Como sanar el racismo a través de Jesucristo
Profesor asistente de sociología de BYU
6 de abril de 2021
Profesor asistente de sociología de BYU
6 de abril de 2021
Como representantes de Cristo, podemos trabajar duro para sanar los dolorosos legados del racismo que heredamos, legados que se manifiestan de formas nuevas y perniciosas. Tomar esta acción nos ayudará a aliviar el sufrimiento de los demás. Esto es lo que hizo el Salvador por todos y cada uno de nosotros.
Tenemos la intención de modificar esta traducción cuando sea necesario. Si tiene sugerencias, por favor mándenos un correo a speeches.spa@byu.edu
En la primavera de 2018, tuve la suerte, junto con un grupo de colegas docentes y administrativos de BYU, de viajar con un grupo de estudiantes al sur de los Estados Unidos para visitar varios sitios famosos del movimiento por los derechos civiles. Uno de estos sitios es la Iglesia Bautista de la Calle 16 en Birmingham, Alabama. La Iglesia Bautista de la Calle 16 fue un núcleo de activismo a favor de los derechos civiles en las décadas de 1950 y 1960. Fue un lugar de encuentro para líderes de derechos civiles como el Dr. Martin Luther King Jr. y el Reverendo Fred Shuttlesworth. Los feligreses de la iglesia marcharon por las calles de Birmingham con la esperanza de que su acción integrara una ciudad profundamente dividida.
Fuera de la iglesia hay una pequeña placa que conmemora la muerte de cuatro niñas: Addie Mae Collins, Cynthia Wesley, Carole Robertson y Carol Denise McNair. El 15 de septiembre de 1963, en un intento de dañar e intimidar a la comunidad negra local, cuatro supremacistas blancos colocaron aproximadamente quince cartuchos de dinamita conectados a un cronómetro debajo de las escaleras de esta santa casa. La bomba explotó, matando a estas cuatro niñas benditas. Al pararme frente a la iglesia de ladrillos rojos, sentí que los ojos se me llenaban de lágrimas. Lamenté la pérdida de esas cuatro jóvenes. Hoy siento reverencia por la valentía cristiana que mostró su comunidad al seguir adelante en medio de la tragedia y seguir luchando por los derechos civiles frente al inmenso peligro.
Los Santos de los Últimos Días también han sufrido a manos de muchedumbres violentas. Por ejemplo, el 30 de octubre de 1838, un grupo de familias Santos de los Últimos Días fue atacada en Hawn’s Mill en Missouri por una milicia no autorizada. En esta masacre, muchos de los hombres Santos de los Últimos Días se dirigieron a la herrería para montar una defensa. Sin embargo, los miembros de la milicia podían disparar fácilmente contra el edificio porque había grandes huecos en las paredes. Finalmente, los miembros de la milicia ingresaron a la estructura. Encontraron a tres jóvenes inocentes, Sardius Smith, Alma Smith y Charles Merrick, a quienes dispararon. Dos de ellos murieron.
Muchos de nosotros somos conscientes de la tragedia de Hawn’s Mill, causada por prejuicios religiosos. Sin embargo, es posible que tengamos poco conocimiento o que no sepamos nada sobre eventos como el bombardeo de la Iglesia Bautista de la Calle 16 que fueron motivados por prejuicios raciales. Ampliar nuestra comprensión del sufrimiento de los demás puede despertar la caridad en nuestro interior. Nuestros corazones pueden conectarse solidariamente sobre nuestra experiencia compartida de luchar por la vida y “ten[erla] en abundancia”1. Al contemplar momentos históricos desafiantes a través de la perspectiva del evangelio de Jesucristo, aumentaremos nuestra apreciación del hermoso poder sanador del Príncipe de Paz. De manera similar, al estudiar la vida de nuestro salvador y los principios que enseñó, descubriremos pistas sobre como cumplir fielmente el encargo que el presidente Russell M. Nelson nos ha dado de “[poner] el ejemplo de abandonar las actitudes y acciones de prejuicio”2.
En la historia de los Estados Unidos hay mucho que admirar, mucho más de lo que podría contar aun si tuviera toda la semana para hablar con ustedes. Un ejemplo de esta elogiable historia es la redacción de la Constitución y la Carta de Derechos. Estos documentos nos han dado una base sólida y, como dijo el élder Quentin L. Cook en la conferencia universitaria de BYU de agosto de 2020, “han bendecido a este país y protegido a personas de todas las religiones”3. Junto con la honorable historia de nuestra nación, desafortunadamente existen eventos como el bombardeo de la Iglesia Bautista de la Calle 16 que han marcado la historia de nuestra nación, eventos en los que actos de injusticia racial han destruido familias y sus comunidades, y han obstaculizado la esperanza de alcanzar la unidad y sentimientos de pertenencia.
Para ilustrar, entre 1830 y 1850, las naciones Cherokee, Muscogee, Seminole, Chickasaw y Choctaw en los Estados Unidos fueron desplazadas de sus tierras ancestrales. En esta migración forzada conocida como el Sendero de Lágrimas, se enfrentaron al hambre, la exposición a temperaturas extremas, las enfermedades y la muerte. Durante la Gran Depresión, se expulsó forzosamente del país a cientos de miles de ciudadanos estadounidenses con ascendencia mexicana. Durante la Segunda Guerra Mundial, más de 100.000 japoneses estadounidenses inocentes fueron encarcelados en campos de internamiento. Ciertamente, el conocimiento de eventos como estos puede generar una profunda compasión por las familias que han experimentado tal sufrimiento e injusticia por motivos raciales.
Los casos de injusticia racial se extienden mucho más allá de estos ejemplos en la historia de los Estados Unidos, cada uno de los cuales es digno de una consideración genuina. En mi investigación, me concentro principalmente en cómo los actos de injusticia racial han afectado a la comunidad afroamericana. El ejemplo más conocido de injusticia racial se remonta a lo que algunos llaman el pecado original de Estados Unidos: la esclavitud. La institución de la esclavitud se introdujo en los Estados Unidos en el siglo XVII, cuando aproximadamente 12,3 millones de africanos fueron traficados a las Américas4. Aquellos en la industria esclavista generaron una enorme riqueza a través del injusto trabajo de africanos: hombres, mujeres y niños5. La vida diaria de los africanos esclavizados estaba plagada de abusos horrendos. En algunos casos, los marcaban con hierros calientes en el pecho o la cara6. A los esclavos también los azotaban, los obligaban a usar máscaras de hierro, los colocaban en el cepo, los agredían sexualmente y los sometían a otras formas de tortura7. Además de la tortura, el albedrío de los africanos esclavizados se veía severamente limitada por un conjunto de leyes llamadas “códigos de esclavos”. Por ejemplo, era ilegal que una persona esclavizada fuera propietaria de una propiedad, comerciara con bienes, abandonara la propiedad de un esclavista sin permiso, aprendiera a leer y escribir, hablara su lengua materna o se casara. Las familias negras no tenían derechos bajo la ley, lo que significaba que los niños eran arrancados del tierno abrazo de sus padres y las esposas eran vendidas, para nunca volver a mirar con amor a los ojos de sus maridos8. La esclavitud era y es un pecado contra la familia.
Otra forma de injusticia racial llamada “arrendamiento de convictos” fue perpetrada contra afroamericanos después de la Guerra Civil. El arrendamiento de convictos, que duró hasta principios de la década de 1940, era un sistema de esclavitud legal en el que los estados del sur alquilaban prisioneros a empresas privadas como minas y granjas. La base legal del arrendamiento de convictos se encontró en la Decimotercera Enmienda de la Constitución, que prohibía la esclavitud y la servidumbre involuntaria, pero eximía a aquellos condenados por un delito. Para aprovechar esta enmienda, los estados del sur aprobaron códigos negros. Estas leyes se aplicaban sólo a los afroamericanos y los sometían a procesos penales por los delitos más triviales, actos que muchos de nosotros hemos cometido antes, como merodear sin un propósito aparente o romper el toque de queda. Estas leyes efectivamente colocaron a las personas negras, incluidos los niños, bajo una nueva forma de esclavitud en la que enfrentaban condiciones de trabajo aterradoras que con frecuencia terminaban en la muerte9.
Además del arrendamiento de convictos, el linchamiento de negros era común después de la Guerra Civil. Entre 1877 y 1950, hubo aproximadamente 4.400 linchamientos documentados, en su mayoría de afroamericanos. Los linchamientos eran eventos brutales de tortura pública y mutilación que con frecuencia atraían a miles de personas. Los linchamientos los realizaban predominantemente personas blancas para aterrorizar a las comunidades negras en un estado de miedo y servidumbre, y los linchamientos a menudo eran permitidos por funcionarios estatales y federales10. Para ilustrar la salvaje injusticia del linchamiento, hablemos de Mary Turner. En 1918, la Sra. Turner, una mujer negra con ocho meses de embarazo, fue linchada en Folsom’s Bridge en Georgia por una muchedumbre de hombres blancos. La justificación del linchamiento que dio la muchedumbre fue que la Sra. Turner manifestó su oposición al linchamiento de su esposo11.
Es sumamente doloroso imaginar este tipo de trato de nuestros hermanos y hermanas. Sin embargo, podemos encontrar paz en el hecho de que nuestro Salvador conoce y ha sentido por completo el dolor exacto de cada esclavo africano, de los niños negros que murieron en las minas oscuras, de Mary Turner —con un niño en el vientre— colgando en agonía del puente de Folsom, y de los pequeños Sardius, Alma y Charles en Hawn’s Mill. Él sufrió sus experiencias para que pudieran estar bajo su tierno cuidado. Esta característica sublime del Redentor es destacada por el profeta Alma, quien declaró que Jesucristo
tomará sobre sí la muerte, para soltar las ligaduras de la muerte que sujetan a su pueblo; y sus enfermedades tomará él sobre sí, para que sus entrañas sean llenas de misericordia, según la carne, a fin de que según la carne sepa cómo socorrer a los de su pueblo, de acuerdo con las enfermedades de ellos12.
El conocimiento de que Cristo sufre con nosotros puede brindar consuelo a nuestros corazones y mentes mientras reflexionamos sobre las injusticias cometidas contra nuestros hermanos y hermanas.
El desarrollo de nuestra concepción moderna de la raza, en la que los grupos se definen por sus características físicas, se estableció a través de una historia compleja de colonialismo, sistemas económicos, naciones emergentes e intentos tempranos y equivocados de comprender las diferencias de comportamiento humano a través de la ciencia. Por ejemplo, los científicos del siglo XVIII comenzaron a categorizar el mundo físico, como plantas y animales, y esto se extendió a grupos de individuos con rasgos físicos similares. Finalmente, esta línea de pensamiento condujo a sistemas ahora desacreditados de categorización racial que intentaban atribuir inteligencia y rasgos de comportamiento a las características físicas de varios grupos raciales. Los primeros científicos en crear categorías raciales concibieron que los blancos eran naturalmente superiores, lo que contribuyó a justificar los males de la esclavitud africana y los subsiguientes sistemas de opresión racial en Estados Unidos.
En su devocional reciente, Dallin H. Oaks, primer consejero de la Primera Presidencia de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, usó esta definición de racismo: “la idea de que la propia raza es superior [a las demás razas] y tiene el derecho a gobernar [sobre ellas]”13. En otras palabras, el racismo es una idea de que existe una jerarquía racial en la que ciertos grupos son superiores a otros. En el contexto de los Estados Unidos, la jerarquía racial coloca a los blancos en la parte superior y a los afroamericanos y otras personas de color en la parte inferior.
La justificación de la jerarquía racial en la historia temprana de los Estados Unidos ocurrió por numerosos medios. Además de las justificaciones científicas equivocadas de las diferencias raciales que he mencionado, se utilizaron interpretaciones distorsionadas de las Sagradas Escrituras para argumentar que los individuos con ascendencia africana estaban destinados a la servidumbre o eran de alguna manera hijos menores de Dios. Racionalizaciones como estas absolvieron a los individuos del grupo dominante de sus pensamientos, acciones y políticas racistas que habían desarrollado para mantener su posición gobernante. En consecuencia, muchos que tenían ventajas sociales debido a su raza poseían la opinión de que sus ventajas y el maltrato de la sociedad a los grupos de piel oscura tenía la aprobación de la naturaleza y de Dios. Esta perspectiva les impregnaba la creencia de que su posición en la cima de la jerarquía racial era «correcta» y no racista, lo que llevó a algunos a pensar que la opresión de los afroamericanos estaba justificada.
En 1955, en un autobús en Montgomery, Alabama, Rosa Parks se negó a ceder su asiento a un hombre blanco y fue arrestada. Durante ese tiempo, los afroamericanos debían sentarse en la parte trasera del autobús. Si el autobús estaba lleno y una persona blanca entraba y quería sentarse, una persona afroamericana tenía que pararse. Poco después del arresto de Rosa Parks, los líderes negros de la iglesia, ejemplificando sabiduría y valentía, iniciaron un boicot al sistema de autobuses para fomentar políticas de transporte público más justas. Decenas de personas de la comunidad negra optaron por caminar y compartir automóvil en lugar de viajar en autobús. Esta acción tuvo importantes consecuencias económicas para la línea de autobús porque los afroamericanos representaban el 75 por ciento de sus clientes14.
En respuesta a la acción colectiva de la comunidad negra, a dos líderes del boicot, el Dr. Martin Luther King Jr. y el reverendo Ralph Abernathy, les bombardearon sus casas. A un reverendo luterano blanco llamado Robert Graetz, quien servía a una congregación negra en Montgomery y apoyaba firmemente el boicot de autobuses, también le incendiaron su casa. Además, la ciudad demandó a Martin Luther King Jr. y a otras ochenta y nueve personas en un tribunal estatal con el argumento de que era ilegal boicotear el sistema de autobuses15. El Dr. King fue declarado culpable. Poco después de su veredicto de culpabilidad, en 1956, 381 días después del inicio del boicot, la Corte Suprema de los Estados Unidos confirmó la decisión de un tribunal de distrito de que las leyes de Alabama sobre segregación racial para los autobuses eran inconstitucionales. Al día siguiente, Rosa Parks tomó un autobús integrado.
Los boicoteadores requirieron fe para soportar estas humillaciones diarias, para caminar resueltamente en pacífica protesta cristiana y para encontrar gozo a pesar de todo. Me imagino que algunas de estas personas profundamente cristianas que defendieron lo que era correcto, tanto blancos como negros, a veces reflexionaban en momentos de pacífica soledad sobre las palabras de nuestro Salvador:
Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación.
Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
Estas benditas palabras probablemente consolaron sus almas, al igual que la mía, pues dan esperanza a quienes tienen hambre de un mundo más justo. En estas palabras, Cristo ofrece gloriosas promesas a quienes anhelan comunidades pacíficas. Él también es muy consciente de la persecución y la resistencia que seguramente sufrirán aquellos que se esfuerzan por construir sociedades más justas, y con eso imparte una visión de esperanza y magnífica abundancia espiritual para aquellos que se dedican a tal causa.
Para usar nuestra propia expresión de los Santos de los Últimos Días, muchas de estas personas, negros y blancos, que lucharon por sociedades más justas, lloraron con los que lloraron, brindaron consuelo a quienes necesitaban consuelo y fueron testigos de Dios, incluso hasta la muerte17. El mártir más famoso de la causa de la libertad fue el Dr. Martin Luther King Jr., pero hubo otros individuos menos conocidos que murieron para extender una mayor libertad a los afroamericanos y, por lo tanto, a todos los estadounidenses. Por ejemplo, el reverendo James Reeb era un ministro blanco de Boston que fue asesinado por una muchedumbre blanca en Selma, Alabama. Viola Liuzzo era una madre y ama de casa blanca de Detroit que condujo hasta Selma para ayudar a transportar entre Selma y Montgomery a los manifestantes por el derecho al voto. Trágicamente, un miembro del Ku Klux Klan la mató a tiros. Ciertamente, «nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos»18.
Gracias a los humildes y santos sacrificios de las generaciones anteriores de todas las razas y etnias, hemos avanzado en Estados Unidos en cuanto a la igualdad racial. Como ejemplo, el 117º Congreso de los Estados Unidos, recientemente elegido, es el más diverso de la historia de nuestro país, en el que alrededor de «una cuarta parte de los miembros con derecho a voto… son minorías raciales o étnicas»19. A pesar del progreso que hemos hecho, el racismo sigue siendo una fuerza destructiva en nuestra sociedad. El racismo es atractivo porque proporciona a los individuos un sentimiento de orgullo. El sentimiento de orgullo se justifica con frecuencia por las nociones continuas de superioridad biológica, las interpretaciones erróneas de las escrituras y el desconocimiento de los logros de diversos grupos raciales y étnicos. El adversario utiliza el orgullo, intrínseco al racismo, para intentar distorsionar un principio fundamental del plan de salvación: que todos somos hijos espirituales iguales de padres celestiales. Satanás tergiversa este principio fundamental con el racismo para afirmar falsamente que los grupos raciales son inherentemente diferentes y que ciertos grupos raciales son mejores que otros.
A pesar de la relativa sencillez de esta estrategia, puede ser muy eficaz. Sin duda, el perfume venenoso del orgullo puede atraer a individuos inocentes que buscan un destino y un sentido de propósito a la filosofía de la supremacía racial. Sin embargo, el fruto de la filosofía de la supremacía racial es el odio, el odio hacia los hermanos y hermanas, que en última instancia es el odio hacia Dios. La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días ha dejado claro que esta forma de pensar no es propia de un discípulo de Cristo. Por ejemplo, en 2017, tras una violenta manifestación de supremacistas blancos en Charlottesville, Virginia, la Iglesia publicó la siguiente declaración:
Las actitudes supremacistas blancas son moralmente incorrectas y pecaminosas, y las condenamos. Los miembros de la Iglesia que promueven o persiguen una agenda de «cultura blanca» o de supremacía blanca no están en armonía con las enseñanzas de la Iglesia20.
Sin duda, es un pecado creer que el color de la piel o la herencia cultural hacen que uno sea intrínsecamente mejor que otro.
El orgullo en relación con la raza y el racismo puede manifestarse con gran sutileza, lo que hace que sea difícil de erradicar. Como he mencionado antes, ser blanco no es simplemente otra categoría racial; en nuestra sociedad, los individuos blancos están en la cima de la jerarquía racial, lo que les convierte en el grupo predeterminado con el que se comparan otros grupos raciales. Por ello, no es de extrañar que algunas de las principales empresas de cuidado de la piel vendan lociones para aclarar la piel dirigidas específicamente a las personas de color. Estos productos dan a entender que tener un aspecto más claro y blanco es mejor. La raíz de este engaño se encuentra en el adversario. Por el contrario, los invito a que no sólo conozcan, sino que sientan que son hijos de padres celestiales amorosos que los crearon para que tuvieran el aspecto que tienen. Como dijo el presidente Russell M. Nelson, «Cada uno de nosotros tiene un potencial divino porque cada uno es un hijo de Dios. Cada uno es igual a Sus ojos… Dios no ama a una raza más que a otra «21. Por lo tanto, no importa lo que el mundo nos diga, no hay necesidad de que nos parezcamos a nadie más para ser dignos de amor y respeto. Nuestros tonos de piel son como deben ser, y son hermosos.
Aunque el orgullo es muy eficaz para atraer a los individuos al racismo y justificar su aplicación, la codicia suele motivarlo. El adversario ofrece la fuerza destructiva del racismo como una herramienta peligrosa para justificar la codicia, que se manifiesta en la opresión de otros para obtener ganancias materiales, poder y control. La codicia, en lo que respecta al racismo hacia los afroamericanos, puede verse con total claridad en la historia de la esclavitud que he esbozado antes, pero también en la actualidad. Los investigadores que estudian la Gran Recesión de 2008 descubrieron que las agencias de préstamos predatorias —por afán de lucro— se centraron en las comunidades predominantemente negras y las condujeron hacia préstamos hipotecarios de alto coste y riesgo. Esto dejó a las familias negras expuestas al impago de sus préstamos, al embargo de sus casas y a la pérdida de gran parte de su riqueza22. Al final, estos dos rasgos impíos (el orgullo y la codicia) se apoyan mutuamente y dotan al racismo de una fuerza destructiva colosal.
Para contrarrestar el racismo, y el orgullo y la codicia que se asocian a este, el Rey de Reyes nos invita a cada uno de nosotros, con amor y magnanimidad, “Venid a mí, vosotros, todos los extremos de la tierra, comprad leche y miel sin dinero y sin precio23. El Salvador nos invita a todos a compartir sus abundantes dones de amor y redención, en los que la condición racial y económica son intrascendentes, en los que cada uno de nosotros puede participar de su nutritiva palabra, y en los que somos inherentemente iguales. Jesucristo nos enseñó que nosotros también debemos ser amorosos y generosos. Cuando le preguntaron a Jesús,
¿Cuál es el gran mandamiento de la ley?
Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma y con toda tu mente.
Este es el primero y grande mandamiento.
Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas24.
Estas poderosas declaraciones de nuestro Salvador identifican claramente a quién debemos amar: a Dios y a los demás; y cuánto: con todo lo que tenemos.
Sin embargo, el adversario intenta distorsionar el gran mandamiento mediante formas perniciosas de racismo. Intenta convencernos de que si queremos un mundo en el que la raza ya no sea un factor que contribuya a la forma en que se trata a los distintos grupos, entonces tenemos que dejar de centrarnos en la raza. Esta perspectiva podría funcionar si viviéramos en una sociedad ideal sin una historia de esclavitud, arrendamiento de convictos y linchamientos. Sin embargo, vivimos en un mundo caído, un mundo que tiene pecados históricos que repercuten en la actualidad. Por ejemplo, los científicos sociales han observado que las concentraciones históricas de esclavos en el sur de Estados Unidos están relacionadas con los patrones contemporáneos de desigualdad racial en esa misma región del país25. Por lo tanto, pretender que la raza no es importante al decir: «Yo no veo la raza» o disminuir falsamente los impactos del racismo en las vidas de los hijos del Padre Celestial no hace nada para detener el racismo que ocurre en la educación, en el sistema de justicia penal, y en la vivienda y el empleo, todos los cuales afectan las oportunidades de las familias y tienen sus raíces en un pasado acosado por una injusticia racial profunda y de largo alcance. Pretender que la raza no es importante no muestra compasión por las experiencias de otros que, en virtud de sus experiencias con el racismo, saben que la raza sí es importante. Cristo mismo nos pide que recordemos y conozcamos su sufrimiento, que toquemos las cicatrices de sus manos y pies26. No nos pide que neguemos el dolor de otro, sino que lo conozcamos y lo toquemos. Negar el dolor genuino de otro es negar el mismo sufrimiento que Cristo sintió por él en privado en el Jardín de Getsemaní y en público en la cruz del Calvario.
Es fácil, y en gran medida inocente, intentar no ver la raza con la esperanza de que nos ayude a tratar a los individuos con justicia y verlos como hijos de Dios, llenos de potencial divino. Reconocer la identidad divina de un individuo es sagrado, pero negar su identidad racial puede tener consecuencias negativas. Por supuesto, el objetivo sigue siendo crear una sociedad en la que los individuos sean juzgados por el contenido de su carácter, pero no podemos llegar allí ignorando el color de su piel. Intentar no ver la raza oculta de nuestra vista las muchas formas en las que a los individuos se les dan o se les niegan oportunidades en la sociedad únicamente por su raza. Por ejemplo, los investigadores han enviado currículos ficticios a los anuncios de búsqueda de empleo, asignando los currículos al azar a personas con nombres que suenan afroamericanos, como Rasheed o Jamal, y a personas con nombres que suenan blancos, como Brett o Todd, sólo para observar que los currículos con nombres que suenan blancos tenían muchas más probabilidades de recibir una respuesta27. En consecuencia, intentar no ver la raza disminuye nuestra capacidad de ver los desafíos distintivos de nuestras hermanas y hermanos y limita nuestra capacidad de servirles de la manera más beneficiosa.
¿Qué debemos hacer entonces? ¿Cómo podemos avanzar hacia una comunidad de Sión en la que el amor de Dios habite en nuestros corazones? Podemos centrarnos en el gran mandamiento. Una forma de amar a Dios con todo nuestro corazón, alma y mente es expresar gratitud por la abundancia de dones que nos ha proporcionado. La expresión de nuestra gratitud, que es una forma de amor, puede ser más que un mero pensamiento; puede ser una profunda experiencia enriquecedora del alma en la que nos enfocamos en sentir gratitud en nuestro corazón, permitiendo que ese sentimiento emane por todo nuestro ser. La gratitud que se siente es una gratitud que transforma. Y dado que la raíz del racismo suele estar justificada por el orgullo y motivada por la codicia, sentir una gratitud expansiva por los dones que recibimos de Dios puede proporcionarnos una humilde comprensión de que dependemos totalmente de Él para todo lo que tenemos, tanto lo temporal como lo espiritual, y que nadie es más grande que otro.
Por ejemplo, podemos estar llenos de gratitud hacia Dios por la asombrosa diversidad de personas, sus talentos y dones distintivos, y sus historias culturales únicas; cada uno de ellos contribuye al mosaico que es la familia humana. Podemos apreciar que el Señor “invita a todos ellos a que vengan a él y participen de su bondad; y a nadie de los que a él vienen desecha, sean negros o blancos, esclavos o libres, varones o mujeres; y se acuerda de los paganos; y todos son iguales ante Dios, tanto los judíos como los gentiles»28. Podemos alabar a Dios por ordenarnos que perdonemos a todos,29 incluidos los que cometieron actos de violencia racial en el pasado y los que siguen adoptando una retórica racista en la actualidad. El perdón a estos individuos se fomenta por la comprensión de que muchos de ellos, tanto del pasado como del presente, han seguido las tradiciones defectuosas de sus padres, defectos que fueron alimentados por el autor de todo pecado: el adversario. Para ser claros, perdonar a estos individuos no significa que condonemos ese comportamiento. De hecho, no podemos robar a la justicia. El perdón significa que vemos a estos individuos como hijos de Dios y que nuestros corazones son amorosos y puros hacia ellos. Además, en nuestras oraciones silenciosas podemos agradecer a nuestros valientes hermanos y hermanas que han sacrificado sus vidas para que podamos vivir en una sociedad más justa en cuanto a la raza.
Con el segundo componente del gran mandamiento, debemos amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Si hemos de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, hemos de reconocer sus necesidades, sus penas y sus esperanzas y sueños. Conocer su herencia cultural nos ayuda, pero si no hemos tenido el privilegio de conocer su historia cultural, podemos estar seguros de que su antepasados han experimentado maravillosos triunfos y han encontrado profundos sufrimientos. Esta forma de ver a los demás nos lleva a verlos como seres tan plenos, dinámicos y reales como nosotros. Podemos respaldar esta perspectiva mediante un testimonio sagrado, dado por el estudio y la oración, de que nuestros espíritus están compuestos del mismo material divino, procedente de los mismos padres celestiales.
Cumplir el segundo mandamiento también requiere un cuestionamiento reflexivo de nuestras suposiciones sobre los que se ven diferente a nosotros. Por ejemplo, ¿cree que la razón principal por la que la pobreza económica es mayor en algunos grupos raciales y étnicos en comparación con otros se debe a la noción de que los grupos más pobres no valoran el trabajo duro? Si es así, les invito humildemente a que se fijen adónde les lleva esa línea de pensamiento. Puede que los lleve a pensar que las personas pobres de esos grupos no son dignas de ayuda porque ustedes perciben que su condición económica se la han buscado ellos mismos. ¿Encontrarán alegría en esa creencia? ¿Los llevará a amar a su prójimo como a usted mismo? ¿Encarna esa perspectiva el mandamiento del Señor de que «nos amemos los unos a los otros, como [Él] nos ha amado»?30
También podemos mirar a Cristo como el ejemplo de cómo amar al prójimo. A través de la expiación, Él asumió desinteresadamente los pecados, las transgresiones, los dolores y las penas de sus hermanas y hermanos. Podemos esforzarnos en seguir su sublime ejemplo para ayudar a curar el racismo en nuestras comunidades y fomentar sentimientos de pertenencia. Para ayudar a ilustrar esto, adaptaré una analogía de la autora Isabel Wilkerson, ganadora del Premio Pulitzer. Ella afirmó que la relación que tenemos con los problemas sociales es similar a la de las personas que han heredado una casa antigua. La casa está en un terreno precioso y tiene unos cimientos sólidos, pero tiene las paredes deformadas, las tuberías oxidadas y el cableado defectuoso. A pesar de no ser los responsables originales de estos problemas, somos los propietarios heredados de lo que está bien y mal en la casa31. De forma similar, las personas pueden afirmar con razón que no tuvieron nada que ver con los pecados del pasado, como la esclavitud y el linchamiento, y sin embargo vivimos en los legados de las generaciones pasadas.
Afortunadamente, hemos sido bendecidos con el poder de actuar y cambiar nuestro mundo; así, en este mismo momento, podemos decidir actuar de una manera que sea verdaderamente caritativa. Como representantes de Cristo, podemos esforzarnos por sanar los dolorosos legados de racismo que hemos heredado, legados que se manifiestan de formas nuevas y perniciosas. Actuar así nos ayudará a aliviar el sufrimiento de los demás. Esto es lo que hizo el Salvador por todos y cada uno de nosotros. Tomó sobre sí el pecado del que no era responsable. Lo hizo porque nos ama; nosotros podemos hacerlo porque le amamos.
Mis queridos hermanos y hermanas, todos hemos pensado, hablado o nos hemos comportado de manera prejuiciosa en algún momento de nuestras vidas. La buena noticia es que podemos acudir a la fuente de agua viva, Jesucristo y su expiación, para nuestra sanación y redención. Su muerte y resurrección triunfante no sólo nos proporcionan la capacidad de reconciliar nuestra relación con el Padre Celestial, sino de reconciliar nuestras relaciones con los demás. Podemos pedir disculpas cuando hemos herido a alguien, pedir perdón a Dios y esforzarnos cada día por amar más plena y completamente, mejorando nuestra capacidad de personificar el gran mandamiento. Al aplicar la Expiación personalmente con la intención de vivir el gran mandamiento, estamos contribuyendo colectivamente a la creación de Sión, una comunidad de «puros de corazón»32.
También podemos ayudar a desarrollar esta comunidad unida de Sión mediante el estudio y la fe. Podemos aprender sobre culturas diferentes a la nuestra. Por ejemplo, podemos leer obras de escritores con los que normalmente no nos relacionamos, como Maya Angelou, que recibió más de 50 títulos honoríficos, y Toni Morrison, que ganó el Premio Nobel de Literatura y recibió la Medalla Presidencial de la Libertad. Podemos estudiar la asombrosa vida de Frederick Douglass33 y las poderosas mujeres que contribuyeron a los derechos civiles, como Ida B. Wells 34 y Fannie Lou Hamer35. Podemos desarrollar amistades auténticas y cariñosas con individuos de diferentes razas, etnias y orígenes, y escuchar humildemente y aprender de sus experiencias de la vida real. Para forjar amistades más allá de las diferencias, es fundamental reconocer nuestros puntos en común. Unirnos en torno a nuestros puntos en común contribuirá en gran medida a construir puentes de cooperación y amistad duradera. Podemos ofrecer oraciones constantes y sinceras para tener caridad con aquellos cuya historia cultural es diferente a la nuestra. A su manera y a través de su infinita inteligencia, el Padre Celestial responderá a nuestras súplicas por recibir más caridad. Es mi más sincera oración que cada uno de nosotros tenga un corazón rebosante de amor por Dios y por los demás, y lo hago en el sagrado nombre de Jesucristo, amén.
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Notas
Ryan Gabriel, Profesor asistente de Sociología de la Universidad BYU, pronunció este discurso en el devocional del 6 de abril de 2021.