el ejército de los Estados Unidos no hubiera sido suficiente, los santos tuvieron muchas otras interrupciones. La llegada del ferrocarril sacó a casi toda la fuerza laboral del templo durante casi tres años, y dos veces las invasiones de saltamontes enviaron a los trabajadores a un combate de verano a tiempo completo contra las plagas. A mediados de 1871, dos décadas y una miseria incalculable después de su inicio, los muros del templo apenas eran visibles desde la superficie. Mucho más visible era la ruta de los carreteros desde Cottonwood, sembrada de restos de carromatos -y sueños- incapaces de soportar la carga que se les había impuesto. Los diarios e historias de estos carreteros están llenos de relatos de ejes rotos, animales llenos de barro, engranajes destrozados y esperanzas perdidas. No tengo ninguna evidencia de que estos hombres maldijeran, pero seguramente se les podría haber visto dirigiendo una mirada bastante férrea hacia el cielo. Aun así ellos creyeron y siguieron tirando. Y a pesar de todo esto, el presidente Young parecía no tener prisa. “El templo se construirá tan pronto como estemos preparados para usarlo”, dijo (Anderson,Contributor, p. 266). De hecho, su visión era tan elevada y su esperanza tan amplia que, justo en medio de esa asombrosa labor que requería prácticamente todo lo que los santos parecían soportar, anunció la construcción de los templos de St. George, Manti y Logan.
“¿Pueden llevar a cabo la obra, ustedes, los Santos de los Últimos Días de estos condados?”, preguntó. Y luego, a su inimitable manera, respondió:
Sí; esa es una pregunta que puedo responder fácilmente. Son perfectamente capaces de hacerlo. La pregunta es: ¿tienen la fe necesaria? ¿Tienen suficiente del Espíritu de Dios en sus corazones para decir, sí, con la ayuda de Dios nuestro Padre erigiremos estos edificios a su nombre? . . . Id ahora, con vuestro poder y con vuestros medios, y terminad este Templo. [Anderson, Colaborador, p. 267]
Así que reunieron fuerzas, se armaron de valor y avanzaron. Cuando el presidente Brigham Young murió en 1877, el templo aún estaba apenas a seis metros sobre el suelo. Diez años después, su sucesor, el presidente John Taylor, y el arquitecto original del templo, Truman O. Angell, también murieron. Las paredes laterales apenas llegaban a una plaza. Y ahora la infame Ley Edmunds-Tucker ya había sido aprobada por el Congreso, desincorporando a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Uno de los efectos de esta ley fue que la Iglesia entró en suspensión de pagos, por lo que el alguacil de los Estados Unidos, bajo una orden judicial de noviembre, se apoderó de este templo con el que los santos habían pasado algo menos de cuarenta años de sus vidas soñando, trabajando por ello y orando fervientemente para disfrutarlo. Según todas las apariencias, la estructura aún inacabada pero cada vez más magnífica iba a ser arrebatada en esta última hora de sus legítimos propietarios y puesta en manos de extranjeros y enemigos, el mismo grupo que a menudo se había jactado de que a los Santos de los Últimos Días nunca se les permitiría terminar el edificio. Parecía que esos alardes estaban a punto de cumplirse. Inmediatamente se propusieron planes para alterar el uso previsto del templo de forma que profanara su sagrado propósito y se burlara del asombroso sacrificio de los santos que tan fielmente habían intentado construir.
Pero Dios estaba con estos hijos modernos de Israel, como siempre lo ha estado y siempre lo estará. Hicieron todo lo que pudieron y dejaron el resto en sus manos. Y el mar Rojo se dividió delante de ellos, y caminaron por tierra firme y seca. El 6 de abril de 1892, los santos en su conjunto estaban emocionados. Ahora, finalmente, aquí en su propio valle con sus propias manos habían cortado de las montañas un monumento de granito que iba a marcar, después de todo lo que habían pasado, la seguridad de los Santos y la permanencia de la verdadera iglesia de Cristo en la tierra para esta última dispensación. El símbolo central de todo ello era la Casa de su Dios ya terminada. Las calles estaban literalmente abarrotadas de gente. Cuarenta mil de ellos se abrieron paso hasta el terreno del templo. Diez mil personas más, al no poder entrar, treparon a lo alto de los edificios cercanos con la esperanza de poder echar un vistazo a las actividades. Dentro del Tabernáculo, el presidente Wilford Woodruff, visiblemente conmovido por la trascendencia del momento, dijo:
Si hay alguna escena sobre la faz de la tierra que atraiga la atención del Dios del cielo y de las huestes celestiales, es la que tenemos ante nosotros hoy: la congregación de este pueblo, la exclamación de ‘¡Hosanna!’ y la colocación de la piedra de coronamiento de este templo en honor a nuestro Dios. [Anderson, Colaborador, p. 270]
Luego, moviéndose afuera, colocó la piedra de coronamiento en su lugar exactamente al mediodía.
En las palabras de alguien que estuvo allí: “La escena que siguió está más allá del poder de las palabras para describirla”. Lorenzo Snow, amado Presidente del Cuórum de los Doce Apóstoles, se adelantó dirigiendo a 40.000 Santos de los Últimos Días en la Exclamación de Hosanna. Cada mano sostenía un pañuelo, cada ojo estaba lleno de lágrimas. Uno dijo que el mismo “suelo parecía temblar con el volumen del sonido” que resonaba en las cimas de las montañas. “No se ha registrado en la historia espectáculo más grandioso ni más imponente que esta ceremonia de colocación de la piedra de coronamiento del templo”. (Anderson, Contributor, p. 273). Finalmente y para siempre se terminó.
Más tarde ese mismo año, la prestigiosa revista Scientific American (1892) se refirió a este nuevo y majestuoso edificio como un “monumento a la perseverancia mormona”. Y así fue. Sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor. Las mejores cosas siempre merecen ser terminadas. “¿No sabéis que sois templo de Dios?” (1 Corintios 3:16). Desde luego que sí. Por largo y laborioso que parezca el esfuerzo, por favor sigan dando forma y colocando las piedras que harán de sus logros “un espectáculo grandioso e imponente”. Aprovechen cualquier oportunidad para aprender y crecer. Sueñen sueños y vean visiones. Trabajen para hacerlos realidad. Esperen pacientemente cuando no tengan otra opción. Apóyense en sus espadas y descansen un rato, pero levántense y luchen de nuevo. Tal vez no vean el significado completo de su esfuerzo en su propia vida. Pero sus hijos lo harán, o los hijos de sus hijos lo harán, hasta que finalmente ustedes, con todos ellos, puedan dar la Exclamación de Hosanna.
Testifico que Dios nos ama a cada uno de nosotros y que Jesús de Nazaret, Su Hijo Unigénito, vino a “[socorrer] a los débiles, [levantar] las manos caídas y [fortalecer] las rodillas debilitadas” (D. y C. 81:5), trayendo una forma divina de compensación laboral, por así decirlo, a ustedes que siguen tirando de esas rocas de granito para colocarlas en su lugar tan fielmente. Les amo y creo en ustedes. Esta mañana he querido darles ánimo. Ustedes están poniendo los cimientos de una gran obra: su propio e inestimable futuro. “¿No sabéis que sois templo de Dios?” Ruego que su vida sea “un monumento a la perseverancia mormona”, “por muy largo y duro que sea el camino”, en el nombre de Jesucristo. Amén.
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Jeffrey R. Holland, presidente de BYU, y su esposa, Patricia T. Holland, pronunciaron este discurso en un devocional el 18 de enero de 1983.